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Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel (книги бесплатно TXT) 📗

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Capitulo XII

El alba era todavia blanquecina cuando Robinson descendio de la araucaria. Se habia acostumbrado a dormir hasta los ultimos minutos que preceden a la salida del sol, para reducir lo mas posible ese periodo atono, el mas anodino de la jornada, ya que era el mas alejado del poniente. Pero la comida inhabitual, los vinos y tambien una angustia sorda le habian producido un sueno febril, destrozado por bruscos despertares y por breves, pero esteriles, insomnios. Acostado, rodeado de tinieblas, habia sido desarmada presa de ideas fijas y de obsesiones torturadoras. Habia tenido que levantarse precipitadamente para sacudirse aquella jauria imaginaria.

Dio algunos pasos por la playa. Como ya esperaba, el Whitebird habia desaparecido. El agua era gris bajo el cielo descolorido. Un rocio abundante pesaba sobre las plantas que se curvaban desconsoladas bajo aquella luz palida, sin estridencias y sin sombras, de una lucidez desgarradora. Los pajaros guardaban un silencio gelido. Robinson sintio que se abria dentro de si un abismo de desesperacion, una cisterna sonora y negra de donde subia -como si fuera un espiritu deletereo- una nausea que le lleno la boca de hilillos de saliva. Una ola se estiraba con suavidad sobre la playa, jugaba un momento con un cangrejo muerto y se retiraba, decepcionada. En solo unos minutos, en una hora como mucho, se levantaria el sol y llenaria de vida y de alegria a todas las cosas y al propio Robinson. No habia mas que aguantar hasta ese momento y resistir la tentacion de ir a despertar a Viernes.

Era indiscutible que la visita del Whitebird habia comprometido seriamente el equilibrio delicado del triangulo Robinson-Viernes-Speranza. Speranza se hallaba cubierta de heridas que eran evidentes pero, a pesar de todo, superficiales y que desaparecian en pocos meses. Pero ?cuanto tiempo necesitaria Viernes para olvidar al hermoso lebrel de los mares que se inclinaba con tanta gracia, bajo la caricia de todos los vientos? Robinson se reprochaba por haber tomado la decision de permanecer en la isla sin haber hablado antes de ello con su companero. Aquella misma manana le contaria los siniestros detalles que habia sabido por Joseph acerca de la trata de negros y de la suerte que corrian en las antiguas colonias americanas. De este modo su nostalgia -si es que existia- disminuiria.

Pensando en Viernes, se acercaba maquinalmente a los dos pimenteros entre los cuales el mestizo tendia su hamaca y en donde pasaba sus noches y gran parte de sus dias. No iba a despertarle, desde luego, pero le contemplaria mientras dormia y aquella presencia apacible e inocente le reconfortaria.

La hamaca estaba vacia. Lo que resultaba mas sorprendente era la desaparicion de los pequenos objetos con que Viernes adornaba sus siestas (espejos, cerbatanas, flautas, plumas, etc.). Una repentina angustia golpeo a Robinson como si hubiera recibido un punetazo. Corrio hacia la playa: la yola y la piragua estaban alli, ancladas en lo seco. Si Viernes hubiera querido regresar a bordo del Whitebird , habria tomado una de aquellas embarcaciones y, o bien la habria abandonado en alta-mar, o la habria hecho izar dentro del barco. Era muy poco probable que se hubiera arriesgado a ir a nado hasta tan lejos.

Entonces Robinson comenzo a batir toda la isla, gritando el nombre de su companero. Desde la Bahia de la Salvacion a las dunas del levante, desde la gruta a la Loma Rosa, desde el bosque de la costa occidental hasta las lagunas orientales, corrio tropezando y dando gritos, convencido con desesperacion en lo mas profundo de si mismo de que su busqueda era inutil. No comprendia como Viernes habia podido traicionarle, pero no podia retroceder ante la evidencia de que se encontraba solo en la isla, solo como los primeros dias. Aquella busqueda salvaje termino de danarle al conducirle hacia dos lugares cargados de recuerdos y a los que no habia regresado desde hacia lustros. Sintio bajo sus dedos escurrirse el serrin rojo del Evasion y, bajo sus pies, resbalar el fango tibio de la cienaga. En el bosque volvio a encontrar la piel de zapa encallecida de su biblia. Todas las paginas habian ardido, excepto un fragmento del primer libro de los Reyes, y leyo, envuelto en una bruma de debilidad:

