El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗
– Gracias de antemano, Excelencia, gracias -dijo el primer visitante, haciendo una profunda reverencia, que imito con un leve desfase el hombre de los ojos de porcelana.
– Nosotros -continuo el portavoz- somos miembros de una expedicion organizada bajo los auspicios de la Real Academia de las Ciencias de Espana. Otros cuatro sabios se reuniran con nosotros a finales de esta semana. Llegan de Europa y ya nos han comunicado su presencia en Alejandria. Los seis tenemos previsto personarnos en el pais que usted representa aqui, Abisinia. Queriamos pedirle a Su Excelencia el favor de presentarnos ante el Emperador.
Murad apreto las cuentas de madera del rosario que llevaba en la mano izquierda. «Dios mio -penso-, son mi salvacion.»
– Senores, con mucho gusto les ayudare en su mision -manifesto con gravedad-A condicion no obstante de conocer el motivo. Tal vez ignoren que el Negus, mi senor, acoge con estrictas reservas la entrada de extranjeros en su reino.
– Lo sabemos, Excelencia. Pero nuestras intenciones no son otras que las de unos hombres avidos de conocimiento. Para el geografo, el interes se centrara, por ejemplo, en el trazado de los cursos de agua; para el medico, puesto que tambien hay uno entre nosotros, en la descripcion de las principales afecciones. En resumen, cada uno se propone satisfacer la curiosidad natural que suscita en mentes como las nuestras una tierra desconocida.
– Espero que no iran a buscar oro -dijo Murad con un tono severo.
– Para decirlo todo, Excelencia, este viaje nos costara mas de lo que nos reportara, al menos en dinero contante y sonante. No, mire usted, oro tenemos.
«Esto me complace», penso el armenio.
– Pues bien, senores, hare algo mejor que anunciarles ante el Negus.
– ?Mejor, Excelencia…?
– Si, yo mismo los llevare hasta el.
– ?Sera eso posible? -exclamo Monehaut.
– Se da la feliz coincidencia de que me han abordado ustedes precisamente un dia antes de mi partida. Si, asi es, porque manana debo regresar junto a mi senor.
– ?Manana! No podremos estar preparados tan pronto.
– Por desgracia -dijo Murad con tono majestuoso-, me es imposible esperar.
– Necesitamos una semana para reunimos con nuestros colegas y comprar el material de la expedicion.
– Senores, estaria dispuesto a retrasar el viaje, pero les repito que es imposible. Pueden creerme.
– ?Me permitiria preguntarle la razon? Tal vez pudieramos…
– Oh, senores, la razon es muy sencilla. Para cumplir mi mision, el Emperador me proporciono una cierta cantidad de dinero, que hoy se ha agotado. Y no me parece adecuado aceptar ayuda de una potencia extranjera. El consul de Francia me ha ofrecido una, que he rechazado con toda la contundencia que exige mi honor de diplomatico. Por lo tanto, debo partir.
– Comprendemos -dijo el visitante impasible-, pero en el caso de que Su Excelencia tuviera a bien esperar un poco, nosotros nos hariamos cargo de los gastos, en razon de haber prolongado su estancia. En cierto modo, solo se trataria de aceptar que le reembolsaramos la deuda que contraemos con usted.
– En ese caso -dijo Murad-, no habria inconveniente.
El hombrecillo saco de su levita una bolsa de cuero con increible rapidez, discrecion y tacto, y la deposito a los pies del embajador.
Acordaron que esa cantidad a cuenta iria seguida de otros pagos en el supuesto de que hubieran retrasos, pero los sabios se comprometieron a no demorarse mas de ocho dias.
– Un ultimo detalle, Excelencia -dijo el senor de Monehaut-. Deseariamos que el consul estuviera al margen de nuestros preparativos y que ignorara nuestros proyectos. En estos momentos, Espana y Francia estan hermanadas, pero manana…
– Pierda cuidado -dijo Murad.
Los dos hombres le saludaron con mil y un agradecimientos. En cuanto hubieron salido, Murad se precipito sobre la bolsa, conto doce escudos abuquires y salto de alegria.
Aquella misma noche se gasto seis en un caravasar.
4
El caballero Le Noir du Roule se sintio profundamente afectado por los acontecimientos acaecidos en el consulado. Al principio el miedo a verse envuelto en el escandalo lo dejo paralizado. Pero luego, al ver que salia indemne, el terror se retiro como una marea y descubrio con extraneza que seguia deseando a Alix con pasion, e incluso se atrevio a cometer la tremenda imprudencia de volver a llamar a la puerta de la futura religiosa, por la noche, para implorar sus favores. Ya no salia; la tenia en mente a todas horas y hasta intentaba hacerse el encontradizo, sin exito alguno, todo sea dicho, dado que ella seguia enclaustrada en su habitacion. En resumen, conociendo los sintomas de la pasion como los conocia por haberlos burlado muchas veces, tuvo que aceptar que estaba enamorado. Esa debilidad lo abrumo. Le parecia que todas las negligencias eran perdonables excepto esa, que es motivo de la estupida dependencia respecto a un ser que casi nunca nos merece, y cuya conquista, muy a menudo, ni siquiera sirve a nuestros intereses.
