Los Jardines De Luz - Maalouf Amin (читать лучшие читаемые книги TXT) 📗
Los dos cortejos iban al paso, su lentitud prolongaria la ceremonia. Perfumes, afeites, inciensos, cantinelas. Cantos epicos en el camino del soberano, danzas sagradas al paso del gran mago. Al final de la procesion, algunos excesos esperados: rinas sin importancia, borracheras… Pompa envuelta en carnaval.
Y todo siguio asi hasta el encuentro de los dos caballos que iban a la cabeza sobre el estrado. Hasta un subito silencio. En la mano derecha, Kirdir sostiene el aro de cintas, simbolo de la realeza divina, y en la izquierda, el cetro. Ormuz toma entonces el aro con la mano izquierda y alarga hacia adelante la derecha con el dedo indice curvado en senal de sumision a Ahura Mazda; luego, coge el cetro, y ahora le toca a Kirdir, que vuelve a ser un simple mortal, ejecutar el gesto de sumision en direccion a aquel que, desde ese momento, esta investido de la divinidad.
El rey de reyes suelta entonces la brida de su montura y el jefe de los magos salta a tierra, la recoge y hace girar a Ormuz sobre si mismo entre las aclamaciones de los subditos. Luego, el soberano va a sentarse en el trono. Kirdir le ofrece con gran solemnidad un vaso de oro que el monarca se lleva a los labios. Es el ultimo gesto de la ceremonia publica. Los dos cortejos se retiran, esta vez apresuradamente, y el lugar se queda desierto. El monarca esta solo. Solo con su vaso y con un unico companero, un viejo esclavo sordo provisto de un espantamoscas. Frente al soberano, a su alrededor, y pronto dentro de el, los antepasados y las divinidades.
Y es que el vaso contiene la bebida de los dioses, el haoma, preparado la vispera por Kirdir y sus ayudantes segun un ritual milenario. Las ramas de la planta haoma han sido purificadas, reducidas a polvo en un mortero bendito y luego mezcladas con leche y con unas hierbas, cuyo secreto solo poseen y se transmiten los magos de rango superior. Un brebaje sagrado de la India antigua y de Persia que hace que el ser divino que lo beba, entre en el extasis mistico por el cual se unira a las divinidades.
Bajo el efecto del haoma, el soberano sufre convulsiones, pero se supone que ningun mortal va a interrumpir esos excesos milagrosos. El soberano se abandona al delirio, pero se supone que ningun mortal oye lo que grita o balbucea; los creyentes dicen que mantiene una conversacion sibilina con sus antepasados.
El rey de reyes ha entregado el alma en el ejercicio de su divinidad, bajo la mirada impasible y benevola del viejo servidor sordo.
Aquella noche, cuando el pueblo y los dignatarios se embriagaban aun a la salud del divino Ormuz, los tres jefes de las castas, reunidos en conclave, designaron un nuevo rey de reyes: Bahram. Aquel a quien los magos preferian.
?Quien podria equivocarse sobre la identidad de los envenenadores? ?Pero quien, tambien, podria castigarlos o aportar la prueba de su culpabilidad? Se decreto que el soberano no habia podido soportar la bebida de los dioses, quiza porque no era digno de beberla o quiza el angel del haoma no habia aceptado su coronacion. La evidencia del crimen proporciono, incluso, un argumento a los asesinos: si Kirdir hubiera querido matar, ?habria actuado con sus propias manos y ante todo el pais reunido?
Seis
Si a Ormuz lo asesinaron, fue porque su subida al trono les parecia a los magos y a los guerreros como un preludio al triunfo de Mani. Pero este ultimo nunca habia querido creer en semejante milagro. Cuando Denagh se mostraba ebria de esperanza y de felicidad, el se esforzaba en hacerle comprender que la perversidad del mundo no se dejaria aniquilar asi y le hablaba de sufrimiento, de paciencia y de pruebas. Los largos anos pasados cerca de Sapor le habian ensenado a precaverse contra todas las ilusiones. ?Para que habia servido la prometedora alianza con el gran sasanida, puesto que el Mensajero no habia podido impedir las guerras ni las persecuciones, puesto que el soberano mas poderoso de su siglo no se habia atrevido a desafiar a las castas ni a mantener su promesa de convertirse?
En aquel agitado ano, habia en Mani mucha amargura, y tambien cansancio, pero una constante lucidez. El reinado de Ormuz jamas habia sido a sus ojos otra cosa que un claro en un cielo tenebroso, y si bien al enterarse de su desaparicion se sintio triste, afligido y lleno de rebeldia, quiso impedir que sus allegados se abandonaran a las lamentaciones.
– La gran prueba va a comenzar -les dijo-. Mi deseo es que ninguno de vosotros me acompane en esta penosa parte del camino que mi cuerpo debe recorrer aun.
Maleo no queria alejarse, pero Mani le pidio firmemente que se llevara a Cloe y a toda su descendencia a vivir a Tiro. Fueron muchos los que volvieron asi a su pais de origen.
Cuando Bahram, ya coronado, regreso a Ctesifonte, un paje fue a comunicar al Mensajero el edicto que le concernia. «Mani, hijo de Pattig, de la raza de los partos y de la casta de los guerreros, medico de oficio, ha profesado diversas opiniones contrarias a la Religion Verdadera, por lo que a partir de este dia sera desterrado de las tierras de Mesopotamia, de Armenia, de Persida…»
?Desterrado? ?Solo desterrado? Denagh y todos aquellos que habian elegido permanecer junto a Mani fueron a tocarle el hombro y la rodilla y luego se llevaron a los labios sus dedos credulos. Ellos, que habian pasado dias enteros suplicandole que huyera; ellos, que le veian ya asesinado por el monarca fratricida, le habian recuperado.
