Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗
Pero si esa fragil visita se renovaba de tarde en tarde, el visitante cambiaba cada vez de librea. A veces amarilla, sombreada de terciopelo negro, o de un rojo llameante con un ocelo de color malva, o sencillamente, blanca del todo, como la nieve; en una ocasion la vi ataraceada de gris y de azul, como un trabajo de concha.
Yo aun era un nino, y esas mariposas que alguien mandaba hacia mi como mensajeras de otro mundo, encarnaban a mis ojos la belleza pura, a la vez inasible y sin ningun valor comercial, exactamente todo lo contrario de lo que me ensenaban en Nippur, Llame al intendente encargado de mis necesidades materiales, y le ordene que me mandara construir el instrumento que necesitaba, es decir, un baston de junco rematado por un aro de metal, coronado a su vez por un gorro de tela ligera como una red de gruesa malla. Despues de varios intentos -casi siempre los materiales empleados para estos tres elementos eran demasiado pesados y sin la afinidad que debian tener con la codiciada presa- me vi en posesion de un cazamariposas bastante utilizable. Sin esperar la solicitacion de una visita matinal, me lance hacia el horizonte -el de levante-, de donde me venian siempre mis pequenas viajeras.
Era la primera vez que me escapaba solo mas alla de los limites del dominio real. Para mi sorpresa, no encontre ningun centinela en el camino de mi escapada, que asi parecia estar favorecida por una conspiracion general: un viento exquisitamente suave, la pendiente de la meseta sombreada de tamariscos, y, desde luego, aqui y alla una mancha que revoloteaba de flor en flor como para desafiarme o recordarme mis deberes de cazador de mariposas. A medida que bajaba hasta el valle de un afluente del Tigris, veia enriquecerse la vegetacion. Sali al final del invierno que alegraban unos escasos crocos, y me parecia estar avanzando hacia la primavera, a traves de campos de narcisos, de jacintos y de junquillos. Y, cosa rara, no solo las mariposas parecian cada vez mas abundantes, sino que sus vuelos tambien parecian salir del mismo lugar, evidentemente la meta de mi expedicion.
Pero fue una nube de insectos lo que me indico, ya a considerable distancia, donde estaba la alqueria de Maalek. Alrededor de un pozo -que sin duda habia determinado la eleccion del asentamiento- un gran cubo blanqueado solo ofrecia una puerta baja como unica abertura, y se prolongaba por medio de dos construcciones vastas y ligeras, con tejados de palma en angulo recto. De uno de esos tejados salia como un humo azul, un chai aereo que se alargaba en todas direcciones, y cuya evolucion activa, dinamica, casi voluntaria, no era la pasiva de una nube, sino la ascension de una masa de insectos alados. Antes de llegar al patio de la alqueria, recogi sobre la hierba unas cuantas mariposillas identicamente grises y translucidas, sin duda los individuos mas perezosos de aquel pueblo emigrante.
Un perro se acerco a mi ladrando y haciendo huir a unas cuantas gallinas. Tal vez el extrano instrumento que llevaba en la mano provocaba su colera, porque para que me dejase en paz tuvo que intervenir el dueno de aquel lugar. Salio de una de las grandes chozas de palmas, impresionante por su altura, su delgadez -envuelto en una amplia tunica amarillas con largas mangas-, la cara ascetica y lisa. Me alargo la mano, y yo crei que queria saludarme, pero en seguida me di cuenta de que solo queria que le diera mi caza mariposas, objeto que tal vez consideraba incongruente en aquellos parajes, como ya habia hecho el perro.
No me parecio oportuno ocultarle mi identidad, y, gozando anticipadamente de la sorpresa un poco escandalizada que aquella presentacion podia suscitar, le dije sin mas preambulo:
– Esta manana he salido del palacio de Nippur. Soy el principe Baltasar, hijo de Balsarar, nieto de Belsusar.
Me respondio, no sin malicia, senalando con un ademan las mariposas cuya nube habia dejado de brotar del tejado y se deshilachaba por encima de las copas de los arboles.
