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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗

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A veces mi padre me hacia breves visitas en mis aposentos. Preocupado sin duda por la pregunta que me habia formulado, se dirigia directamente al retrato-espejo. Sus preguntas, como era natural, me recordaron su consejo de tener que buscar una prometida.

– Esta es la mujer a la que amo, la que quiero que sea la futura reina de Nippur -respondi.

Pero en seguida no tuve mas remedio que confesarle que no tenia la menor idea acerca de su nombre, de sus origenes y ni siquiera de su edad. El rey se encogio de hombros ante una actitud tan pueril, y se dirigio hacia la puerta. Pero cambio de parecer y volvio hacia mi.

– ?Quieres dejarmelo tres dias? -me pregunto.

Aunque la idea de separarme del retrato-espejo me repugnara, tenia que dejar que se lo llevase. Pero en aquel momento, por la punzada que senti en el corazon, comprendi hasta que punto estaba apegado a el.

Bajo la apariencia frivola que se complacia en tener, mi padre era un hombre exacto y escrupuloso. Tres dias despues volvia a comparecer ante mi con el espejo en la mano. Lo dejo sobre la mesa diciendo solamente:

– Ahi tienes. Se llama Malvina. Vive en la corte del satrapa de Hircania, con quien esta lejamente emparentada. Tiene dieciocho anos. ?Quieres que pida su mano para ti?

La inmensa alegria que manifeste al recobrar aquel espejo engano a mi padre. En seguida penso que era algo decidido. No habia regateado esfuerzos para identificar a la muchacha del retrato, y habia enviado a una multitud de emisarios para hacer averiguaciones entre los caravaneros que venian del norte y del noreste. Envio inmediatamente una brillante delegacion a Samarra, la residencia de verano del satrapa de Hircania. Tres meses despues, Malvina y yo estabamos frente a frente, con la cara velada, segun el rito nupcial de Nippur, y estabamos casados antes de haber podido vernos u oir el sonido de nuestra voz.

No creo que nadie se asombre si escribo que esperaba con ardiente curiosidad el momento en que Malvina iba a descubrir su rostro, a fin de apreciar su parecido con el retrato. Parece natural, ?no es cierto? ?Pero pensandolo bien, no puede negarse que esta es una increible paradoja! Porque un retrato no es mas que una cosa inerte, fabricada por la mano del hombre, hecha a imagen de un rostro vivo y originario. Es el retrato lo que ha de parecerse a la cara, y no la cara al retrato. Pero para mi el retrato era el origen de todo. De no ser porque mi padre y los que me rodeaban me empujaron en aquella direccion, nunca hubiera pensado en una Malvina traida de los confines del mar Hircano. 4 La imagen me bastaba. Lo que amaba era esta imagen, y la muchacha real solo secundariamente podia interesarme, en la medida en que viese en sus facciones un reflejo de la obra que tanto amaba. ?Existe una palabra para designar la extrana perversion que yo sufria? He oido llamar zoofila a una rica heredera que vivia sola con una jauria de lebreles, a los cuales, segun decian, entregaba su cuerpo. ?Habria que inventar la palabra iconofilo solo para designarme a mi?

La vida esta hecha de concesiones y de acomodos. Malvina y yo nos acomodamos a una situacion que, a pesar de fundarse en un equivoco, no por ello era insostenible. El retrato-espejo estaba siempre en la pared de nuestra alcoba. En cierto modo velaba por nuestras expansiones conyugales, y nadie podia sospechar -ni siquiera Malvina- que mi ardor amoroso se dirigia a el por persona interpuesta. No obstante, el paso de los anos abrio un abismo entre el retrato y su modelo. Malvina se hizo mujer. Lo que aun habia de infantil en su cara y en su cuerpo cuando nos casamos fue borrandose para dejar lugar a la majestuosa belleza de una matrona destinada a ser reina. Procreamos. Cada vez que daba a luz, mi mujer se alejaba un poco mas de la imagen risuena y melancolica que seguia haciendo palpitar mi corazon.

