El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗
Hubo un instante de silencio en la sala. Jean-Baptiste levanto de nuevo la cabeza y clavo sus ojos en Alix un segundo; todo el fuego de su amor estaba presente en aquella mirada.
– A decir verdad, senora -contesto sin prestar la menor atencion a quien le habia hecho la pregunta-, realmente emprendi este viaje para ir en busca de una mujer. Y creo que la he encontrado.
Pronuncio aquellas palabras con tanta seriedad que los comensales mostraron un cierto malestar unos instantes.
– Esta bromeando -se oyo decir a un hombre.Hubo una subita distension y algunas risas.
– Esta bromeando, ?no es asi? -exclamo la vecina de Jean-Baptiste, inclinandose hacia el.
– Naturalmente.
Hubo un «ah» general, y la conversacion prosiguio en el mismo tono animado de antes. Pero el senor Mace, que no podia ver a la senorita De Maillct sin sentirse prendado de su belleza, a pesar de que se lo tenia prohibido, capto la mirada que habia cruzado con Jean-Baptiste y estaba seguro de que no se habia equivocado. Posteriormente los contemplo con mas atencion, y registro sus observaciones en el lugar apropiado de su mente.
Cuando hubo finalizado la cena, los invitados pasaron a tomar cafe al salon de recepcion, bajo el retrato del Rey. Todos los que habian cenado en la mesa de Poncet estaban alegres y tenian muchas anecdotas divertidas que contar; en cambio los de la primera mesa mostraban el semblante seno y estaban indignados. Parecian escandalizados y se despacharon a gusto con comentarios en voz baja sobre la conducta del plenipotenciario del Emperador de Abisinia. Por si no fuera bastante con comer indecorosamente y con las manos, hizo preguntas rarisimas sobre el precio de las aves, la manera de prepararlas y la cantidad de mantequilla que habia que agregar a las salsas, de tal forma que se le habria podido tomar mas bien por un cocinero. Animado por el vino y llevado por su atolondramiento, se habia limpiado los dedos con el vestido de su vecina. Y por si quedaba alguna duda sobre su conducta, despues de engullir un sorbete pretendio estampar un beso helado en el cuello de la esposa del banquero mas distinguido de la colonia. El asunto habria acabado mal si el senor De Maillet, en quien todos se miraban como si fuera el espejo del buen gusto -y asi era realmente-, no hubiera inducido a todos a dirigir la vista hacia otro lado, fingiendo que se ahogaba.
Mientras se propalaban las anecdotas y los testigos de esas escenas desagradables comentaban el lamentable episodio con los comensales de la otra mesa, que a su vez les referian entretenidas historias, Alix fue a ver a su madre para decirle que tenia una terrible jaqueca. Consciente de los esfuerzos que habia hecho su hija para asistir a una cena a la que en un principio se habia negado a acudir, la senora De Maillet le dio un beso en la frente y le deseo buenas noches. Jean-Baptiste tuvo mas dificultades para escabullirse, pues le seguian veinte damas. Contento a diecinueve prometiendoles que iria a cenar a sus residencias, locual las entusiasmo y las calmo un poco. La vigesima considero mas original no pedirle nada, actitud que inmediatamente desperto los celos de todas las demas.
Jean-Baptiste fue a saludar al consul y este le felicito por su locuacidad, de la que todos los comensales habian sido testigos. Acto seguido, el medico pidio permiso para llevar a casa a Murad, alegando que solia acostarse pronto. El consul acepto de buen grado pues estaba impaciente por desembarazarse de aquel objeto permanente de escandalo. Incluso le propuso utilizar su carroza, aunque sin insistir mucho pues el armenio, hundido en un sillon, con la tunica llena de manchas y las manos grasicntas de todo cuanto habian tocado, era capaz de estropear considerablemente el acolchado de saten azul del carruaje. Poncet le dijo sin embargo que seria mas saludable para ambos regresar a pie y se llevo a rastras al embajador, que saludo a todos con grunidos. Al pie de la escalinata fueron recibidos por los tres abisinios, a quienes habian dado de comer en las cocinas.
– ?Unos candelabros para acompanar al senor embajador! -exclamo el senor De Maillet.
Pero Jean-Bapriste lo detuvo.
– Es preferible no alumbrar demasiado el escenario -dijo.
El consul fue del mismo parecer y los dejo desaparecer en la oscuridad, como una minuscula tribu a la desbandada.
Una vez en la calle caminaron doscientos metros, y luego Poncet confio el brazo de Murad al abisinio mas vigoroso que hablaba arabe, diciendole que lo llevara de regreso a Casa de los Venecianos. Jean-Baptiste, por su parte, se fue por la izquierda, rodeo la amplia manzana del consulado y siguio andando por un callejon flanqueado por dos muros lisos. Uno de ellos acotaba el patio trasero de la legacion y disponia de un porton por el que se hacian las entregas a las cocinas. Francoise le esperaba alli.
