La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (читать книги полные .txt) 📗
– Un incidente -explica-. Varios prisioneros que estaban siendo escoltados aqui anoche fueron atacados por un grupo de hombres armados que mas tarde consiguio entrar en la prision.
– Pero esto… -Saint-Pierre senala los carros, el terrible cargamento-. Son tantos… ?Quien…?
El oficial no ha recibido ordenes de encubrir los hechos ni ve razon para hacerlo.
– Traidores -dice con paciencia-, eran traidores que urdian un golpe monarquico ahora que nuestros soldados se han marchado al frente.
– Pero has dicho que habia una escolta. ?Y los guardias de la prision, donde estaban?
El joven ve que se estan yendo los carros.
– Yo no estaba aqui -dice-. Ahora, si me disculpa…
Otro oficial ha salido por la puerta del muro y los dos conferencian, comprobando algo en una lista. Hay una discrepancia, un pequeno problema. El segundo oficial desaparece una vez mas en el interior del convento.
– ?Cuantos muertos? -pregunta Saint-Pierre.
– Ciento ochenta y siete -responde rapidamente el primer oficial. Ha visto el total en la lista de su colega.
– ?Cuanta gente habia encerrada?
El joven tambien lo sabe.
– Ciento ochenta y nueve. Encontramos a un cura con vida debajo de varios cadaveres y otro tipo se tiro por una ventana. Tendran que juzgarlos.
– ?Y los responsables de esto? ?Los han arrestado?
El oficial mira a Saint-Pierre y siente una oleada de compasion mezclada con irritacion. Estos ancianos, con sus preguntas interminables. Nunca se haria nada si dependiera de ellos. Luego ve con alivio que su colega ha regresado y asiente en senal de aprobacion. Da a los carros la orden de partir y por un instante saborea la descarga de ansiedad mientras estos se ponen en marcha en medio de crujidos. Le gusta demostrar su capacidad para cumplir con eficiencia y rapidez sus deberes. Ha solicitado un ascenso. Quiere casarse en primavera.
– Pero ?y los asesinos? -grita Saint-Pierre-. ?Que van a hacer para que paguen sus culpas?
El oficial se marcha. Pero de pronto se vuelve para contemplar al anciano de nariz aguilena y abrigo negro y polvoriento, cuyos dias es evidente que tocan a su fin, alli en el muelle banado de sol, con el rio a sus espaldas.
– Yo no los llamaria asesinos -dice educado, paciente-. Eran ciudadanos corrientes. En cuanto a pagar sus culpas, estaban ejecutando a traidores.
Se eleva una aclamacion del grupo de mirones cuando el ultimo carro pasa traqueteando por delante de ellos. Los oficiales se retiran. Alguien cierra la puerta del muro.
Saint-Pierre se acerca tambaleandose al rio.
Una cara tiembla en el agua.
9
La Encyclopedie no estaba considerada una lectura pedagogica porque trataba de toda clase de conocimientos con imparcialidad cientifica. Asi, mientras dedicaba paginas y paginas a cuestiones utiles como la declinacion de los verbos o la tecnica de moler trigo para hacer harina, profundizaba con la misma y franca minuciosidad en temas irrelevantes. De ahi que, para el nucleo de la educacion formal de su hermana menor, Sophie prefiriese echar mano de obras que le resultaban familiares de sus tiempos escolares, como Los verdaderos principios fundamentales de la ortografia, pronunciacion y lectura del frances, seguidos de un pequeno tratado sobre puntuacion, los principios basicos de la gramatica y prosodia francesas, y una seleccion de lecturas apropiadas para proporcionar nociones faciles y sencillas de todas las ramas del saber (Paris, 1763), de Nicolas-Antoine Viard.
