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Anaconda - Quiroga Horacio (читать книгу онлайн бесплатно без TXT) 📗

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?Cree usted, con esto, que haya muchos oficiales que aspiren seriamente a ir alli? Hay el cafard, ademas… ?Sabe usted lo que pasa y se repite por intervalos? El gobierno recibe un dia, cien, quinientas renuncias de empleados de toda categoria. Todas lo mismo… "Vida perra… Hostilidad de los jefes… Insultos de los companeros… Imposibilidad de vivir un solo segundo mas con ellos…"

– Bueno -dice la Administracion-; parece que por alla sopla el siroco.

Y deja pasar quince dias. Al cabo de este tiempo pasa el siroco, y los nervios recobran su elasticidad normal. Nadie recuerda ya nada, y los renunciantes se quedan atonitos por lo que han hecho.

Esto es el guebli… Asi decimos alla al siroco, o simun de las geografias… Observe que en ninguna parte del Sahara del Norte he oido llamar simun al guebli. Bien. ?Y usted no puede soportar esta lluvia! ?El guebli…! Cuando sopla, usted no puede escribir. Moja la pluma en el tintero y ya esta seca al llegar al papel. Si usted quiere doblar el papel, se rompe como vidrio. Yo he visto un repollo, fresquisimo al comenzar el viento, doblarse; amarillear y secarse en un minuto. ?Usted sabe bien lo que es un minuto? Saque el reloj y cuente.

Y los nervios y los golpes de sangre… Multiplique usted por diez la tension de nuestros meridionales cuando llega alla un colazo de guebli y apreciara lo que es irritabilidad explosiva.

?Y sabe usted por que no quieren ir los oficiales, fuera del tormento corporal? Porque no hay relacion, ni amistad, ni amor que resistan a la vida en comun en esos parajes… ?Ah! ?Usted cree que no? Usted es una criatura, ya le he dicho… Yo lo fui tambien, y pedi mis seis meses en un fortin en el Sahara, con un teniente a mis ordenes. Eramos intimos amigos, infinitamente mas de lo que pudieramos llegar a serlo usted y yo en veinte generaciones.

Bueno; fuimos alla y durante dos meses nos reimos de arena, sol y cafard. Hay alla cosas bellas, no se puede negar. Al salir el sol, todos los monticulos de arena brillan; es un verdadero mar de olas de oro. De tarde, los crepusculos son violeta, puramente violeta. Y comienza el guebli a soplar sobre los medanos, va rasando las cuspides y arrancando la arena en nubecillas, como humo de diminutos volcanes. Se los ve disminuir, desaparecer, para formarse de nuevo mas lejos. Si, asi pasa cuando sopla el siroco… Y esto lo veiamos con gran placer en los primeros tiempos.

Poco a poco el cafard comenzo a aranar con sus patas nuestras cabezas debilitadas por la soledad y la luz; un aislamiento tan fuera de la Humani dad, que se comienza a dar paseos cortos de vaiven. La arena constante entre los dientes… La piel hiperestesiada hasta convertir en tormento el menor pliegue de la camisa… Este es el grado inicial -diremos delicioso aun de aquello.

Por poca honradez que se tenga, nuestra propia alma es el receptaculo donde guardamos todas esas miserias, pues, comprendiendonos unicos culpables, cargamos virilmente con la responsabilidad. ?Quien podria tener la culpa?

Hay, pues, una lucha heroica en eso. Hasta que un dia; despues de cuatro de siroco, el cafard clava mas hondamente sus patas en la cabeza y esta no es mas duena de si. Los nervios se ponen tan tirantes, que ya no hay sensaciones, sino heridas y punzadas. El mas simple roce es un empujon; una voz amiga es un grito irritante; una mirada de cansancio es una provocacion; un detalle diario y anodino cobra una novedad hostil y ultrajante.

?Ah! Usted no sabe nada… Oigame: ambos, mi amigo y yo, comprendimos que las cosas iban mal, y dejamos casi de hablar. Uno y otro sentiamos que la culpa estaba en nuestra irritabilidad, exasperada por el aislamiento, el calor, el cafard, en fin. Conservabamos, pues, nuestra razon. Lo poco que hablabamos era en la mesa.

Mi amigo tenia un tic. ?Figurese usted si estaria yo acostumbrado a el despues de veinte anos (le estrecha amistad! Consistia simplemente en un movimiento seco de la cabeza, echandola a un lado, como si le apretara o molestara un cuello de camisa.

Ahora bien; un dia, bajo amenaza de siroco, cuya depresion angustiosa es tan terrible como el viento mismo, ese dia, al levantar los ojos del plato, note que mi amigo efectuaba su movimiento de cabeza. Volvi a bajar los ojos, y cuando los levante de nuevo, vi que otra vez repetia su tic. Torne a bajar los ojos, pero ya en una tension nerviosa insufrible. ?Por que hacia asi? ?Para provocarme? ?Que me importaba que hiciera tiempo que hacia eso? ?Por que lo hacia cada vez que lo miraba? Y lo terrible era que estaba seguro -?seguro!- de que cuando levantara los ojos lo iba a ver sacudiendo la cabeza de lado. Resisti cuanto pude, pero el ansia hostil y enfermiza me hizo mirarlo bruscamente. En ese momento echaba la cabeza a un lado, como si le irritara el cuello de la camisa.