– Son callicoras azuladas. Cristalizan en racimos, y echan a volar juntas, obedeciendo a una misteriosa correspondencia gregaria. Ayer nada anunciaba aun que la eclosion colectiva fuese inminente. Sin embargo, ante una oscura senal, cada individuo ya habia empezado a roer la parte superior de su capullo.
No obstante, no olvido los ritos tradicionales de la hospitalidad. Saco agua del pozo, lleno un cubilete y me lo ofrecio. Bebi con gratitud, consciente de mi sed a medida que la saciaba. Si, aquel largo recorrido me habia dejado sediento, y despues de beber senti que las piernas me temblaban de cansancio. Comprendi que el se habia dado cuenta, pero que preferia no darse por enterado. Aquel joven principe un poco loco, que salia de su capital con aquel artilugio ridiculo en la mano, merecia un tratamiento energico.
– Ven -me ordeno-. Has venido para verlas. Te esperan.
Y me hizo entrar en la primera choza de palmas, sin darme tiempo para preguntarle que me esperaba alli.
En efecto, alli estaban «ellas», a millares, a cientos de miliares, y el ruido que hacian al comer llenaba el aire con una crepitacion ensordecedora. Habia una especie de tinas llenas de hojas, hojas de higuera, de morera, de vid, de eucalipto, de hinojo, de zanahoria, de esparraguera, y de otras que no supe identificar. Cada tina tenia su variedad de follaje, y cada clase de hojas su variedad de orugas, orugas lisas o pilosas -minusculos osos pardos, rojizos o negros-, blandas o con caparazon, sobrecargadas de adornos barrocos -espinas, crestas, cepillos, tuberculos, carunculas u ocelos-. Pero todas estaban compuestas por doce anillos articulados que terminaban en una cabeza redonda con una formidable mandibula, y las mas inquietantes eran aquellas que por su forma y su color se confundian exactamente con la planta sobre la que vivian, de tal forma que a simple vista parecia que las hojas, dominadas por una locura canibal, se devoraban a si mismas.
Maalek me observaba mientras yo, con los ojos muy abiertos por la curiosidad y el estupor, me iba inclinando sobre una y otra tina para contemplar tan asombroso espectaculo.
– ?Que bien! -decia, hablando para si mismo-. Miro como miras, te veo ver, y elevando asi mi mirada al segundo grado, confiero a esas cosas esenciales una evidencia y un frescor nuevos. Deberia recibir aqui mas a menudo a jovenes visitantes. Pero aun no has descubierto mas que la mitad del espectaculo. Ven, crucemos ahora esta puerta, vamos mas lejos.
Y me arrastro hasta la segunda choza.
Despues de la vida febril y devoradora, aquel era un espectaculo de muerte, o, mejor dicho, de sueno, pero de un sueno que imitaba la muerte con un refinamiento espantoso. Solo se veia un bosque de ramitas y ramas secas, un verdadero bosquecillo artificial plantando en tinas de arena. Y todo aquel boscaje estaba lleno de capullos, frutos extranos, incomestibles, envueltos en una funda sedosa, de color amarillo claro, hinchada por una turgencia interior no poco sospechosa.
– No creas que duermen -me dijo Maalek, adivinando mis pensamientos-. Las crisalidas no invernan. Por el contrario, se dedican a un trabajo formidable cuya grandeza muy pocos hombres pueden imaginar. Escucha bien eso, principito: las orugas que has visto eran cuerpos vivos compuestos de organos, como tu y como yo. Estomago, ojo, cerebro, etcetera, a la oruga no le falta de nada. ?Y ahora mira!
Despego un capullo de una ramita, lo sujeto entre el pulgar y el indice, y lo corto con una cuchilla. La larva destripada se reducia a una sustancia blanca, parecida a la pulpa de un aguacate.
