Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис (читаемые книги читать txt) 📗
«Que demonios», penso sintiendo que el frio se apoderaba de el, pues ya sabia de que se trataba. Lo habia recordado: cambios en la piel, sarpullidos, ampollas, en ocasiones ulceras supurantes... Por ahora no habia ulceras, pero comenzo a tener sudores frios, dejo caer los pantalones y se sento en la cama.
«No puede ser —penso—. Yo tambien. ?Sera posible que tambien yo...?» Acaricio cuidadosamente la piel llena de ampollas, cerro despues los ojos y, conteniendo la respiracion, se puso a escuchar atentamente los sonidos de su cuerpo. El corazon latia sonora y acompasadamente, la sangre zumbaba en sus oidos, le parecia que su cabeza era enorme y estaba vacia, no sentia dolor alguno, en su cerebro no habia aquella densa pesadez. «Tonto —penso y sonrio—. ?Que espero percibir? Debe de ser algo semejante a la muerte: un segundo antes eres un ser humano, transcurre un instante y ya eres Dios, pero no lo sabes, y nunca lo sabras, de la misma manera que un idiota no sabe que lo es, que una persona inteligente, si es autenticamente inteligente, no sabe que lo es... Seguramente todo ocurrio cuando dormia. Pero en todo caso, antes de que me durmiera, la esencia de los mohosos era algo absolutamente oscuro para mi, y ahora la veo con una claridad meridiana, y lo he logrado con pura logica, sin darme cuenta siquiera...»
Sonrio feliz, se echo a reir, se levanto y se acerco a la ventana haciendo crujir los musculos. «Es mi mundo», penso mientras miraba a traves del cristal cubierto de agua; el vidrio desaparecio, la ciudad congelada en el horror se ahogo alla abajo, junto con el enorme pais anegado, y despues todo se unio y se alejo flotando, y quedo solamente una pequena esfera azul con una larga cola azul, y vio la enorme lenteja de la Galaxia, colgando de lado, muerta en el abismo titilante, los jirones de materia fosforescente, torcidos por los campos de fuerza, y las simas sin fondo en los lugares donde no habia luz, estiro la mano y la introdujo en un nucleo blanco, esponjoso, sintio un leve calor y cuando apreto el puno, la materia escapo entre sus dedos como espuma de jabon. Rio de nuevo, dio un golpecito en la nariz a su imagen en el vidrio y acaricio con ternura las ampollas de su piel hinchada.
—?Por semejante motivo hay que beber! —dijo en voz alta.
En la botella quedaba todavia un poco de ginebra, el pobre Golem no se lo habia bebido todo, pobre y viejo falso profeta... Y no era un falso profeta porque sus profecias no fueran correctas, sino porque no era mas que una marioneta parlante.
«Siempre te querre, Golem —penso Viktor—, eres una buena persona, un tipo inteligente, pero solamente eres una persona...» Vertio los restos en el vaso, bebio el licor con un gesto habitual y, sin tiempo para tragarlo, corrio al bano. Sintio nauseas. «Diablos —penso—, que porqueria.» Vio en el espejo su rostro, arrugado, algo hinchado, con ojos extranamente negros y grandes. «Esto es todo —penso—, es todo. Viktor Banev, borracho y fantasma. No beberas mas, no cantaras a gritos y no te burlaras a carcajadas de las tonterias, no contaras chistes idiotas con lengua estropajosa, no pelearas, no te enfureceras ni haras el gamberro, no asustaras a los transeuntes, no reniras con la policia, no discutiras con el senor Presidente, no te dejaras caer por los bares nocturnos con tu grupo chillon de jovenes seguidores...» Volvio a la cama. No deseaba fumar. No deseaba nada, todo le daba nauseas y se entristecio. El sentimiento de perdida, que primero habia sido leve, apenas perceptible, como el contacto con una telarana, crecia. Entre el y aquel mundo que tanto amaba crecian lugubres filas de alambre espino. «Todo tiene su precio —penso—, y mientras mas recibes, mas tienes que pagar, por la vida nueva hay que pagar con la vida vieja...» Se rasco los brazos con ferocidad, arrancandose la piel sin darse cuenta.
