Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
Andrei miro al gran jefe de tropas blindadas y descubrio en sus ojos grises y transparentes el mismo miedo, una agotadora incomprension identica a la que el mismo percibia. El militar parpadeaba constantemente, miraba al genial estratega y no lograba comprender nada. Estaba habituado a pensar en categorias de enormes concentraciones de maquinas y soldados desplazandose en el espacio, y en su ingenuidad y sencillez se habia acostumbrado a considerar que todo se resolveria para siempre por sus ejercitos blindados que aplastaban sin contemplaciones tierras ajenas; por las fortalezas volantes, llenas de paracaidistas y bombas, que volaban entre las nubes sobre tierras ajenas; habia hecho todo lo posible para que aquel sueno tan nitido pudiera llevarse a cabo en el momento en que fuera menester... Por supuesto, a veces se permitia dudar de que el genial estratega fuera tan genial que pudiera definir ese preciso momento, asi como la direccion del avance de los blindados, pero de todos modos no lograba comprender (y no tuvo tiempo de hacerlo) como se le podia sacrificar a el, de tanto talento, tan incansable, tan irrepetible; como se podia sacrificar todo aquello que habia sido creado con tanto esfuerzo, con tanto trabajo...
Andrei lo retiro rapidamente del tablero y puso a Van en su lugar. Unos hombres con gorras azules atravesaron las filas, agarraron con brutalidad al gran jefe de tropas blindadas por los hombros y los brazos, le quitaron el arma, le propinaron sonoras bofetadas en el rostro apuesto y distinguido, y lo arrastraron a una mazmorra petrea, mientras el gran estratega se recostaba en el respaldo de la silla, entrecerraba los ojos con satisfaccion y hacia girar los pulgares con las manos entrecruzadas sobre el vientre. Estaba contento. Habia cambiado una torre por un peon y estaba muy contento. Y entonces Andrei comprendio que, a los ojos del estratega, todo aquello tenia un significado muy diferente: con habilidad, repentinamente, se habia deshecho de la torre que le molestaba, y habia recibido un peon de regalo: era asi como lo concebia todo.
El gran estratega era mucho mas que un estratega. Los estrategas siempre se mueven dentro de los limites de su estrategia. El gran estratega habia rechazado todo limite. La estrategia era solo un elemento infinitesimal de su juego, era algo tan casual para el como podia ser para Andrei un movimiento casual, hecho por capricho. El gran estratega habia alcanzado la grandeza precisamente porque habia comprendido, quiza desde su nacimiento, que quien vence no es el que juega segun las reglas. Vence solo el que, en el momento preciso, es capaz de rechazar todas las reglas, de obligar a los demas a jugar segun las suyas, desconocidas para sus adversarios y, cuando sea necesario, de renunciar incluso a sus reglas. Una locura, sus piezas eran mucho mas peligrosas que las piezas del adversario. ?Quien dijo que habia que defender al rey y evitar un posible jaque? Una locura, no habia reyes que no pudieran ser sustituidos en un momento de necesidad por un caballo o hasta por un peon. ?Quien dijo que un peon que lograba llegar a la ultima fila se transformaba obligatoriamente en una pieza? Tonterias, a veces es mucho mas util que siga siendo un peon: que permanezca al borde del abismo, como ejemplo para los demas peones...
La maldita gorra seguia deslizandose y tapandole la vista a Andrei, cada vez se le hacia mas dificil seguir que ocurria a su alrededor. Percibia, sin embargo, que el respetuoso silencio reinante en el salon habia desaparecido, se oia ruido de vajilla, el sonido de muchas voces, las notas de una orquesta que afinaba sus instrumentos. Le llegaban olores de comida.
—?George, tengo mugcha hambgue! —decia alguien con voz chillona—. ?Pide gue me tgaigan una copa de vino y unos tgozos de pina!
