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Gaspar, Melchor y Baltasar - Tournier Michel (читаемые книги читать онлайн бесплатно полные txt) 📗

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Barbadeoro o la sucesion

Erase una vez en la Arabia Feliz, en la ciudad de Chamur, un rey que se llamaba Nabunasar III, y que era famoso por su barba ensortijada, fluvial y dorada, a la que debia su sobrenombre de Barbadeoro. Cuidaba mucho de ella, hasta el punto de que por la noche la metia en una pequena funda de seda, de la que solo salia por la manana para ser confiada a las expertas manos de una barbera. Porque conviene saber que si los barberos manejan la navaja y cortan cuidadosamente las barbas, las barberas, por el contrario, solo utilizan el peine, la tenacilla y el vaporizador, y jamas cortan ni un solo pelo a sus clientes.

Nabunasar Barbadeoro, que en su juventud se habia dejado crecer la barba sin prestarle mucha atencion -y mas por negligencia que de forma deliberada-, con los anos atribuyo a ese apendice de su barbilla un significado cada vez mayor y casi magico. No andaba lejos de pensar en ella como el simbolo de su realeza, por no decir el receptaculo de su poder.

Y no se cansaba de contemplar en el espejo su barba de oro, por entre la cual introducia complacidamente sus dedos llenos de sortijas.

El pueblo de Chamur amaba a su rey. Pero el reinado duraba desde hacia mas de medio siglo. Reformas urgentes eran aplazadas una y otra vez por un gobierno que, siguiendo el ejemplo de su soberano, se mecia en una satisfecha indolencia. El consejo de ministros solo se reunia una vez al mes, y los ujieres oian a traves de la puerta frases -siempre las mismas- separadas por largos silencios:

– Habria que hacer algo.

– Si, pero evitemos toda precipitacion.

– La situacion no esta madura.

– Demos tiempo al tiempo.

– Es urgente esperar.

Y se separaban felicitandose, pero sin haber decidido nada.

Una de las principales ocupaciones del rey era, despues del almuerzo -que tradicionalmente era largo, lento y pesado-, una profunda siesta que se prolongaba hasta muy avanzada la tarde. Tenia lugar, conviene precisarlo, al aire libre, en una terraza a la que daban sombra la frondosidad de las aristoloquias.

Y resulta que desde hacia unos meses Barbadeoro ya no disfrutaba de la misma tranquilidad de animo. No porque las advertencias de sus consejeros o los murmullos de su pueblo hubieran conseguido turbarle. No. Su inquietud tenia un origen mas alto, mas profundo, en una palabra, mas augusto: por vez primera, el rey Nabunasar III, al admirarse en el espejo que le tendia su barbera despues de arreglarle su apendice piloso, habia descubierto un pelo blanco mezclado con el dorado brillo de su barba.

Aquel pelo blanco le sumio en abismos de meditacion. O sea, penso, que envejezco. Desde luego, era previsible, pero ahora el hecho es tan indiscutible como ese mismo pelo. ?Que hacer? ?Que no hacer? Porque tengo un pelo blanco, pero lo que no tengo es heredero. Me he casado dos veces, y ninguna de las dos reinas que se han sucedido en mi lecho ha sido capaz de dar un delfin al reino. Hay que tomar una decision. Pero evitemos precipitarnos. Necesito un heredero, si, tal vez adoptar un nino. Pero que se me parezca, que se me parezca enormemente. En resumen, que sea como yo en mas joven, en mucho mas joven. La situacion no esta madura. Hay que dar tiempo al tiempo. Es urgente esperar.

Repitiendo, sin saberlo, las frases habituales de sus ministros, se dormia sonando con un pequeno Nabunasar IV que se le parecia como un diminuto hermano gemelo.

