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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗

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Me sacaron de mi sueno unos vagidos infantiles. Al menos eso fue lo que crei al principio. Se oia resonar una voz pueril y quejumbrosa. ?De donde salia? Parecia salir de lo alto, tal vez del cielo, o, mejor dicho, de la pequena cabeza tocada con el nemes de Memnon. A veces tambien era como un canto, porque tenia acentos de ternura, trinos, un gorjeo de voluptuosidad infantil. Como las risitas de un nino de pecho recibiendo las caricias de su mama.

Me levante. A la livida luz de la aurora, el desierto y las tumbas parecian aun mas desoladas que en el crepusculo. No obstante, por el este, al otro lado del Nilo, un desgarron purpureo heria el cielo, y un reflejo anaranjado caia sobre el pecho de piedra de mi coloso. Entonces me acorde de una leyenda que me habian contado, pero tan extravagante que llegue a olvidarla. Memnon era hijo de la Aurora y de Titon, rey de Egipto, quien le envio para socorrer la sitiada ciudad de Troya. Alli murio a manos de Aquiles. Desde entonces, todas las mananas, Aurora cubre con lagrimas de rocio y de rayos afectuosos la estatua de su hijo, y el coloso adquiere vida y canta dulcemente bajo las calidas caricias de su madre. A tan emocionante reencuentro estaba asistiendo yo, y senti que me invadia una extrana exaltacion.

Por segunda vez descubria que la grandeza es el unico remedio verdadero para el amor desgraciado. El dolor encuentra el colmo de su pesar en las penas vulgares, los golpes bajos, las mezquindades acumuladas, las insidias. Primero fue el cometa -avatar celeste de Biltina- lo que me arranco de la languidez de mis aposentos para lanzarme por los caminos del desierto. Y aquella manana veia el dolor de una madre elevada a una altura sublime, oia las expansiones filiales del sol levante y del coloso de piedra con voz de nino. ?Y yo era rey! ?Como no iba a comprender tan exaltante leccion? Me sonroje de colera y de verguenza al pensar en la abyeccion en que habia caido para torturarme a proposito del vomito de una esclava, preguntandome con desesperacion si la causa habia sido la pierna de antilope, la cola de cordero o mi negritud. A mis hombres les costo reconocer a su soberano, abrumado de pesadumbre la vispera, cuando les ordene energicamente que la caravana volviese a ponerse en marcha, para proseguir hacia el noreste, en direccion al mar Rojo.

Desde Tebas, necesitamos dos dias para llegar a Konopolis, donde se fabrican vasijas, anforas y jarras con una arcilla mezclada con cenizas de esparto. El resultado es una materia porosa que conserva el agua fresca gracias a una constante evaporacion. Despues nos adentramos en un macizo montanoso en el que solo fue posible avanzar haciendo jornadas muy cortas. Tuvimos que sacrificar dos camellos jovenes poco avezados o cargados en exceso que se lastimaron con las rocas. Una vez mas fue una ocasion para mis hombres de hartarse de carne. Necesitamos diez dias completos de penoso avance por desfiladeros dominados por cumbres nevadas, paisaje totalmente nuevo para nosotros, antes de desembocar en la llanura litoral. Nuestro alivio fue inmenso al descubrir por fin el horizonte marino, luego las playas de arena salada, sobre las cuales los mas ardientes de mi sequito se abalanzaron gritando de entusiasmo igual que ninos. Porque el mar parece siempre como una promesa de evasion, ay, muy a menudo enganosa.

