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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗

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Por el momento lo que mas le inquietaba era Yasmina . La elefantita albina, que habia berreado de miedo al comienzo de la tormenta, al ser arrojada hacia adelante y hacia atras, a la derecha y a la izquierda, finalmente renuncio a mantenerse en pie. Estaba tendida sobre el costado en medio de una salmuera nauseabunda, con los parpados caidos sobre sus dulces ojos azules, y un debil gemido se escapaba de sus labios. Taor bajo varias veces para estar junto a ella, pero tuvo que renunciar a sus visitas despues de que un sobresalto del navio le hiciera rodar por entre las deyecciones que emporcaban el suelo, y estuvo a punto de que le aplastase la masa de su amiga. Sin embargo, esta primera prueba no le hizo lamentar haber emprendido el viaje, porque, al alejarse de Mangalore en el espacio y en el tiempo, empezaba a medir la insignificancia de la vida a la que su madre le habia confinado entre sus azufaifos y sus alfoncigos. Pero sentia remordimientos respecto a Yasmina , tan visiblemente inerme ante las pruebas de un largo viaje.

Por el contrario, Siri Akbar parecia transfigurado por la tempestad. El, que hasta entonces se habia encerrado en una reserva grunona, ahora parecia volver a la vida. Daba ordenes y distribuia tareas con una sangre fria que no era incompatible con una especie de exaltacion jubilosa. Taor comprobaba que su companero y primer esclavo, que en el palacio se desvivia para medrar por medio de tortuosas intrigas, aparecia engrandecido y como purificado por el asalto de los elementos de la naturaleza, porque nada mas cierto que siempre somos mas o menos el reflejo de nuestras empresas y de nuestros tropiezos. Al descubrir su rostro por un breve instante a la luz de un relampago, Taor quedo sorprendido por su extrana hermosura hecha de valor, de lucidez y de ardor juvenil.

La tempestad ceso tan rapidamente como habia estallado, pero se necesitaron nada menos que dos dias de navegacion circular para volver a encontrar tres navios. Se trataba del Bohdi, del Jina y del Asura. El cuarto, el Vahana, no aparecio, y hubo que decidirse a continuar la ruta del oeste considerandolo perdido, al menos provisionalmente.

Debian de estar a menos de una semana de la isla de Dioscorides que anuncia el golfo de Aden, cuando los hombres del Bohdi, por medio de las plumas, hicieron las senales convenidas para pedir socorro. Taor y Siri se trasladaron rapidamente a aquel barco. ?Le habian picado unos insectos, se habia intoxicado con alimentos en malas condiciones, o sencillamente no podia soportar el balanceo y las cabezadas de su prision? El viejo elefante parecia sufrir una locura agresiva. Se agitaba freneticamente, atacaba con furia a cualquiera que se arriesgase a bajar a la cala, y cuando estaba solo embestia contra los costados de la embarcacion. La situacion se iba haciendo peligrosa, porque el peso, la fuerza y los temibles colmillos del animal podian hacer temer que causase graves danos en el navio. Atarlo o darle muerte parecian empresas en las que no cabia pensar, y como ya no comia nada tampoco podian narcotizarlo o envenenarlo. De todas formas, eso proporcionaba una remota esperanza, ya que sin duda acabaria por agotar sus fuerzas. ?Pero resistiria el navio hasta entonces? Aun corriendo el riesgo de que Yasmina se asustase por el ruido que hacia el viejo macho, decidieron que el Bohdi siguiera navegando cerca de la nave almirante.

Al dia siguiente, el elefante, que se habia herido con un herraje de la cala, empezo a perder sangre en abundancia. Dos dias despues murio.

– Hay que darse mucha prisa en despedazar esta carrona y arrojar los pedazos por la borda, pues nos acercamos a tierra y corremos el riesgo de tener visitantes indeseables -dijo Siri.

– ?Que visitantes? -pregunto Taor.

Siri escrutaba las profundidades del ciclo azul. Levanto la mano hacia una minuscula cruz negra suspendida, inmovil, a una altura infinita.

