El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗
– Tranquilicese -contesto el prior-. Llegaron hace dos semanas. Le estan esperando. Tan s6lo hay un contratiempo, aunque no es muy grave. Debido a que se aburrian, y a que aqui no hay mucho que hacer, ayer decidieron ir a ver el amanecer desde una pequena capilla que construyeron nuestros hermanos un poco mas arriba, en la soledad de la montana. De hecho la idea fue mia, y ahora lo lamento. Volveran manana por la manana.
Al principio esta noticia dejo decepcionado a Jean-Baptiste, pero luego decidio aprovechar la noche para descansar. Al dia siguiente se cambiaria e iria a su encuentro, completamente recuperado de cuerpo y mente.
El prior le introdujo en la habitacion del abad. Era una amplia estancia iluminada por un alto ventanal que daba a un balcon con laureles y fucsias. De uno de los muros colgaba un tapiz que representaba la torre de Babel. El abad era un anciano arquitecto que habia vivido mucho tiempo en Damas. Tras la repentina muerte de su mujer y de sus dos hijos, se fue de la ciudad, vago sin cesar y encontro el camino del Sinai. Desde entonces nunca habia abandonado Santa Catalina, y habia llegado a superior en menos de diez anos. La primera vez que paso por alli, Jean-Baptiste le habia visto manejar el compas, la escuadra y la regla, pues el mismo se ocupaba de hacer los planos de todas las ampliaciones del monasterio. En una mesa situada en un rincon de su habitacion se apilaban grandes rollos de papel que probablemente reflejaban la obra aun por terminar.
El pobre hombre estaba irreconocible, delgado y macilento, y tenia la boca torcida.
– Me alegra mucho verle antes del final -consiguio articular con dificultad.
Jean-Baptiste le apreto la mano huesuda, pues la emocion le impedia responder. Despues el viejo se adormilo. El medico salio y le dijo al prior que como mucho podria mitigar su dolor, pero no evitar su muerte.
– Lo mas extraordinario -dijo el prior- es que no teme ni lo uno ni lo otro. Los mas afectados somos nosotros.
– Creo que antes de dos dias…
El prior se persigno, escondio sus lagrimas y acompano a Jean-Baptiste hasta el aposento que le habian asignado.
A las siete de la manana, mientras volvian a descender a pie del tabernaculo desde donde habian contemplado la aurora, Francoise y el maestro Juremi se encontraron con Jean-Baptiste, que subia desde el monasterio. Le abrazaron emocionados, y le pidieron que les contara el viaje y su llegada, pero el estaba preocupado por Alix.-Se ha quedado un poco rezagada -dijo Francoise-. Estos dias su animo le pide estar sola. La encontraras enseguida, en el gran promontorio situado frente a la capilla.
Jean-Baptiste se excuso por dejarles y continuo camino arriba. El calor empezaba a apretar, asi que se quito el jubon y se lo echo al hombro. El minusculo santuario aparecio en el ultimo momento, al doblar un recodo del sendero. Era una humilde construccion de piedra cubierta de tejas irregulares. Los monjes ni siquiera habian colocado una cruz por respeto a las diversas creencias de quienes pudieran sentirse conmovidos en aquel lugar. Una pequena explanada se extendia entre la ermita y un promontorio de roca, donde se erguian penascos como siluetas drapeadas. Desde aquel cerro se divisaba el amanecer. La vista dominaba tres flancos. Jean-Baptiste reconocio a Alix entre aquellas formas. En realidad mas bien la adivino; ella tuvo la misma intuicion y se levanto. El se acerco corriendo, y a diez pasos de ella empezo a andar mas despacio para terminar muy lentamente. ?Como habia cambiado! Su rostro, su cuerpo y su compostura habian madurado, y su belleza resplandecia aun con mas intensidad que antes. Vestida de amazona, estaba libre de las trabas de los vestidos y de los corses y llevaba el cabello suelto. «Todo esto -se dijo- no es nada en comparacion con ese aire de majestad y de insumision.» Y el, cuya imagen ella habia lustrado con la ausencia, volvia a adquirir aquel vigor en los rasgos, aquel brillo en los ojos, aquella gracia y aquella fuerza que se reflejaban en el mas insignificante de sus gestos.
