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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗

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Lo dijo tan bajito que apenas pudo oirse a si mismo, pero al momento todos clavaron sus ojos en el. De nuevo se hizo el silencio en el salon, y la visera de la gorra dejo de molestarle, podia ver cara a cara a todos los suyos, a todos los que aun estaban vivos.

El gigantesco tio Yura, con el capote descolorido, abierto de par en par, lo miraba con aire lugubre, mientras su enorme cigarrillo echaba chispas: Selma sonreia, borracha, tirada en el sillon con las piernas tan levantadas que se le veia el trasero y las bragas rosadas de encaje: Kensi lo miraba serio, con comprension, y a su lado, con la mirada ausente, despeinado y sin afeitar, estaba Volodia Dmitriev; sobre un taburete alto y extrano, del que acababa de bajarse Sieva Baranov para partir en su ultima y misteriosa mision, se sentaba ahora Borka Chistiakov con su nariz aristocratica y el rostro fruncido en expresion de asco, como dispuesto a preguntar: «?Por que barritas como un enorme elefante?»; alli estaban todos, los mas cercanos, los mas queridos, y todos lo miraban, cada uno de manera diferente, y a la vez en sus miradas habia algo comun, un sentimiento comun hacia el: ?simpatia? ?confianza? ?lastima? No, no se trataba de aquello, pero no logro entender de que se trataba, porque de repente vio, entre las caras conocidas y habituales, a un hombre totalmente desconocido, a un asiatico de rostro amarillo y ojos rasgados. No, no se trataba de Van, era un asiatico muy aristocratico, elegante, y ademas le parecio ver que a espaldas de aquel desconocido se ocultaba una persona de baja estatura, sucia, harapienta, con toda seguridad un nino abandonado.

Y se levanto bruscamente, aparto la silla haciendo ruido y les dio la espalda a todos. Hizo un gesto indefinido en direccion del gran estratega, salio presuroso del salon, echando a un lado hombros y vientres ajenos, apartando a alguien del camino...

—Esta bien —gruno una voz cercana, como queriendo tranquilizarlo—, las reglas lo permiten, que piense, que medite un poco... Solo hay que detener los relojes.

Totalmente exhausto, empapado en sudor, salio al descansillo de la escalera y se sento en la alfombra, no lejos de un hogar donde ardia con fuerza la lena. De nuevo la visera de la gorra le tapo los ojos, de manera que ni siquiera intento ver que habia tras el hogar ni quienes estaban sentados frente al fuego, solo percibia con su cuerpo, empapado y como apaleado, un calor blando y seco, y veia en sus zapatos las manchas coaguladas, pero todavia pegajosas: y a traves del agradable chasquido de los lenos que ardian oia el lento relato de alguien, que se deleitaba con su voz aterciopelada.

