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Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel (книги бесплатно TXT) 📗

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La chalupa habia regresado ya una vez hasta el Whitebird para depositar alli todo un cargamento de frutos, legumbres y caza en el cual se debatian tambien las cabras atadas, y los hombres esperaban las ordenes del capitan antes de efectuar un segundo viaje.

– Me hara vos el honor de compartir nuestra mesa -le dijo a Robinson, y sin esperar su respuesta, ordeno que embarcaran el agua dulce y que regresaran inmediatamente para conducirle a bordo con su invitado. Luego, saliendo de la reserva que mantenia desde la llegada a la isla, hablo, no sin amargura, de la vida que llevaba desde hacia cuatro anos.

Joven oficial de la Royal Navy , se habia visto arrojado en plena Guerra de la Independencia con toda la fogosidad de sus pocos anos. Formaba parte de la tripulacion de la flota del almirante Howe y se habia distinguido cuando la batalla de Brooklyn y en la toma de Nueva York. Nada le habia preparado para los reveses que habia sufrido despues de esta triunfal campana.

– Se educa a los jovenes oficiales en la certeza de que han de obtener embriagadoras victorias inmediatamente -dijo-. Seria mas prudente inculcarles la conviccion de que seran vencidos al principio y habria que ensenarles el arte infinitamente dificil de volver a levantarse para reemprender la lucha con un ardor renovado. Batirse en retirada, reagrupar a los fugitivos, reparar en altamar los desperfectos de un navio desmantelado casi totalmente por la artilleria enemiga y regresar al combate. ?He ahi lo mas dificil y lo que se considera que seria vergonzoso ensenar a nuestros oficiales! Sin embargo, la historia nos ensena frecuentemente que las mayores victorias suelen provenir de derrotas superadas y cualquier palafrenero sabe perfectamente que el caballo que conduce la carrera se hace cubrir la cabeza en el establo.

Las derrotas de la Dominica y de Santa Lucia y luego la perdida de Tobago sorprendieron a Hunter y le inspiraron un definitivo odio hacia los franceses. Las capitulaciones de Saratoga, luego la de Yorktown, que preparaban el cobarde abandono por parte de la metropoli del mas hermoso floron de la Corona de Inglaterra, quebraron la violenta pasion por el honor que hasta aquel momento habia sido el resorte de su vida. Poco despues del Tratado de Versalles, que consumaba la vergonzosa dimision de Inglaterra, habia devuelto su uniforme del Cuerpo de Oficiales Reales y se habia orientado hacia la marina mercante.

Pero era demasiado marino exclusivamente como para acomodarse a las servidumbres de aquel oficio que el habia creido oficio de hombre libre. Disimular ante los armadores el desprecio que experimentaba ante aquellos hombres de tierra avidos y cobardes, disputar sobre el precio del flete, firmar conocimientos, hacer facturas, soportar los registros aduaneros, poner toda su vida en sacas, fardos, barricas, era demasiado para el. A ello se anadia que habia jurado no volver a pisar suelo ingles y que confundia en el mismo odio a Estados Unidos y a Francia. Se hallaba al limite de sus fuerzas cuando tuvo la oportunidad -la unica que la suerte le habia deparado, subrayaba- de conseguir que le fuera confiado el mando de Whitebird , que por sus reducidas dimensiones y por su magnifico velamen estaba predestinado a fletes de pequeno volumen -te, especias, metales raros, piedras preciosas u opio-, cuyo comercio implicaba ademas riesgos y misterios que estimulaban a su caracter aventurero y novelesco. Indudablemente, la trata o la pirateria hubieran sido aun mas adecuadas para su situacion, pero su educacion militar le habia legado una repulsion instintiva hacia esas actividades contrarias a la ley.

Cuando Robinson salto sobre el puente del Whitebird fue acogido por un Viernes radiante, que habia sido transportado por la chalupa en su anterior viaje. El araucano habia sido adoptado por la tripulacion y aparentemente conocia ya al barco como si hubiera nacido en el. Robinson habia tenido ocasion de observar que los primitivos no admiran mas que aquellos objetos de la industria humana que se hallan, por asi decir, a su nivel: el cuchillo, el vestido, y a decir verdad, la piragua. Pero a partir de ese nivel, dejan de admirar porque consideran, sin duda, a un palacio o a un bajel como productos de la naturaleza, ni mas sorprendentes ni menos que una gruta o un iceberg. Pero con Viernes sucedia de otra forma, y Robinson atribuyo a su propia influencia la inmediata comprension que manifesto a bordo. Luego le vio trepar por los obenques, subir a la gavia y desde alli caminar por la verga, columpiandose a cincuenta pies de las olas con una enorme risa de felicidad. Penso entonces en los atributos aereos de los que Viernes se habia ido rodeando sucesivamente -la flecha, el carnero-volador, el arpa eolia- y comprendio que un gran velero, esbelto y tan audazmente enjarciado como aquel, era la culminacion triunfal: algo asi como la apoteosis de aquella conquista del eter. Aquello le produjo un poco de tristeza, y mas aun desde el momento en que sentia aumentar dentro de si el sentimiento de oposicion hacia aquel universo al que le arrastraban, eso le parecia, contra su voluntad.

Su malestar crecio cuando distinguio, atada al pie del mastil de mesana, una diminuta forma humana, medio desnuda y acurrucada sobre si misma. Era un nino que podria tener unos doce anos, de una delgadez de gato desollado. No se podia ver su rostro, pero sus cabellos formaban una opulenta masa rojiza que hacia que todavia parecieran mas enclenques sus delgados hombros, sus omoplatos que sobresalian como alas de angelote, su espalda que estaba cubierta de pecas y estriada por marcas sangrientas. Robinson habia disminuido el paso al verle.

