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La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain (читать полную версию книги .TXT) 📗

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La policia no se preocupa por la desaparicion de una prostituta, aunque sea una menor; y menos aun teniendo en cuenta que la japonesita, llegada clandestinamente de Nagasaki en un junco de contrabandistas, no figuraba en ninguna lista del registro civil o de inmigracion. Su cuerpo exangue, que solo presentaba una diminuta herida en la base del cuello, encima mismo de la clavicula, se vendio para ser servido con diferentes salsas en un afamado restaurante de Aberdeen. La cocina china tiene la ventaja de hacer irreconocibles los trozos. Sin embargo, no cabe duda de que su origen fue revelado -con aportacion de pruebas- a algunos clientes de ambos sexos de gustos depravados, a los que no importaba pagar el precio que fuera para consumir ese tipo de carne; preparada con especial esmero, se la servian en el transcurso de festines rituales cuya presentacion, asi como los excesos a que daban lugar semejantes reuniones, exigia un reservado particular alejado de los salones publicos. El hombre gordo y colorado se extiende con gustosa precision en algunas de las aberraciones cometidas en tales circunstancias, para proseguir luego su relato. Manneret, que se habia deshecho de forma tan ingeniosa de una abrumadora pieza de conviccion, habia cometido la torpeza de participar personalmente en una de aquellas ceremonias. Con la euforia del vino, hacia el final de la cena, un comensal (policia disfrazado que solo pertenecia a la secta con la esperanza de obtener un provecho deshonesto) pudo oir de sus labios declaraciones que, aun siendo confusas, despertaron en el indiscreto el deseo de saber algo mas. Una habil investigacion, efectuada entre el servicio y el vecindario del piso de Kowloon, le revelo que no se habia enganado siguiendo aquella pista, una de cuyas bifurcaciones lo llevo despues a la plantacion de los Nuevos Territorios y al americano Ralph Johnson.

Cuando dispuso de datos suficientes sobre la muerte de Kito, quiso chantajear naturalmente a Manneret, ya que, por una parte, su responsabilidad en el crimen era la mas directa y, por otra, poseia medios suficientes para pagar una cantidad elevada como precio de su impunidad. Mas tarde le llegaria el turno a Johnson. Lo que ocurrio entonces ha permanecido confuso. Sin duda Manneret, por orgullo o despreocupacion, se nego a pagar un silencio que, por otra parte, no le aseguraba nadie. ?O fingio aceptar, para tenderle una trampa al inoportuno y deshacerse de el de otra manera? El caso es que, en el momento en que este se presenta en el domicilio del multimillonario, en ese edificio de lujo ultramoderno, con sus laberintos de espejos y sus tabiques moviles, Edouard Manneret manda abrirle la puerta y lo recibe personalmente en su despacho, invitandolo a sentarse y tratandolo con cordialidad, aunque hablandole de cosas indiferentes, como acostumbra hacer en casos semejantes. Pregunta a su visitante si lleva mucho tiempo en la colonia, si le gusta el pais, si soporta el clima a pesar de la ruda profesion que debe ejercer, etc. Mientras va hablando, y sin que parezca preocuparle que el otro solo le conteste con monosilabos (?por incomodidad, irritacion, recelo?), le sirve el aperitivo con sus propias manos, y hasta se disculpa por tener que darle la espalda unos segundos mientras se afana junto al pequeno mueble bar.

Un instante despues estan sentados uno frente a otro: el policia corrupto en una butaca de tubos de acero, con la copa de cristal, que contiene un liquido del color del jerez, a su lado (en la estrecha bandeja adosada al brazo de la butaca), y el propio Manneret en su balancin, en el que se mece sonriente mientras prosigue la conversacion. En dos ocasiones, su poco locuaz interlocutor coge el pie tallado de la copa y la levanta para llevarse el brebaje a los labios; pero la vuelve a dejar, cada vez, en la bandeja, so pretexto de escuchar con mas atencion lo que le dice el dueno de la casa, de modo que este ultimo decide callar; y observa entonces al policia como si quisiera hacerla sentirse incomodo, con la esperanza de que acabe bebiendo para salir de su inmovilidad. En efecto, el hombre repite el movimiento, interrumpido ya dos veces; pero, en el ultimo momento su mirada tropieza, por encima de la perilla gris cortada con esmero y la delgada nariz aguilena, con los ojos demasiado brillantes, de parpados ligeramente fruncidos, que lo miran con lo que le parece una anormal tension. ?Se acuerda de pronto de los cultivos inquietantes de Johnson? ?Descubre que el aperitivo de su anfitrion, del que ya ha bebido varios sorbos, no tiene exactamente el mismo aspecto que el suyo? Hace un movimiento brusco con la mano izquierda, el movimiento de quien quiere espantarse un mosquito (excusa absurda en esta casa climatizada, cuyas ventanas no pueden abrirse para que entren los insectos) y la copa que sostiene con la otra mano se le escapa y cae al suelo, donde se hace anicos… Los fragmentos que brillan en medio del liquido derramado, las salpicaduras proyectadas en todas las direcciones alrededor de un charco central en forma de estrella, el pie de la copa, casi intacto, que en lugar de la copa, ya no sostiene mas que un triangulo de cristal curvado, agudo como un punal, todo eso lo sabemos hace tiempo. Pero le pregunto a Lady Ava por que, aquella noche, nada mas llegar a casa de Manneret, el chantajista no expuso su intencion de obtener enseguida un primer adelanto, estando las cosas como estaban.

