La batalla - Rambaud Patrick (читать книги онлайн .TXT) 📗
– ?Sois austriaco?
– Aleman.
– ?Que queriais hacer con este cuchillo?
– Matar a Napoleon.
– ?Os dais cuenta de la enormidad de vuestra confesion?
– Escucho la voz de Dios.
– ?Como os llamais?
– Friedrich Staps.
– ?Estais muy palido!
– Porque mi mision ha fracasado.
– ?Por que queriais matar a Su Majestad?
– Solo puedo decirselo a el.
Informado de esta peripecia, el emperador consintio en recibir a Staps. Su juventud le causo asombro, y se echo a reir.
– ?Pero si es un chiquillo!
– Tiene diecisiete anos, Sire-dijo el general Rapp.
– ?Pues parece tener doce! ?Habla frances?
– Un poco -respondio el muchacho.
– Vos traducireis, Rapp. (A Staps.) ?Por que queriais apunalarme?
– Porque sois el causante de la desgracia de mi pais.
– ?Acaso vuestro padre ha muerto en la batalla?
– No.
– ?Os he perjudicado personalmente?
– Como a todos los alemanes.
– ?Sois un iluminado!
– Mi salud es perfecta.
– ?Quien os ha adoctrinado?
– Nadie.
Berthier dijo el emperador, volviendose hacia el mayor general-, que venga el bueno de Corvisart…
Llego el medico, le pusieron al corriente de la situacion, observo al joven, le tomo el pulso y dijo:
– No sufre una agitacion intempestiva, el corazon late a su ritmo normal, vuestro asesino goza de buena salud…
– ?Ya veis! -exclamo Staps en un tono de triunfo.
– Senor -dijo el emperador-, si me pedis perdon, podreis marcharos. Todo esto no es mas que un juego infantil.
– No voy a excusarme.
– Inferno! Ibais a cometer un crimen.
– Mataron no es un crimen sino una buena accion.
– Si os perdono, ?volvereis a vuestra casa?
– Lo intentare de nuevo.
Napoleon daba golpecitos con la bota en el entarimado. El interrogatorio empezaba a enojarle. Bajo los ojos para no seguir viendo al joven Staps y, cambiando de tono, dijo en voz seca a los testigos de la escena:
– ?Que se lleven a este cretino con cara de angel!
Esto equivalia a una condena a muerte. Friedrich Staps se dejo atar. Los gendarmes le empujaron hacia una puerta mientras el emperador salia por otra.
La vida seguia en Viena igual o casi igual que antes de la batalla. Daru habia recibido autorizacion para requisar varios palacios a fin de establecer en ellos hospitales en condiciones. Los heridos habian sido evacuados de la isla, y descansaban entre sabanas blancas, con una rama en la mano para abanicarse y espantar las moscas. Se habia puesto tarifa a las heridas: cuarenta francos por dos miembros cortados, veinte francos por un miembro y diez por las demas heridas si provocaban alguna disminucion fisica. El tesorero Peyrusse gratifico con este donativo, segun su calculo personal, a diez mil setecientos heridos.
Como al doctor Percy le faltaba personal, a pesar de sus continuas quejas, y el numero de heridos requeria cuadrillas de enfermeros, ayudantes, cantineros, lavanderas, planchadores, el general Molitor le habia dado permiso para conservar al tirador Paradis a su servicio:
– Este hombre no es adecuado para el combate -habia aducido el medico-, lo que ha sufrido le ha danado un poco, pero tiene dos brazos, dos piernas, es robusto y le necesito. Me sera mas util que a vos.
Asi pues, Molitor habia firmado el cambio de destino sin refunfunar. Por otro lado, esperaba la llegada de reclutas para cubrir las vacantes de su division. Y de esta manera, cierta vez que acarreaba un cubo de agua sucia, Paradis vio por primera vez a su emperador tan cerca que hubiera podido tocarlo: visitaba el hotel del Principe Alberto, convertido en hospital, para condecorar a los valientes lisiados sin piernas que lloraban de emocion.
