Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗
Tengo que decidirme a contar una escena que he tenido con ella y que bastaria para demostrar, si eso aun fuese necesario, el estado de pesadumbre y de extravio en el que yo me encontraba.
Ya he hablado del uso que suelo hacer de los pebeteros para realzar el fasto de las ceremonias oficiales en las que aparezco con los atributos mas venerables de la realeza. Tambien he dicho como del gran mercado de Nauarik traje un cofre lleno de bastoncitos de incienso. Los que se consideran incredulos y libres de toda creencia, a veces cometen la ligereza de jugar con cosas cuyo alcance simbolico les desborda. Y en ocasiones lo pagan muy caro. Yo habia tenido la idea banal de utilizar ese incienso en las fiestas que celebrabamos algunas noches Biltina, su hermano y yo. Estoy dispuesto a jurar que en un principio solo se trataba de perfumar el aire de mis aposentos, que con frecuencia estaba viciado y lleno de los olores de un banquete. Pero resulta que el incienso no se deja desacralizar tan facilmente. Su bruma tamiza la luz y la puebla de siluetas impalpables. Su aroma empuja al ensueno, a la meditacion. Hay en su combustion sobre brasas algo de sacrificio, de holocausto. En resumidas cuentas, lo queramos o no, el incienso crea una atmosfera de culto y de religiosidad.
Al comienzo conseguimos escapar a ella por medio de chanzas bastante groseras que sin duda debiamos, al menos en parte, al alcohol. Biltina habia imaginado que ella y yo podiamos intercambiar nuestros colores, y despues de haberse cubierto la cara con hollin, embadurno la mia con caolin. Asi, durante una parte de la noche habiamos estado bufoneando. Pero cuando llego esa hora de angustia en la que el dia de ayer ya ha muerto del todo, y el dia siguiente aun esta lejos de haber nacido, toda nuestra jovialidad se desvanecio. Entonces el humo del incienso dio a nuestros juegos histrionicos un aire de danza macabra. El negro blanqueado y la rubia ennegrecida estaban frente a frente, y ante ellos el clerizonte de un culto grotesco hacia oscilar gravemente a sus pies un incensario humeante.
Yo amaba a Biltina, y los enamorados no se privan de emplear palabras como idolatrar, adorar, adoracion. Hay que perdonarselo, porque no saben lo que dicen. Desde aquella noche yo si lo se, pero para llegar a saberlo necesite a aquellos dos personajes de carnaval envueltos en volutas olorosas. Nunca el sollozo de Satan me ha desgarrado el corazon como en aquellas circunstancias. Era un largo grito silencioso que no queria terminar en mi, una llamada hacia otra cosa, un impulso hacia otro horizonte. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que despreciase a Biltina y que me apartara de ella. Al contrario, me sentia muy cerca de ella, como nunca antes de entonces, pero era por otro sentimiento, una especie de fraternidad en la abyeccion, una ardiente compasion que me quemaba y me inclinaba hacia ella, y me invitaba a arrastrarla conmigo. ?Pobre Biltina, tan debil, tan fragil, a pesar de su pueril doblez, en medio de aquella corte en la que todo el mundo la odiaba!
No iba a tardar en tener una terrible prueba de ese odio, y desde luego quien iba a darmela era Kallaha.
Los muchos anos que llevaba junto a mi y su calidad de matrona del haren le daban acceso noche y dia a mis aposentos. Y asi la vi surgir en pleno insomnio, acompanada de un eunuco que llevaba una antorcha. Parecia muy excitada y como si apenas pudiera dominar una triunfal alegria. Pero el protocolo le prohibia dirigirme la palabra sin que yo antes le hablase, y yo no tenia la menor prisa en hacer estallar la catastrofe que ya preveia inevitable.
Me levante, me puse una larga tunica nocturna, me enjuague la boca sin conceder ni una mirada a la matrona que hervia de impaciencia. Por fin, mulli mis almohadones, me eche de nuevo y le dije despreocupadamente: «Vamos a ver, Kallaha, ?que pasa en el haren?». Porque era impensable que yo la autorizara a hablar de cualquier otro asunto. Ella exclamo: «?Tus fenicios!». ?Como si yo ya no supiera, solo con verla, que se trataba de ellos!
– ?Tus fenicios! ?Son tan poco hermanos como ella y yo!
Y toco el hombro del eunuco.
– Di lo que sepas.
– Si no me crees, ven conmigo. Veras si los juegos a los que se entregan son los de un hermano y una hermana.
Me puse en pie en seguida. ?O sea que era eso! La mareante tristeza que me envolvia desde hacia semanas se habia transformado en una colera asesina. Me eche una capa sobre los hombros. Kallaha, asustada por la violencia de mi reaccion, retrocedia con terror hacia la puerta.
– ?Vamos, anda, vieja borrica, vamos alla!
Lo que sucedio luego tuvo la ingravida rapidez de una pesadilla. Los amantes, sorprendidos en brazos el uno del otro, la llamada a los soldados, el joven arrastrado a las mazmorras de la ergastula, Biltina mas bella que nunca en su felicidad subitamente fulminada, mas deseable que nunca entre sus lagrimas y sus largos cabellos, que eran su unica vestidura, Biltina encerrada en una celda de seis pies de lado, Kallaha desaparecida, porque sabia por experiencia, la muy taimada, que no era bueno que se pusiera a mi alcance en momentos como aquel, y yo, que volvi a encontrarme en una soledad espantosa, en el corazon de una noche tan negra como mi piel y el fondo de mi alma. Y sin duda hubiese llorado, de no saber que las lagrimas sientan muy mal a un negro.