Diana entro sin llamar antes a la puerta, se quito el impermeable y se detuvo delante de el, sonriente, cautivadora. Levanto los brazos para arreglarse el cabello.
—?Estoy helada! ?Me dejas calentarme?
—Si —respondio el, sin entender bien que decia.
Ella apago la luz y ahora Viktor dejo de verla, solamente oia la llave que giraba en la cerradura, el sonido de los broches al soltarse, el susurro de la ropa y el golpe de los zapatos al caer al suelo. Despues, ella estaba a su lado, calida, suave, perfumada, y el seguia pensando que todo habia terminado, la lluvia eterna, las casas lugubres con techos agujereados, la gente extrana y desconocida, vestida de ropa negra empapada, con vendas empapadas sobre el rostro... Ellos se quitaban las vendas, se quitaban los guantes, se quitaban los rostros y los guardaban en armarios especiales, sus manos estaban cubiertas de ulceras supurantes: angustia, terror, soledad... Diana se pego a el, que la abrazo con un gesto maquinal. Ella seguia siendo la de antes, pero el ya no lo era, ya no podia serlo, porque ahora no necesitaba nada.
—?Que te pasa, pequeno mio? —pregunto Diana, carinosa—. ?Bebiste demasiado?
Viktor le retiro la mano de su mejilla. Sintio que el terror se apoderaba de el.
—Espera —dijo—. Espera un momento.
Se levanto, palpo la pared hasta encontrar el interruptor, encendio la luz y permanecio de espaldas a ella durante varios segundos, sin atreverse a volverse, pero finalmente lo hizo. Ella estaba bellisima. Seguramente estaba mas bella que en cualquier otra ocasion, siempre estaba mas bella que nunca, pero esta vez parecia salida de un cuadro. Sintio orgullo por el ser humano, admiracion por la perfeccion humana, pero nada mas. Ella lo miro, con las cejas enarcadas por el asombro, despues se asusto al parecer porque de repente se sento y Viktor vio que sus labios se movian. Decia algo, pero el no la oia.
—Espera —repitio—. No puede ser. Espera.
Se vistio con prisa, febrilmente, repitiendo todo el tiempo: «espera, espera». Pero ya no pensaba en ella, no se trataba solamente de ella. Salio al pasillo, quiso entrar a la habitacion de Golem, pero le costo comprender que la puerta estaba cerrada, penso un momento adonde ir y a continuacion echo a correr escaleras abajo, al restaurante.
«No quiero —repetia—, no quiero, yo no he pedido esto.»
Gracias a Dios, Golem estaba en el lugar habitual. Sentado, con los brazos detras del respaldo de la silla, miraba a traves de la copa con conac. Y el doctor R. Kvadriga estaba rojo y agresivo.
—Son los mohosos —grito el doctor al ver a Viktor—. Canallas. Largate.
Viktor se dejo caer en su silla y Golem, sin decir palabra, le sirvio conac.
—?Golem! ?Ay, Golem, me he contagiado!
—?Nos lo han inoculado! —proclamo R. Kvadriga—. ?A mi tambien!
—Tomese el conac, Viktor. No tiene que asustarse de esa manera.
—Vayase usted al diablo —dijo Viktor aterrorizado, clavandole la mirada—. Tengo la enfermedad de los gafudos. ?Que debo hacer?
—Bien, bien —respondio Golem—. De cualquier manera, beba. —Levanto un dedo y le grito al camarero—: ?Soda! Y un poco mas de conac.
—Golem —dijo Viktor, desesperado—, usted no lo entiende. No es posible. ?Le digo que me he contagiado! ?Estoy enfermo! Eso no es justo... Yo no queria... Usted dijo que no era contagioso...