Mi hija primogenita debia de tener siete anos cuando sucedio algo en lo que nadie reparo, y que sin embargo dio un vuelco a mi vida. Miranda, confiada a los cuidados de una nodriza, raras veces entraba en la alcoba de sus padres. Por eso, cuando la llamabamos, contemplaba aquel aposento con los ojos muy abiertos por el asombro y la curiosidad. Aquel dia la nina se acerco al lecho conyugal, y levantando la cabeza senalo con el dedo el retrato-espejo que velaba por el.

– ?Quien es? -pregunto.

Y en el mismo momento en que pronunciaba estas sencillas palabras, reconoci en su candido rostro, palidisimo, iluminado por dos ojos azules, adelgazado por la cascada de sus rizos negros, reconoci, digo, la expresion de melancolia enojada de la cara pintada que estaba senalando, como si el espejo, recobrando subitamente su virtud especular, reflejase la imagen de la nina. Una exquisita y profunda emocion hizo asomar lagrimas a mis ojos. Descolgue el retrato, atraje a la nina hasta ponerla entre mis rodillas, y acerque el retrato a su carita.

– Miralo bien -dije-. ?Preguntas quien es? Miralo bien, es alguien a quien conoces.

Guardo un obstinado silencio, un silencio cruel e insultante para su madre, a la que decididamente se negaba a reconocer en aquel retrato juvenil.

– Pues bien, eres tu, eres tu dentro de poco, cuando seas mayor. O sea que vas a llevartelo. Te lo doy. Lo pondras encima de tu cama, y cada manana lo miraras y diras: «?Buenos dias, Miranda!». Y veras como dia a dia te iras pareciendo mas a esta imagen.

Puse el retrato ante sus ojos, y, docilmente, con una gravedad pueril, dijo: «?Buenos dias, Miranda!». Luego se lo puso bajo el brazo y se fue corriendo.

Al dia siguiente comunique a Malvina que a partir de entonces tendriamos alcobas separadas. La muerte de mi padre y nuestra coronacion eclipsaron poco despues aquel mediocre epilogo de nuestra vida conyugal.

Como para leer en el el porvenir, palpo y contemplo el bloque de mirra que Maalek me regalo hace ya mucho tiempo, igual que una sustancia que tuviese la virtud de eternizar lo temporal, quiero decir, de hacer pasar los hombres y las mariposas del estado putrefacto al estado indestructible. La verdad es que toda mi vida se mueve entre estos dos terminos: el tiempo y la eternidad. Pues es la eternidad lo que encontre en Grecia, encarnada en una tribu divina, inmovil y llena de gracia, bajo el sol, que es tambien estatua del dios Apolo. Mi matrimonio volvio a sumergirme en el espesor de la duracion, donde todo es envejecimiento y mudanza. Vi como la coincidencia de la joven Malvina con el delicioso retrato que yo tanto amaba se iba deshaciendo de ano en ano, a sucesivos «golpes de vejez» que acusaba la princesa hircana. Ahora se que ya solo volvere a tener la luz y el reposo el dia en que vea fundirse en la misma imagen la efimera y conmovedora verdad humana y la divina grandeza de la eternidad. ?Pero alguien ha sonado alguna vez una alianza mas improbable?