Y lo mas importante era que el hijo de Babel pronunciaba palabras de desafio que les llenaban de alegria. ?Abandonar Mesopotamia, Armenia y Persida? ?Y por que solo esas regiones? -les decia-. ?Se alejaria del Imperio entero! ?Habia estado demasiado tiempo a la sombra de los sasanidas, malgastando su vida en sus tierras! No habia querido ir a Palmira por no irritar a Sapor. A Roma tampoco, y sin embargo, sentia que le llamaban. Ni a Egipto, ni al pais de los axumitas. De ahora en adelante no permitiria que las promesas de los reyes se interpusieran en su camino. ?Partiria! Primero a la India, cuyo suelo prometedor solo habia rozado, y luego al Tibet, a Turfan, a Kashgaria, a China.
?Desterrado? Liberado mas bien de las ocultas cadenas que lo ataban a un unico Imperio, a una dinastia.
Seguido de los mas fieles, se puso de nuevo en camino. No como un condenado que huye, sino con el paso de un conquistador. Solo se detenia a las horas del sueno, y en cada etapa encontraba, como en el pasado, una casa abierta, orgullosa y agradecida por brindarle refugio.
Habia tomado la direccion del Oriente, rebasando Kengavar y Ecbatana y se habia internado ya por la ruta de las caravanas hacia Abarshahr cuando a mitad de la jornada, durante un alto cerca de un curso de agua, se retiro a meditar y se encontro frente a frente con su «Gemelo».
«Corres y corres -le dijo el Otro-. ?Es asi como piensas escapar de tu hastio?»
– Tengo prisa por descubrir todas esas naciones a las que aun no he llevado mi mensaje. ?No fuiste tu quien me dijo…?
«No, Mani, ya es tarde. Tu camino se ha perdido. Tienes que regresar.»
– ?Hacia las regiones de donde acaban de desterrarme?
«Cruzaras la ciudades donde tu nombre es el mas venerado, Kerja, Susa, Gaujai, Jolasar… Por todas partes la gente se congregara a tu paso, miles de hombres y mujeres querran unirse a tu comitiva, pero tu les diras solamente: Contempladme, saciaros de mi imagen, ya que no me volvereis a ver bajo esta apariencia.»
La multitud, la acostumbrada multitud de las despedidas se habia congregado al pie de las murallas de Jolasar, a ambos lados de la puerta de Susa. Las ovaciones de la vispera se habian convertido ahora en lagrimas, en dignidad. Paso el Mensajero, y despues su sequito. Una escuadra de caballeros los esperaba desde el alba. El oficial se acerco.
– Tengo orden de conducir a Mani, hijo de Pattig, ante el divino Bahram, rey de reyes.
– ?Donde esta tu senor?
– En su residencia de verano.
– ?En Beth-Lapat? Precisamente alli se termina mi viaje. ?Ve a decir a tu senor que Mani esta en camino!
El hijo de Babel habia hablado con un tono que no tenia replica. Dando una palmada en la ijada de su montura, reanudo su marcha sin preocuparse mas de su interlocutor. Este ultimo, estupefacto, despues de un inutil minuto de vacilacion, volvio grupas con sus hombres. Habia venido a prender al Mensajero rebelde y se consideraba satisfecho con una promesa de su boca.
Y Mani llego libre a Beth-Lapat. Libre recorrio las calles bordeadas de fieles, libre llego hasta la verja del palacio y hasta los aposentos del monarca. Un viejo escriba de la cancilleria se habia contentado con abrirle paso a traves de los vestibulos custodiados; luego, con voz deferente, le rogo que se sentara mientras iba a advertir al rey de su presencia.
Bahram estaba sentado a la mesa con sus allegados para la comida del crepusculo. El funcionario se inclino hasta las losas de marmol.
– Que Su Divinidad me perdone mi intrusion. Mani acaba de llegar.
El primer movimiento del monarca fue apoyarse en el brazo de su asiento para levantarse, pero sus ojos se encontraron con los de Kirdir, su consejero de siempre, y se sento de nuevo.
– Se que el senor habia expresado el deseo de recibirle. ?Debo hacerle entrar?
– ?Hacerle entrar? ?Obligar a desplazarse hasta aqui a un personaje tan celebre? ?Que imperdonable falta de juicio! ?Sere yo en persona quien vaya a verle!
Para el caso en que su almibarado sarcasmo hubiera podido confundir al escriba, anadio:
– ?Que ese hombre espere donde esta! Lo vere cuando haya terminado de comer. Y no voy a apresurarme.
Cuando se presento ante Mani, el monarca habia tenido tiempo de comer y de beber demasiado. Con los anos habia engordado y su paso se habia hecho mas pesado, sin conferirle, no obstante, la dignidad espontanea de Sapor ni la soltura seductora de Ormuz. Con el brazo izquierdo, rodeaba los hombros de su amante adolescente, la que las cronicas llaman «la reina de los sakas», cuarenta anos mas joven que el y casada, por su mediacion, con su propio nieto. Dos pasos mas atras, se perfilaba la tunica amarilla del jefe de los magos.
– ?No eres bienvenido!
Estas fueron las primeras palabras de Bahram. Evidentemente, Mani le inspiraba un verdadero espanto que superaba a fuerza de agresividad. El hijo de Babel observo largamente a aquel gordo nino viejo mal amado, tan cruel como digno de compasion, y le respondio sin rabia: