La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (читать книги полные .txt) 📗
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Septiembre, un dia de cielos que se disuelven entre azul y gris, el viento no exactamente frio sino afilado por los bordes. Aspira una profunda bocanada de aire, saboreando su limpia salinidad.
Se han quitado los zapatos y las medias, y pasean por la playa que describe una curva hacia el sur del puerto donde las casas se apinan como mejillones. El mar esta veteado de purpura y marron por donde las rocas negro pizarra se sumergen en el agua. Los dedos de los pies de su hijo se curvan sobre la arena a medida que avanza haciendo eses, con las manos levantadas y riendose de un setter marron y blanco que se precipita ladrando estupidamente hacia las gaviotas, las cuales ni se inmutan. Con los anos ha tomado mucho carino a las ninas. ?Como no iba a hacerlo? Son pequenas, se caen y se hacen dano, una de ellas tiene miedo a las polillas, la otra le confiesa que lo que mas le gusta en el mundo es la luna en el agua. Tienen el llanto y la risa faciles; deslizan sus manitas en la suya y le hacen preguntas serias, mirandolo con ojos azules sin reservas.
Pero no ha tenido que aprender a querer a su hijo; la ternura, involuntaria como la marea, lo inundo desde el momento en que por primera vez sostuvo en brazos su diminuto cuerpo. Ya discierne inteligencia en su forma de razonar, en los ojos color avellana brillantes y los rapidos movimientos que ha heredado de su madre; y tambien algo de su propia tenacidad, una persistente concentracion que lo calma y llena sus gestos de determinacion.
Las gaviotas azotadas por el viento revolotean y chillan. Respeta las curvas peladas de esta costa, todos los excesos podados por el viento y el agua.
Con las rodillas rectas, el hijo se deja caer en la palida arena donde una estela de algas verde esmeralda ha llamado su atencion entre los fucos ocres y aceitunados. Las enrolla alrededor de sus gruesas munecas murmurando para si como el oceano. El perro se sacude, rodandolo de gotas frias, luego se tumba a su lado y empieza a mordisquear un palo.
Algo hace que Joseph se vuelva y mire hacia el fondo de la playa.
Donde el camino muere en las dunas rematadas de penachos de hierba, hay una mujer vestida de negro. Al cabo de un rato esta levanta una mano. El vacila, mirando al nino y al perro; luego echa a andar despacio hacia ella.
Tiene los anteojos salpicados de agua y sal; los limpia con la camisa.
Del gorro negro de la mujer se escapan tirabuzones negros que le azotan la cara. Ella se los aparta, ladeando la cara en un angulo que el conoce.
– ?Claire? -Y echa a correr, levantando arena.
Ella sonrie.
El tropieza y cae en sus brazos.
– Joseph, querido Joseph -dice Mathilde, dandole palmaditas en la manga. Dice-: Tu mujer me ha dicho que te encontraria aqui. Que no hay forma de alejarte del mar y que no para de encontrar arena en tus bolsillos. -Dice-: Mi padre murio hace once semanas. -Dice-: Debo decir que esos nuevos anteojos son una gran mejora.
De nuevo se retiran las olas, y el pasado es una confusion de piedras brillantes en una playa, cristales alisados por el agua, plumas ahogadas en el mar, no pasa un dia sin que el no examine el despliegue familiar.
– Te buscamos -dice Mathilde por fin-. El doctor Ducroix fue a buscarte, pero tu casera dijo que te habias ido.
– Nos marchamos en cuanto me soltaron. Cuando se enteraron de lo ocurrido en Paris y todo cambio. No podiamos quedarnos en Castelnau. Para Lisette, y las ninas…, era insoportable.
– Todavia hablan de ti alli, ?sabes? Como mataste a nuestro monstruo, a nuestro Robespierre. Te habrian erigido una estatua si te hubieras quedado.
– Tambien era insoportable para mi -dice el-. He querido escribir muchas veces, pero ?que podia decir? -Dice-: Matty, que delgada estas. Demasiado.
Es cierto. Las munecas le sobresalen, tiene ojeras azuladas, su tez sigue siendo luminosa, pero blanca como el papel, sus mejillas ya estan perdiendo su redondez. En ciertos angulos ve la urgencia de los huesos presionando bajo la carne.
