Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗
Llegaron ante un templo del que no quedaba mas que la escalera, unas columnas truncadas y, mas lejos, un gran cubo de piedra que debio de ser el altar. Taor subio unos peldanos del atrio -desgastados como si los hubieran pisado legiones de angeles y de demonios-, y luego se volvio hacia sus companeros. Solo sentia afecto y gratitud por aquellos hombres de su tierra que le habian seguido fielmente en una aventura de la que no comprendian nada, pero ya era hora de que supieran, de que decidiesen, de que dejasen de ser ninos irresponsables.
– Sois libres -les dijo-. Yo, Taor, principe de Mangalore, os libero de todo deber para con mi persona. Esclavos, os doy la libertad. Y vosotros, los que dependeis de mi por palabra o contrato, podeis hacer lo que os plazca. Amigos fieles, os ruego que no sigais sacrificandoos por mi, a no ser que una conviccion imperiosa os empuje a seguirme. Nos embarcamos en un viaje que prometia ser divertido, previsto, limitado, en virtud sobre todo de la frivolidad de sus propositos. ?Ha comenzado alguna vez tal viaje? A veces lo dudo. En cualquier caso, termino cierta noche en Belen, mientras unos ninos se atracaban de golosinas y sus hermanos morian. Entonces empezo otro viaje, mi viaje personal, y no se adonde me lleva, ni tampoco si lo hare solo o con un companero. Vosotros decidireis. Ni os echo ni os retengo. ?Sois libres!
Y sin decir una palabra mas volvio a mezclarse con ellos. Anduvieron largo por callejas que serpeaban entre zahurdas. Finalmente, como anochecia, se metieron en lo que habia debido de ser el jardin interior de una quinta, y que ya solo parecia una mazmorra. Una multitud de roces a ras del suelo les advirtio que al entrar habian debido de desplazar a una familia de ratas o un nido de serpientes.
De los hechos siguientes Taor dedujo que habia dormido varias horas. En efecto, desperto al oir unos sonoros pasos acompanados del ruido de un baston que resonaba en la calleja. Al mismo tiempo, luces y sombras bailaban en las paredes, evidentemente provocadas por una linterna que alguien balanceaba con la mano. Los ruidos se alejaron, las luces desaparecieron. Pero el sueno no volvio. Un poco despues volvieron los ruidos y las luces, como si se tratara de una ronda efectuada regularmente por un vigilante nocturno. Esta vez el hombre entro en el jardin. Deslumbro a Taor levantando su linterna. No estaba solo. Tras el se disimulaba otra silueta. Dio unos pasos y se inclino sobre Taor. Era alto, vestia unos ropajes negros que contrastaban con la extrema palidez de su rostro. Tras el su companero esperaba, con un pesado baston en la mano. El hombre se irguio, retrocedio, inspecciono el destartalado patio en el que se encontraba. Entonces se le alegro la cara y estallo en una sonora risa.
– ?Nobles extranjeros -dijo-, sed bienvenidos en Sodoma!
Y de nuevo se echo a reir. Por fin dio media vuelta y se fue por donde habia venido. Sin embargo, las luces movedizas de la linterna habian permitido a Taor ver mejor al hombre que le acompanaba, y el principe estaba estupefacto de sorpresa y de horror. De aquel hombre hubiera dicho que estaba enteramente desnudo, pero se trataba de algo muy distinto. Aquel hombre estaba rojo, rojo sangre, y en todo su cuerpo se veian claramente los musculos, los nervios y las venas recorridas por el estremecimiento de la vida. No, aquel hombre no iba desnudo, estaba despellejado, era un despellejado vivo y viviente, que recorria Sodoma en tinieblas con un garrote en la mano.
