Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗
– En Belen -dijo sobriamente Siri- franqueamos la puerta del Infierno. Desde entonces no dejamos de adentrarnos en el Imperio de Satan. 1 1
Taor no estaba ni sorprendido ni inquieto. O si lo estaba, su apasionada curiosidad se imponia a toda sensacion de miedo o de angustia. Desde que salieron de Belen no dejaba de relacionar y de comparar dos imagenes aparecidas al mismo tiempo, y sin embargo violentamente opuestas: la matanza de los ninos y la merienda del jardin de los cedros. Tenia la conviccion de que una secreta afinidad unia esas dos escenas, que, en su contraste, eran en cierto modo complementarias, y que si consiguiese superponerlas, una intensa luz alumbraria su propia vida, e incluso el destino del mundo. Unos ninos degollados mientras otros ninos, sentados alrededor de una mesa, devoraban suculentas golosinas. En todo aquello habia una paradoja intolerable, pero tambien una clave llena de promesas. Comprendia perfectamente que lo que habia vivido aquella noche en Belen preparaba otra cosa, que en resumidas cuentas no era mas que el torpe ensayo, finalmente abortado, de otra escena en la que aquellos dos extremos -comida amistosa e inmolacion sangrienta- se confundirian. Pero su meditacion no conseguia romper el turbio espesor a traves del cual entreveia la verdad. Solo una palabra flotaba en su mente, una palabra misteriosa que habia oido por primera vez hacia poco, pero que contenia mas sombra equivoca que limpida ensenanza, la palabra sacrificio.
Al dia siguiente continuaron descendiendo, y cuanto mas se metian en barrancos y pedregales, mas se cargaba de emanaciones minerales el aire inmovil y ardiente. Por fin el mar Muerto aparecio ante sus ojos en toda su extension, teniendo al norte la desembocadura del Jordan, y al otro lado la orilla oriental dominaba por la atormentada silueta el monte Nebo. Una extrana particularidad les intrigo: en toda su superficie, el espejo azul acero aparecia moteado de puntos blancos, como si una fuerte brisa hubiese levantado un encrespado oleaje. Pero el aire, pesado como una tapadera de plomo, estaba completamente inmovil.
Aunque su itinerario hubiera podido hacerles pasar bastante lejos del mar, no pudieron resistir el atractivo que ejerce cualquier masa de agua -estanque, lago u oceano- en unos viajeros del desierto. Decidieron, pues, seguir hacia el sur hasta la costa, y luego bordearla en direccion sur. Cuando se encontraban ya a un tiro de flecha de la playa, en un impulso comun, hombres y animales echaron a correr hacia el agua que les llamaba con toda su pureza y su aceitosa calma. Los mas rapidos se sumergieron al mismo tiempo que los elefantes. Pero volvieron a salir en seguida frotandose los ojos y escupiendo con repugnancia. Porque aquella hermosa agua, desde luego no transparente, pero si translucida, de un azul quimico surcado por regueros sinuosos, no solo estaba saturada de sal -hasta el punto de que esta hacia las veces de arena en la playa y en el fondo del agua-, sino que tambien contenia muchisimo bromo, magnesio y nafta, una verdadera sopa de bruja que empega la boca, quema los ojos, vuelve a abrir las heridas recien cicatrizadas, embadurna todo el cuerpo con una capa viscosa que al secarse al sol se convierte en un caparazon de cristales. Taor, que llego uno de los ultimos, quiso hacer la experiencia. Prudentemente se sento en el calido liquido y empezo a flotar, como si estuviera en un sillon invisible, mas barco que nadador, propulsandose con las manos como si fueran remos. Pero tuvo la sorpresa de sacar del agua aquellas mismas manos inundadas de sangre. «Sin duda es que tienes heridas mal cerradas que habias olvidado», explico Siri. «Esta agua parece extraordinariamente avida de sangre, y cuando adivina su proximidad bajo una epidermis todavia diafana, se precipita a su encuentro y acaba por hacer que brote.» Taor lo habia comprobado y comprendido desde el primer momento. El problema es que no recordaba haber tenido ninguna cicatriz en las manos… No, por mucho que dijera Siri, habia sido espontaneamente, o como obedeciendo a una orden misteriosa como las palmas de sus manos se habian puesto a sangrar.
En cambio pudo aclarar facilmente el misterio del encrespamiento blanco que aparecia sobre aquella capa liquida, pesada y perezosa, completamente incapaz de formar olas que rompiesen y de tener espuma. Se trataba en realidad de enormes setas de sal blanca, arraigadas en el fondo, y emergiendo a la manera de arrecifes por la parte superior de su sombrerillo. Cada vez que una ola la cubre, le anade una nueva capa de sal.
Establecieron el campamento en la orilla, sembrada de troncos blanqueados, igual que esqueletos de animales prehistoricos. Solo los elefantes parecian satisfechos con las rarezas de aquel mar que el profeta llamo «el gran lago de la colera de Dios». Hundidos en el corrosivo liquido hasta las orejas, se banaban mutuamente con sus trompas. Caia la noche cuando los viajeros fueron testigos de un pequeno drama que les impresiono aun mas que todo lo restante. Procedente de la otra orilla, un gran pajaro negro volaba hacia ellos por encima del mar que el crepusculo hacia plomizo. Se trataba de una especie de rascon, un ave migratoria que siente preferencia por las regiones pantanosas. Ahora bien, su silueta, que destacaba como si estuviese dibujada con tinta china sobre el cielo fosforescente, parecia volar cada vez con mayor dificultad y perder rapidamente altura. La distancia que debia recorrer no era mucha, pero las emanaciones deleteras que surgian de las aguas mataban toda vida. De pronto los aleteos se aceleraron en un ultimo reflejo de espanto. Las alas se movian mas aprisa, pero el rescon permanecia suspendido en el mismo lugar. Luego, como herido por una flecha invisible, cayo, y las aguas se cerraron sobre el sin un ruido, sin una salpicadura.