El Rey David era viejo, de avanzada edad. Se le cubria con vestidos sin que pudiera llegar a calentarse. Sus servidores le dijeron: Que se busque para mi Senor, el Rey, una joven virgen. Que este junto al Rey y le cuide, y que duerma sobre tu seno y asi, mi Senor, el Rey, se calentara.

Robinson comprendio que aquellos veintiocho anos que no existian la vispera acababan de desplomarse sobre sus hombros. El Whitebird los habia traido consigo -como si fueran los virus de una enfermedad mortal- y repentinamente el habia pasado a ser un hombre viejo. Comprendio tambien que no hay peor maldicion para un viejo que la soledad. Que duerma sobre tu pecho y mi Senor, el Rey, se calentara. La verdad era que estaba temblando de frio a causa del rocio de la manana, pero ya nadie, nunca, volveria a calentarle. Una ultima reliquia fue a parar a sus dedos: el collar de Tenn, roido por el moho. Todos sus anos pasados, que parecian ya definitivamente borrados, volvian a el en forma de vestigios sordidos y desgarradores. Apoyo su cabeza contra el tronco de un cipres. Su rostro se crispo, pero los viejos no lloran. Su estomago se revelo; vomito en el humus deyecciones avinagradas, toda aquella infame comida que habia absorbido frente a Hunter y Joseph. Cuando volvio a levantar la cabeza, encontro las miradas de un areopago de buitres, agrupados a pocos metros, que le vigilaban con sus ojillos rosas. ?De modo que ellos tambien habian acudido a aquella cita con el pasado!

?Habria que recomenzar todo de nuevo?: ?las plantaciones, la cria del ganado, las construcciones, aguardando la llegada de un nuevo araucano que barreria todo aquello con un soplo de fuego y le obligaria a ascender a un nivel superior? ?Que ridiculez! En realidad, alli no habia mas alternativa que la existente entre el tiempo y la eternidad. El eterno retorno, hijo bastardo, de uno y otra, no era mas que una demencia. Solo existia una posibilidad de salvacion para el: volver a encontrar el camino de aquellos limbos intemporales y poblados de seres inocentes de los que el se habia ido apartando en sucesivas etapas y a donde habia vuelto a caer debido a la visita del Whitebird . Pero, viejo y sin fuerzas, ?como recobraria aquel estado de gracia conquistado con tanto esfuerzo y durante un periodo de tiempo tan largo? ?No seria muriendo, simplemente? La muerte en aquella isla, cuya soledad nunca nadie mas volveria a violar, ?no era la unica forma de eternidad que le convenia a partir de ese momento? Pero era preciso esquivar la vigilancia de aquellos carroneros misteriosamente advertidos y dispuestos a cumplir su oficio funebre. Su esqueleto deberia blanquear bajo las piedras de Speranza, como un juego de construcciones que nadie podria derribar. De este modo quedaria cerrada la extraordinaria y desconocida historia del gran solitario de Speranza. Se encamino despacio hacia el caos rocoso que se alzaba en el lugar de la gruta. Estaba seguro de que encontraria el medio, deslizandose entre los bloques, de esconderse lo suficiente para mantenerse a salvo de los animales. Quiza con la paciencia propia de un insecto conseguiria incluso llegar hasta el alveolo. Una vez alli, le bastaria con colocarse en postura fetal y cerrar los ojos para que la vida le abandonara, ya que tan total era su agotamiento y tan profunda su tristeza.

En efecto, encontro un paso, uno solo, apenas mas ancho que una gatera» pero se sentia tan debilitado, tan encogido sobre si mismo, que no dudo en que por alli podria atravesar. Estaba escrutando la oscuridad para tratar de apreciar su profundidad, cuando creyo percibir algo que se movia. Una piedra rodo en el interior y un cuerpo obstruyo el debil espacio negro. Gracias a unas contorsiones pudo librarse del orificio y he aqui que un nino se hallaba ante Robinson -el brazo derecho plegado sobre la frente, para protegerse de la luz o en prevision de una bofetada-. Robinson retrocedio, aturdido.