El consul se percato del decaimiento del pretendiente despechado. El senor De Maillet se atribuia a si mismo gran parte de culpa de aquella decepcion y empezo a prodigar al caballero pruebas de una desaforada amistad, pues el pobre desgraciado parecia haber perdido hasta las ganas de irse de embajada. El consul no aludio mas al proyecto, pero continuo reuniendo los fondos de la caravana, a la vez que mandaba comprar presentes para los principes de los territorios que habria de atravesar. En definitiva, hacia todos los preparativos para el dia en que Du Roule saliera de su melancolia. Entretanto le recibia manana y tarde en su gabinete con palabras consoladoras.Nada en el mundo reafirma tanto en sus penas a uno como el hecho de compartirlas. A fuerza de oir hablar constantemente al consul de los malos tragos que envia la Providencia a los corazones sensibles para ponerlos a prueba, Du Roule se apiado mucho mas de si mismo. Pero la aburrida retorica del senor De Maillet era muy anticuada. Asi pues, su descalabrado yerno termino por exasperarse de tanto oir las excelsas y piadosas referencias del amor caballeresco que evocaba el consul, y que segun el solo le tocaban en suerte a los nobles paladines. Para hacerle callar, a Du Roule le entraron ganas de decirle que, en lo referente a su hija, solo deseaba dos cosas: poseerla otra vez toda una noche y ser el quien la abandonase despues.
Se guardo mucho de expresar tales intenciones, pero al formularlas para sus adentros tomo conciencia de que quiza su estado de animo no era el de un enamorado como el creia, sino que mas bien el de quien habia sufrido un reves, en sus apetitos y en su amor propio. Al igual que un herido vuelve a tomar alimento despues de hacer una lucida constatacion de sus lesiones y concluir que va a sobrevivir, tambien Du Roule volvio a sentir mas estima por su persona cuando admitio que no habia sucumbido al amor. Decidio entonces sobreponerse con coraje. Al dia siguiente llevo la banca jugando al faraon en la casa de un mercader y perdio un buen pico. Comio y bebio en exceso y acabo la noche entre dos almeas en el lupanar de una duena turca bien surtida de bellezas jovenes. En una palabra, dejo de abandonarse.
Entonces Alix se le aparecio de nuevo a la luz del sano juicio con el que deberia haberla considerado siempre, es decir, como una lunatica que estaria perfectamente en su sitio en un convento, puesto que alli tendria tiempo de rumiar durante toda su vida el recuerdo de los breves momentos de extasis que el habia tenido la bondad de compartir con ella.
Por prudencia, Du Roule se guardo muy bien de que el senor De Maillet advirtiera este subito cambio de comportamiento. Fingio recuperar la salud poco a poco, mientras el consul se esforzaba en fortalecerla manifestandole su afecto mas que nunca. Desde Francia llegaron unos despachos alentadores que confirmaban el interes del ministro por la embajada de Abisinia, de modo que el senor De Maillet se creyo autorizado a sacar de la caja del consulado considerables cantidades de dinero y darselas por adelantado a los viajeros para que no les faltase nada. A los ojos de todo el mundo, y en primer lugar de los etiopes, esta mision debia revelar, al primer golpe de vista, su caractcr oficial. Asi pues, todo la distinguiria de la comitiva harapienta que, en su dia, habia capitaneado Poncet y el supuesto criado Joseph.
La caravana de la embajada de Du Roule estaria formada por veintitres camellos de la mejor raza, ricamente ensillados o albardados y que encabezaria un moro, llamado Belac, mandadero del rey de Senaar. El consul acepto con pesar deshacerse de Frisetti, el primer dragoman, que tambien acompanaria a la comitiva. En cuanto estuvo repuesto por completo, Du Roule pidio permiso para elegir libremente al resto de los viajeros. Sin informar al consul, tomo como brazo derecho a un joven frances llegado a El Cairo el ano anterior, cuya maxima distincion era el numero y el arraigo de sus vicios. Du Roule habia conocido a Rumilhac -ese era su nombre- gracias al juego, donde brillaba por desplumar a la sociedad bastante ingenua de los burgueses de El Cairo. El diplomatico, a quien nadie podia dar lecciones de lo que era un fullero, desenmascaro facilmente a aquel truhan. Pero en vez de denunciarle, decidio ir a medias con el, de modo que aun crecio mas la reputacion de los caballeros, hasta que la pareja fue considerada invencible. Rumilhac era joven aun para tener la cintura gracil y bien prieta, pese a su gran aficion a la bebida, pero una minuscula red de venillas malvas en sus pomulos, como si fuera una hez, constituia el primer poso de los excesos.
Du Roule escogio a otros dos individuos de la misma calana, si bien sus defectos no eran tan brillantes: un anciano policia que habia abandonado el servicio por oscuras razones y que vegetaba en El Cairo, y un joyero de Arles, probablemente encubridor y falsificador que habia optado por retirarse. Todos eran afamados por no ser trigo limpio, pero ademas tenian en comun su insolencia y la excesiva afectacion en sus maneras. El senor De Maillet, a quien nadie se los habia presentado antes, considero a los elegidos con poco entusiasmo. No obstante, tuvo que reconocer que si bien las referencias dejaban que desear, al menos el grupo tenia una buena presencia. Como bien le dijo Du Roule para convencerle y terminar de darse postin:
– Es algo completamente fuera de lo comun encontrar verdaderos caballeros para afrontar tantos peligros.
A este grupo bien definido, con mucho nombre y poco oficio, se unieron diez faquines reclutados entre las ovejas descarriadas de la colonia: desertores, lacayos, fugitivos y mercenarios de toda condicion, con los que Du Roule pensaba formar su cuerpo de batalla.