Sin embargo, cierto dia desperto bruscamente de su siesta con la sensacion de que acababa de sufrir una intensa picadura. Se llevo instintivamente la mano a la barbilla, porque alli fue donde habia notado aquella sensacion. Nada. No brotaba sangre. Golpeo un gong. Hizo llamar a su barbera. Le mando que fuese a buscar el gran espejo. Se miro en el. Un oscuro presentimiento no le habia enganado: su pelo blanco habia desaparecido. Aprovechando su sueno, una mano sacrilega se habia atrevido a atentar contra la integridad de su apendice piloso.

Aquel pelo, ?habia sido verdaderamente arrancado o bien se disimulaba en el espesor de su barba? Se formulo la pregunta porque al dia siguiente por la manana, cuando la barbera, despues de terminar su trabajo, puso el espejo ante el rey, alli estaba, inconfundible en su blancura, que contrastaba como un filon de plata en una mina de cobre.

Aquel dia Nabunasar se entrego a su siesta habitual con una turbacion en la que el problema de su heredero se mezclaba confusamente con el misterio de su barba. Y estaba muy lejos de sospechar que aquellos dos interrogantes no eran mas que uno, y que ambos encontrarian juntos su solucion…

Apenas el rey Nabunasar III se adormecio, cuando le saco de su sueno un vivo dolor en la barbilla. Desperto sobresaltado, pidio ayuda, hizo que le llevaran el espejo: ?el pelo blanco habia desaparecido!

Al dia siguiente por la manana habia vuelto. Pero esta vez el rey no se dejo enganar por las apariencias. Hasta puede decirse que dio un gran paso hacia la verdad. En efecto, no se le escapo que el pelo, que la vispera se situaba a la izquierda y en la parte baja de la barbilla, aparecia ahora a la derecha y arriba -casi a la altura de la nariz-, de tal modo que habia que sacar la conclusion, puesto que el pelo ambulante no existia, que se trataba de otro pelo blanco surgido en el curso de la noche, ya que es bien sabido que los pelos aprovechan la oscuridad para encanecer.

Aquel dia, cuando se disponia a echar su siesta, el rey sabia lo que iba a suceder: apenas habia cerrado los ojos cuando volvio a abrirlos al sentir una picadura en el lugar de la mejilla donde habia descubierto el ultimo pelo blanco. No mando que le llevaran el espejo, porque estaba convencido de que otra vez acababan de depilarle.

Pero ?quien, quien?

La cosa se producia ahora todos los dias. El rey se habia hecho el proposito de no dormirse bajo las aristoloquias. Fingia dormir, entornaba los ojos, dejaba filtrar una mirada torva entre los parpados. Pero uno no simula dormir sin correr el riesgo de dormirse de veras. ?Y zas! Cuando sentia el dolor estaba profundamente dormido, y todo habia terminado antes de que abriese los ojos.

Sin embargo, ninguna barba es inagotable. Cada noche uno de los pelos de oro se metamorfoseaba en cana, y esta se le arrancaba al comienzo de la tarde siguiente. La barbera no se atrevia a decir nada, pero el rey veia su semblante arrugandose de pesar, a medida que la barba iba escaseando. El mismo se observaba al espejo, acariciaba lo que le quedaba de barba de oro, distinguia el perfil de su menton, que se transparentaba cada vez con mayor claridad a traves de unas pilosidades ya escasas. Lo mas curioso es que la metamorfosis no le desagradaba. A traves de la mascara medio deshecha del majestuoso anciano, veia reaparecer -mas acusados, con mayor fuerza- los rasgos del joven imberbe que habia sido. Al mismo tiempo, el problema de un sucesor se hacia a sus ojos menos urgente.

Cuando ya solo tuvo en el menton una docena de pelos, penso seriamente en destituir a sus ministros canosos, y tomar el mismo en sus manos las riendas del gobierno. Fue entonces cuando los acontecimientos tomaron un nuevo rumbo.

