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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗

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Subio corriendo al segundo piso por la blanda alfombra que cubria la escalera. Alli estaba el departamento de prensa. Echo a andar por el largo pasillo y, de repente, la duda se apodero de el. En aquel enorme edificio reinaba ese dia un silencio excesivo. Por lo general alli habia montones de personas, se oian las teclas de las maquinas de escribir, sonaban los timbres de los telefonos, el ruido de las conversaciones dejaba paso a los gritos de los jefes, pero entonces no habia nada de aquello. Algunas oficinas estaban abiertas de par en par, pero se encontraban a oscuras, y en el pasillo solo estaba encendida una lampara de cada cuatro.

El presentimiento era cierto: el despacho del asesor politico estaba cerrado con llave, y en el cubiculo de sus ayudantes habia dos desconocidos que vestian abrigos grises identicos, abotonados hasta la barbilla, y llevaban sombreros hongo iguales, desplazados hacia los ojos.

—Les ruego me perdonen —dijo Andrei, enojado—. ?Donde puedo encontrar al senor asesor politico o a su sustituto?

Las cabezas enfundadas en sombreros hongo se volvieron lentamente hacia el.

—?Y para que desea verlo? —pregunto el de menor estatura.

De repente, el rostro de aquel hombre no le parecio totalmente desconocido a Andrei, y lo mismo le ocurrio con la voz. Y por alguna razon le resulto extrano y desagradable que aquel hombre estuviera alli. No tenia nada que hacer en ese sitio. Andrei torcio el gesto y explico con voz entrecortada y decidida quien era el y que necesitaba.

—Entre, por favor —dijo el hombre que le parecia conocido—, no se quede en la puerta.

Andrei entro y miro a su alrededor, pero no veia nada: ante sus ojos solo destacaba aquel rostro liso, afeitado, monacal. «?Donde lo he visto? Es alguien desagradable... y peligroso. No se para que he venido aqui, solo me dedico a perder el tiempo.»

El hombre bajito que llevaba sombrero hongo tambien lo miraba atentamente. Habia silencio. Las altas ventanas estaban tapadas con gruesas cortinas, y el ruido exterior apenas llegaba a la habitacion. De repente, el hombre bajito que llevaba sombrero hongo se levanto de un salto y se detuvo junto a Andrei. Los ojos grises, casi sin pestanas, parpadeaban, y su enorme nuez se desplazo desde el boton superior del abrigo hasta casi tocar la barbilla.

—?Redactor jefe? —musito el hombre bajito, y en ese momento Andrei lo reconocio por fin, y mientras la congoja lo dejaba sin fuerzas y cesaba de percibir el suelo bajo los pies, se dio cuenta de que tambien a el lo habian reconocido.

El rostro monacal se distendio en una mueca agresiva, mostrando unos escasos dientes podridos, el hombre bajito se agacho y Andrei sintio un fuerte dolor en el vientre, como si sus entranas hubieran reventado, y a traves de la niebla nauseabunda que le cubria los ojos vio de repente el suelo encerado... Huir, huir... En su cabeza estallaron fuegos artificiales: el techo, lejano y oscuro, surcado de grietas, comenzo a temblar y a girar lentamente... De la angustiosa oscuridad que comenzaba a rodearlo salian picas al rojo vivo y se le clavaban en los costados... «Me matara... ?Me matara!» De repente, su cabeza se hincho y, despellejandose las orejas, se introdujo en una estrecha ranura maloliente.

—Tranquilo, Coxis —decia sin prisa una voz atronadora—, tranquilo, todo a la vez, no.

Andrei grito con todas sus fuerzas, una papilla espesa y caliente le afluyo a la boca, comenzo a ahogarse y vomito.

No habia nadie en la habitacion. La enorme cortina estaba recogida y la ventana abierta de par en par, el aire era frio y humedo y se oia un rugido lejano. Andrei logro apoyarse con dificultad sobre las manos y las rodillas, y comenzo a desplazarse a lo largo de la pared. Hacia la puerta. Para salir de alli...

En el pasillo volvio a vomitar. Se quedo tirado alli unos momentos, agotado a mas no poder, y despues intento ponerse de pie.

«Me siento mal —penso—, muy mal. —Se sento y comenzo a palparse la cara. Tenia el rostro humedo y pegajoso, y en ese momento se dio cuenta de que veia solo con un ojo. Le dolian las costillas, le costaba trabajo respirar. Le dolian las quijadas y el bajo vientre irradiaba un dolor torturante—. Canalla, Coxis. Me has destrozado.» Se echo a llorar. Estaba sentado en el suelo, en el pasillo desierto, con la espalda apoyada en las molduras doradas, y lloraba. No podia contenerse. Sin dejar de llorar, levanto torpemente los faldones del impermeable y metio la mano bajo el cinturon. El dolor era terrible, pero no provenia de alli, sino de mas arriba. Le dolia todo el vientre. Tenia empapados los calzoncillos.

A pasos estruendosos, alguien llego corriendo desde lo profundo del pasillo y se detuvo junto a el. Era un policia rubicundo, sudoroso, sin gorra y con ojos que denotaban confusion. Se detuvo alli varios segundos, como indeciso, y de repente siguio corriendo, mientras que de lo profundo del pasillo llegaba un segundo policia, tambien a la carrera, que se quitaba la guerrera por el camino.

En ese momento Andrei se dio cuenta de que en el lugar desde donde venian corriendo se oia el ruido de muchas voces. Entonces se levanto haciendo un esfuerzo, se recosto a la pared, camino hacia las voces sin dejar de sollozar, palpandose con miedo el rostro y haciendo frecuentes paradas para descansar, doblarse y agarrarse el vientre.

Llego hasta la escalera y se agarro de los resbaladizos pasamanos de marmol. Abajo, en el enorme vestibulo, se movia una gran masa humana. No era posible entender que pasaba alli. Los proyectores colocados a lo largo del pasillo iluminaban con una luz cegadora aquella masa en la que, de vez en cuando, aparecian barbas diversas, gorras de uniforme, cordones dorados arrancados a los policias, bayonetas, manos abiertas, calvas palidas... De todo aquello subia hacia el techo un hedor humedo.

Andrei cerro los ojos para no ver nada de aquello y comenzo a bajar a tientas, agarrandose de los pasamanos, de lado, de espaldas, sin darse cuenta de por que lo hacia. Se detuvo varias veces para tomar aliento y gemir, abriendo los ojos. Miro hacia abajo y aquel espectaculo volvio a provocarle nauseas, cerro de nuevo los ojos y volvio a agarrarse de los pasamanos. Cuando llego abajo, sus manos se quedaron sin fuerzas, se solto y rodo por los ultimos escalones hasta el descansillo de marmol, adornado con enormes escupideras de bronce. Entre el mareo y el ruido, escucho de repente un rugido nasal y ronco.

—?Pero si es Andriuja! ?Muchachos, aqui estan matando a los nuestros...!

Abrio los ojos y vio al tio Yura a su lado, despeinado, con la guerrera hecha jirones, con los ojos asilvestrados y muy abiertos, la barba erizada, y le vio levantar la ametralladora en sus brazos extendidos y, sin dejar de mugir como un toro, disparar una larga rafaga al pasillo, a los proyectores, a los cristales del salon...

Despues, su percepcion se volvio fragmentaria porque perdia y recobraba el conocimiento junto con el dolor y las nauseas que iban y venian. Al principio, se descubrio en el centro del vestibulo. Se arrastraba con terquedad hacia una lejana puerta abierta, pasando por encima de cuerpos inmoviles mientras sus manos resbalaban en algo mojado y frio.

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