?Son hermanos Biltina y Galeka? Todo conduce a sospechar que no. Ya he comentado que su parecido fisico, al principio evidente, se habia ido difuminando a mis ojos a medida que veia afirmarse sus rasgos individuales bajo su identidad etnica. Y la maniobra se explica facilmente: haciendo pasar a su amante -o su marido- por su hermano, la fenicia le ponia al abrigo de mis celos y le hacia compartir los favores con que yo la colmaba. La prudencia hubiera exigido que observasen la maxima reserva el uno respecto al otro. Que hubiesen obrado de forma tan diferente me lleno de furor – ?tenian que tener muy poco miedo a desafiarme, estando rodeados de tantos espias!-, pero tambien esa ligereza, esa temeridad, me asombra, me conmueve un poco. Y para concluir con su fraternidad, poco me importa que sea real o mentirosa. Los faraones del Alto Egipto -que no estan muy lejos de mi ni en el tiempo ni en el espacio- se casaban entre hermanos para salvaguardar la pureza de su descendencia. En cuanto a mi, la union de Biltina y de Galeka sigue siendo la de dos semejantes. El rubio y la rubia se atraen, frotan sus cuerpos… y rechazan al negro a las tinieblas exteriores. A mis ojos es lo unico que cuenta.
En los dias siguientes tuve que soportar la insistencia muda o disimulada de los que me rodeaban pidiendome que acabase con los culpables. ?Que vale la vida de dos esclavos caidos en desgracia en la mano de un rey? Pero a mi edad ya tengo la suficiente cordura para saber que lo importante para mi no es ni hacer justicia ni siquiera vengarme, sino curar la herida que sufro. Obrar segun el egoismo mas juicioso. La muerte cruel o expeditiva de uno de los dos fenicios – ?y cual de los dos?- o de ambos a la vez, ?iba a tener un efecto benefico sobre mi pesadumbre? Esta era la unica pregunta, y niego a todos los que profieren gritos de odio en torno a mi la menor competencia para juzgarlo.
Una vez mas, fue a mi astrologo Barka Mai a quien debi la ayuda mas discreta.
Yo vagaba por mi terraza pensando con delectacion morosa que la negrura de mi alma es vacio, mientras que la del cielo nocturno centellea de estrellas, cuando se reunio conmigo para darme -segun lo anuncio- una noticia de importancia.
– Sera esta noche -preciso misteriosamente.
Yo ya habia olvidado nuestra anterior conversacion. No sabia de lo que me estaba hablando.
– EI cometa -me recordo-, el astro melenudo. Hacia el final de esta noche sera visible desde esta terraza.
?La estrella de cabellos de oro! Ahora recordaba que me habia anunciado su aparicion, cuando Biltina aun no habia entrado en mi vida. ?Mi querido Barka! Su extraordinaria lucidez me maravillaba. Pero sobre todo daba de golpe a la miserable impostura de la que yo era victima una dimension celeste. Desde luego habia sido traicionado. Pero mi desdicha poseia densidad y calidad reales, y resonaba hasta en los cielos. Para mi aquello era un enorme consuelo. La flauta de Satan por fin callaba.
– Pues bien-le dije-, esperemoslo juntos.
Se anuncio por encima de las colinas que bordean el horizonte meridional con palpitaciones imperceptibles -como debilisimos relampagos de calor-, y fue Barka el primero en distinguirlo, senalando con el dedo una luz que yo hubiese podido confundir con el brillo de un planeta.
– Eso es -dijo-, viene de las fuentes del Nilo y se dirige hacia el Delta.
– No obstante -objete-, Biltina viene en direccion contraria, desde el norte del Mediterraneo, y ha atravesado el desierto para llegar hasta aqui.
– ?Quien te habla de Biltina? -se sorprendio Barka con una astuta sonrisa.
– ?No me has dicho que esa estrella melenuda era rubia?
– Dorada. Yo he hablado de cabellos de oro.
– Precisamente, cuando Biltina se deshacia el tocado y sacudia su mata de pelo sobre los hombros, o lo desparramaba sobre la almohada, yo que solo conocia las cabezas negras, redondas y rizadas de nuestras mujeres, tocaba sus cabellos, los hacia pasar de una mano a otra, y me maravillaba de que el sabor, la sed del metal amarillo pudiera transfigurarse hasta el punto de confundirse con el amor de una mujer. Es como su olor. Ya sabes que suele decirse que el oro no tiene olor. Significa que puede sacarse provecho de las fuentes mas impuras -lupanares o letrinas- sin que hieda en lo mas minimo el tesoro de la Corona. Es muy comodo, y es grave, porque los crimenes mas sordidos se borran asi por el lucro que se obtiene de ellos. Mas de una vez, despues de haber hecho vaciar a mis pies un cofre de monedas de oro, las he cogido a punados para acercarlas a mi nariz. ?Nada! No huelen a nada. Las manos y los bolsillos por los que los traficos, las traiciones y los crimenes las habian hecho pasar no habian dejado ningun olor en ellas. ?Pero el oro de los cabellos de Biltina! ?Conoces esa pequena graminea aromatica que crece en las hendiduras de las rocas?
– ?En verdad, senor Gaspar, esa mujer ocupa excesivamente tu pensamiento! Pues bien, contempla ahora el cometa rubio. Se acerca, baila en el cielo negro como una almea de luz. Tal vez sea Biltina. Pero quiza sea al mismo tiempo otra cosa, porque no hay una sola naturaleza rubia en la tierra. Esta viene del sur, dirige hacia el norte su caprichoso curso. Creeme, siguela. ?Parte! El viaje es un remedio soberano contra el mal que te corroe. Un viaje es una sucesion de desapariciones irremediables, como ha dicho muy bien el poeta. 1 Si, haz una cura de desapariciones, solo pueden reportarte bien.
1 Paul Nizan.