—Imaginaos un tipo apuesto, de anchos hombros, caballero de las tres Ordenes de la Gloria Combativa, y hay que decir que eran muy pocos los que fueron condecorados con esas tres ordenes, eran menos que los Heroes de la Union Sovietica. Pues ese maravilloso camarada era un alumno sobresaliente y todo lo demas. Pero tenia, por asi decirlo, una rareza. Digamos que iba a una fiesta en casa de algun hijo de general o de mariscal, pero tan pronto cada cual se apartaba con su pareja, el salia calladamente y desaparecia. Al principio pensaban que tenia una relacion estable. Pero no, los chicos lo veian a veces en lugares publicos, por ejemplo en el Parque Gorki, o en algunos clubes, con cada callo que daba grima, pero siempre con una distinta. Una vez me lo encontre. Miro, ?y que cosa mas fea!, manchada, una cara horrible, con patas flacas y medias torcidas, pintarrajeada que daba miedo, con las cejas quien sabe si embetunadas... en aquella epoca no habia los cosmeticos de hoy. En general, un desastre. Pero a el no le importaba. Le agarraba el brazo con delicadeza y le contaba algo al oido, como se supone que debe ser. Y la chica reventaba de orgullo, se derretia, se avergonzaba, estaba que no meaba. Y en una ocasion, en una reunion de solteros, le preguntamos: cuentanos sobre esos gustos pervertidos que tienes, como es posible que esas zorras no te den arcadas cuando las mujeres mas bellas se mueren por ti... Y debo deciros que teniamos en la academia una facultad de pedagogia, un sitio privilegiado donde escogian a las hijas de las familias mas encopetadas... Pues el, al principio, respondia con bromas, pero despues se rindio y nos conto algo muy sorprendente: «Yo se, camaradas, que tengo todos los atributos: soy apuesto, me han otorgado muchas condecoraciones y estoy soltero. Yo me doy cuenta de ello, y he recibido muchas insinuaciones al respecto. Pero ved que me ocurrio una vez: comprendi de repente la desgracia de las mujeres. Durante toda la guerra no veian ninguna luz al final del tunel, vivian con hambre, llevaban a cabo los trabajos masculinos mas duros, eran pobres, feas, ni siquiera se daban cuenta de que significaba ser bella y deseada. Y yo —siguio contando—, decidi darles aunque fuera a unas pocas de ellas una emocion tan fuerte que pudieran recordarla toda su vida. Yo —contaba—, me tropiezo con una conductora de trenes, con la obrera de una fabrica o con una infeliz maestrita, que con o sin guerra no iba a tener la oportunidad de ser feliz, mucho menos ahora cuando han muerto tantos hombres y no se ve ni una cabeza flotando sobre las olas. Paso dos o tres veladas con ellas —decia—, y despues me despido, por supuesto les digo una mentira, que parto por largo tiempo a una mision, o algo mas o menos verosimil, y ellas se quedan con un bello recuerdo... Aunque sea una chispita brillante en su vida —decia—. No se como se califica eso desde el punto de vista de la alta moral, pero tengo la impresion de que de esa manera cumplo aunque sea una pizca de nuestro deber como hombres...». Nos conto todo esto y nos quedamos con la boca abierta. Despues, claro esta, nos pusimos a discutir, pero nos causo una tremenda impresion. Por cierto, poco tiempo despues desaparecio. En aquellos tiempos, muchos de nosotros desaparecian de esa manera: una orden del mando, en el ejercito no se pregunta donde ni por que... No he vuelto a verlo...

«Ni yo tampoco —penso Andrei—. Tampoco volvi a verlo. Hubo dos cartas, una a mama, la otra a mi. Y la notificacion: «Su hijo, Serguei Mijailovich Voronin cayo con honor durante el cumplimiento de una mision encomendada por el mando». Eso fue en Corea. Bajo el cielo rosaceo de Corea, donde el gran estratega por primera vez probo sus fuerzas combatiendo contra el imperialismo norteamericano. Alli llevo a cabo su grandiosa partida, y alli se quedo Serguei con su coleccion completa de ordenes de la Gloria...

»No quiero —se dijo Andrei—. No quiero seguir jugando. Quiza deba ser asi, quiza no se pueda evitar la partida. Es lo mas probable. Pero yo no puedo. No se. Y ni siquiera quiero aprender. Pues nada —penso con amargura—. Eso solo quiere decir que soy un mal soldado. O, mas exactamente, solo soy un soldado. Nada mas que eso. Uno de los que no puede pensar y por eso debe obedecer ciegamente. Y no soy un colaborador, no soy un aliado del gran estratega, sino un tornillo minimo en su maquina colosal, y mi lugar no esta tras el tablero de su partida incomprensible, sino junto a Van, al tio Yura, a Selma. Soy un pequeno astronomo de mediano talento, y si pudiera probar que existe una relacion entre los pares expandidos y los flujos de Schealt, eso significaria muchisimo para mi. Pero con respecto a las grandes decisiones y los grandes logros...»

Y en ese momento se acordo de que ya no era un astronomo, que era juez de instruccion de la fiscalia, que habia logrado un exito considerable: con ayuda de agentes especialmente preparados y de una metodologia de investigacion muy particular, habia encontrado aquel misterioso Edificio Rojo, habia logrado entrar en el y desentranar sus siniestros secretos, creando los antecedentes que permitirian eliminar con exito aquel fenomeno maligno...

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