– ?Aqui estan! -dijo-. Mucho me temo que todos nuestros esfuerzos sean en vano.

En efecto, dos horas despues un primer quebrantahuesos se posaba sobre el mastelero de gavia, y giraba en todas direcciones su cabeza blanca con perilla negra. Pronto se le unieron una docena de semejantes suyos. Despues de haber observado largamente los lugares, los hombres atareados y el cadaver despanzurrado del elefante, se dejaron caer velozmente hasta el fondo de la cala. Los marineros que temian a esas aves sagradas pidieron que se les permitiera refugiarse en e! Yasmina… El Bohdi fue abandonado a su suerte. Cuando el Yasmina lo perdio de vista, millares de quebrantahuesos se agolpaban en los palos, en las vergas, en las cubiertas, y un torbellino de vuelos llenaba la cala.

El Yasmina, el Jina y el Asura entraron en el estrecho de Bab-el-Mandeb -La Puerta del Llanto- que comunica el mar Rojo con el oceano indico, cuarenta y cinco dias despues de haber salido de Mangalore. La navegacion habia sido considerablemente rapida, pero de los cinco barcos dos se habian perdido. Ahora habia que prever treinta dias para remontar el mar Rojo hasta el puerto de Elat. Decidieron descansar en la isla de Dioscorides, que vela lo mismo que un centinela a la entrada del estrecho, para hacer una escala que tanto necesitaban los hombres, los animales y los navios.

Era la primera tierra extranjera que pisaba Taor. Sentia como una embriaguez ligera y feliz trepando por las desnudas pendientes, sembradas de retama y de cardos, del monte Hadjar, seguido por los tres elefantes, que brincaban alegremente tras de el para desentumecer las piernas. Todo parecia nuevo a los viajeros, aquel calor seco y tonico, aquella vegetacion espinosa y perfumada -mirtos, lentiscos, acantos, hisopos-, y hasta los rebanos de cabras de largo pelo, que huian en desorden al ver a los elefantes. Pero mucho mayor aun era el pavor de los pobres beduinos de la isla al ver desembarcar a aquellos senores acompanados de monstruos desconocidos. Pasaron ante tiendas hermeticamente cerradas, en las que hasta los perros se habian refugiado, en una aldea aparentemente desierta, aunque estaba claro que cientos de ojos les observaban por las rendijas de la tela, las puertas y los postigos. Se acercaban ya a la cumbre de la montana, barrida por una brisa tan fresca que tiritaban a pesar del esfuerzo de la ascension, cuando les detuvo un hermoso nino vestido de negro que se habia apostado intrepidamente en medio del camino.

– Mi padre, el rabi Rizza, os espera -se limito a decir.

Y dando media vuelta se constituyo en guia de la columna. En un circo rocoso esmaltado de asfodelos las tiendas bajas de los nomadas formaban un solo caparazon violeta y abollado que el viento, al precipitarse en su interior, levantaba de vez en cuando como un pecho al respirar.

El rabi Rizza, vestido de velos azules y calzado con sandalias de correas, acogio a los viajeros cerca de una hoguera de eucalipto. Tras los saludos, se acuclillaron en torno al fuego. Taor sabia que estaba ante un jefe, un senor, es decir, ante un igual. Pero al mismo tiempo no acertaba a comprender tanta pobreza. Porque para el, miseria y esclavitud, riqueza y aristocracia, formaban una sola idea, y se esforzaba trabajosamente por distinguirlas. Rizza se guardo mucho de hacer preguntas acerca del origen y del destino de sus huespedes. Las frases que intercambiaron se limitaron a buenos deseos y a palabras de cortesia. La sorpresa de Taor fue mayuscula cuando vio que un nino llevaba a Rizza un cuenco de grosera harina de trigo, con un caneco de agua y un tarrito de sal. El jefe amaso con sus propias manos una pasta, y sobre una piedra plana dio a aquella especie de hogaza la forma de una torta redonda y bastante gruesa. Hizo un pequeno hoyo en la arena, y con una pala arrojo alli cenizas y brasas de la hoguera, poniendo encima la torta. Luego la recubrio con un monton de ramaje al que prendio fuego. Cuando se apago la primera llamarada, dio la vuelta a la torta y volvio a cubrirla con ramas. Por fin la retiro del hoyo y la limpio con retama para quitarle la ceniza que la manchaba. A continuacion la partio en tres pedazos y ofrecio una parte a Taor y otra a Siri.

