La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (читать книги полные .txt) 📗
La sala del tribunal se tambalea.
Lombard, el fiscal con cara de pera, esta leyendo en alto el primer cargo mientras se pasa un dedo por el cuello de la toga. A un violinista le ha denunciado uno de sus alumnos por «difamacion antipatriotica»: ha descrito la musica compuesta para el Festival del Matrimonio como «aullidos sensibleros» y confesado que se pasaba todas esas fiestas nacionales en la cama con las orejas tapadas y las cortinas echadas.
En pro de la justicia expeditiva, el tribunal tiene prohibido llamar a testigos. A los abogados defensores se les considera tambien innecesarios: los hombres del jurado son buenos ciudadanos, perfectamente capaces de mirar en su corazon y llegar al veredicto correcto sin necesidad de ser confundidos y desorientados por astucias legales. Para reducir aun mas la complejidad de la tarea del tribunal, todos los prisioneros son absueltos o condenados a muerte.
El violinista esta entre la mayoria desafortunada. «El verdugo me hara un favor, ciudadanos… Se acabaran los aullidos.» Esta salida recibe aplausos de la galeria, llena a rebosar como siempre; el desafio energico que no supone ninguna amenaza al confort de uno siempre se recibe con aprobacion. Ademas, el violinista tiene los ojos marron achocolatado y un torrente de rizos oscuros. Una o dos mujeres ya estan buscando a tientas sus panuelos.
Habian contando con que registraran la casa, pero tras la partida de Claire eso les habia parecido una mera intrusion desagradable. La nota de Joseph habia sido doblada y guardada en el escritorio de Sophie, no habiendosele ocurrido a Saint-Pierre que sus papeles privados podian tener interes para la policia. Hasta que el agente bajo al piso de abajo blandiendo la hoja de papel.
El dolor le sube por los brazos, pero desaparece al instante. Lo deja sin aliento y lucido. Se considera culpable de negligencia, egoismo, complacencia. Hasta un estupido como Monferrant podia ver lo que se avecinaba. Un momento despues recuerda que ha sido de Hubert.
El calor lo rodea y estrecha en sus brazos. Por unos instantes voluptuosos, Saint-Pierre se plantea ceder a su abrazo.
Junto a la puerta de su celda, dos guardias han estado jugando al ajedrez con un juego de piezas a las que les faltan las cabezas de los reyes y las reinas. Durante la cena -judias en grasa de pella, pan, varios pedazos grisaceos que debian de ser carne-, un prisionero se llevo a la mejilla un plato de hojalata e hizo, con perfectas tonalidades, el sonido de un cuerno de caza; esperaba desviar a los sabuesos, dijo, y hasta los guardias rieron.
A una prostituta que se ha jactado de cobrar a los jacobinos dos veces mas que a los demas clientes se le acusa de «moral depravada, y de empanar la pureza y energia de la Revolucion». Culpable.
A un jornalero lo han denunciado por negarse a trabajar los domingos y afirmar que es un dia sagrado, «corrompiendo la conciencia publica». Culpable.
Una costurera ha «minado los intereses nacionales» al expresar su pesimismo acerca del resultado de la batalla de Fleurus; que el ejercito revolucionario triunfara demuestra, segun Lombard, que las intenciones de la costurera eran enteramente maliciosas. Pero ella cuenta con una baza: tan pronto leen sus cargos anuncia que esta embarazada. Esto da lugar a una larga digresion, mientras el fiscal explica que la sospechosa se hallaba fuera de casa atendiendo a un pariente enfermo cuando las autoridades fueron informadas de su traicion, de ahi que se demoraran en arrestarla. A su regreso se entero de lo ocurrido, ante lo cual Lombard cree sinceramente que se apresuro a concebir el nino. Ruega al jurado que no tenga en cuenta tan fastidiosa circunstancia que no es sino una prueba mas de la perfidia de la prisionera. Pero la suerte no abandona a la costurera. En todo caso, se le tendria que perdonar la vida hasta despues del parto; los miembros del jurado se miran el corazon y, hallando en el magnanimidad indistinguible de sentimentalismo, la absuelven. El juez reprende a la policia por hacer perder al tribunal tiempo y recursos.
Lombard se pone mas colorado aun y se abanica con una carpeta.
Todo el mundo sabe que el tribunal nunca ha absuelto a un aristocrata. Sophie habla deprisa y sin vacilar.
– Mi hermana es unicamente culpable de haber contraido un matrimonio desafortunado. Cuando me entere de que su marido habia sido detenido, la inste para que huyera, ?como no iba a hacerlo?, es mi hermana. Mi padre no tuvo nada que ver con las medidas que tome.
– Tonterias -dijo Saint-Pierre enseguida-. Yo soy el unico y enteramente responsable.
– El prisionero no hablara a menos que se dirijan a el -dice Lombard con elegancia. Se coloca bien la toga, consulta sus papeles, se lo toma con calma; no todos los dias cae en sus manos un magistrado-. El chico que entrego la nota tenia instrucciones de no darsela a nadie mas que a su hija. De todos modos, ella ya ha admitido su culpabilidad.
Preguntan a Sophie por el paradero de su hermana.
– Tenia intencion de ir al sur, hacia las montanas. Tal vez Espana.
?Quien escribio la nota que los previno?
Ella baja la vista hacia la balaustrada.
– El jurado tendra en cuenta el hecho de que la prisionera se niega a colaborar con el tribunal. De todos modos, el muchacho ya ha proporcionado la informacion necesaria.