– Ya ves, no hay nada, una pasta harinosa. Todos los organos de la oruga se han fundido. ?Ha desaparecido la oruga, con toda su panoplia fisiologica completisima! ?Simplificada a no poder mas, licuefacta! No se necesita menos para convertirse en mariposa. Hace muchos anos que, mientras observo todas esas minusculas momias, medito sobre esa simplificacion absoluta que es el preludio una maravillosa metamorfosis. Busco equivalentes. La emocion, por ejemplo. Si, la emocion, o si lo prefieres, el miedo.
Se sento en un escabel para hablarme con mas comodidad y desde mas cerca.
– El miedo… Una hermosa manana de Abril te paseas por el parque del castillo. Todo invita a la paz y a la felicidad. Te entregas, te abandonas a los olores, a los ramajes, al viento tibio. Y de pronto surge un animal feroz que va a arrojarse sobre ti. Hay que hacerle frente, prepararse para el combate, un combate para salvar la vida. Una gran emocion se aduena de ti. Durante unos segundos te parece que tus pensamientos se baten en retirada, no tienes fuerza para pedir socorro, los brazos y las piernas ya no obedecen tu voluntad. Eso es lo que se llama el miedo. Yo lo llamaria la simplificacion. La situacion exige de ti una metamorfosis radical. El paseante despreocupado ha de convertirse en un combatiente. Lo cual no se puede hacer sin una fase de transicion que te licue como hace la ninfa dentro del capullo. De esa licuefaccion ha de salir un hombre dispuesto para la lucha. ?Confiemos en que sea a tiempo!
Se levanto y dio unos pasos en silencio.
– Evidentemente, esta teoria de la fase de simplificacion transitoria se ilustra mucho mejor a escala de las naciones. Un pais que cambia de regimen politico -o sencillamente de soberano- suele conocer un periodo de turbulencias en el que todos los organos de la administracion, de la justicia y del ejercito parecen disolverse en la anarquia. Todo eso es necesario para que la nueva autoridad pueda ocupar su lugar,
»En cuanto a la metamorfosis que convierte a la oruga en mariposa, evidentemente es ejemplar. A menudo he estado tentado de ver en la mariposa una flor animal que -respondiendo al mimetismo que confunde al insecto con la hoja- brota de una planta llamada oruga. Metamorfosis ejemplar porque es un exito clamoroso. ?Puede imaginarse una transfiguracion mas sublime que la que empieza con la oruga gris y reptante, y concluye en la mariposa? Pero ese ejemplo no siempre se sigue, ni mucho menos. He citado las revoluciones populares. Pero, ?cuantas veces un tirano es depuesto y ocupa su lugar un tirano mas sanguinario aun? ?Y los ninos! ?Acaso la pubertad, que hace de ellos hombres, es la metamorfosis de una mariposa en oruga?
Luego me hizo entrar en un pequeno gabinete donde reinaba un intenso olor balsamico. Alli era, me explico, donde las mariposas que queria conservar eran sacrificadas y ensartadas, con las alas abiertas, para toda la eternidad. Apenas salian del capullo -todavia muy humedas, arrugadas y temblorosas-, las introducia en una jaula con cristales hermeticamente cerrada. Observaba su despertar a la vida y su expansion a la luz del sol, e incluso antes de que intentaran levantar el vuelo, las asfixiaba metiendo en la jaula el extremo encendido de un bastoncillo untado de mirra. Maalek apreciaba mucho esta resina que exuda un arbusto oriental, 3 y que los antiguos egipcios utilizaban para embalsamar a sus muertos. Veia en ella la sustancia simbolica que permitia que la carne putrescible accediera a la perennidad del marmol, el cuerpo perecedero a la eternidad de la estatua… y sus fragiles mariposas a la densidad de las joyas. Me regalo un bloque que siempre he conservado, y que sopeso en mi mano izquierda mientras escribo estas lineas: observo esta masa rojiza, un poco aceitosa, surcada por estrias blancas, y que dejara en mi mano un tenaz olor de templo oscuro y de flor marchita.
3 El bahamodendron myrrha.