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Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис (читаемые книги читать txt) 📗

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Que maquina mas terrible, mas monstruosa. ?Para que necesitan semejante cosa? Por supuesto, conocer el futuro es un viejo sueno de la humanidad, algo asi como las botas de siete leguas o la alfombra magica. Los zares-reyes-emperadores prometian enormes tesoros por tales conocimientos. Pero solo con una condicion indispensable: que ese futuro fuera agradable. ?A quien le interesa conocer un futuro desagradable? Supongamos que llego a la calle Bannaia con la Carpeta Azul, y la maquina me dice, con voz humana: «Tus cosas andan mal, Felix Alexandrovich, de pena. Tendras tres lectores, y alegrate».

Me quite de encima la manta y comence a buscar las pantuflas con los pies.

?Pero ahora tampoco podia dejar de ir a la calle Bannaia! Yo debo saber... ?Para que? ?Para que enterarme de que todo mi trabajo, toda mi vida, estan destinados en esencia al basurero? Y si eso es asi, ?que quiere decir el basurero? ?No soy yo mismo quien pretende entregar la Carpeta Azul para su conservacion, a fin de que la nariz sudorosa y entrometida de algun Brizheikin o algun Gagashkin no se metan en ella? A proposito, eso de nariz sudorosa y entrometida puede tener varios significados. Los cotillas son una cosa bien diferente de los lectores. Diablos, lo que yo hago no es dedicarme al onanismo, escribo para mi alma, no para mi contento. Por supuesto, desde el principio estaba preparado para que no publicaran la Carpeta Azul mientras estuviera vivo. Es algo comun, no voy a ser el primero ni el ultimo. Pero la idea de que simplemente se pudrira, desaparecera, se disolvera en el tiempo sin dejar huella... No, no estoy preparado para ello. Estoy de acuerdo en que se trata de una tonteria. Pero no estoy preparado. ?Por eso me da miedo!

Me asee, hice la cama y prepare el desayuno, todo el tiempo con esas ideas en la cabeza. Eran solamente las seis y media, pero de todos modos ahora no podia dormir, ni siquiera quedarme alli acostado. La excitacion nerviosa me hacia temblar, al igual que el deseo de hacer algo de inmediato o aunque fuera tomar una decision.

?Vaya, hasta que punto nos han metido en la cabeza que los manuscritos no arden! ?Claro que arden, y como arden, con llamas azules! Da miedo imaginarse cuantos de ellos desaparecieron sin que nadie los conociera... No quiero ese destino para mi obra. Y si su destino es ese, no quiero enterarme. Ah, ese tipo desgraciado al que conoci ayer no hablaba dando rodeos por gusto, hubiera podido decir claramente de que se trataba, pero se dio cuenta de que si yo mismo no lo adivinaba, entonces no tendria donde meterme: iria, la llevaria y me enteraria...

Y sin darme cuenta termine sentado ante mi escritorio, con la Carpeta Azul abierta delante; mis dedos tomaban con cuidado hoja tras hoja y las pasaban delicadamente de derecha a izquierda, las acariciaban, ordenaban el monton, y senti una tremenda amargura al recordar que la noche anterior, muy tarde, habia leido la ultima linea que habia escrito. Que bueno seria hoy, precisamente ahora, en este minuto de dudas, en este minuto de panico, cuando mi camino se bifurca y debo elegir, leer la ultima linea, esa linea que desconozco aun, que todavia no he escrito, debajo de la cual estara la palabra «fin». Entonces, con el alma serena, podria decir: «?Senores, todo eso no es mas que filosofia, pero ahora disfrutad de esto!», y les mostraria la Carpeta Azul en mi mano abierta.

Y senti un deseo tan irresistible de aproximar aunque fuera un poquito aquel momento anhelado que prepare presuroso la maquina de escribir, coloque una hoja en blanco y comence a teclear.

El reloj mostraba las tres menos cuarto. Viktor se levanto y abrio la ventana de par en par. La calle estaba totalmente a oscuras. Viktor termino de fumar el cigarrillo junto a la ventana, tiro la colilla a la noche y llamo a la recepcion. Le respondio una voz desconocida.

Retire las manos del teclado y me rasque la barbilla. Como siempre, cuando trato de comenzar mi trabajo al asalto, solo con el entusiasmo y la inspiracion, todo se atasca.