Saint-Pierre ignora a Lombard y se dirige al juez, quien hace ostentacion de tomar notas, evitando asi tener que mirar al prisionero.
– La acusacion es «ayudar a la contrarrevolucion». Pero ?donde esta la hermana o el padre que habria actuado de otro modo? -Sus atormentadores lo sujetan en el suelo de marmol, esperando a que hable. Si encuentra las palabras adecuadas lo redimiran, de eso esta seguro; pero ya tienen las manos alrededor de su cuello, una hoja fria apretada contra su piel-. Fallamos a menudo a nuestros hijos -se oye decir en alto-, pero nada, ni siquiera una revolucion, puede impedir que los queramos.
Sophie, de pie a su lado, se ha quedado muy quieta.
– ?Les parece que el amor es un delito de traicion?
El violinista aplaude.
Uno de los miembros del jurado carraspea y escupe.
– La alianza suprema de todo ciudadano es con su pais -dice Lombard irritado-. Un patriota habria alertado a las autoridades de la huida de su hija, prueba irrefutable, si se me permite recordar al jurado, de la culpabilidad de esta. De todos modos, no es la primera vez que el prisionero intenta desviar el curso de la justicia. Al investigar las actividades de Etienne Luzac, condenado por crimenes contra la Revolucion y ejecutado el 22 Vendemiare del ano II, el prisionero dio largas al asunto hasta el punto de que el fiscal se vio obligado a cerrar la investigacion y remitir el caso a este tribunal, el cual establecio rapidamente la culpabilidad de Luzac.
– ?No me nombraron para investigar a Luzac! -grita el, provocado por la tergiversacion de la evidencia-. Mi cometido era determinar quien habia iniciado la matanza que tuvo lugar en el antiguo convento, pregunta que permanece sin respuesta, puesto que las pruebas presentadas en el juicio de Luzac eran un monton de contradicciones.
Lombard se seca la frente, brillante de satisfaccion de si mismo. El juez tose, saca el reloj y se queda mirandolo.
De pronto las paredes empiezan a cercarlos. Saint-Pierre trata de rechazarlas, pero tiene las manos atadas ante si y… el aire rojo
15
Sin embargo, despues de que Joseph cruzara el rio en remolcador, las condiciones de la carretera empeoraron; y se hallaba aun a medio dia de distancia de Castelnau cuando su yegua quedo coja. El retraso que supuso tal contratiempo fue mas largo de lo que podria haber previsto. Al herrero del pueblo mas cercano lo habian llamado a filas y la forja habia revertido a su padre, un anciano cronicamente combativo que, en cuanto hubo comprendido que Joseph estaba ansioso por reanudar su viaje, le habia anunciado que ya habia pasado la hora de su comida del mediodia, y bajo ningun concepto iba a retrasarla aun mas, o privarse de la siesta que la seguia, ya que estas cosas eran su derecho de hombre libre y con sentido comun, por muy mal acostumbrados que estuvieran los forasteros -mirando a Joseph con desagrado-, ya que era bien sabido lo zoquetes y fornicadores que eran todos sin excepcion. Espero un momento con la barbilla levantada, en la que seguian saliendo agresivamente unos pocos pelos grises e hirsutos; y se retiro arrastrando los pies y de mal talante al ver que el extrano no mordia el anzuelo. Y Joseph tuvo que esperar mas de tres horas, y paso el rato lo mejor que supo en la taberna de al lado, jugueteando con un plato de huevos poco apetitosos sin lograr entablar conversacion con el dueno parcialmente sordo.
Era como esos suenos en los que todo sale mal y con enloquecedora lentitud.
De modo que por encima del horizonte ya se habia abierto paso con dificultad la luna, palida y lenta, como si hubiera dormido mal, y el crepusculo estaba muy avanzado cuando llego a Castelnau y dio un rodeo para tomar la carretera de Montsignac. Encontro la casa sumida en la oscuridad, con los postigos cerrados y silenciosa; vacilo un rato ante la verja, porque solo eran pasadas las diez y le costaba creer que se hubieran retirado todos tan temprano una calurosa noche de verano. Pero la yegua, con avena y paja en la mente, piafaba en la grava y protestaba; se le ocurrio que los Saint-Pierre tal vez habian estado deseando acostarse tras la agitacion de los pasados dias. De modo que, tras echar una ultima mirada penetrante a la ventana de ella -por muy fijamente que la mirara, no logro convencerse de que al otro lado de los postigos habia una tenue y tremula luz amarilla-, volvio grupas.
La ansiedad lo tiro de la manga a lo largo de los senderos oscuros como boca de lobo. Lo atribuyo al hecho de encontrarse en el campo de noche, con setos respirando a cada lado. Las ramas se entrelazaban sobre su cabeza, oscureciendo el cielo; y alla donde las hojas dejaban que la luna se escabullera, las sombras formaban charcos aun mas oscuros.
De pronto recordo que llevaba fuera tres noches, lo que significaba que Sophie estaria en el hospital al dia siguiente. Iria alli despues de desayunar y la sorprenderia. Inclinandose sobre la yegua, aferro un punado de sus crines negras y asperas.
– Mas deprisa -le susurro a su tembloroso oido-, mas deprisa.
Una vez guardada la yegua en el establo, se dio cuenta de que tenia un hambre canina, ya que no comia desde el mediodia, si empujar un revoltijo glutinoso por un plato con un trozo de pan de centeno podia considerarse comer.