– ?Pero hasta cuando vas a estar con esas estupideces! -le grite con toda la rabia provocativa que pude.

Mi amigo me miro, estupefacto al principio, y en seguida con rabia tambien. No habia comprendido por que lo provocaba, pero habia alli un brusco escape a su propia tension nerviosa.

– ?Mejor es que dejemos! -repuso con voz sorda y tremula-. Voy a comer solo en adelante.

Y tiro la servilleta -la estrello- contra la silla.

Quede en la mesa, inmovil, pero en una inmovilidad de resorte tendido. Solo la pierna derecha, solo ella, bailaba sobre la punta del pie. Poco a poco recobre la calma. ?Pero era idiota lo que habia hecho! ?El, mi amigo mas que intimo, con los lazos de fraternidad que nos unian! Fui a verle y lo tome del brazo.

– Estamos locos -le dije-. Perdoname.

Esa noche cenamos juntos otra vez. Pero el guebli rapaba ya los monticulos, nos ahogabamos a cincuenta y dos grados y los nervios punzaban enloquecidos a flor de epidermis. Yo no me atrevia a levantar los ojos porque sabia que el estaba en ese momento sacudiendo la cabeza de lado, y me hubiera sido completamente imposible ver con calma eso. Y la tension crecia, porque habia una tortura mayor que aquella; era saber que, sin que yo lo viera, el estaba en ese instante con su tic.

?Comprende usted esto? El, mi amigo, pasaba por lo mismo que yo, pero exactamente con razonamientos al reves… Y teniamos una precaucion inmensa en los movimientos, al alzar un porron de barro, al apartar un plato, al frotar con pausa un fosforo; porque comprendiamos que al menor movimiento brusco hubieramos saltado como dos fieras.

No comimos mas juntos. Vencidos ambos en la primera batalla del mutuo respeto y la tolerancia, el cafard se apodero del todo de nosotros. Le he contado con detalles este caso porque fue el primero. Hubo cien mas. Llegamos a no hablarnos sino lo estrictamente necesario al servicio, dejamos el tu y nos tratamos de usted. Ademas, capitan y teniente, mutuamente.. Si por una circunstancia excepcional, cambiabamos mas de dos palabras, no nos mirabamos, de miedo de ver, flagrante, la provocacion en los ojos del otro… Y al no mirarnos sentiamos igualmente la patente hostilidad de esa actitud, atentos ambos al menor gesto, a una mano puesta sobre la mesa, al molinete de una silla que se cambia de lugar, para explotar con loco frenesi. No podiamos mas, y pedimos el relevo.

Abrevio. No se bien, porque aquellos dos meses ultimos fueron una pesadilla, que paso en ese tiempo. Recuerdo, si, que yo, por un esfuerzo final de salud o un comienzo real de locura, me di con alma y vida a cuidar de cinco o seis legumbres que defendia a fuerza de diluvios de agua y sabanas mojadas. El, por su parte, y en el otro extremo del fortin, para evitar todo contacto, puso su amor en un chanchito, ?no se aun de donde pudo salir! Lo que recuerdo muy bien es que una tarde halle rastros del animal en mi huerta, y cuando llego esa noche la caravana oficial que nos relevaba, yo estaba agachado, acechando con un fusil al chanchito para matarlo de un tiro.

?Que mas le puedo decir? ?Ah! Me olvidaba… Una vez por mes, mas o menos, acampaba alli una tribu indigena, cuyas bellezas, harto faciles, quitaban a nuestra tropa, entre siroco y siroco, el ultimo resto de solidez que quedaba a sus nervios. Una de ellas, de alta jerarquia, era realmente muy bella… Figurese ahora en este detalle- cuan bien aceitados estarian en estas ocasiones el revolver de mi teniente y el mio…

Bueno, se acabo todo. Ahora estoy aqui, muy tranquilo, tomando cana brasilena con usted, mientras llueve. ?Desde cuando? Martes, miercoles… siete dias. Y con una buena casa, un excelente amigo, aunque muy joven… ?Y quiere usted que me pegue un tiro por esto? Tomemos mas cana, si le place, y despues cenaremos, cosa siempre agradable con un companero como usted… Manana -pasado manana, dicen- debe bajar el Meteoro. Se embarca en el y cuando vuelva a hallar pesados estos siete dias de lluvia, acuerdese del tic, del cafard y del chanchito…

?Ah! Y de mascar constantemente arena, sobre todo cuando se esta rabioso… Le aseguro que es una sensacion que vale la pena.

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