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El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗

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– De hecho -continuo el consejero- tengo novedades con respecto a su asunto. El Rey de Espana abandonara Versalles manana. Nuestro soberano habra terminado entonces su tarea de preceptor, asi que podra reemprender sus audiencias, y la suya ya no deberia demorarse mucho.

Los presentes, diseminados por todos los rincones de los salones, empezaron a reunirse alrededor de las mesas donde se jugaba al faraon o a las tablas reales. Jean-Baptiste y Sangray aprovecharon aquel pequeno tumulto para marcharse, despues de haber saludado con discrecion a la duquesa. Volvieron en calesa. Francoise habia encendido unos buenos fuegos en las habitaciones. Jean-Baptiste se durmio con la muneca derecha contra su rostro, la misma muneca que la duquesa habia apretado con familiaridad y que continuaba exhalando su perfume almizclado. Al dia siguiente, el senor Raoul fue a llevar un mensaje a Jean-Baptiste. Se trataba de una carta del padre Plantain, que seguia enviando su correo a Le Beau Noir, pues el medico no habia considerado prudente decirle al jesuita que vivia en la residencia del consejero. La misiva decia:

Este preparado. Saldremos para Versalles pasado manana. El Rey nos recibira en audiencia el miercoles a las cuatro de la tarde.

Padre G. Plantain SJ.

Despues de almorzar, Jean-Baptiste fue hasta el colegio Luis el Grande para concretar los detalles de la audiencia.

A su regreso dio un rodeo a pie por el Louvre, donde se rumoreaba que la caballeria del rey Felipe V hacia un primer ensayo del glorioso cortejo que al dia siguiente se pondria en marcha. En el quai se cruzo con el primer y segundo caballerizo del Rey, tocados con magnificos sombreros de plumas y trajeados. Tras ellos iban veinticuatro pajes ataviados con jubon y calzas de saten con ribetes de plata y festones de encaje, que montaban en corceles engalanados con jaeces. Doce caballos espanoles llevados de la brida exhibian crines adornadas con cintas, bocados, copas y estribos dorados, y gualdrapas de terciopelo rojo con bordados en oro y plata. Despues, Jean-Baptiste apenas pudo ver mucho mas pues una tropa de mosqueteros vestidos de gris empezo a alejar a los curiosos de los alrededores de palacio.

Al llegar a casa encontro al consejero en el salon, sentado junto al fuego, asi que tambien el se acerco para tender las manos y entrar en calor. Eran las tres de la tarde y Franc,oise les sirvio la comida delante de la chimenea. Hablaron del cortejo real y luego de la audiencia.

– ?Como piensa abordar la cuestion? -pregunto Sangray.

– Bueno, dire la verdad -respondio Jean-Baptiste.

– Oh, empieza usted mal. ?Acaso ignora que para los reyes la verdad solo es aquello que les complace oir?

– No se lo que le complacera oir al Rey, pero si se lo que algunos quieren decirle aunque sea falso.

– ?De que habla?

– De los jesuitas.

– ?No son ellos quienes han conseguido para usted esta audiencia?

– Asi es. Pero eso no significa que tengamos la misma opinion sobre lo que debemos decirle al Rey.

El consejero dejo el trozo de pava que se estaba comiendo con los dedos, bebio un trago de vino rutilante y miro extranado a Jean-Baptiste.

– ?Me esta diciendo que piensa contradecir a los jesuitas ante el Rey? Amigo mio, me alegra comer con usted porque temo que esta sera la ultima vez. Pero ?le importaria explicarme que objetivo persigue exactamente?

– A decir verdad, tengo dos objetivos.

– Mal principio.

– Aunque en realidad se resumen en uno solo -anadio resueltamente-. La cuestion es la siguiente: primero quiero que el Rey vuelva a enviarme a Abisinia como su embajador de pleno derecho, y despues que me asigne todos los privilegios del cargo, incluido el titulo de nobleza.-Tal como formula la idea, su proyecto es ambicioso pero no imposible.

– Ve usted…

– ?Pero por que tiene tanto empeno en regresar alli?

– No se trata de que me empene. Pero el favor del Rey me permitiria hacer honor, a la vez, a dos juramentos que he hecho.

– ?Diablos! ?Y a quien?

– El primero a una joven con quien no puedo igualarme porque es de buena cuna. Le di mi palabra de que nos casariamos, pero solo tendre alguna esperanza si el Rey me concede un titulo nobiliario.

– Comprendo. Esas cosas son propias de la edad. ?Y el otro juramento?

– Al Emperador de Abisinia. Le jure que los jesuitas no regresarian y que, si solicitaba una embajada a Francia, yo estaria al mando.

– Asi pues pretende que le envien, y al mismo tiempo hacer saber al Rey que no quiere a los jesuitas… cuando son precisamente los jesuitas quienes le han traido aqui…

– No tenia eleccion. Sin ellos no habria podido abandonar El Cairo.

– Eso es precisamente lo que digo.

– Pero no conocen mis intenciones -dijo Jean-Baptistc.

– Me lo figuro. Eso significa que debera contradecir su palabra en el ultimo instante, en presencia del Rey. Pero ?se da cuenta de lo que va a hacer? ?Y para colmo se rie!

– Me rio porque pese a todo tengo plena confianza.

– La juventud le induce a ser temerario. Pero tenga cuidado. La corte es un nido de intrigas donde se burlan del coraje, porque no hay nada mas facil que hundir a los valientes. Basta con que coloquen a unos cuantos ocultos en las sombras y que luego le sorprendan por la espalda.

