Anaconda - Quiroga Horacio (читать книгу онлайн бесплатно без TXT) 📗
– Si, ?pato! En casa… ?hame!
– ?Ah, en tu casa! ?Son muchos?
"El padre entonces intervino. Eran ocho criaturas, y a veces el estaba enfermo y no podia trabajar. Entonces… ?mucha hambre!
– ?Me lo figuro! -murmuro mi mujer mirandome. Dio al chico tasajo, galletitas, y a mas dos latas de jamon del diablo que yo guardaba.
– ?Eh, mi jamon! -le dije rapidamente cuando huia con su robo.
– ?No es nada, verdad? -se rio-. ?Supon la felicidad de esa pobre gente con esto!
"Al otro dia volvio el indio con dos nuevos hijos, y como mi mujer no es capaz de resistir a una cara de hambre, todos comieron. Tan bien, que una semana despues nuestra casa estaba convertida en un jardin de infantes. Los buenos peones traian cuanto hijo propio o ajeno les era dado tener. Y si a esto se agregan los muchos sujetos que comprendieron que nada disponia mejor nuestro corazon que la confesion llana y lisa de tener hambre y carecer al mismo tiempo de dinero, todo esto hizo que al fin de mes nuestro comercio cesara. Teniamos, claro es, un deficit bastante fuerte.
"Este fue mi segundo episodio comercial. No cuento el serio -el del algodon- porque este estaba perdido desde el principio. Perdi alla cuanto tenia, y abandonando todo lo que habiamos construido en tierra arrendada, volvimos a Buenos Aires. Ahora -concluyo senalando con la cabeza sus marmoles- hago de nuevo esto.
– ?Y aqui no cabe comercio! -exclamo con fugitiva sonrisa un oyente. Gomez Alcain lo miro como hombre que al hablar con tranquila seriedad se siente por encima de todas las ironias:
– Si, cabe -repuso-. Pero no yo.