Las horas que siguieron Taor las paso en una semiinconsciencia en la que se mezclaba el sueno con la lucidez, y sin duda tambien algunas alucinaciones. No obstante, ruidos y rumores que venian de la ciudad -chirriar de carros, pisadas de animales en el empedrado, gritos, llamadas, juramentos-, todo un sordo zumbido de muchedumbre y de movimiento era muy real, y demostraba que Sodoma seguia estando habitada y tenia una vida secreta y nocturna. Esta vida disminuyo y se desvanecio del todo al nacer el dia. Entonces, al mirar a su alrededor Taor se dio cuenta de que solo tenia un companero a su lado. ?Siri sin duda? No podia estar seguro, porque el hombre dormia, envuelto hasta los cabellos en una manta. Taor le toco el hombro, luego le sacudio llamandolo. El dormido salio bruscamente de debajo de la manta e irguio una despeinada cabeza hacia Taor. No era Siri, era Draorna, un personaje infimo al que Taor nunca habia prestado atencion que vivia a la sombra de Siri y que cumplia escrupulosamente las delicadas e importantes funciones de tesorero-contable de la expedicion.
– ?Que haces aqui? ?Donde estan los demas? -le interrogo el principe con vehemencia.
– Nos has devuelto la libertad -dijo Draoma-. Se han ido. La mayor parte en direccion a Elat, detras de Siri.
– ?Que ha dicho Siri para justificar que se iba?
– Ha dicho que estos lugares estaban malditos, pero que inexplicablemente algo te retenia aqui.
– ?Ha dicho eso? -se sorprendio Taor-. Es verdad que no me decido a abandonar esta tierra sin haber encontrado lo que, sin saberlo bien, he venido a buscar. Pero, ?por que Siri no ha hablado conmigo antes de dejarme?
– Ha dicho que eso le resultaria demasiado dificil. Que con tu discursito nos has obligado a hacer una eleccion diabolica: irse como ladrones o quedarse.
– Y el se ha ido como un ladron. Le perdono. Pero tu, ?por que te has quedado? ?Solo tu has querido ser fiel a tu principe?
– No, senor, no -reconocio Draoma con franqueza-. Yo tambien me hubiera ido muy a gusto. Pero soy responsable del tesoro de la expedicion, y tengo que presentarte mis cuentas. No puedo volver a Mangalore sin tu sello. Sobre todo porque nuestros gastos han sido considerables.
– ?O sea que una vez que haya puesto el visto bueno a tus cuentas tu tambien huiras?
– Si, mi senor -respondio sin empacho Draoma-. Yo solo soy un modesto contable. Mi mujer y mis hijos…
– Esta bien, esta bien -le interrumpio Taor-. Tendras tu visto bueno. Pero salgamos de este horrible lugar.
Bajo la luz rasante del naciente sol, la ciudad volvia a tener un relieve del que carecia desde su destruccion, pero irreal, espectral, fantastico. Lo que amueblaba el espacio no eran torres, capiteles, techumbres, sino sombras inmensas proyectadas en negro sobre las losas enrojecidas por la luz del nuevo dia. Taor pisaba esas sombras con una alada sensacion de felicidad que no trataba de explicarse. Lo habia perdido todo, sus golosinas, sus elefantes, sus companeros; no sabia adonde iba; su pobreza y su disponibilidad para todo lo que pudiera sucederle le sumian en una ebriedad de canto.
Un vago rumor, gritos de camellos, golpes sordos, juramentos y gemidos le atrajeron hacia el sur de la ciudad. Desembocaron en una explanada bastante grande en la que una caravana se disponia a partir. Los camellos de albarda, con una tosca cuerda anudada a la mandibula inferior, paseaban a su alrededor una lenta mirada de altiva melancolia. Les habian atado las patas delanteras, y solo podian andar a pasitos rapidos. Les desataron, pero solo para hacer que se agacharan, y se dejaron caer primero hacia delante y luego hacia atras con grunidos de exasperacion. Luego ataron las cargas de sal, unica mercancia que llevaba la caravana, a veces en placas rectangulares translucidas -cuatro por camello-, otras en conos moldeados, envueltos en esteras de hojas de palma. El lugar se abria directamente al desierto, y Taor pensaba a pesar suyo en un puerto -Elat o Mangalore- donde una flotilla se disponia febrilmente a aparejar para una larga travesia. Porque lo cierto es que nada se parece mas a una singladura monotona y regular por un mar en calma que el avance de una caravana por en medio de las rubias dunas que ondulan hasta el fondo del horizonte.
