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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗

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Selma retorno, Andrei la miro y aparto los ojos.

«Se ha maquillado, la muy tonta. Se ha colgado sus pendientes enormes, lleva escote, se ha vuelto a maquillar como una zorra... Es una zorra...» No era capaz de mirarla, que se fuera al diablo. Primero, aquella verguenza en el recibidor, y despues, la verguenza en el bano, cuando ella, llorando a todo trapo, le quitaba los calzoncillos empapados, y el se miraba los hematomas negruzcos en el vientre y en los costados y lloraba de nuevo de impotencia y de lastima hacia si mismo. Y, por supuesto, estaba borracha, de nuevo borracha, cada dia se emborrachaba, y entonces, cuando se cambio de ropa, seguramente se dio un trago directamente de la botella.

—Ese medico... —pregunto el tio Yura, pensativo—. Ese, el calvo, el que ha venido, ?donde lo he visto?

—Es muy posible que lo haya visto aqui —dijo Selma, con una sonrisa cautivante—. Vive en el portal de al lado. ?De que trabaja ahora, Andrei?

—De techador —dijo Andrei, sombrio.

Todo el edificio sabia que se habia acostado muchas veces con aquel medico calvo. El no hacia ningun secreto de ello. Y, por cierto, nadie ocultaba nada.

—?Como que de techador? —se asombro Stas, y la cuchara no le llego a la boca.

—Pues eso —explico Andrei—. Repara techos, cubre a las tias... —Se levanto con dificultad, fue a la comoda y saco el tabaco. De nuevo le faltaban dos paquetes.

—Con las tias da lo mismo... —balbuceo Stas, confuso, agitando la cuchara sobre la olla—. Repara techos... ?Y si se cae? Es medico.

—En la Ciudad siempre inventan algo —dijo el tio Yura en tono venenoso. Estuvo a punto de guardarse la cuchara en la cana de la bota, pero se dio cuenta y la dejo sobre la mesa—. A nuestra aldea, tan pronto termino la guerra, mandaron de presidente de un koljos a un georgiano, antiguo comisario politico...

El telefono sono y Selma lo cogio para responder.

—Si —dijo—. Pues si... No, esta enfermo, no puede levantarse.

—Dame el telefono —dijo Andrei.

—Es del periodico —dijo Selma en un susurro, cubriendo el microfono con la mano.

—Dame el telefono —repitio Andrei, alzando la voz y tendiendo la mano—. Y deja esa costumbre de contestar por los demas.

Selma le paso el auricular y agarro el paquete de cigarrillos. Le temblaban los labios y las manos.

—Aqui, Voronin —dijo Andrei.

—?Andrei? —era Kensi—. ?Donde te has metido? Te he buscado por todas partes. ?Que hacemos? Hay una insurreccion fascista en la ciudad.

—?Por que dices que es fascista? —pregunto Andrei, asombrado.

—?Vendras a la redaccion? ?O es verdad que estas enfermo?

—Ire, por supuesto que ire. Pero explicame...

—Tenemos listados —mascullo Kensi deprisa—. De los corresponsales especiales y cosas asi. Los archivos...

—Entiendo. Pero, dime, ?por que piensas que es fascista?

—No lo pienso, lo se —respondio Kensi con impaciencia.

—Aguarda —dijo Andrei, irritado. Apreto los dientes y solto un gemido sordo—. No te apresures... —Trataba de pensar febrilmente—. Esta bien, preparalo todo, ahora salgo para alla.

—Bien, pero ten cuidado en las calles.

—Muchachos —dijo Andrei colgando el telefono y volviendose hacia los granjeros—. Tengo que salir. ?Me llevais hasta la redaccion?

—Claro que si —respondio el tio Yura. Comenzo a levantarse de la mesa mientras liaba un enorme cigarrillo sobre la marcha—. Vamos, Stas, levantate, no te quedes ahi sentado. Mientras tu y yo estamos sentados aqui, ellos estan alla fuera, aduenandose del poder.

—Si —asintio Stas, afligido, mientras se levantaba—. Es una idiotez. Al parecer cortamos todas las cabezas, los colgamos a todos, pero de todas maneras sigue sin haber sol. Me cago en... ?Donde he metido mi aparato?

Busco por todos los rincones, tratando de encontrar su fusil. El tio Yura seguia fumando su enorme cigarrillo mientras se ponia una harapienta chaqueta enguatada por encima de la guerrera. Andrei se disponia a levantarse para ponerse el abrigo, pero tropezo con Selma, que estaba de pie, impidiendole moverse, muy palida y muy decidida.

—?Voy contigo! —declaro, con la misma voz chillona con la que generalmente iniciaba las disputas.

—Dejame salir —dijo Andrei, mientras trataba de apartarla con el brazo sano.

—?No te dejo ir a ninguna parte —repuso Selma—. ?O me llevas contigo o te quedas en casa!

—?Quitate de mi camino! —estallo Andrei—. ?Lo unico que me falta alli eres tu, tonta!

—?No te dejo ir! —dijo Selma, con odio.

Entonces, sin tomar impulso. Andrei le dio una violenta bofetada. Se hizo el silencio. Selma no se movio; su rostro blanco, donde los labios se habian convertido en una linea estrecha, se lleno de manchas rojas.

—Perdona —mascullo Andrei, avergonzado.

—No te dejo ir... —repitio Selma en voz baja.

—En general —dijo el tio Yura mirando a un lado, despues de toser dos veces—, en tiempos como estos, no es bueno que una mujer se quede sola en un piso.

—Claro que si —lo apoyo Stas—. Ahora, sola, eso no es bueno, pero si va con nosotros, nadie la tocara, somos granjeros.

Andrei seguia de pie frente a Selma, mirandola. Intentaba entender aunque fuera algo en esa mujer, y como siempre, no comprendia nada. Era una zorra, una zorra innata, una zorra por gracia de Dios, eso lo entendia. Lo habia entendido desde hacia tiempo. Ella lo amaba, se habia enamorado de el desde el primer dia, y eso el tambien lo sabia, y sabia que eso no era un obstaculo para ella. Y le daria lo mismo quedarse sola entonces en el piso, en general nunca le habia tenido miedo a nada. Por separado, el sabia y entendia todo lo relativo a el y a ella, pero todo junto...

—Esta bien —dijo—. Ponte el abrigo.

—?Te duelen las costillas? —se intereso el tio Yura, que trataba de llevar la conversacion por otros cauces.

—No importa —gruno Andrei—. Puedo soportarlo. No pasa nada.

Intento no enfrentarse a la mirada de nadie, se guardo los cigarrillos y las cerillas en el bolsillo y se detuvo un momento delante del aparador donde guardaba la pistola de Donald bajo un monton de servilletas y toallas. ?Se la llevaria o no? Imagino varias escenas y diversas circunstancias en las que la pistola podia ser de utilidad, y decidio no llevarsela.

«Al diablo con ella, ya me las arreglare de alguna manera. En todo caso, no tengo la menor intencion de combatir.»

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