Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
—Y seguia en ese mismo espiritu —dijo, con aire bonachon—. No deje de ir a verla... A proposito, ?que impresion le ha causado el joven Keatcher?
—?Keatcher? —Vareikis se estremecio de manera perceptible—. Por el momento, mi impresion es que todo esta en orden con el.
—Yo pienso lo mismo —dijo Andrei y tomo el auricular—. ?Tiene algun otro asunto que tratar conmigo, Vareikis?
—No —El hombre se levanto—. No tengo nada mas —dijo—. ?Puedo retirarme?
Andrei lo despidio con un movimiento de cabeza.
—Amalia —dijo por el auricular—. ?Hay alguien mas ahi?
—Ellizauer, senor consejero.
—?Quien es ese Ellizauer? —pregunto Andrei, contemplando como salia Vareikis del despacho, con precaucion, por partes.
—El vicejefe del departamento de transporte. Es sobre el tema Aguamarina.
—Que espere. Traigame el correo.
Un minuto despues Amalia aparecio en el umbral, y durante todo aquel minuto. Andrei estuvo frotandose los biceps y haciendo giros con la cintura: su cuerpo era presa de un agradable dolor despues de una hora de trabajo fisico con una pala en las manos y, como siempre, pensaba que aquello era excelente para una persona que realizaba una labor preferentemente sedentaria.
Amalia cerro la puerta a sus espaldas y, taconeando sobre el parque, se detuvo al lado de Andrei y le coloco delante la carpeta con la correspondencia. Como siempre, abrazo sus muslos, finos y duros, cenidos por una falda de seda: le acaricio una pantorrilla y, con la otra mano, abrio la carpeta.
—?Que tenemos aqui? —dijo, con animacion.
Amalia se derretia bajo sus manos, habia dejado incluso de respirar. Era una chica comica y fiel como un perro. Ademas, sabia hacer su trabajo. Andrei la contemplo de abajo arriba. Como siempre, en el momento de las caricias, ella le coloco, indecisa, su mano fina y calida en el cuello, junto a la oreja. Le temblaban los dedos.
—?Que hay, pequena? —pronuncio Andrei con ternura—. ?Hay algo importante en este monton de basura? ?O cerramos la puerta ahora mismo y adoptamos otra pose?
Aquella era la sencilla clave que utilizaban para hablar de sus diversiones en el butacon o sobre la alfombra. Andrei no hubiera podido decir como era Amalia en la cama. Nunca habia estado en una cama con ella.
—Aqui esta el proyecto de presupuesto... —pronuncio Amalia con una vocecita debil—. Varias instancias... Y cartas personales, no las he abierto.
—Has hecho bien —dijo Andrei—. De repente, alguna belleza me escribe... —El la solto y ella suspiro con levedad—. Sientate —le pidio—. No te vayas, termino rapido.
Agarro la primera carta que tenia a mano, rasgo el sobre, la recorrio con la mirada y fruncio el ceno. El mecanico Yevseienko informaba sobre Quejada, su jefe inmediato, diciendo que este «se permitia expresiones groseras sobre los dirigentes y, en particular, sobre el senor consejero». Andrei conocia bien al tal Yevseienko. Era un tipo rarisimo, con una mala suerte excepcional, todo lo que emprendia terminaba de manera desgraciada. En su momento habia asombrado a Andrei cuando se puso a hablar maravillas de la guerra en los alrededores de Leningrado en 1942.
—Que bien lo pasabamos entonces —decia, y en su voz se percibia un ensueno nostalgico—. Viviamos sin pensar en nada, y cuando uno necesitaba algo, le decia a los soldados que lo consiguieran...
Termino la guerra con el grado de capitan, y durante todo aquel tiempo solo habia matado a un hombre, a su comisario politico. Aquella vez, trataban de romper el cerco. Yevseienko vio que los alemanes hacian prisionero a su comisario politico y le registraban los bolsillos. Entonces les disparo desde los matorrales, mato al comisario y huyo. Estaba muy orgulloso de aquello: los alemanes hubieran torturado al prisionero. ?Que hacer con semejante imbecil? Era su sexta delacion. Y no se la enviaba a Rumer, ni a Vareikis, sino a el directamente. Un giro psicologico mas que divertido.
«Si le hubiera escrito a Vareikis o a Rumer. Quejada resultaria acusado. Pero yo no lo tocaria, lo se todo sobre el, pero no voy a tocarlo porque lo aprecio y lo perdono, eso lo sabe todo el mundo. Entonces, ese hombre ha cumplido con su deber ciudadano, pero no ha hundido a nadie... ?Que monstruo, perdonalo, Dios mio!»
Andrei arrugo la carta, la tiro a la papelera y tomo la siguiente. La letra del sobre le parecio conocida, era muy particular. No aparecia el nombre ni la direccion del remitente. Dentro del sobre habia una hojita de papel, con un texto escrito a maquina, una copia y ni siquiera la primera, con una nota a mano al final. Andrei la leyo sin entender nada, volvio a leerla, se quedo de una pieza y miro el reloj. A continuacion, agarro el auricular del telefono blanco y marco un numero.
—?Urgente, con el consejero Rumer! —grito, con desesperacion.
—El consejero Rumer esta ocupado.
—?Soy el consejero Voronin! ?He dicho que es urgente!
—Perdone, senor consejero. El consejero Rumer esta con el presidente...
Andrei tiro el auricular, aparto a un lado a la perpleja Amalia y corrio hacia la puerta. En el momento en que toco el picaporte de plastico, se dio cuenta de que ya era tarde, de que ya no tendria tiempo para nada. Si todo aquello era verdad, claro esta. Si no se trataba de una estupida broma...
Camino lentamente hasta la ventana, se agarro de la baranda cubierta de terciopelo y se puso a escudrinar todo el espacio de la plaza. Como siempre, estaba desierta. Se veia alguna que otra guerrera azul, los vagos se amontonaban a la sombra de los arboles y una anciana avanzaba lentamente, empujando un cochecito de nino. Paso un auto. Andrei esperaba, agarrado a la baranda.
Amalia se le acerco por la espalda y le rozo levemente el hombro.
—?Que ha ocurrido? —pregunto en un susurro.
—Vete —dijo Andrei, sin volverse—. Sientate en el butacon.
Amalia desaparecio. Andrei volvio a mirar el reloj. Habia transcurrido un minuto despues del plazo.
«Claro —penso—. No puede ser. Una broma estupida. O un chantaje...» Y en ese momento, por debajo de los arboles aparecio un hombre que comenzo a cruzar lentamente la plaza. Desde arriba parecia pequenito y Andrei no lo reconocio. Lo recordaba delgado, erguido, pero aquel hombre parecia corpulento, hinchado, y solo en el ultimo segundo Andrei comprendio por que. Cerro los ojos y se aparto de la ventana.
En la plaza hubo un estallido, corto y retumbante. Los marcos se estremecieron, los cristales temblaron, y al momento se oyo el ruido de vidrios que caian desde los pisos inferiores. Amalia grito apenas, y abajo, en la plaza, comenzaron a oirse gemidos desesperados.
Apartando con una mano a Amalia, que habia corrido hacia el o quiza hacia la ventana. Andrei se obligo a abrir los ojos y mirar. En el sitio donde habia estado el hombre habia una columna de humo amarillo que no permitia ver nada. Guerreras azules corrian de todas partes hacia aquel lugar, y mas lejos, bajo los arboles, iba congregandose una multitud. Todo habia terminado.