La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (читать книги полные .txt) 📗
Las calles estaban llenas de gente: abanicandose en los portales, paseando, riendo fuera de las tabernas. En mitad de una plaza, una mujer cantaba en italiano algo cadencioso y altisonante, de una opera sin duda. La voz lo siguio por la calle que llevaba al rio, donde habria un cafe y, con suerte, brisa del rio; tarareo varios compases en voz baja.
Mas adelante, en la esquina, el Victoire cubria de rectangulos de luz ambar los adoquines. Un hombre que caminaba con prisas lo miro; y se reconocieron a la vez.
– ?Morel! -Los dedos de Chalabre le aferraron el brazo, sintio su aliento a pepinillo en la cara, se vio empujado contra una pared, hacia la sombra-. ?Por que ha vuelto?
El ajetreo del cafe quedaba a unos metros escasos; el corazon de Joseph latio con mas fuerza aun. Si su ausencia habia sido advertida, eso solo podia significar que seguian sus movimientos.
– Un asunto de familia -logro decir-. He tenido que ausentarme unos dias.
Los dedos se le hincaron con mas firmeza en la carne. La gente moria de insolacion, de modo que Chalabre iba, naturalmente, bien abrigado con una chaqueta de corte impecable y diseno irreprochable. La tela gris plateada parecia suave y cara.
– Le estuve buscando. En cuanto cogieron al chico. Encontraron su nota, por supuesto, cuando los arrestaron. Tenemos que hablar, Morel, nos asesinara a todos si no lo detenemos. Ha estado divulgando rumores sobre mi…
A Joseph nunca le habian gustado los pepinillos y se le revolvio el estomago vacio.
– ?Los arrestaron? ?A quien arrestaron junto con la marquesa?
– ?La esposa de Monferrant? Pero si ella y el norteamericano… ?No ha estado usted ayudandolos a escapar?
– ?Quien? -grito, y se aferro a una solapa plateada y resbaladiza como la piel de un pez.
La voz de Chalabre siguio sin parar.
15
Los centinelas que montaban guardia fuera de la charcuteria tenian las chaquetas desabrochadas y los sombreros echados hacia atras. Al reconocer a Joseph, el de mas edad se puso a quejarse del calor, su rodilla mala, la jornada tan larga, el sueldo inadecuado.
Cuando se abrio la puerta, el aire viciado y el olor a comida lo engulleron.
Oyo una exclamacion y la siguio a traves del oscuro pasillo, donde los azulejos estaban frescos contra la mejilla. En el comedor habia un mantel rojo brillante sobre la mesa, la ventana estaba abierta y el olor era mucho peor.
Se aferro al respaldo de una silla.
Ricard, en mangas de camisa, cogio la licorera al tiempo que chasqueaba con la lengua en senal de desaprobacion.
– Di a ese tipo instrucciones de no decirte nada y enviarte directamente aqui. Le he tenido apostado en tu casa desde… Un asunto terrible.
El vaso choco contra los dientes de Joseph.
– Chalabre debio de hacerme seguir hasta el hospital y se entero de nuestra conversacion. Te dije que tiene espias en todas partes.
El cerro los ojos.
– ?Y… tu viaje? -La voz de Ricard era indecisa.
El siguio bebiendo.
– Un asunto terrible. Tragico.
El se palpo la camisa, saco la nota que le habian entregado en Cahors y se la paso deslazandola por la mesa. Ricard rompio el sello y desdoblo el papel. Movio rapidamente los ojos de un lado a otro.
Joseph miro su vaso. ?Por que estaba vacio?
El alcalde aparto una silla -un chirrido sobre las tablas de madera- y se sento.
– Me ocupare de todo, por supuesto. Tendras que permanecer escondido unos dias. Pero solo hasta que lleguen los refuerzos.
El mantel no era rojo, sino marron. Sobre el habia pan, una tabla, un cuchillo, medio queso amarillo cremoso rezumando en un plato de flores. Dos velas. Un recipiente lleno de ciruelas. Una pipa. Le Citoyen de esa manana abierto, boca abajo. Reparo en la fecha: 8 termidor.
– He hablado con Chalabre -dijo el.
Ricard volvio a clavar la mirada en la carta. Sus ojos eran ahora de un azul transparente, impasible. Saco el tabaco de un bolsillo sin dejar de mirar a Joseph a la cara.
– Se que fuiste tu quien ordeno los arrestos.
– Joseph…
Su nombre otra vez. No pudo evitar reirse.
– No debes creer nada de lo que ese hombre… -Los dedos de Ricard se cernian alrededor de su boca.
– Si Chalabre hubiera estado detras de ello, no habria esperado a que la hermana escapara. Habria enviado a los agentes a la casa ese mismo dia. Querias que Claire escapara para tener algo de que acusar a Sophie.
– Joseph, yo…
– ?Por que lo hiciste?
La voz a su espalda fue tan inesperada como la lluvia.
– La gente que no ve las cosas como mi marido siempre recibe su castigo -dijo Lisette. Debajo de su chal verde llevaba un vestido de color marfil; sus pies pequenos estaban descalzos-. ?De verdad creiste que no te castigaria a ti?
– No seas necia -dijo Ricard-. Es el calor, Morel.
Pero Joseph miraba fijamente a Lisette.
Ella salio de las sombras y entro en la habitacion.
El alcalde empujo su silla hacia atras -?ese ruido!- y se levanto con su habitual parsimonia.
Ella movia los brazos hacia un lado y otro para que Joseph los viera.
– Cuando era joven me acoste con hombres a cambio de dinero. Pero no se lo dije a Paul hasta que estuvimos casados. -El chal se le resbalo y cayo al suelo. Y, alargando una mano por delante de Joseph, cogio el cuchillo.
– Se hace ella misma esas heridas, doctor. He tratado de hacerle entrar en razon, de suplicarle. -Ricard se acercaba desde el otro lado de la mesa con una mano alargada, esos bonitos y esbeltos dedos.
Pero Joseph llego antes a ella.
El constante esfuerzo de Lisette por limpiar su vida a base de frotar: ?por que habia visto orgullo donde deberia haber reconocido miedo?
Ella no ofrecio resistencia cuando el le arrebato el cuchillo.
Habia un estudiante inclinado sobre un cadaver rosa grisaceo, cada detalle barnizado de la memoria sellado y brillante. Luego giro la muneca y el cuchillo se deslizo dulcemente entre los huesos.
16
A las ocho de la manana el sol cae en el patio como una espada.
La noche anterior escribieron con tiza un numero en su puerta, de modo que sabia que los pasos se detendrian alli esa manana. La correspondencia de los prisioneros pasa por el alcaide de la prision, asi que no ha escrito a Joseph. Pero ha dado al guardia una carta para su padre, que aun no ha vuelto en si, y otra para Mathilde. Ha escrito que siempre los querra. Les pide que la recuerden.
Uno de los inconvenientes de la muerte anunciada publicamente es su predisposicion a la trivialidad.
Los hombres ya estan esperando en el carro. Ve al violinista, con los rizos muy cortos. Y, detras de el, una cara morena y arrugada, unos ojos de mono, llenos de vida…
– ?Rinaldi!
La timida sonrisa de siempre. Es ahora cuando ella se echa a llorar.
Al buhonero le gustaria cogerle la mano, pero las tiene atadas a la espalda, de modo que lo unico que puede hacer, mientras el carro se pone en camino, es permanecer lo mas cerca posible de ella, apoya la cara en su hombro, doblan una esquina y se esta fresco a la sombra de los platanos, luego el carro vuelve a salir entre crujidos al sol y ya han llegado.