– ?Maldito, maldito, maldito pais! -gruno Siri encerrandose en su tienda-. Hemos descendido a mas de ochocientos pies por debajo del nivel del mar, y todo nos recuerda que estamos en el reino de los demonios. ?Me pregunto si saldremos alguna vez de el!
Al dia siguiente por la manana, la desgracia que se abatio sobre ellos parecio confirmar tan sombrios presentimientos. Empezaron por constatar la desaparicion de los dos ultimos elefantes. Pero las busquedas no tardaron en interrumpirse, porque indiscutiblemente estaban alli, al alcance de la voz, ante los ojos de todos: dos enormes hongos de sal en forma de elefante se habian anadido a las demas concreciones salinas que llenaban la playa. A fuerza de regarse mutuamente con ayuda de sus trompas, se habian envuelto en un caparazon de sal cada vez mas espeso, y no habian dejado de espesarlo aun mas prosiguiendo con sus abluciones durante parte de la noche. Alli estaban indiscutiblemente, paralizados, ahogados, destrozados por la masa de sal, pero al abrigo de las injurias del tiempo para varios siglos, para varios milenios.
Eran los dos ultimos elefantes de ia expedicion, y la catastrofe era irremediable, absoluta. Hasta entonces habian podido repartir entre los animales restantes lo esencial de la carga de los elefantes perdidos. Esta vez era el final. Enormes cantidades de provisiones, de armas, de mercancias, tuvieron que abandonarse por falta de bestias de carga. Pero habia algo que aun era mas grave, los hombres de los que esos animales habian sido la razon de ser, y que a partir de ahora ya no se sentian unidos a la expedicion, y los demas, todos los demas que de pronto se daban cuenta de que los paquidermos eran mucho mas que bestias de carga, el simbolo del pais natal, la encarnacion de su valor, de su fidelidad al principe. La vispera aquello aun era la caravana del principe Taor de Mangalore, que desplego sus tiendas a orillas del mar Muerto. Aquella manana no eran mas que un punado de naufragos camino de una salvacion incierta, dirigiendose hacia el sur.
Necesitaron tres dias para llegar al limite meridional del mar. Desde la vispera caminaban a pie por acantilados gigantescos perforados por grutas, algunas de las cuales habian debido de estar habitadas. En efecto, se llegaba hasta ellas por senderos visiblemente tallados por manos humanas, por escaleras hechas de la misma tierra endurecida, y hasta por medio de groseras escalas o pasarelas que alguien habia fabricado por troncos sin desbastar. Pero, debido a la ausencia de lluvias y de vegetacion, todo aquello podia permanecer siglos en perfecto estado, y nada permitia saber si los lugares estaban abandonados y desde hacia cuanto tiempo.
Al avanzar observaron que las orillas del lago se iban acercando, y previeron que no tardarian en juntarse, pero antes les detuvo un lugar de una grandiosa y fantastica tristeza. Sin duda era una ciudad que habia debido de ser magnifica, pero hubiese sido exagerado hablar de ruinas acerca de los vestigios que quedaban de ella. La palabra ruina evoca la accion suave y lenta del tiempo, la erosion de la lluvia, la coccion del sol, piedras que se agrietaban por la accion de zarzas y liquenes. Aqui, nada parecido a eso. Visiblemente, aquella ciudad habia sido fulminada en un solo instante, cuando resplandecia de fuerza y juventud. Los palacios, las terrazas, los porticos, una plaza inmensa que tenia en su centro un estanque poblado de estatuas, teatros, mercados cubiertos, soportales, templos, todo se habia fundido como cera blanda bajo el fuego de Dios. La piedra brillaba con el negro resplandor de la antracita, y sobre todo sus superficies parecian vitrificadas, sus angulos limados, sus aristas redondeadas, como bajo la llama de cien mil soles. Ni un ruido, ni un movimiento despertaban esa inmensa necropolis, y hubiera podido considerarse deshabitada, de no tener una poblacion a su imagen, siluetas de hombres, de mujeres, de ninos, y hasta de asnos y de perros, proyectadas e impresas en las paredes y en los suelos por un soplo de fin de mundo.
– ?Ni una hora, ni un minuto mas aqui! -gemia Siri-. Taor, mi principe, mi amo, amigo mio, ya lo ves: acabamos de llegar al ultimo circulo del infierno. ?Pero acaso estamos muertos y condenados para vivir aqui? ?No, estamos vivos y somos inocentes! ?Vamonos! ?Ven, vamonos! Nuestros navios nos esperan en Elat.
Taor no escuchaba esas suplicas, porque prestaba toda su atencion a otras voces, confusas, pero imperiosas, que resonaban en sus oidos desde Belen. Cada vez mas su vida se construia ante sus propios ojos por escalones, cada uno de los cuales poseia una evidente afinidad con el anterior -y en el que cada vez la evidencia le obligaba a reconocerse a si mismo-, pero tambien una originalidad sorprendente, a la vez aspera y sublime. Asistia subyugado a la metamorfosis de su vida que se hacia destino. Porque ahora se encontraba en el infierno, pero ?acaso no habia empezado todo con unos alfoncigos? ?Adonde iba? ?Como iba a acabar todo aquello?
11 La superficie del mar Muerto esta a 400 metros por debajo de la del mar Mediterraneo, y a 800 metros por debajo de Jerusalen.