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La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain (читать полную версию книги .TXT) 📗

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– Has visto a Sir Ralph esta noche -empieza Lady Ava. Kim se contenta con un movimiento de cabeza casi imperceptible (sin duda afirmativo) a manera de respuesta, mientras la senora prosigue su monologo sin apartar la vista de ella, pero sin manifestar ninguna extraneza por no obtener la menor respuesta, ni aun despues de formularle una pregunta de manera categorica-. ?Te ha parecido que estaba en su estado normal? ?Has notado su expresion extraviada? Loraine acabara volviendolo loco del todo, a fuerza de ceder a sus fantasias. El plan esta bien trazado. Sir Ralph ya solo vive para ella. Basta con dejar que las cosas sigan su curso. -La muchacha ya no da la menor muestra de asentimiento o interes; podria ser sordomuda, o entender solo el chino. A Lady Ava eso no parece incomodarla lo mas minimo (quiza sea ella misma la que prohibe a las criadas contestar) y sigue tras una pausa-: En este momento estara corriendo en busca del dinero que exige ella… Se pasara asi toda la noche, y no encontrara nada. Y estara maduro para oir nuestros consejos…, nuestras sugerencias…, nuestras directrices… Bueno. No te necesito esta noche. Me siento vieja y cansada… Podras dormir en tu cama.

La eurasiatica se ha vuelto a esfumar, como un fantasma. Lady Ava vuelve a estar de pie junto al secreter, donde deja sobre el tablero abierto, entre los otros papeles, la cuartilla que se habia llevado para releerla. Coge el sobre pardo que contiene las cuarenta y siete bolsitas de polvo; la segunda vez que ha entrado Kim, ha podido asegurarse de que esta comprobaba la presencia del paquete con una rapida ojeada: si el escondite se hallara en la habitacion misma, estaria guardado desde hace rato, ha pensado la criada, piensa Lady Ava, dice el narrador de cara colorada que le esta contando la historia a su vecino, en la sala del teatrito. Pero Johnson, que tiene otras cosas en la cabeza, no presta mucha atencion a sus inverosimiles relatos de viajes por Oriente, con anticuarios alcahuetes, trata de blancas, perros demasiado inteligentes, burdeles para psicopatas, trafico de drogas y asesinatos misteriosos. Del mismo modo contempla con mirar bastante vago, errante, discontinuo, el escenario, donde sigue la funcion.

Mientras tanto Lady Ava, en su dormitorio, ha accionado el sistema secreto, conocido solo por ella (el operario chino que instalo el mecanismo murio al poco tiempo), para abrir, en la pared frontera a la gran puerta de dos hojas, el panel del invisible armario de las reservas. Este panel movil forma con la puerta contigua del cuarto de bano un todo de dos hojas, identico al de la puerta que se halla enfrente; el visitante tiene la impresion de que la parte de la derecha -que da en realidad al armario- es una falsa media puerta instalada alli para la decoracion, por simple afan de simetria. Lady A va coloca el paquete de papel pardo en uno de los estantes y cuenta las cajas que se alinean y se apilan de un extremo a otro del estante situado debajo.

Mientras tanto el americano regresa a Kowloon en uno de los barcos nocturnos, cuyas grandes salas provistas de bancos o butacas estan casi vacias a estas horas de la noche. Le ha resultado dificil deshacerse de los policias; el teniente se ha empenado incluso en llevarlo hasta el embarcadero y hacerlo subir en el primer transbordador que salia. Johnson no se ha atrevido a volver a bajar enseguida (como habia pensado hacer primero), temiendo encontrarse con el coche de la policia, que se ha quedado vigilando alli. Desembarca, pues, en la otra orilla. Hay un taxi aparcado, pero, en el momento en que llega hasta el, lo toma otro pasajero que se presenta por la puerta opuesta. Johnson se decide a subir a una jinrikisha roja, cuya pegajosa almohadilla de hule deja salir su crin mohosa por un desgarron triangular; pero se consuela pensando que el taxi, de un modelo muy antiguo, no debe de ser mucho mas confortable. Ademas, el conductor corre tanto como el automovil, que lleva la misma direccion, por la gran avenida desierta, cubierta de una acera a otra, en forma de boveda, por las ramas de las higueras gigantes cuyas raices aereas, finas y tupidas, cuelgan verticalmente como largas cabelleras. Tras los gruesos troncos nudosos aparece un momento, alcanzada y adelantada muy pronto, una chica de traje blanco y cenido que anda con paso rapido bordeando las casas, precedida de un perro muy grande atado con correa. La jinrikisha para al mismo tiempo que el taxi frente a la puerta monumental del hotel Victoria. Pero no baja nadie del automovil, y Johnson, echando un vistazo atras al empujar la puerta giratoria, cree distinguir una cara que lo observa por el cristal, subido a pesar del calor, desde el asiento trasero. Se trataria, pues, de un espia encargado por el teniente de seguir al sospechoso hasta Kowloon, para ver si realmente paraba en este hotel y entraba enseguida en el sin mas rodeos.