Observaba a un joven caravanero que disponia un habil entrelazamiento de cuerdas destinadas a impedir que el peso se deslizara por el lomo del animal, cuando media docena de soldados interpelaron al hombre y le rodearon por completo. Hubo una discusion bastante viva cuyo sentido escapo a Taor. Luego los soldados se llevaron al caravanero. Un hombre obeso que llevaba anudado a la cintura el rosario de calcular de los mercaderes, no se perdio ni un detalle de la escena, y parecio buscar con los ojos un testigo para compartir con el su indignacion satisfecha. Al descubrir a Taor, le explico:
– ?Ese bribon me debe dinero, y se disponia a largarse con la caravana! ?Le han prendido a tiempo! -?Adonde le llevan? -pregunto Taor. -Ante el juez de los miercoles, evidentemente. -?Y luego?
– ?Luego? -se impaciento el mercader-. Pues tendra que pagarme, y como no va a poder, tendra que ir a las minas de sal. Luego, encogiendose de hombros ante tanta ignorancia, corrio tras los soldados.
?La sal, la sal, siempre la sal! Taor solo oia esta palabra desde que estuvo en Belen, una palabra obsesionante y fundamental, formada por tres letras; todos los alimentos basicos tenian muy pocas letras, trigo, vino, mijo, arroz, te… Alimentos cargados de simbolos y que definian otras tantas civilizaciones diferentes. Pero si existe una civilizacion del trigo, del mijo o del arroz, ?es posible imaginar una civilizacion de la sal? ?No hay en ese crista! un amargor y una causticidad que se oponen a que de el salga algo bueno y vivo? Echando a andar detras de los soldados y de su prisionero, interrogo a Draoma. -Dime, tesorero-contable, para ti, ?que representa la sal? -?La sal, mi senor, es una inmensa riqueza! Es el cristal precioso, como hay piedras preciosas y metales preciosos. En numerosas regiones sirve de moneda corriente, una moneda sin efigie, y por lo tanto independiente del poder del principe y de sus manipulaciones fraudulentas. Una moneda, por consiguiente, incorruptible, pero que solo vale en los climas muy secos, pues tiene el inconveniente de fundirse y desaparecer bajo la primera lluvia.
– ?Incorruptible para el hombre, pero a merced de un aguacero!
Taor admiraba el genio de ese cristal, que seguia enriqueciendose de atributos contradictorios, y que tambien era capaz de hacer locuaz e ingenioso a un contable bobalicon.
Los soldados y su prisionero, siempre seguidos por el gordo mercader, desaparecieron detras de un muro. Taor y su companero descubrieron alli una estrecha escalera, por la que tambien bajaron. Un estrecho pasadizo con mucha pendiente conducia luego a un sotano grande y espacioso que tiempo atras debia de tener encima un imponente edificio, a juzgar por sus paredes con contrafuertes y a su techo de forma ojival. Una muchedumbre silenciosa iba y venia sin prestar atencion -a no ser precisamente por su silencio- al tribunal de los miercoles, que tenia sus sesiones en un entrante en forma de abside. Taor observaba apasionadamente a aquellos hombres, a aquellas mujeres, a aquellos ninos, todos sodomitas, habitantes secretos -o ignorados, en virtud de una convencion tacita, por sus vecinos- de la ciudad maldita, supervivientes de una poblacion exterminada por el fuego del cielo mil anos atras. «Esta claro que esta especie es indestructible», penso, «puesto que ni siquiera el propio Dios ha conseguido acabar con ella». Buscaba en aquellos rostros, en aquellas siluetas, lo que podia caracterizar al pueblo sodomita. Su delgadez y la impresion de fuerza que daban les hacian parecer altos, aunque su estatura no era mas que mediana. Pero ni siquiera en las mujeres y los ninos se advertia lozania y frescor, ya que habia en sus cuerpos una sequedad y una ligereza, en su rostro una expresion de tensa vigilancia, siempre dispuesta al sarcasmo, que atraian y al mismo tiempo inspiraban temor. «La belleza del Diablo?, penso Taor, porque no olvidaba que se trataba de una minoria de reprobos, odiada por sus costumbres, aunque en su apariencia y en su comportamiento todo indicaba que querian ser a pesar de todo de su estirpe, sin provocacion, pero no sin orgullo.