Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис (читаемые книги читать txt) 📗
?Jesus, Maria y Jose! ?Que aquel maldito Kostia Kudinov se marchara a algun lugar sin retorno! ?Que se largara con sus gestos misteriosos, sus insinuaciones y sus palabras a medias! Pero tras un minuto de guinos, gestos y sacudidas de mi mano, se aclaro que se trataba de algo muy diferente.
A principios de diciembre, un conocido mio, redactor del Playboy Moscovita,me entrego un manuscrito de Babajin, el presidente de nuestra comision de vivienda, para que le hiciera una resena. Me dio el manuscrito y me dijo: «Dale duro en los morros, sin miedo, es una resena interna y nuestro redactor jefe esta a punto de tener un infarto a causa de ese Babajin». La novela era verdaderamente monstruosa, y le di lo mas duro posible. En la jeta. Con placer. Y dias antes de Ano Nuevo, a Babajin lo destituyeron de su puesto de presidente con un sonado escandalo.
Por supuesto, no se trataba de que escribiera novelas capaces de causarle un infarto a un hombre tan templado como el redactor jefe del Playboy Moscovita.No, lo echaron por «comer el pan de la ilegalidad y beber el licor de la apropiacion ilicita». Y ahora este idiota, el poeta Kostia Kudinov, cree que yo lo habia previsto y me habia arriesgado a lanzarme contra Babajin a principios de diciembre, cuando aun no se sabia como podia resultar todo...
Y, lo que es peor, el idiota de Kostia Kudinov consideraba que mi resena habia sido un acto irracional aunque heroico, ya que consideraba, y en eso no carecia de fundamento, que los Babajin no morian, que siempre regresaban y nunca olvidaban nada.
?A quien le gusta, en nuestros dias, caer bajo la sospecha de que comete actos heroicos irracionales? Pero le estaba tan agradecido a Kostia por haber olvidado, al parecer, todas mis aventuras con el elixir de la vida que me limite a palmearle el hombro con condescendencia y darle a entender que todo aquello era una insignificancia y que con mis relaciones no temia a ningun Babajin. Segui bajando las escaleras sin prisa, con cierto aire de magnificencia, y lo deje alli pensando que ventajas podria obtener el por conocer tan bien a una persona tan importante.
Pero de todos modos la chaqueta reversible a cuadros aparecio de nuevo, aunque de forma algo inesperada.
Tras salir de la estacion de metro Kropotkinskaia, vi junto al quiosco de tabaco uno de los mas grandes logros del siglo XX, la furgoneta rojo y gualda de los servicios medicos de urgencia. Sus puertas traseras estaban abiertas de par en par y dos milicianos introducian en su interior la chaqueta reversible a cuadros. La chaqueta se resistia, dando patadas, o quiza no se resistia sino buscaba donde apoyarse. No le vi el rostro. En general, no vi nada mas, a no ser las gafas. La montura metalica de las gafas, que llevaba agarradas diligentemente entre dos dedos un tercer miliciano, que paso por delante de mi y desaparecio tras la furgoneta. A continuacion, las puertas se cerraron, el vehiculo expulso de sus entranas un metro cubico de hedores asquerosos y se alejo lentamente. En eso consistio toda la aventura, no habia a quien preguntar lo ocurrido alli, porque habian quedado atras los tiempos en que la gente se congregaba ante incidentes de ese tipo. Y yo segui mi camino.
Como habia planeado, entre en el club a las tres menos cuarto. Esta vez la que se encontraba de guardia en la entrada no era la cegata de Maria Trofimovna, sino una jubilada todavia joven, que llevaba casi un ano trabajando alli y ya conocia a todo el mundo, o en todo caso a mi. Nos saludamos con una reverencia, le adverti que esperaba a una dama, me quite el abrigo y subi a la comision de ingreso. Zinaida Filippovna, de rostro blanco y cabellos negros, estaba como siempre muy atareada y muy preocupada. Me indico un armario donde habia tres baldas ocupadas por las obras de los pretendientes, agrupadas en montoncitos independientes. ?Que cosa, eran apenas ocho y ya habian escrito tantas obras!