Ya habian vencido todos los obstaculos. Entre ellos no habia mas que diez pasos sobre un suelo pedregoso. De ahora en adelante las diferencias de cuna, la voluntad de un padre, la indiferencia de un rey y la maldad de tantos hombres ya no supondria mayor impedimento en su camino que los guijarros de lava apagada que cubrian el suelo.
Cuando casi estaban a punto de tocarse, continuaron mirandose gravemente. Despues de todo, hasta entonces no habian hecho nada mas que hacer realidad un primer encuentro cabal y verdadero. Ya no se trataba de la comedia de los ojos bajos o las miradas de soslayo. Eran libres y primero tenian que verse, verse impudicamente hasta el fondo de sus almas, tal como eran ahora, mas ellos mismos que nunca. Alix alzo suavemente la mano y la acerco a los labios de Jean-Baptiste, que beso la punta de sus dedos. Eran libres y ya no tenian que eludir los placeres ni escatimarlos por la premura, aunque quisieran mas.
El cielo estaba cubierto de grandes nubes blancas, algodonosas yserenas. Jean-Baptiste dejo caer el jubon sobre un penasco y atrajo a Alix hacia el. Eran libres y ya no tenian que negarse al deseo, con tal de que estuviesen de acuerdo, y poco es decir que lo estaban. Se abrazaron, fundieron sus bocas, sus caricias, y no hay nada que decir que no puedan imaginar quienes hayan sido plenamente felices en algun momento de su vida.
Se quedaron en la montana toda la manana, caminando muy juntos, uno al lado del otro, deteniendose para retomar el curso suspendido de sus besos. Las inmensas losas de basalto estaban inclinadas unas sobre otras, como las hojas de un libro gigantesco. Las que se encontraban mas lejos se revelaban a la vista en planos sucesivos, con diferentes tonalidades de azul y hasta el malva mas lejano, que era el mar Rojo. Ningun lugar esta mas atormentado que estas alturas del Sinai, porque parecen emerger de las entranas de lava de la tierra para ser lanzadas al seno tempestuoso de un cielo velado de agua y desatado de borrascas. Caminaban bajo aquel viento calido que hacia volar sus cabellos, entrelazandolos.
– ?Que magia irradia este lugar! -dijo Jean-Baptiste-, se diria que en cualquier momento puede aparecer Dios entre las nubes…
– ?Y que harias si cayera aqui, ante nosotros? -le pregunto Alix riendo.
– Pues le diria que se sentara aqui, en esta piedra, porque supongo que debe ser muy anciano y que estara cansado.
– ?Y luego? -prosiguio Alix, apartando un mechon de cabellos de la frente de su amado.
– Pues luego le diria que nos bendijera. Y hablariamos de su vida y de la nuestra.
– ?Y si te diera sus mandamientos?
– Le diria que ya estan inscritos en sus criaturas y que no debe confiarselos a nadie en concreto, so pena de inventar sacerdotes, reyes, curas y desgracias.
– Serias bastante insolente si respondieras eso y podria enviarte el rayo de su colera.
– ?Por que? -contesto con seriedad Jean-Baptiste-. Si hay un Dios, debe de amar a los hombres felices.
Asi pasaron aquellas horas de perfecta felicidad, entre cortos dialogos colmados de risas y largas caricias.
Cuando emprendieron el camino del monasterio empezaron a hablar mas detenidamente sobre los dias de su separacion, un tema deconversacion que no agotarian en mucho tiempo. Alix le revelo que se habia entregado a otro hombre, pues aquel secreto era un peso para ella. Le dijo quien y brevemente por que.
– ?Le amas? -pregunto Jean-Baptiste.
– Solo he pensado en ti y nunca he dejado de amarte, ni un solo instante.