Pero Johnson solo va a preguntarle al portero si han dejado algo para el durante la noche. No, el portero no tiene nada que entregarle (para estar mas seguro, mira el casillero de la correspondencia); solo ha recibido, hace poco, una llamada telefonica de Hong Kong, preguntando si se alojaba en el hotel un tal Ralph Johnson y desde cuando. Sin duda, era otra vez el teniente, que, por lo visto, hacia sus investigaciones con poca discrecion, a menos que un modo tan aparatoso de seguirle los pasos fuera intencionado y pretendiera impresionarlo. En todo caso, ello no le impide salir sin vacilacion del gran vestibulo por la otra puerta giratoria, que se abre en la parte posterior del edificio, frente a un jardin plantado de ravenalas: basta cruzarlo para llegar a la calle. Hay alli una parada de taxis y, como de costumbre, hay un taxi libre, de modelo muy antiguo, que espera. Johnson sube en el (tras asegurarse de que nadie, en las inmediaciones, espia su huida) y da las senas de Edouard Manneret, el unico personaje que, a este lado de la bahia, puede ayudarlo en la apremiante necesidad en que se halla. El taxi arranca enseguida. En el exiguo recinto el calor es asfixiante; Johnson se pregunta por que estan subidos hasta arriba todos los cristales y quiere bajar el que se halla a su lado. Pero el cristal se resiste. Johnson se empena en bajarlo, presa repentinamente de una espantosa sospecha, causada por el parecido de este viejo vehiculo con el que acaba de… La manivela se le queda en la mano y la ventanilla sigue hermeticamente cerrada. El taxista, que oye ruido a su espalda, se vuelve hacia el cristal que lo separa del cliente, y este apenas tiene tiempo de adoptar un aire adormilado, a fin de disimular su agitacion. ?No es esta la cara de ojillos oblicuos que ha entrevisto al volante del primer taxi, en el desembarcadero del transbordador? Pero todos los chinos tienen la misma cara. De todos modos es demasiado tarde para cambiar de direccion; las senas de Manneret estan ya dadas y grabadas en la cabeza del taxista. Si su mision consiste en… Pero ?por que el espia que lo vigilaba tras el cristal subido, en la puerta del hotel, se ha bajado despues? ?Donde habra ido? ?Y como puede un policia descargarse de su servicio en un simple taxista encontrado al azar? A no ser, naturalmente, que se trate de un falso taxista, avisado tambien por telefono desde la isla de Hong Kong y venido expresamente a la salida del transbordador para recoger al companero y recibir sus consignas. Y, en este momento, el companero esta registrando de arriba abajo la habitacion de Johnson en el hotel Victoria.

Detras de los troncos gigantes de las higueras, una joven de traje muy cenido anda con paso rapido y tranquilo junto a las tiendas elegantes con los escaparates a oscuras; un gran perro negro la precede, exactamente como a la de antes, que, sin embargo, no se dirigia hacia esta parte y dificilmente podia haber recorrido entretanto todo este trayecto. Pero Sir Ralph tiene preocupaciones mas urgentes que le impiden interesarse por este problema, Si el espia del teniente se ha apeado realmente del coche en el hotel Victoria, aunque con un poco de retraso (buscaba dinero o esperaba que Johnson le dejara el campo libre), este taxi puede muy bien ser un verdadero taxi. ?Que motivo tenia entonces el taxista para apostarse en la parte trasera del hotel, como para controlar todas sus salidas? A todo esto, el vehiculo ha llegado a la direccion indicada. El taxista ha abierto el cristal de separacion para decirle al cliente el precio de la carrera; aprovecha la ocasion para coger la manivela de la ventanilla que este ultimo ha conservado por distraccion en la mano, y, con la destreza que confiere la costumbre, la coloca de nuevo en su eje, pronta a jugarle la misma pasada a un nuevo pasajero. Tras lo cual, exclama en cantones: «?Material americano!», y suelta una ruidosa carcajada. Johnson, mientras le tiende un billete de diez dolares (dolares de Hong Kong, naturalmente), aprovecha esta broma para iniciar una conversacion, con objeto de aclarar en lo posible el misterio del primer espia. Dice, en cantones: «?No son mejores los coches ingleses!»

El otro le hace un guino, con expresion maliciosa, llena de sobreentendidos, contestando: «?Por supuesto! ?Y los chinos?» Sera, pues, mas bien uno de los muchos propagandistas que han venido como refugiados de la China comunista y que, desde hace poco tiempo, han invadido la colonia y ocupan por completo algunas profesiones: taxistas y porteros de hotel en particular, Pero Johnson, que sigue con su idea, le espeta entonces su pregunta,

– ?Usted no es el que estaba aparcado a la llegada del transbordador y se me ha escapado por unos segundos?

– ?Claro que si! -dice el hombre,

– ?Y ha llevado a otra persona al hotel Victoria?

– ?Exacto!

– ?Una persona que se ha bajado alli?

– Si no iba a bajarse, no me habria pedido que lo llevara, digo yo,

– Bueno. Pero ?por que, al quedar vacio, ha dado la vuelta al edificio hasta el jardin que hay detras, en vez de quedarse en la parada que esta delante del hotel?

El chino vuelve a guinar el ojo con malicia, de un modo exagerado, algo inquietante: «?Olfato! -dice-, ?Olfato policiaco!» Y suelta su sonora carcajada.

El americano baja del taxi y se aleja, vagamente aturdido. No se atreve a subir directamente a casa de Manneret -cuyo numero ha dado sin ambiguedad- porque el taxi tarda en arrancar y sigue aparcado junto a la acera, Se aventura a mirar hacia ese lado, para averiguar que espera el taxista, cuando ve que se entreabre la puerta delantera y el hombrecillo saca la cabeza y un brazo para indicarle con un gesto el portal correcto, con amabilidad, temiendo sin duda que se extravie en esa avenida mal alumbrada en la que no son muy visibles todos los numeros de las casas. Johnson renuncia entonces a dar la vuelta a la manzana, como habia pensado, y llama a la puerta cochera, que se abre sola. Dentro del portal encuentra sin dificultad el interruptor de la escalera, en la que el frescor del aire acondicionado le da nuevas fuerzas.

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