—Se las he escogido, Felix Alexandrovich —pronuncio Zinaida Filippovna, mientras me sonreia distraida—. ?No es verdad que usted prefiere los temas patriotico-militares? Es el monton del extremo. Un tal Jalabuiev. Ya se lo he anotado.
El aspecto del monton de revistas que reunia el espiritu y el pensamiento del desconocido Jalabuiev era triste y lastimero. Tres escualidos numeros de la revista Alferez,de los que salian las colitas de marcadores de papel, y un tomito solitario de la editorial Siberia Norte, una novela corta titulada ?Preservamos el cielo!
«Y quien sera ese que te ha recomendado, Jalabuiev —pense—. ?Quien es ese que se ha precipitado a entregarte a las fieras, para que fueras devorado con tus tres cuentos y tu novela corta? Y ni siquiera se trata de una novela, mas bien sera un reportaje novelado sobre la vida de los pilotos o las tropas de misiles antiaereos. Pobre Jalabuiev, nuestros guardias imperiales te masticaran con un diente, a no ser que cuentes por adelantado con su benevolencia. Pero incluso asi, Jalabuiev, nuestros especialistas en historia de la literatura cortesana francesa del siglo dieciocho necesitaran solo medio diente para devorarte. Pero si tu, Jalabuiev, has tenido el tino de conseguir tambien la benevolencia de estos, entonces llegaras muy lejos, y es posible que dentro de cinco anos todos estemos haciendo cola ante tu puerta, rogandote que nos permitas alquilar una dacha en los alrededores de Moscu...»
Con un suspiro meti a Jalabuiev bajo el sobaco, me despedi cortesmente de Zinaida Filippovna y fui directamente al restaurante.
Y resulto que, aunque no habia mucha gente alli por tratarse de la comida, solamente quedaba una mesa comoda, y cuando me sente, quedo a mi derecha Vitia Koshelkov, uno de nuestros mas famosos humoristas, autor de innumerables piezas cortas, que llevaba un lacito, bebia una taza de cafe y leia el diario Morning Star,aislandose de todos.
Tras la mesa de la izquierda susurraban, sin dejar de masticar, dos damas de edad indefinida, con un aspecto muy apetitoso, para sobar o morder, segun la clasificacion de Zhora Naumov.
En la mesa que quedaba frente a mi, Apollen Apollonovich Vladimirski agasajaba a alguna de sus nietas (o quiza biznietas) con una buena comida, regada con cava. Me miro y nos saludamos.
Seguia siendo igual al que yo habia conocido un cuarto de siglo antes. Una cabeza pequena, totalmente calva, como un globo, que reposaba sobre un cuello de iguana, largo y arrugado; enormes ojos negros donde solo habia pupilas, nada de blanco; una boca blanducha, y unas mandibulas artificiales, que chocaban constantemente como castanuelas y parecian llevar una vida independiente. Sus movimientos eran fluidos, como los de un director de orquesta, y su voz era aguda y molesta, como corresponde a una persona que no tiene en cuenta la opinion de quienes lo rodean. Ademas, estaba su trajecito anticuado, de principios de siglo, con mangas algo cortas, de las que sobresalian punos de una blancura rutilante. Me parecia un enviado de un pasado increiblemente lejano: era imposible imaginar que las canciones picaras, energicas, alentadoras que cantaban y cantan aun en fiestas estudiantiles y manifestaciones desde los tiempos de la colectivizacion fueron compuestas con los versos de aquella reliquia...
Estaba alli sentado, mirando con un ojo un cuento de Jalabuiev, y con el otro a la puerta, por donde ya era hora de que apareciera Rita. Apollen Apollonovich contemplaba paternalmente como su jovencisima parienta devoraba una hamburguesa, y a cada momento, con un gesto elegante, hacia retroceder dentro de la manga el puno desobediente. Mientras tanto, y con el acompanamiento de las mandibulas castanuelas, narraba otro capitulo de sus memorias orales.