– ?Entonces que importa! No soy tu dueno y no hay condiciones en una union como la nuestra.
En su fuero interno, Jean-Baptiste sonrio al pensar que ya estaba vengado, sin pretenderlo.
En el monasterio almorzaron en compania de Francoise y el maestro Juremi. El protestante acogio su felicidad con buen humor. Habia vuelto a hacer gala de su facundia y de su sonrisa. La gran pregunta era adonde ir, pues, aunque Santa Catalina les daba su proteccion, aun estaban en las tierras del Gran Senor, donde seguramente los seguirian buscando.
– Francoise y yo nos vamos a Francia -dijo el maestro Juremi.
– ?Francia! ?Pero es que has olvidado que eres protestante?
– Si me olvido de eso, ellos me lo recordaran -dijo el maestro Juremi entre risas-. Seamos serios: ?que es mejor, seguir siendo parias en Oriente o serlo en la patria chica? Ya tenemos una edad en que errar es un dolor mas grande que cualquier otro, asi que nos adaptaremos a la acogida que nos den.
Habian tomado su decision y no cabia esperar que cambiaran de parecer. Se quedarian un mes en el monasterio, el tiempo necesario para que se calmara el asunto del secuestro en Constantinopla, donde el senor De Maillet lo habria dado a conocer. Despues remontarian hacia Palestina, embarcarian en Junieh para dirigirse a Chipre, y desde alli a Grecia, Venecia y Francia.
Al verlos tan fuertes, tranquilos, curtidos por sus experiencias y unidos por una ternura tan profunda, nada parecia que pudiera interponerse en su comun voluntad.
Alix habia sonado mucho con Abisinia. Jean-Baptiste le hablo de aquel pais durante horas, y su curiosidad crecio mas aun. Por un momento se propusieron ir alli, pero durante su estancia en el monasterio se dio la circunstancia de que los marinos de Thor les llevaron una carta de Murad, que habia conseguido llegar a Massaoua. Este habia realizado su mision y daba noticias de Etiopia. El emperador Yesu habia muerto unos meses atras, probablemente a causa de la enfermedad que Jean-Baptiste conocia. Su hijo, educado bajo la ferula de los sacerdotes, veia con muy malos ojos a los extranjeros, hasta el punto de que el propio Murad renunciaba a darle cuenta de su mision y preferia regresar a Alepo o a Jerusalen, donde sabria hacer valer su estancia entre los francos de El Cairo, como cocinero.
Estas nuevas disuadieron a Jean-Baptiste de llevar a cabo su viaje, motivado en parte por la amistad del Emperador que les habria protegido. Nadie se habia empenado con tanto ardor en impedir que los extranjeros alteraran aquel pais, ni lamentaba tanto ver como seguia su propia historia, en la que Occidente no tenia parte y donde tampoco habia un lugar para los occidentales.
En consecuencia decidieron cabalgar hacia el norte y acompanar a Francoise y al maestro juremi hasta San Juan de Acre. Luego se dejarian llevar por su instinto.
El abad murio al cabo de una semana de extrema debilidad. Fue enterrado con el fervor de todos. Su sucesor fue elegido por los monjes. Alix y Jean-Baptiste se acostumbraron a hacer grandes paseos por la montana, pero tambien por el dedalo oscuro de las callejuelas del monasterio, que acabo por resultarles familiar. Su lugar preferido, a la caida de la tarde, cuando el calor aflojaba un poco, era un pequeno patio situado junto al abside de la basilica. En aquel espacio milagrosamente vacio crecia un arbusto anodino que no era objeto de cuidado alguno. Sin embargo era la razon de ser del monasterio, el enclave sagrado alrededor del que giraba el edificio. Aunque no era de la misma especie que la planta frente a la que los dos amantes se habian hallado, y que Jean-Baptiste habia encontrado en El Vah -lo cual en parte les habia decepcionado-; por lo que les dijeron se trataba la autentica ardiente de Moises.