Nos detuvimos en el puerto de Kosseir. Como la mayor parte de las ciudades costeras del mar Rojo, lo esencial del trafico maritimo de Kosseir se efectua con Elat, en el extremo norte del golfo que separa la peninsula del Sinai y la costa de Arabia. Es el antiguo Ezion Gueber del rey Salomon, por donde pasaba el oro, el sandalo, el marfil, los monos, los pavos reales y los caballos de los dos continentes, el africano y el arabigo. Nueve dias tuvimos que emplear en discusiones para fletar las nueve barcazas que necesitabamos para transportar hombres, animales y provisiones. Luego aun fue forzoso aguardar cinco dias mas, porque el viento soplaba del norte y hacia imposible la navegacion. Por fin pudimos levar anclas, y tras una semana de navegacion al pie de los acantilados de granito abruptos y deserticos, dominados por imponentes cumbres, entramos en la anchura del puerto de Elat. Esta apacible travesia fue un reposo para todo el mundo, y en primer lugar para los camellos inmovilizados en la sombra de las calas, y que se rehicieron la joroba comiendo y bebiendo hasta la saciedad.

Desde Elat a Jerusalen nos habian anunciado veinte dias de camino, y sin duda hubiesemos recorrido esa distancia en ese tiempo, de no ser por el encuentro que tuvimos dos dias antes de Jerusalen, y que retraso nuestra marcha, aunque dandole un nuevo significado.

Desde que desembarcamos, Barka Mai me hablaba de la majestad inaudita de la antigua Hebron hacia la que nos dirigiamos, y que segun el hubiera bastado para justificar el viaje. Se enorgullecia de ser la ciudad mas antigua del mundo. ?Y como no iba a serlo si fue alli donde se refugiaron Adan y Eva cuando fueron expulsados del Paraiso? Aun habia mas: podia verse el campo cuya arcilla utilizo Yahve para modelar al primer hombre.

Hebron, la puerta del desierto de Idumea, monta guardia sobre tres pequenas colinas verdes, plantadas de olivos, de granados y de higueras. Sus casas blancas, enteramente cerradas al exterior, no permiten ver ningun signo de vida. Ni una ventana, ni una prenda de ropa secandose en una cuerda, ni un alma por sus callejas escalonadas, ni siquiera un perro. Esta es al menos la adusta mascara que opone al extranjero la primera ciudad de la historia de la humanidad. Eso fue tambien lo que me contaron los mensajeros que envie para anunciar nuestra llegada. Sin embargo, en Hebron no habian encontrado solamente el vacio. Segun lo que me dijeron, una caravana nos habia precedido apenas en unas horas, y ante la escasa hospitalidad de los habitantes de aquel lugar, los viajeros estaban levantando al este de la ciudad un campamento que prometia ser magnifico. Me apresure a mandar un enviado oficial para presentarnos y averiguar las intenciones de aquellos extranjeros. Volvio visiblemente satisfecho del resultado de su mision. Aquellos hombres eran el sequito del rey Baltasar IV, soberano del principado caldeo de Nippur, y el rey nos daba la bienvenida y me rogaba que aceptase su invitacion para cenar.

Lo primero que me sorprendio al acercarme al campamento de Baltasar fue la cantidad de caballos. Nosotros, las gentes del profundo sur, solo viajabamos con camellos. El caballo, debido a que suda y a que orina mucho, no es apto para la falta de agua, que es nuestra condicion habitual. Y sin embargo el rey Salomon hacia venir de Egipto los caballos que enganchaba a sus famosos carros de combate. Por su cabeza arqueada, sus patas cortas pero fuertes, su grupa redonda como una granada, los caballos del rey Baltasar pertenecen a la celebre raza de los montes Taurus, y segun la leyenda descienden de Pegaso, el caballo alado de Perseo.