Esta guapa.
Tiene mala cara.
– Me propongo volverme pechugona en el Nuevo Mundo -dice ella-. Segun Claire, es un requisito obligatorio de la vida en una plantacion.
Va a partir desde Burdeos, cien kilometros al norte, a finales de semana.
– Todo el mundo dice que la travesia es horrible, asi que cuento con disfrutarla.
Le dice que el doctor Ducroix se niega a jubilarse, que Isabelle tiene un hijo, que Chalabre lleva tres anos como alcalde de Castelnau.
Han vendido Montsignac, le dice, mientras ellos estan alli, encaramados en el borde del mundo, a las puertas de un nuevo siglo cuyos petalos permanecen cerrados en torno a secretos inimaginables.
– La compro Pierre Coste. ?Te acuerdas de Pierre? La casa, lo que quedaba de las tierras, los muebles, hasta el reloj. Le dije que no daba bien la hora, pero el dijo que para eso nos daba Dios el sol y las estrellas, y que de todos modos no habia modo de discutir con su mujer cuando se le metia algo entre ceja y ceja.
Por encima del hombro de ella, el ve un coche esperandola en el recodo del camino. Mas alla, el monte se extiende hacia el interior, enormes extensiones arenosas cubiertas de pinos que se cultivan por su resina; en invierno la casa huele a las pinas que a las ninas les gusta arrojar al fuego. Pero la mayor parte de la escasa poblacion de la region es terriblemente pobre: la venta de la resina representa grandes beneficios para los duenos de la tierra, de modo que no hay incentivo para mejorar el suelo para otros cultivos.
La gente se muere de hambre aqui.
Cuando besa a su mujer, sabe a sal.
Mar, cielo, monte: una region descolorida como maderos que flotan a la deriva. El se aferro a los restos de su buque naufraga-do y estos le trajeron vientos cargados de sal, olor a pino, arena blanca y fina que se mete por todas partes, las unas, los puddings, coge un libro y hay granos entre las paginas.
– Es bonito este lugar -dice ella mirando el mar-. ?Sabes que hasta esta manana nunca habia visto el oceano?
El setter ha estado entrando y saliendo del agua dando brincos, persiguiendo las olas que se retiran y abalanzandose sobre la espuma. Despues de haber advertido tardiamente la presencia de la intrusa, se acerca corriendo por la playa, se detiene con un patinazo, finge grunir y, pasando por alto las protestas de Joseph, se pega alegremente a las faldas de Mathilde.
Ella se inclina y le acaricia la sedosa cabeza.
– Brutus -dice el-. ?Que ha sido de Brutus ?
– Fue al primero que mataron. Estaba encerrado en la cocina, pero escapo, por supuesto, y mordio al oficial que hizo el arresto. De modo que le pegaron un tiro. -Irguiendose, ella lo mira-. Es extrano. Siempre pense que vendrian por la noche. Pero fue por la manana, cuando acababamos de desayunar.
Los barrones que cubren las dunas estan enredados de convolvulos rosas.
En los charcos que se forman en las rocas al bajar la marea, el viento agita el agua.
Ella dice a Joseph que tiene un regalo para el en el coche.
– Espera aqui con los ojos cerrados -dice.
Cuando le deja abrirlos, a sus pies hay un rosal.
– Pierre lo encontro medio asfixiado por las malas hierbas cuando paseaba por el jardin.
Esta contrahecho, demasiado crecido, repleto de flores.
El no ve con claridad.
– Mira -esta diciendo ella-, mira.
Atado a la rama mas baja hay un letrerito de madera. Y en el, en pintura tan gastada que apenas se lee: L'Avenir.
El Futuro.
El se quita los anteojos.
Oculta la cara en rosas de color carmesi.
– ?Papa!
Con el perro corriendo en circulos furiosos a su alrededor, el nino se ha acercado con dificultad por la arena y esta parado al pie de las dunas mirandolos, sin saber muy bien que hacer a continuacion.
– ?Papa! -vuelve a gritar, y levanta los brazos.