– ?Quien eres tu? ?Que haces aqui? -le pregunto.

– Soy el grumete del Whitebird -contesto el nino-. Queria huir de ese barco, en el que era desdichado. Ayer, mientras yo servia en el camarote, me mirasteis con bondad. Entonces, cuando me entere de que vos no partiais, decidi esconderme en la isla y quedarme con vos. Esta noche, cuando me habia deslizado sobre el puente e iba a echarme al agua para intentar nadar hasta la playa, vi a un hombre que llegaba en una piragua. Era vuestro criado mestizo. Empujo con el pie la piragua y entro a reunirse con el segundo, que parecia esperarle. Me di cuenta de que el si iba a permanecer a bordo. Entonces nade hasta la piragua y me meti dentro. Y he remado hasta la playa y me he ocultado entre las rocas. Ahora el Whitebird ha partido sin mi -concluyo con un matiz de triunfo en su voz.

– Ven conmigo -le dijo Robinson.

Cogio al nino de la mano y, rodeando los bloques de piedra, comenzo a ascender por la ladera que conducia a la cima del penasco rocoso que coronaba el caos. Se detuvo a medio camino y le miro a la cara. Los ojos verdes con las pestanas blancas de los albinos se volvieron hacia el. Una palida sonrisa los ilumino. Abrio su mano y contemplo la mano que se habia acurrucado en ella. Se le oprimio el corazon al verla tan delgada, tan debil y, sin embargo, surcada ya por todos los trabajos marineros.

– Voy a mostrarte algo -le dijo para contener su emocion y sin saber ni siquiera el mismo a lo que se referia.

La isla, que se extendia a sus pies, se hallaba en parte cubierta por la bruma, pero hacia levante el cielo gris se hacia incandescente. En la playa, la yola y la piragua comenzaban a moverse de modo desigual, siguiendo las incitaciones de la marea que ascendia. Hacia el norte, un punto blanco huia hacia el horizonte.

Robinson tendio el brazo en aquella direccion.

– Mirale bien. Probablemente no volveras a ver jamas eso: un navio en las aguas de Speranza.

El punto se borraba poco a poco. Al fin fue absorbido por la lejania. Y fue entonces cuando el sol lanzo sus primeros dardos. Una cigarra chirrio. Una gaviota dio vueltas en el aire y se dejo caer en el espejo del agua. Volvio a salir a la superficie y se elevo batiendo las alas, con un pez de plata atravesado en el pico. En un instante el cielo se hizo ceruleo. Las flores que inclinaban hacia el oeste sus corolas cerradas giraron todas al tiempo sobre sus tallos, dirigiendo sus petalos desparramados hacia levante. Los pajaros y los insectos llenaron el espacio con un concierto unanime. Robinson habia olvidado al nino. Irguiendose con toda su altura, daba la cara al extasis solar con una alegria casi dolorosa. La irradiacion que le envolvia le lavaba de las heridas mortales del dia precedente y de la noche. Una espada de fuego penetraba en el y transverbero su ser entero. Speranza se desprendia de los velos de la bruma, virgen e intacta. En realidad, aquella larga agonia, aquella noche de pesadilla, no habia sucedido. La eternidad, volviendo a tomar posesion de el, borraba aquellos lapsus de tiempo siniestro e irrisorio. Una profunda inspiracion le colmo de un sentimiento de total saciedad. Su pecho se abombaba como un escudo de bronce. Sus piernas se apoyaban sobre la roca, macizas y firmes como columnas. La luz leonada le revestia de una armadura de juventud inalterable y le forjaba una mascara de cobre de una implacable regularidad y en ella brillaban dos ojos de diamante. Por fin el astro-dios desplego toda su corona de crines rojas entre explosiones de cimbalos y estridencias de trompetas. Unos reflejos metalicos se encendieron sobre la cabeza del nino.

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