El rey de Nippur es un anciano afable que a simple vista parece apreciar por encima de todo la comodidad y el refinamiento de la vida. Se desplaza de una manera tan suntuosa que a nadie se le ocurre ni por un momento preguntarle con que objeto viaja: por placer, por recreo, por felicidad, responden los tapices, la vajilla, las pieles y los perfumes, de todo lo cual se encarga una servidumbre numerosa y especializada. Apenas llegamos, fuimos banados, peinados y ungidos por unas muchachas expertas cuyo tipo fisico no dejo de impresionarme. Mas tarde me contaron que eran todas de la raza de la reina Malvina, oriunda de la lejana y misteriosa Hircania. El rey, tributando asi un delicado homenaje a su esposa, hace que sean de alli todas las doncellas del palacio de Nippur. De piel muy blanca, tienen espesas cabelleras negras como el jade, formando un contraste delicioso con unos ojos azul celeste. Mi desgraciada historia personal hizo que prestara atencion a esos detalles, y las contemple con mucho interes mientras me prodigaban sus cuidados. De todas formas, una vez agotado el primer efecto de la sorpresa, el encanto se desvanece un poco. Una piel blanca y unos cabellos abundantes y negros es algo bonito, pero adverti la huella de un vello oscuro sobre su labio superior y sus antebrazos, y no tengo la seguridad de que un examen mas minucioso de esas muchachas pueda acabar siendoles favorable. En resumen, prefiero las rubias y las negras: al menos el color de la piel armoniza con su pilosidad. Por supuesto, me guarde mucho de hacer preguntas indiscretas a Baltasar, sobre todo teniendo en cuenta que el no me interrogo acerca de los motivos y de la meta de mi viaje. Obligados por la cortesia, jugamos a ese extrano juego que consiste en callar lo esencial y a no abordarlo mas que indirectamente, por medio de deducciones extraidas mal que bien de frases insignificantes que cambiamos, de tal suerte que al final de nuestro primer encuentro yo casi no sabia nada de el, y por su parte, tampoco el hubiera podido decir gran cosa de mi. Por fortuna no estabamos solos, y nuestros esclavos y cortesanos no estaban sometidos a la misma regla de discrecion, por lo cual al dia siguiente sabriamos mas el uno del otro gracias a los chismes de tinelos, cocinas y cuadras, que no dejarian de llegar a nuestros oidos. Lo que parecia seguro es que el rey de Nippur es un gran experto en arte, y que colecciona con pasion esculturas, pinturas y dibujos. ?Acaso viajaba simplemente para ver y adquirir objetos bellos? Tal suposicion parecia acorde con su fastuoso cortejo.

Al dia siguiente debiamos volver a encontrarnos en la gruta de Macpela, que guarda las tumbas de Adan, de Eva, de Abraham, de Sara, de Isaac, de Rebeca, de Lia y de Jacob, es decir, un verdadero mausoleo de familia biblica, en el que, para estar completo, solo faltan las cenizas del propio Yahve. Si hablo a la ligera y de forma irreverente de esas cosas, que sin embargo son venerables, sin duda es porque las siento muy lejos de mi. Las leyendas viven de nuestra sustancia. Solo deben su verdad a la complicidad de nuestros corazones. Y cuando no reconocemos en ellas nuestra propia historia solo son ramas muertas y paja seca.

No pensaba asi el rey Baltasar, que parecia muy conmovido adentrandose en mi compania por el dedalo de subterraneos que desciende hasta las tumbas de los patriarcas. En la oscuridad, que las antorchas llenaban de humaredas y de danzantes fulgores, las tumbas, apenas visibles, se reducian a unos vagos tumulos. Mi companero hizo que le senalaran la de Adan, y se inclino largamente sobre ella, como si buscase algo, un secreto, un mensaje, al menos un indicio, ?yo que se! A la vuelta, su rostro delataba, a traves de su impasible hermosura, una evidente decepcion. Contemplo con indiferencia el soberbio terebinto cuyo tronco no llegan a rodear diez hombres que se dan la mano, y que dicen que se remonta a la epoca del Paraiso Terrenal. Solo tuvo una mirada de desden para el descampado sembrado de espinos donde, segun dicen, Cain mato a su hermano Abel. En cambio, su curiosidad se reavivo ante el cercado que limitaban unos setos de espinos albares, con la tierra recien removida, en el que se supone que Yahve modelo a Adan antes de transportarle al Paraiso Terrenal. Cogio con la mano, y dejo pensativamente que huyera de entre sus dedos, un poco de esa tierra primordial con la que se esculpio la estatua humana, y en la que Dios insuflo la vida. Luego se enderezo y dijo, tal vez para mi, pero mas aun como si hablase consigo mismo, unas palabras que a pesar de su oscuridad recuerdo muy bien.

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