Los asuntos del reino me retuvieron en Nippur varios anos. Luego, despues de solucionar las principales dificultades interiores y exteriores que herede de mi padre, y sobre todo despues de comprender que la primera virtud de un soberano es saber rodearse de hombres capaces y probos, y depositar en ellos su confianza, pude dedicarme a una serie de expediciones cuyo objeto real y confesado era conocer -y si era posible obtener- riquezas artisticas de los paises vecinos. Cuando digo que un soberano ha de saber poner su confianza en los ministros que el mismo ha elegido, es forzoso anadir que no hay que tentar al diablo, y que hay precauciones indispensables para prevenir lo peor. Por lo que a mi respecta, he enaltecido mucho el uso antiguo de los pajes, esos donceles de origen noble que su padre envia a la corte del rey para servirle y adquirir conocimientos y amistades que puedan serles utiles en el futuro. Cuando me iba, nunca dejaba a un hombre en un lugar estrategico si no me habia confiado al menos uno de sus hijos para acompanarme en mi expedicion. Disponia asi de una escolta brillante y juvenil que alegraba el viaje, que se instruia conociendo cosas y personas extranjeras, y que constituia respecto a los ministros que se habian quedado en Nippur un conjunto de rehenes que les ponian a salvo de cualquier tentacion de golpe de Estado. La institucion se consolido y adquirio una especie de autonomia. Obedeciendo a una inclinacion frecuente entre los jovenes, mis pajes -con los que mezclaba con toda naturalidad a mis propios hijos- se organizaron en una sociedad secreta cuyo emblema era una flor de narciso. Por lo que a mi respecta, me gusta esta confesion candidamente provocadora del amor que de un modo espontaneo la juventud siente por si misma. Experiencias comunes, cierto apartamiento de la sociedad de Nippur, debido a nuestros frecuentes viajes, una pizca de desden por los sedentarios de la capital, instalados en sus costumbres y sus prejuicios, contribuyeron a hacer de mis Narcisos un nucleo politico revolucionario del que espero lo mejor el dia en que yo me retire del poder con los hombres de mi generacion.

Desde luego, uno de mis primeros viajes fue para visitar Grecia y sus confines. Deseaba que mis jovenes companeros tuviesen un deslumbramiento comparable al mio veinte anos atras, y con un sentimiento de alegre fervor nos embarcamos en Sidon en un velero fenicio. ?Se debio a que los anos habian cambiado mi mirada o a la presencia de los pajes que tenia a mi alrededor? Ya no volvi a ver la Grecia de mi adolescencia, pero en cambio descubri otra. Los Narcisos, emprendedores y avidos de relaciones humanas, muy pronto se hicieron adoptar por la sociedad, por otra parte abierta y de un acceso facil, de la juventud ateniense. Con una rapidez que me sorprendio, hablaron su lengua, copiaron su indumentaria, invadieron sus banos, sus gimnasios, sus teatros. Hasta el punto de que a veces me costaba distinguir a los mios entre los efebos a los que veia aglomerarse en las estufas y las palestras. Me sentia orgulloso de que hiciesen tan buen papel, y me felicitaba por anticipado por toda la renovacion que iban a aportar a la sedentaria burguesia de Nippur. Incluso cierta forma de amor -que Grecia ha convertido en una especialidad, no por su practica, que es universal, sino por su tranquila manifestacion publica- era algo de lo que yo me alegraba al ver que lo adoptaban plenamente, ya que proporciona una diversion ligera, gratuita e inofensiva respecto a la pesada y coercitiva heterosexualidad conyugal.

Pero no solo habia gimnastas, actores, maestros de armas o masajistas en esa ciudad cuyo genio habia deslumbrado al mundo. Yo mismo pase alli exquisitas veladas bajo los porticos coronado de follaje, bebiendo vino blanco de Tasos, y conversando con hombres y mujeres infinitamente cultos y escepticos, curiosos de todo, sutiles, amenos, los mejores anfitriones del mundo. Sin embargo muy pronto comprendi que habia que esperar muy poco de aquellas personas tan civilizadas, pero cuyo reseco corazon, ingenio superficial e imaginacion esteril creaban una atmosfera proxima al vacio. En mi primer viaje a Grecia solo habia visto dioses. La segunda vez vi a hombres. Por desgracia, existia poca relacion entre unos y otros. Tal vez siglos atras aquella tierra habia estado poblada por campesinos, soldados y pensadores sobrehumanos que se encontraban a la misma altura que el Olimpo. Vivian tratando familiarmente a los semidioses, a los faunos, a los satiros, a Castor, Polux, Hercules, a gigantes y centauros. Luego habia habido genios cuya voz formidable aun resonaba desde el fondo de las edades hasta nosotros, Hornero, Hesiodo, Pindaro, Esquilo, Sofocles, Euripides. Los que yo veia ahora no eran sus herederos directos, ni siquiera los herederos de sus herederos. La Grecia de mi primer viaje era una imagen sublime. Pero en mi segundo viaje comprobe que esa imagen solo era una mascara sin rostro que flotaba en el vacio.

4 Hoy el mar Caspio.

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