—Con su permiso —pronuncio alguien junto a su oido, con cortesia impersonal, metiendose entre Andrei y el tablero; vio unos faldones negros, unos botines laqueados, y una mano blanca con una bandeja llena paso por encima de su cabeza. Y otra mano blanca, desconocida, dejo junto a el una copa de champan.
El genial estratega termino de dar golpecitos con su emboquillado, de ablandarlo entre los dedos hasta el punto en que ya lo podia fumar, y lo encendio. De los agujeros de su nariz salio un humo azulado que se le enredaba en los grandes bigotes ralos.
Y, mientras tanto, la partida continuaba. Andrei se defendia, retrocedia, maniobraba, y hasta el momento habia logrado que solo perecieran los que ya estaban muertos. Se llevaron a Donald, con el corazon atravesado por un disparo, y lo colocaron sobre una mesita junto con una copa, su pistola y su nota postuma: «Al venir, no te alegres: al irte, no te entristezcas. Dadle la pistola a Voronin. Le sera util en alguna ocasion»... Ya se habian llevado a su padre y su hermano por las escaleras cubiertas de hielo, y a la ordenada pila de cadaveres del patio se habian llevado el cuerpo de la abuela. Evguenia Romanovna, amortajado con una sabana vieja. Al padre lo habian enterrado en una tumba comun, en algun rincon del cementerio de Piskariovskoie, y un operario de rostro sombrio, que ocultaba el rostro sin afeitar del viento cortante, paso con su apisonadora una y otra vez sobre los cadaveres congelados, apisonandolos, para que cupieran mas en la misma tumba. Mientras, el gran estratega liquidaba a suyos y ajenos con alegria, abundancia y malevolencia, y toda su gente elegante, con barbas cuidadas y pechos cubiertos de medallas, se pegaban tiros en la sien, saltaban por las ventanas, morian tras horribles torturas, pasaban unos por encima de los otros para transformarse en alfiles y seguian siendo peones.
Y Andrei se torturaba, tratando de entender a que juego estaba jugando, cual era el objetivo, cuales eran sus reglas y con que fin tenia lugar todo aquello. Una pregunta lo taladraba hasta lo mas profundo del alma: como se habia convertido en adversario del gran estratega, el, fiel soldado de su ejercito, listo a morir por el en cualquier momento, a matar por el. No conocia otros objetivos que no fueran los de el, no creia en otros medios diferentes a los que el habia senalado, no distinguia entre los designios del gran estratega y los designios del universo. Ansioso, sin percibir el sabor, bebia una copa de champan tras otra, y de repente, una vision iluminadora estallo en su cabeza. ?Claro, el no era adversario del gran estratega! ?Por supuesto, se trataba de eso! Era su aliado, su fiel colaborador, ?esa era la regla fundamental de aquel juego! No se trataba de un enfrentamiento entre adversarios, era una partida entre colaboradores, aliados, todo se desarrollaba en un sentido, nadie perdia, todos ganaban... menos aquellos, claro esta, que no sobrevivieran hasta la victoria... Alguien le toco la pierna.
—Tenga la bondad de apartar el pie... —se oyo bajo la mesa. Andrei miro abajo. Habia un charco oscuro, y un enano medio calvo se agachaba con un trapo en la mano e intentaba secarlo. Andrei se sintio mareado y fijo de nuevo la vista en el tablero. Ya habia sacrificado a todos los muertos, solo le quedaban vivos. El gran estratega lo contemplaba con curiosidad desde el otro lado de la mesa, vigilaba sus movimientos y al parecer asentia, con aire aprobatorio, sonreia cortes, mostrando sus pequenos y escasos dientes, y en ese momento Andrei sintio que no podia mas. Una gran partida, la mas noble de todas, una partida en aras del objetivo mas grandioso que la humanidad se habia planteado alguna vez, pero Andrei no podia seguir jugandola.
—Tengo que salir —dijo, con voz ronca—. Un momento.