?Fue porque sus mejillas y su menton desnudos se habian vuelto mas sensibles a las corrientes de aire? A veces le despertaba de su siesta un vientecillo fresco que se levantaba una fraccion de segundo antes de que el pelo blanco de la manana desapareciese. Y un dia vio. ?Que fue lo que vio? Un hermoso pajaro blanco -blanco como la barba blanca que ya nunca volveria a tener-, huyendo a todo vuelo y llevandose en su pico el pelo de la barba que acababa de arrancar. Asi, pues, todo se explicaba: aquel pajaro queria un nido del mismo color que su plumaje, y no habia encontrado nada mas blanco que ciertos pelos de la barba real.

Nabunasar se alegro de haber hecho tal descubrimiento, pero ardia en deseos de saber mas. Aunque disponia de poco tiempo, pues solo le quedaba un unico pelo en la barbilla, y aquel pelo, blanco como la nieve, iba a ser la ultima oportunidad que tendria el hermoso pajaro de mostrarse. ?Se concibe la emocion del rey al tenderse bajo las aristoloquias para echar aquella siesta! De nuevo habia que simular el sueno, pero sin sucumbir a el. No obstante, aquel dia el almuerzo habia sido especialmente abundante y suculento, e invitaba a una siesta… regia. Nabunasar III lucho heroicamente contra el sopor que le invadia como unas beneficas oleadas, y para mantenerse despierto miraba con el rabillo del ojo el largo pelo blanco que salia de su menton y ondulaba en la calida luz. Palabra que solo tuvo un instante de descuido, un corto instante, y volvio en si al recibir un fuerte aletazo como una caricia en la mejilla, al tiempo que una sensacion de picadura en la barbilla. Dio un manotazo, toco algo suave y palpitante, pero sus dedos se cerraron en el vacio, y al abrir los ojos no vio mas que la sombra negra del pajaro blanco a contraluz en el sol rojo, el pajaro que huia y que no volveria nunca mas, porque se llevaba en el pico el ultimo pelo de la barba del rey.

El rey se levanto furioso y estuvo a punto de convocar a sus arqueros para darles la orden de apoderarse del pajaro y entregarselo vivo o muerto. Reaccion brutal e insensata de un soberano despechado. Entonces vio algo blanco que se balanceaba en el aire, acercandose al suelo: una pluma, una pluma nivea que sin duda habia arrancado del pajaro al tocarlo. La pluma se poso suavemente en una baldosa, y el rey asistio a un fenomeno que le intereso prodigiosamente: la pluma, despues de un instante de inmovilidad, giro sobre si misma y dirigio su punta hacia… Si, aquella plumita posada en el suelo giro como la aguja imantada de una brujula, pero en vez de indicar la direccion del norte, senalo la que habia tomado el pajaro al huir.

El rey se agacho, recogio la pluma y la dejo en equilibrio sobre la palma de su mano. Entonces la pluma giro y se inmovilizo en la direccion sur-sudoeste, la que habia elegido el pajaro para desaparecer.

Era una senal, una invitacion. Nabunasar, siempre manteniendo en equilibrio la pluma en su palma, se precipito hacia la escalera del palacio, sin responder a las muestras de respeto con que le saludaban los cortesanos y los criados con los que se cruzaba.

Por el contrario, cuando se encontro en la calle nadie parecia reconocerle. Los viandantes no podian imaginar que aquel hombre sin barba que corria vestido con un simple pantalon bombacho y una chaquetilla corta, y llevando una plumita blanca en equilibrio sobre la mano, fuese su soberano majestuoso, Nabunasar III. ?Acaso aquel comportamiento insolito les parecia incompatible con la dignidad del rey? ?O bien se trataba de otra cosa, por ejemplo, de un aire de nueva juventud que le hacia irreconocible? Nabunasar no se planteo la cuestion -que sin embargo era primordial-, porque estaba demasiado ocupado manteniendo la pluma sobre su palma y siguiendo sus indicaciones.

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