El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗
– ?Un mensaje! ?Un mensaje del Emperador?
– Escrito por su escribano al dictado y autentificado por su sello.
Murad seguia la conversacion de los dos hombres. No obstante, al oir a Poncet hablar de una carta del Negus, giro la cabeza con tanta rapidez que le volvio la migrana. Apenas tuvo el tiempo justo de reparar en un guino de complicidad del boticario y luego se estiro en los cojines, tras pedirle al padre Plantain que le excusara. El cura tendia ya la mano hacia Poncet para coger la carta.
– Por desgracia -dijo este guardandose otra vez la carta en el bolsillo-, el Rey ha dado instrucciones expresas de que transmitieramos este mensaje a Luis XIV en persona. Pase que hayan abierto el otro pliego, puesto que solo era una acreditacion, pero este no se abrira. He dado mi palabra.
– Y… ?que dice? -pregunto el jesuita sin poder contener su curiosidad.
– Padre, tanto si es un mensaje como si se trata de una carta, es todo uno y es para el Rey.
– Si, pero al margen de los detalles, ?que animo refleja?
– Muy confortante. Es todo cuanto puedo decirle. El Negus presenta sus respetos al Rey de Francia y muestra una excelente disposicion con respecto a todos los asuntos concernientes a la religion.
– Muy bien, muy bien -dijo el jesuita-… ?Y admite las dos naturalezas de Cristo?
Poncet encarco las cejas con el semblante de quien sabe mucho al respecto pero no puede decir nada, aunque no tiene razones para inquietarse. El padre Plantain hizo una mueca de satisfaccion para dar a entender que habia comprendido.
– ?Y los demas presentes? -pregunto.
– Estan aqui: oro, algalia, especias, cinturones de seda y el contenido de una caja que solo podemos abrir en presencia del Rey.
– ?Excelente! ?Excelente! Su mision es todo un exito.
– El padre De Brevedent, desgraciadamente, no ha podido asistir a su culminacion. Pero, creame, hemos sido fieles a su memoria y esta mision solo habria sido mas fructifera si el estuviera aqui.
– Comprendo. Nadie habria podido cumplir mejor las ordenes que ha transmitido el padre De La Chaise. Es absolutamente necesario que usted informe al Rey de estos magnificos resultados.
– Eso creo yo tambien -dijo Poncet, inclinando la cabeza-. Pero desgraciadamente usted sabe que es imposible.
– Si, los turcos…
– Los turcos tienen manga ancha, padre.
– ?Que quiere decir?
Poncet volvio a llamar a los esclavos con una palmada, que llenaron de nuevo las tazas. Deseaba sobre todo verlos desfilar una vez mas ante el jesuita para terminar de ponerlo a punto. En cuanto se hubieron ido, el padre Plantain continuo con sus preguntas.
– Me hablaba de los turcos -dijo un poco distraido.
– No, padre, quien hablaba de ellos era usted. Yo solo le hacia participe de mis dudas.
– ?Que insinua? ?No ira a creer que el pacha le vaya a prohibir viajar a Francia?
– No conozco a Mehmet-Bey -dijo Poncet-, pero su antecesor estuvo mucho tiempo bajo mis cuidados. Por muy fanaticos que puedan ser, y parece que este es de cuidado, los otomanos no rebasan ciertos limites con nosotros.
– ?Que quiere decir con eso?
– Quiero decir que un turco no se aventuraria nunca a mandar registrar una casa en la colonia, a menos que el consul estuviera de acuerdo.
– Piensa usted que…
– Que el turco y el senor De Maillet han hecho una curiosa alianza contra nosotros en este asunto.
Al principio el jesuita se quedo estupefacto, como si el tufo de una confabulacion le estuviera llegando a la nariz. Adopto una expresion aun mas obstinada, con los ojos fijos en el fondo de su caverna de parpados y hueso, y murmuro con la boca apretada:
– Su acusacion es extremadamente grave, senor Poncet, porque parece indicar que se quiere contrariar la voluntad del Rey.
– A mi parecer, padre, usted piensa que el Rey solo tiene una voluntad. No obstante, siempre cabe temer que a su alrededor se expresen mas: quienes se conforman con un ideal moral podrian enarbolar una, y quienes quieren manipular su politica, podrian tener otra.
El padre Plantain se sumio en sus pensamientos.
– Comprendame -dijo Poncet-. Obedecimos las ordenes que nos transmitio el padre Versau y hemos satisfecho escrupulosamente las expectativas que el Rey esperaba de nosotros. Para no romper los lazos que hemos establecido, es de la mayor importancia que le demos cuenta de nuestros progresos y que el embajador del Negus pueda afirmar que su mensaje ha sido transmitido a Luis XIV, y que luego regrese con una respuesta. Pero esto va ciertamente en contra de los intereses de quienes prefieren una alianza con los turcos a que Francia cumpla con su gran destino cristiano.
El jesuita se incorporo laboriosamente.
– Pronto habre sacado algo en claro de todo esto -dijo.
Se despidio de Poncet, le encomendo que no despertara a Murad, que roncaba desde hacia unos minutos, y se fue a buen paso con el semblante radiante de quien se apresta a caer en el pecado para combatirlo.