En la media hora siguiente solo pude anadir, a mano, la palabra «mojada» y, despues de «totalmente a oscuras», agregue «y en la negrura las gotas de lluvia lanzaban destellos». No, asi no se trabaja en serio. El trabajo en serio lo hacen, por ejemplo, en Murashi, en la casa de creacion. Primero hay que meditar, que renunciar totalmente a toda vanidad y cortar seriamente todos los caminos de retirada. Debes saber que has pagado toda tu estancia y que no te devolveran ese dinero por ninguna razon. ?Y nada de inspiracion! Solo trabajo agotador, de esclavo, mecanico, cotidiano. Como una maquina. Como un caballo. Cinco paginas antes de la comida, dos paginas antes de la cena. O cuatro paginas antes de la comida, y entonces tres paginas antes de la cena. Nada de conac. Nada de conversaciones. Nada de citas. Nada de reuniones. Nada de llamadas telefonicas. Nada de fiestas ni escandalos. Siete paginas diarias, y tras la cena se puede ir a la sala de billar, conversar sin prisa con otros literatos mas o menos conocidos. Y si uno se mantiene firme, si no siente lastima de uno mismo, no lo quiera Dios, a tal punto que uno se dice: «Demonios, tengo derecho aunque sea una vez a la semana...», se regresa veintiseis dias despues a casa como un cazador afortunado, con manos y pies que no obedecen a causa del cansancio, pero alegre y con el zurron repleto... ?Pero yo ni siquiera he pensado que tendre en el zurron!

Exactamente a las ocho y treinta hubo una llamada telefonica, pero no se trataba de Lionia Jerbo. No supe quien llamaba. Alguien respiraba, el aparato oia atentamente mi voz irritada, «?Quien llama? ?Pulse la tecla!». Y despues colgaron.

Colgue con rabia, retire con desagrado la hoja de papel apenas comenzada, la meti en la carpeta detras de todas las demas y cubri la maquina. Amanecia, en el patio comenzaba otra tormenta de nieve, senti de nuevo un dolor agudo en el costado y me acoste. De todos modos, soy un tipo colerico. Hace un momento temblaba de excitacion, me parecia que no habia nada mas importante en el mundo que mi Carpeta Azul y que su destino estaba en los siglos por venir. Y ahora yacia alli, como una rana aplastada, y lo unico que necesitaba de la eternidad era la paz.

Me dolia el costado y un cansancio inusitado se apodero de mi, al igual que la autocompasion, y me puse a recordar, me entregue inerme a la memoria, como la gente se entrega al desmayo cuando no tiene ya fuerzas para resistir...

Ella vivia en el piso numero 19, ocupaba alli una habitacion, no se en calidad de que, estudiaba en el primer curso del Politecnico y tenia diecinueve anos. Se llamaba Katia, pero F. Sorokin no sabia cual era su apellido y nunca lo sabria. Al menos, en aquella vida.

F. Sorokin acababa de cumplir quince anos por aquel entonces, habia pasado a noveno grado y era un chaval alto y apuesto, aunque sus orejas eran bastante grandes y separadas de la cabeza. En las clases de educacion fisica era el tercero, tras Volodia Pravdiuk (caido en el cuarenta y tres) y Volodia Tsinger (que ahora ocupaba un alto cargo en la industria de la aviacion). Cuando conocio a Katia, ella tenia la misma estatura que el, y cuando los separo la que separa todas las uniones, Katia ya le llevaba media cabeza.

F. Sorokin se habia tropezado con ella varias veces antes de conocerla: en la escalera, en casa de Anastasia Andreievna, pero ella no despertaba en el nada varonil ni personal. En aquella epoca era un mocoso, un chaval tonto, ese tal F. Sorokin, tan alto y guapo. La distancia entre un escolar y una estudiante universitaria parecia inconcebible, los constantes susurros con Liusia Nevierovskaia (actualmente viuda de un almirante, jubilada y al parecer bisabuela), que no dieron resultado alguno, habian erigido una barricada insuperable entre su deseo y el resto de los pechos y pantorrillas del mundo, y en general, para vaciar adecuadamente los depositos seminales primero habia que aplastar las posiciones enemigas, aniquilar o capturar vivos a Hitler y a Mussolini (en aquel entonces, F. Sorokin no sabia nada del mariscal Tojo), y poner sus cabezas a los pies de ellas.

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