– Seguro que diria a que iba -responde Lady Ava-; el viejo debio de hacer como que no entendia la frase, la anego en sus cuentos de ruda profesion, clima y bebidas. El otro prefirio no precipitar la conversacion, seguro de poseer las mejores bazas y no creyendo perder nada con unos minutos de charla, que dejaban a su cliente tiempo para reflexionar.

– ?Manneret no habia tenido ya varios dias para reflexionar?

– No -dice ella-, no es seguro. Su amable acogida quiza se debiera precisamente a que no sabia aun con certeza que queria aquel personaje, al que habia conocido durante una cena en Aberdeen y que se presentaba con un pretexto cualquiera: una operacion inmobiliaria, por ejemplo.

– Manneret tenia sus oficinas para tratar estos asuntos. Hasta los cheques los firmaba ahora su apoderado. El solo se encargaba personalmente de cuestiones muy importantes; y aun asi, nunca lo hacia sin que pasaran antes por las manos de sus hombres de confianza, que las estudiaban en detalle y le sometian despues el resultado de sus calculos.

Lady Ava reflexiona sobre este aspecto del problema, que la coge un poco desprevenida, pues no ha habido aun ninguna alusion a las actividades profesionales de Manneret. Pero reacciona rapidamente:

– Pues bien, el pretexto podia tener un caracter mas intimo: con el nunca faltaban asuntos de este tipo.

– ?O sea un asunto intimo pero sin relacion con la muerte de Kito?

– Eso es: ofrecia ninas, o heroina, o lo que fuera.

– Sin embargo, si no hubiera tenido buenos motivos para creerse en peligro, no habria intentado envenenar a su visitante de buenas a primeras, o drogarlo, o algo por el estilo.

– ?Quien le dice que lo hiciera?

– ?Y ese detalle de darle la espalda mientras llenaba la copa con un liquido que no tenia exactamente el color del jerez de la botella?

– ?Nada! Podia tratarse tan solo de una figuracion de policia culpable, o de su mala conciencia. Esa gente es desconfiada por principio. Y, en cualquier caso, no arriesgaba nada deshaciendose del brebaje en cuestion, desde el momento que le parecia sospechoso.

– Bueno. Supongamos que las cosas son como usted dice: aparentemente el hombre viene a ofrecer droga, Manneret se hace el despistado, para tantear el terreno y ver si no estara en presencia de un agente provocador o un estafador. Bueno… ?Que significaba la frase sobre la «ruda profesion» de su visitante?

– No se… Quiza el otro habia empezado diciendo que era policia, para inspirar confianza.

– Supongamoslo. Despues el policia explica el objeto real de su visita y pide dinero. ?Dice una cantidad?

– No. Primero ha de limitarse a algunas alusiones: ?no cree, querido senor, que tendria interes en que no se sepa como…? ?Ve usted?

– Muy bien. Y Manneret no se da por aludido, bebe su jerez a pequenos sorbos, meciendose, y sigue hablando de cosas sin interes. Hasta puede que no haya entendido lo que le pedian, si las insinuaciones eran demasiado confusas. El otro no tiene prisa: piensa que hay tiempo de sobra y que al final ganara la partida… Entonces, ?por que mato a Manneret a los pocos minutos?

– Si -dice Lady Ava-, es lo que no se entiende.

– La segunda cuestion es la de la forma exacta de la copa: no se sirve jerez en una copa de champan. Y, por otra parte, el fragmento agudo de cristal que prolonga el pie, y puede servir de punal, no coincide con una curva muy amplia.

– Evidentemente. Debia de ser una copa mas alta que ancha, y conica mas bien que con un fondo redondo: algo parecido a esas copas de champan estrechas y altas.

– Y seguro que el cristal no seria tan delgado como el de una copa de champan alta o baja, para poder utilizarse como arma, y mortal por anadidura.

– Pero en realidad no fue esta arma la que lo mato.

Se trata de un montaje destinado a camuflar el crimen en accidente. El asesino se sirvio de un estilete chino con hoja plegable untada con veneno que, una vez cerrado, se disimula facilmente en cualquier bolsillo o hasta en el hueco de la mano. Fue despues cuando dispuso el cuerpo sobre los fragmentos de la copa rota, como si la herida en la base del cuello se hubiera producido con la punta de cristal unida aun al pie: Manneret habria caido con una copa en la mano… Etc.

El asesino habia anadido algunos elementos para completar el cuadro: una ampolla vacia que habia contenido morfina, destinada a explicar la falta de equilibrio del potentado en el momento de su extrana caida, un tabique movil de cristal medio cerrado -casi invisible- con cuyo borde habria tropezado y, por ultimo, el despertador situado al otro lado de este cristal, en el escritorio, con la manecilla del timbre puesta a la hora exacta de la muerte… Sono el despertador; para detener aquel ruido irritante, Manneret se levanto de su balancin, llevando la copa de jerez en la mano; con su precipitacion y su torpeza de drogado, no vio que el tabique de cristal, que se interponia en mitad de su trayecto, le cerraba parcialmente el paso. Por un prurito estetico mas que por verosimilitud, el autor del montaje le quita ademas los zapatos al cadaver y vuelve a ponerselos al reves: el derecho en el pie izquierdo y el izquierdo en el pie derecho. Como ultimo detalle, antes de abandonar el escenario, con la pluma y la tinta del difunto, en la hoja misma en que estaba escribiendo, detras de las ultimas palabras, que habia trazado con mano vacilante -aproximadamente media linea al final de un largo parrafo interrumpido que llega hasta la mitad de la pagina: «viaje lejano, y no gratuito»-, termina imitando su grafismo inseguro: «pero necesario»; despues dibuja un pez oval, con sus tres aletas, su cola triangular y su gran ojo redondo.

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