– No, senor consejero -dijo Jean-Baptiste con calma-, yo creo que no estoy loco. La confianza no es producto de la ceguera, y si tengo tal actitud es precisamente porque he abierto los ojos. ?Quiere que le diga en que momento? Pues cuando venia hasta aqui a caballo; cuando cruzaba este reino y hablaba con la gente en los campos y en las ciudades. Sabe que me decia a mi mismo: «El hombre que reina sobre todo esto es un gran rey.»

– ?Buen descubrimiento!

– No, espere. Es un gran rey porque aun recuerdo, cuando viviaen este pais, que los viejos hablaban de la Fronda, de guerras de religion, de grandes pestes y de grandes hambrunas. Pues bien, tras el reinado de su padre y de su abuelo, este rey ha acabado con todo eso. Ha amordazado a los poderosos y ha sometido a la nobleza. He tenido ocasion de ver en el campo los castillos que la corte ha abandonado y la humilde sumision de quienes se han quedado. Y vea la iglesia: debido a la ayuda que el Rey le ha prestado para luchar contra los protestantes, se ha doblegado a su autoridad. Ha erigido una potencia militar, ha hecho retroceder a los enemigos del exterior y ha conquistado un poder sin parangon.

– Supongo que tambien sabra con que se ha pagado todo eso. Toda Europa se ha aliado contra nosotros, el pueblo vive oprimido por los impuestos. Los protestantes y los jansenistas viven acosados como animales porque no se permite tener opinion en politica, a excepcion de la del Rey. Treinta anos en el Parlamento me dan cierta credibilidad.

– La cuestion no es esa -dijo Jean-Baptiste, sacudiendo la mano para retomar el hilo de la conversacion-. No estoy haciendo juicios sobre la Historia. Describo la obra de una personalidad que ha querido ser un gran rey y lo ha logrado. Y debo decir que el Rey de Abisinia tambien es asi.

– Esta comparando…

– Si. Ambos poseen la misma voluntad, el mismo impetu para someter todo a su autoridad, el mismo poder sin igual. Yesu I ha culminado la misma obra. Si hay dos hombres que pueden entenderse, sin duda son estos dos.

– Y pretende hablarle asi al Rey de Francia…

– Estoy seguro de que sabra escucharme. Cuando los jesuitas le digan que los abisinios desean volver a acogerse a la fe de Roma, yo le dire: «Majestad, acepte la amistad de un gran rey de Oriente. Enviele una embajada, comercie, comprele su oro, vendale los articulos de sus manufacturas, pero no quiera alterar el sistema de su nacion intentando convertirla, porque usted mismo tampoco toleraria que se alterase la suya.»

– ?Esta usted loco, Jean-Baptiste! -exclamo Sangray, levantandose-. Le aprecio demasiado para dejarle caer en una trampa que usted mismo se habria tendido con sus propias manos.

Dio dos pasos por la sala, volvio hacia la chimenea y dijo:

– ?Que es Abisinia, Poncet?

– Un pais.-No. No es nada. Es un rincon de Africa poblado de salvajes. Nada, ?me oye bien? ?Y que es Francia? Todo.

– ?Me dice eso usted, senor consejero! Usted, que ha escuchado mis relatos sobre Abisinia… Usted, que acerca a sus semejantes los usos y las costumbres, intenta decirme ahora que no hay que juzgarlos sin comprenderlos… Usted, que me ha sugerido escribir…

– Escribir si, pero no hablar. Y menos aun hablar al Rey. Son muy pocos los que sienten y comprenden cuanto yo pienso. Por eso aboco mis pensamientos en ese gran rio de las abstracciones escritas, donde tal vez haya otro hambriento como yo que abra mi botella y me oiga en alguna parte. Pero de momento, lo que hay es lo que todos piensan y todos piensan lo que piensa el Rey. Si ha buscado el poder, no ha sido con el animo de compararse con nadie. Y menos aun con hombres que segun el viven en lugares donde la civilizacion no ha llegado nunca. Por mi amistad y la estima que usted me merece y que es la que se tiene por un hijo, debo advertirle, Poncet, que se ande con los ojos abiertos. Ante el Rey, cualquier comparacion de su poder con la de un indigena -aunque sea un cristiano- sera considerada como un insulto, y no solo perdera de un plumazo la posibilidad de obtener cuanto usted desea, sino que incluso le podrian negar la autorizacion para salir libremente de este pais.

Jean-Baptiste se estremecio ante una advertencia tan tajante y tan sincera.

– ?Que debo hacer entonces? -pregunto abatido.

– Escriba sus ideas. Yo le apoyo. Mas tarde ya se vera como publicarlas y a que mentes preparadas podremos darselas a leer. Pero ante el Rey, no ponga obstaculo alguno a los jesuitas, por ahora. Exagere si gusta las dificultades del viaje y sus peligros, para que duden en emprenderlo, aunque vaya por delante que nada les detendra. Pero si afirman que el Negus quiere convertirse, no los contradiga. Acate sus dictados. No puede esperar obtener un favor del Rey, a menos que se fije en usted. ?Quiere convertirse en un noble? Es algo muy posible y puedo ayudarle a conseguirlo, pero primero debe complacerle. El Rey debe saber cuanto le admira. Digale que ha propalado su grandeza por los confines de la tierra y que los reyes orientales, maravillados, le pidieron que le presentara sus mas humildes respetos. Digale que gracias a el progresa la fe, que llevo con usted a un jesuita, desaparecido desgraciadamente durante el viaje, pero que confia en que le acompanen hasta alli muchos otros.-?Que me acompanen otros? -exclamo Jean-Baptiste-. Pero si le prometi al Emperador que les impediria volver…

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