8
Poncet subio detras de Francoise por una estrecha escalera de servicio que olia a moho; se interno solo en un guardarropa oscuro, y al final accedio a una habitacion con ventanas que se abrian de par en par a una noche cuajada de estrellas. Una ligera brisa del norte desplazaba hacia la ciudad el olor limoso del delta. Desde la planta baja se oia el bullicio de los numerosos invitados que se demoraban y que reian ruidosamente. El quinque a punto de apagarse, en la mesilla de noche, proyectaba un resplandor dorado sobre Alix, que esperaba de pie. Jean-Baptiste avanzo con suavidad y la tomo en sus brazos. No se habia cambiado de vestido y Jean-Baptiste recorrio con los dedos y con los labios las lineas de su peinado, las joyas, las telas y aquel rostro que volvia a ver de nuevo con todo el color, la armonia y el resplandor que tenian bajo las grandes aranas de los salones. En una palabra, los dos amantes estaban alli en persona y por fin podian gozar del inmenso placer de tomar aquello que se desea en el mismo instante en que se desea. Hasta ahora les habian separado demasiados contratiempos para oponer el menor obstaculo a aquella voluptuosidad. Se abismaron en largos besos, mientras que desde abajo, como si de la oscuridad de un teatro se tratara, llegaban aclamaciones parecidas a las del publico que ovaciona a una pareja de enamorados en el escenario, al final de una opera.
Junto a ellos habia una cama; la intimidad era completa. Pero se equivocaria quien pensara que en esa etapa de su amor podian ceder a saciar la pasion que sentian el uno por el otro. Alimentaban sabiamente la esperanza, aun cuando sus gestos denotaban plena seguridad, de obtener un dia el derecho a amarse, y tenian fe en el momento en que no tuvieran que poner mas limites a su arrebato.-Amor mio, amor mio -murmuraba Alix, que seguia cubriendo de besos el rostro de Jean-Baptiste-. Que feliz soy. Te quiero. Me gustaria estar asi toda la eternidad.
La joven se estremecio y se alejo ligeramente de Jean-Baptiste, tal vez por la evocacion de un imposible. Clavo sus ojos profundos y empanados de lagrimas en los de su amante y le pregunto con seriedad:
– Dime, ?cuando te vas a Vcrsalles? Y lo mas importante, ?cuando volveras para llevarme contigo?
– Desgraciadamente… -dijo Jean-Baptiste, ladeando ligeramente la cabeza.
– ?Que ocurre?
– Todo es muy complicado. Tu padre no esta de acuerdo con la idea de hacer un viaje a Francia y alega que son los turcos quienes se oponen. Y debo reconocer que tampoco nosotros ponemos mucho de nuestra parte. Ya has visto a Murad…
– ?Quieres decir… que la cosa se puede ir a pique?
– No -exclamo Jean-Baptiste mientras le apretaba las manos-. Pero el asunto es mas dificil y mas largo de lo que creia en un principio.
Jean-Baptiste no queria confesar que la causa estaba definitivamente perdida. Tampoco sabia realmente de donde podria surgir aun una esperanza, y sin embargo en aquel momento, ante Alix, la idea de renunciar le parecia aun mas odiosa e improbable que el fracaso.
Desde el rellano de la escalinata llegaban las voces de los comensales que empezaban a abandonar todos juntos el consulado y se despedian con adioses ruidosos c interminables palabras de agradecimiento.
– Escuchame -dijo Alix-. Tenemos poco tiempo. Cuando la ultima carroza se ponga en marcha para llevarse a los pasa)eros, tendras que marcharte.
Dicho esto, se fundio de nuevo en sus brazos, antes de proseguir:
– Tienes que saber que todo esto es muy urgente…
– ?Que quieres decir?
– Mi padre… Ah, no queria que lo supieras, es inutil complicar aun mas todo esto.
– Sigue, te lo ruego.
– Hace tres dias que mi padre habla sin cesar de la inminente llegada de un hombre que han enviado de Francia. Se trata de un diplomatico que debe asumir un cargo consular en Rosetta o en Damietta, no se exactamente.
– ?Y?-Bueno, pues en vanas ocasiones mi padre ha hecho comentarios a proposito de ese hombre, aludiendo a su alto linaje, a su carrera y a su futuro, mirandome con insistencia. Todavia no me ha dicho nada, pero mi madre me ha confirmado que desde hace tiempo contempla la posibilidad de casarme. Asi pues, le ha pedido a nuestro pariente, el ministro, que le envie a alguien que sea un buen partido, un hombre de ascendencia noble… ?Que piensas, Poncet?
– Amor mio, yo pienso que solo te quiero a ti, y que odio a ese desconocido. ?Cuando llega?
– Si no he entendido mal, en este momento debe de estar de camino.
Jean-Baptiste mudo de semblante.
– Escucha -dijo recuperandose-, tal vez este asunto se retrase un poco. Y tambien puede ser que ese hombre llegue antes de que yo haya conseguido el titulo que me permita pedirle tu mano a tu padre. Hasta entonces no aceptes nada, no te comprometas a nada. Resiste, busca cualquier pretexto, finge que estas enferma. Si es necesario, Francoise te traera pocimas que te provocaran tos, vomitos, palidez, e incluso te causaran una verdadera enfermedad en caso necesario. Pero sobre todo no te comprometas.
– Lo unico que he querido siempre, con toda mi alma, es estar contigo. No temas, conseguire que pidas mi mano. Ademas, conozco a mi padre: puede negarme algo que quiera, pero no me forzara a acatar su voluntad. Si nos empenamos los dos, encontraremos una solucion y sera duradera.
Abajo se oian menos voces y las ultimas carrozas. Se besaron de nuevo. Todo lo que tuvieran que decirse se lo comunicarian a traves de Francoise. El unico mensaje que no podian encargar era aquel deleite de los sentidos, aquel dialogo de manos y bocas, aquella conversacion de los cuerpos que se buscan y se responden en los murmullos del terciopelo y la seda.