Acostumbrado a los fastos de una refinada cocina, en la que trabajaba una multitud de cocineros y marmitones, el principe de Mangalore, sentado en el suelo, comio un pan ardiente y gris, con granos de arena que crujian entre los dientes.

Un te verde con menta saturado de azucar, que vertieron desde muy arriba en tazas minusculas, le devolvio a costumbres mas familiares. Pero despues de un prolongado silencio Rizza empezo a hablar. La vaga sonrisa que acompanaba sus palabras y las cosas sencillas e inmediatas a las que aludia -el viaje, la comida, la bebida- podian hacer creer que reanudaba el hilo de las trivialidades que les habian ocupado hasta entonces. Pero Taor no tardo en comprender que se trataba de algo muy distinto. El rabi contaba una historia, una fabula, un apologo que Taor entendia a medias, como si distinguiese mal, en su glauco espesor, una ensenanza que se aplicaba de un modo muy preciso a su caso, aunque el narrador lo ignorase casi todo de el.

– Nuestros antepasados, los primeros beduinos -comenzo-, no eran nomadas como lo somos hoy en dia. ?Como iban a serlo? ?Como iban a abandonar el suntuoso y suculento vergel en el que Dios les habia puesto? No tenian mas que alargar la mano para coger los frutos mas sabrosos que hacian doblegar las ramas de arboles de una variedad infinita. Porque en ese vergel sin fin no habia dos arboles identicos que diesen frutos semejantes.

»Tal vez me diras: aun hay en ciertas ciudades u oasis jardines de delicias como este del que te hablo. ?Por que en vez de conquistarlos e instalarnos alli preferimos correr sin cesar por el desierto detras de nuestros rebanos? Si, ?por que? Es la inmensa pregunta cuya respuesta contiene toda la sabiduria. Y esta respuesta es la siguiente: los frutos de estos jardines de ahora no se parecen en nada a aquellos de los que se alimentaban nuestros antepasados. Estos frutos de ahora son oscuros y pesados. Los de los primeros beduinos eran luminosos y sin peso. ?Que significa eso? Nos es muy dificil imaginar lo que pudo ser la vida de nuestros antepasados, porque hemos decaido y degenerado. Piensa que hemos llegado a admitir como obvio ese horrible proverbio: "Barriga hambrienta no tiene orejas". Pues bien, en los tiempos de que hablo, barriga hambrienta de comida y orejas hambrientas de saber eran una misma cosa, porque los mismos frutos satisfacian a la vez esas dos clases de hambre. En efecto, esos frutos no solo eran diferentes por la forma, el color y el sabor. Se distinguian tambien por la ciencia que otorgaban. Algunos aportaban el conocimiento de las plantas y los animales, otros el de las matematicas, habia el fruto de la geografia, el de las artes musicales, el de la arquitectura, la danza, la astronomia, y muchos mas. Y con tales conocimientos daban a quienes los comian las virtudes correspondientes, el valor a los navegantes, la habilidad a los barberos-cirujanos, la honradez a los historiadores, la fe a los teologos, la solicitud a los medicos, la paciencia a los pedagogos. En aquellos tiempos el hombre participaba de la simplicidad divina. El cuerpo y el alma estaban fundidos en un unico bloque. La boca servia de templo viviente -tapizado de purpura, con su doble semicirculo de escabeles de esmalte, sus fuentes de saliva y sus chimeneas nasales- a la palabra que alimenta y al alimento que ensena, a la verdad que se come y se bebe, y a los frutos que se funden en ideas, preceptos y evidencias…

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