9
Poncet no oyo hablar de nada mas durante tres dias, tres largos dias en los que no sintio el menor deseo de salir, a sabiendas de que quienes se disputaban su compania habian puesto centinelas en todas partes. Era la estacion calida y el viento arrastraba los miasmas de la desembocadura del Nilo. Poncet mando decir que estaba enfermo, y finalmente asi fue. La fiebre le recorrio todo su cuerpo y de vez en cuando sentia punzadas de dolor en las rodillas y los codos. A esto habia que anadir una flojera que le obligaba a estar toda la jornada en la hamaca, perdido en unos suenos cuyo hilo no podia seguir y de los que solo recordaba que eran tristes. Francoise, que iba a visitar al medico todos los dias, le dijo riendo que estaba enfermo de amor; el no se negaba a creerlo, pero eso tampoco le hacia mejorar. El segundo dia, Francoise le llevo una nota de Alix, que el leyo y releyo cien veces, aunque no decia mucho: palabras tiernas y muy poco comprometedoras, no fueran a caer en malas manos. Sin embargo eran palabras escritas por su amada. Miraba las lineas que se desdibujaban, y en esos arabescos sin sentido reconocia el gesto, la mano que las habian consumado y al final todo el cuerpo de quien habia guiado aquellos dedos. El tercer dia recibio otra nota, con mas palabras tiernas. Y Alix intercalo un pequeno inciso que seguramente le habria costado algun esfuerzo, pues era ajeno al marco de su amor, que tanto les ocupaba.
No se si te has dado cuenta pero nuestra querida Francoise se abrasa en una pasion que no sabe como expresar. Esta enamorada de tu amigo Juremi. Debo decir que tu companero tiene una apariencia tan temible que comprendo su vacilacion. Pero tu que lo conoces bien, tal vez puedas sonsacarle un poco…
El maestro Juremi, de quien todo el mundo ignoraba que habia estado en Abisinia, iba y venia libremente por la colonia y por la ciudad. Atendia algunas consultas pero no se ocupaba de las curas medicas propiamente dichas. No obstante, los clientes de Poncet le suplicaban que reanudara los tratamientos de antes. El protestante llevaba pasta de azufaifa a los acatarrados y calomelanos a los enfermos con desarreglos intestinales. Tambien iba a vigilar a Murad, que afortunadamente parecia decidido a mantenerse tranquilo.
Cuando volvio el maestro Juremi, la tercera noche, Jean-Baptiste retuvo a su amigo a su lado. Con un corazon tan hosco como el suyo, habia que ser muy sutil. Pero aparentemente la enfermedad otorga derecho a la melancolia y Poncet se sirvio de ese tono nostalgico para entablar con su amigo un dialogo sobre el pasado. A pesar de los largos anos de amistad y de los viajes, Jean-Baptiste sabia muy poco del maestro Juremi.
– ?No me contaste un dia que estuviste casado? -le pregunto Jean-Baptiste, aprovechando un recuerdo para desviar la conversacion.
– Si-dijo con tono taciturno el maestro Juremi.
– ?Y todavia estas unido a ella?
– Tal vez si.
– ?Como? ?No lo sabes?
El protestante era poco amante de las confidencias, asi que Jean-Baptiste insistio.
– En cualquier caso, es poco comun estar casado sin saberlo.
– Admito que es verdad, pero la vida…
– Que, ?no quieres contarme nada? Eso me distraera, y te aseguro que me hace mucha falta.
– Es una historia muy trivial, y me temo que no te va a proporcionar la alegria que estas buscando. Como ya sabes, mi padre trabajaba de herrero cerca de Uzes. Nuestra familia tenia raices italianas y un buen dia, en el siglo pasado, se convirtieron a la religion reformada. Esa cuestion no me preocupo hasta los dieciocho anos. Solo habia protestantes a nuestro alrededor. Yo aprendi el oficio de mi padre, y el pensaba contar conmigo para el trabajo. A los veinticinco anos me case con una muchacha de la comarca. Se llamaba Marine. No te puedes imaginar como eran aquellos tiempos. ?Ya hace veinticinco anos de eso! En nuestra patria chica, la gente se queria y ayudaba, y aprovechabamos el menor pretexto para celebrar fiestas, a pesar de que no teniamos gran cosa. Hay que decir que a los protestantes les gusta reunirse, tal vez porque no son muy numerosos y porque les infunde seguridad verse todos juntos. La manana que nos casamos hubo un festejo muy hermoso a la salida del templo con vino, violines… Pero ocho dias mas tarde, el Rey revocaba el edicto de tolerancia. Todos presentiamos que se estaba gestando algo terrible. Louvois habia enviado a sus dragones, que estaban de guarnicion. Los nuestros celebraron una asamblea en la montana y acudio aun mas gente que a mi boda, una semana antes. Llegaron todos los cabezas de familia con pieles de cordero a la espalda, grandes sombreros negros y la Biblia en la mano. Alli se decidio que si las cosas iban mal, los hombres mayores de veinticinco anos y menores de treinta y cinco se marcharian al extranjero.
– ?Te fuiste ocho dias despues de la boda?
– Nueve exactamente. Date cuenta de que aquella decision no se tomo con el animo de apiadarse de nadie. La comunidad no queria proteger a los debiles sino al reves, esto es, salvaguardar nuestras fuerzas frente al enemigo. Por eso dejamos alli a las mujeres, los ninos y los ancianos, y solo se salvaron los hombres jovenes aptos para combatir. Asi pues atravese a escondidas las montanas de El Causse, luego Aquitania, donde trabaje en barcos de pesca, y finalmente me dirigi hacia el norte hasta las Provincias Unidas, a las tierras del Stadhouter Guillermo. Luche con sus ejercitos en Inglaterra; luego volvi a las tierras del Emperador, y tu me conociste cuando era maestro de armas en Venecia.