– Es Jaan, nuestro grumete -le dijo el capitan. Luego se volvio hacia el segundo-. ?Que ha hecho ahora?

Un rostro de borracho tocado con un gorro de cocinero emergio de repente de la escotilla de la cocina, como un diablo que sale de una caja.

– ?No puedo hacer nada con el! Esta manana me ha destrozado un pastel de pollo, porque por distraccion lo ha salado tres veces. Ha tenido sus doce latigazos. Tendra mas si no se enmienda.

Y la cabeza desaparecio tan deprisa como habia aparecido.

– Desatele -dijo el capitan al segundo-. Le necesitamos en el comedor.

Robinson almorzo con el comandante y el segundo. No oyo hablar mas de Viernes, que debia reparar fuerzas con la tripulacion. No tuvo necesidad de esforzarse para alimentar la conversacion. Sus anfitriones parecian haber admitido de una vez para todas que el tenia todo que aprender de ellos y nada que revelar sobre si mismo y sobre Viernes, y el se amoldaba perfectamente a esta convencion que le permitia observar y meditar a gusto. Por otra parte, era verdad que el, en cierto sentido, tenia todo por aprender, o mas bien que tenia todo por asimilar, todo por digerir, pero lo que escuchaba era tan pesado e indigesto como las conservas y las carnes en salsa que desfilaban por su plato y se podia temer que un reflejo de rechazo le hiciera vomitar de golpe y de una sola vez el mundo y las costumbres que iba descubriendo poco a poco.

Pero lo que mas le chocaba no era ya tanto la brutalidad, el odio y la rapacidad de aquellos hombres civilizados y altamente honorables de la que hacian gala con una ingenua tranquilidad. Quedaba la posibilidad de imaginar -y sin duda seria posible encontrar- a otros hombres en vez de aquellos que fueran, en cambio, dulces, benevolos y generosos. Pero el mal, para Robinson, era mas profundo. Lo denunciaba ante si mismo en la irremediable relatividad de los fines que les veia perseguir febrilmente. Porque lo que todos tenian como meta era tal adquisicion, tal riqueza, tal satisfaccion, pero ?por que precisamente esa adquisicion, esa riqueza, esa satisfaccion? Ninguno, desde luego, habria sabido decirlo. Y Robinson imaginaba todo el rato el dialogo que terminaria por enfrentarle con uno de aquellos hombres, con el capitan, por ejemplo. «?Por que vives tu?», le preguntaria. Hunter, evidentemente, no sabria que responder y su unico recurso seria entonces pasarle la pregunta al Solitario. Entonces Robinson le mostraria la tierra de Speranza con su mano izquierda mientras que su mano derecha se alzaria hacia el sol. Tras un momento de estupor, el capitan romperia forzosamente a reir, porque ?como concebir que el Astro Rey es algo distinto de una gigantesca hoguera, que hay en el espiritu y que tiene el poder de irradiar eternidad a los seres que saben abrirse a el?

Era el grumete Jaan quien servia la mesa, medio sumergido en un inmenso mandil blanco. Su diminuto rostro huesudo, salpicado de pecas, se adelgazaba todavia mas bajo la masa de sus cabellos leonados y Robinson buscaba inutilmente la mirada de sus ojos, tan claros, que se podria creer que el dia se veia a traves de su cabeza. Tampoco el prestaba atencion al naufrago, absorbido por entero en su terror de cometer alguna infraccion. Tras algunas frases rapidas en las que ponia una contenida vehemencia, el capitan se encerraba despues en un silencio que parecia hostil o despectivo y Robinson pensaba en un sitiado que, tras haber resistido sin reaccionar el acoso del enemigo, se decide por fin a efectuar una salida y corre inmediatamente a encerrarse de nuevo en su fortaleza, despues de inflingirle graves perdidas. Aquellos silencios eran llenados por el parloteo del segundo, Joseph, volcado completamente a la vida practica y a los progresos tecnicos de la navegacion, y que experimentaba visiblemente con respecto a su superior una admiracion reforzada por la mas total incomprension. Al terminar el almuerzo fue el quien condujo a Robinson a la cabina de mandos, mientras el capitan se retiraba a su camarote. Queria hacerle los honores de un instrumento introducido recientemente en la navegacion: el sextante, gracias al cual, por un sistema de doble reflexion, se podia medir la altura del sol por encima del horizonte con una exactitud incomparablemente mayor que la que se lograba con el tradicional quart de nonante. Robinson siguio con interes la entusiasta demostracion de Joseph y manejaba con satisfaccion el hermoso objeto de cobre, de caoba y marfil que habia sido extraido de su estuche, y admiraba la vivacidad de espiritu de aquel hombre, en otros momentos tan limitado. Se daba cuenta de que la inteligencia y la tonteria pueden habitar en la misma cabeza sin influenciarse en absoluto, como el agua y el aceite se superponen sin mezclarse. Hablando de alidada, limbo, vernier o espejos, Joseph resplandecia de inteligencia. Sin embargo, era el mismo quien explicaba hacia solo unos instantes, con marcados guinos de ojos dirigidos a Jaan, que el nino haria mal si se quejaba de ser enderezado a latigazos, cuando tenia por madre a una ramera de marineros.

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