Como no habia sido posible llevar a Viena a los heridos mas graves, los habitantes de Ebersdorf, delante de la isla Lobau, los albergaban. Al mariscal le habian amputado ambas piernas. Se alojaba en casa de un cervecero, en el primer piso, en una habitacion encima de la cuadra. Durante cuatro dias creyeron que iba a restablecerse, hablaba de protesis, sonaba con el porvenir, imaginaba el modo de dirigir un ejercito cuando uno carece de piernas, en un tonel, decia, como el almirante Nelson. El calor era extremo y llego a los treinta grados. Las heridas se infectaban, la habitacion apestaba. Un criado abandono al mariscal a causa de los miasmas que no podia soportar, el otro cayo enfermo y Marbot, el fiel Marbot, se quedo solo a la cabecera de su mariscal. Se olvidaba de cuidarse la pierna, la cual se hinchaba e inflamaba. Velaba noche y dia, recogia confidencias y esperanzas, ayudaba lo mejor que podia a los doctores Yvan y Franck, este ultimo un cirujano de la corte austriaca que se habia puesto a disposicion de sus colegas franceses. Pero todo era inutil. El mariscal Lannes divagaba, ya no dormia, creia de veras que estaba en la llanura de Marchfeld, daba ordenes imaginarias, veia avanzar batallones en la niebla, oia los canonazos. No tardo en dejar de reconocer a quienes le rodeaban, confundia a Marbot con su amigo Pouzet, a quien habian enterrado. Napoleon y Berthier le visitaban a diario, tapandose la boca con un panuelo para no respirar aquel espantoso olor de carne en descomposicion. El emperador habia renunciado a hablar. Lannes le miraba como si fuese un desconocido. En toda una semana no pronuncio mas que una sola frase lucida ante Napoleon:
– Nunca seras mas poderoso de lo que eres, pero podrias ser mas querido…
Los vieneses no pueden estar demasiado tiempo sin musica. Una semana despues de la batalla, el Teatro de Viena estaba lleno a rebosar. Los oficiales franceses ocupaban las cuatro hileras de palcos, a menudo acompanados de hermosas austriacas con vestidos de volantes, muy escotados, que agitaban ante sus gargantas desnudas y redondeadas abanicos de plumas. Aquella noche representaban el Don Juan de Moliere modificado para la opera. Sganarelle salia a escena cantando y los decorados cambiaban a la vista. Los arboles del jardin, que parecian autenticos, giraban para transformarse en columnas de marmol rosa, un matorral revelaba al girar unas cariatides, la hierba se enrollaba para convertirse en una alfombra oriental, el cielo se decoloraba, monumentales aranas de luces pendian de las cimbras, las paredes se deslizaban, una escalera se desplegaba. Una multitud de coristas vestidas con dominos invadia el inmenso escenario para representar un baile de mascaras, y dona Elvira cantaba la invitacion que habia recibido de don Juan. Los espectadores participaban, llevaban el compas, se levantaban, lanzaban vivas, ovacionaban, exigian que se cantara de nuevo un aria que les habia complacido. A Henri Beyle y LouisFrancois Lejeune, este ultimo con uniforme de gala, les gustaba aquel espectaculo tan vienes. Mientras hacia una cura de aguas en Baden, el coronel no habia olvidado a Anna, pero su rencor era menos vivo, y unas jovenes rubias habian logrado distraerle. En el palco, los dos amigos intercambiaban rapidos comentarios sobre los cantos y los decorados. Madame Campi, quien interpretaba a la hija del comendador, les parecia demasiado delgada y muy fea, pero su voz les encantaba.
– Dame el anteojo -pidio Henri a su amigo.
Lejeune le presto el anteojo de larga vista que habia utilizado en Essling para estudiar los movimientos de la artilleria austriaca. Henri aplico el ojo y tendio el instrumento al coronel.
– Mira, es la tercera corista empezando por la izquierda.
– Es mona -comento Lejeune mientras miraba-. Tienes gusto.
– Decir de Valentine que es mona quiza no sea el termino preciso. Bonita, si, chispeante, tambien, juguetona, a menudo divertida.
– ?Me la presentaras?
– Por supuesto, Louis-Francois. La veremos entre bastidores. Henri no se atrevio a precisar que Valentine era charlatana como una cotorra, pesada y excesiva, pero a pesar de todos sus defectos, ?no era la clase de mujer que le convenia a LouisFrancois? Era todo lo contrario de Anna Krauss, le aturdia a uno. El Don Juan proseguia alejandose de Moliere. En el ultimo acto, cuando la estatua del comendador se sumia bajo tierra, una nube de demonios cornudos atrapaba a Don Juan. En el escenario el Vesubio entraba en erupcion y unos rios de lava bien imitada fluian hasta el proscenio. Los demonios, riendose sarcasticamente, hacian desaparecer al gentilhombre por el crater, y caia el telon. Henri llevo a Lejeune hacia los camerinos, y en los pasillos se cruzaron con actrices semivestidas que se extasiaban bajo los cumplidos de sus admiradores.
– Parece como si estuvieramos en el salon de descanso del Teatro de Variedades -comento el coronel, sonriendo por fin.
Y, en efecto, tanto alli como en Paris uno se codeaba con dramaturgos, ninfas, periodistas que criticaban o estaban de chachara. Henri conocia el camino. Valentine compartia su came rino con otras coristas que se estaban quitando el maquillaje. Vestia tan solo una tunica y el beso en la mano que le dio LouisFrancois la dejo embelesada.
– Te llevamos a cenar al Prater -le dijo Henri.
– ?Buena idea! -replico ella con los ojos fijos en el oficial, a quien pregunto en un tono bromista-: Asi pues, ?habeis estado en esa horrible batalla?
– Si, senorita.
– ?Me la contareis? ?Desde las murallas no se veia nada!
– De acuerdo, si aceptais posar para mi.
– Louis-Francois es un pintor excelente -explico Henri ante la sorpresa de Valentine.
Ella parpadeo.
– Pintor y militar -anadio Lejeune. -?Admirable! Posare para vos, general.
– Coronel.
– ?Vuestro uniforme es de general, por lo menos!
– Es el quien lo ha disenado -preciso Henri.
– ?Me disenareis vestidos para la escena?
Aguardaron en el exterior a que Valentine se cambiara. Un grupo discutia a su lado, y les llegaban retazos de conversacion.
– ?Un iluminado, os lo juro! -decia un senor, gordo con levita negra.
– ?Pero era tan joven! -decia una cantante con voz tremula.
– Sea como fuere, ha intentado asesinar al emperador.
– ?Lo ha intentado, es cierto, pero no lo ha hecho!
– La intencion basta.
– ?De todos modos, fusilarlo por una tentativa tan loca.
– Su Majestad queria salvarle.
– ?Vamos, hombre!
– Si, si, me lo ha dicho el general Rapp, que estaba presente. El muchacho se mostro testarudo, insulto al emperador, y despues de eso, ?como queriais que le perdonara?