No era de extranar, pues, que Mathilde tomara cartas en el asunto. La casa estaba llena de libros y tisanuros. Podia contarse con Buffon y Jussieu para la historial natural, y con Saint-Simon para los chismorreos. La filosofia estaba ampliamente representada: Montaigne, Erasmo, Diderot, Montesquieu, Voltaire, D'Alembert, Rousseau; casi habia usurpado el lugar de la religion, que se reducia a un ejemplar de Sermons de Boussuet. El despacho de su padre aportaba literatura (Moliere, Cervantes, Rabelais, Shakespeare, Ronsard, Dante), ediciones robustas que ya eran viejas cuando el era joven. Los dormitorios de sus hermanas contribuian con novelas, sus fragiles paginas encuadernadas en piel barata de borrego o sencillamente dobladas en documentos de dieciseis paginas y guardadas en cajas. Tambien habia curiosidades como la higiene popular (Instrucciones faciles para el cuidado de la boca y la conservacion de la dentadura, de Monsieur Bourdet, dentista, seguidas del arte de cuidar los pies). En cuanto a la Encyclopedie , Mathilde conocio en privado ciertos articulos, dado que, naturalmente, a nadie se le ocurrio tomar precauciones para impedir que lo hiciera.
Pero, por encima de todo, Mathilde se preocupaba de leer los periodicos. Nunca dejaba de leer Le Citoyen, aun cuando trataba superficialmente los asesinatos. Por ejemplo, en la ultima edicion solo aparecia un parrafo acerca del zapatero remendon que habia estrangulado a su casera, un resumen de lo mas breve y sin un solo adjetivo. Por otra parte, la cobertura politica era minuciosa, y a Mathilde le gustaba estar informada de todo.
– La Asamblea ha sido sustituida por la Convencion, los patriotas se estan llamando a si mismos jacobinos, y ahora la mitad de los pueblos de los alrededores se estan poniendo nuevos nombres. ?Por que necesitamos palabras diferentes para todo?
– Porque todo ha cambiado -dijo Stephen, levantando la mirada de su cuaderno de bocetos, sonriendo hacia la cuna al lado de Claire. En un momento tendria que levantarse para inclinarse sobre la nina que dormia y dibujar mas de cerca las sabanas que la rodeaban. Anhelaba de todo corazon serle util, servirle de alguna manera. Claire ya habia tenido motivos para senalar que los ninos estaban mejor al cuidado de los criados.
– ?Realmente ha cambiado? -Sophie se irguio, limpiandose el polvo de las manos tras poner otro leno al fuego-. ?O esperamos que lo hagan poniendo nuevos nombres a todo?
Mathilde considero esas palabras durante un rato.
– La rue des Droits-de-l'Homme es tan apestosa ahora como cuando se llamaba rue Louis XIV.
– A lo que me niego a acostumbrarme es a estos tratamientos democraticos. -Claire habia bajado al salon por primera vez desde el nacimiento de su hija-. ?Os he hablado del dia que esa chica horrible que esta casada con Henry Lebrun me abordo por la calle? No paraba de llamarme «tu» y «ciudadana». Estoy segura de que sabia que de esa manera sus palabras sonarian doblemente impertinentes.
– Jeanne no esta tan mal en realidad -dijo Sophie-. Solo te pregunto tus sintomas para poder decirte que esta esperando su cuarto hijo y solidarizarse contigo de la suerte que le ha tocado a la mujer.
– ?Tendremos que renunciar al Saint de nuestros nombres? Ya sabeis, como esos pueblos que ahora son Antoine y Denis a secas.
– Me dijo que pensaba llamar al recien nacido Liberte. ?Os lo imaginais?
– Mejor que Diez de Agosto, como el nieto de la cocinera de Isabelle.
– ?Por que Diez de Agosto?
– ?Oh, Claire! -exclamaron a coro sus hermanas.
– El asalto a las Tullerias -explico Stephen-. El triunfo del pueblo. -La ternura hacia las criaturas vulnerables lo habia invadido hasta el tuetano-. ?Estas cansada? -pregunto a su modelo-. Dime cuando quieras que pare.
Claire sacudio la cabeza. Con cuidado, para no cambiar de angulo.
Brutus se sento frente al fuego y se rasco la oreja, grunendo. Luego se olfateo la pata y le dio unos lametazos.
Mathilde fue a arrodillarse a los pies de Sophie, que volvio a hacerle las trenzas. Los rizos le salian de la cabeza en todas direcciones, siguiendo estrategias propias. Lazos, trenzas y pasadores los sujetaban durante un rato hasta que abandonaban la lucha. «Cabellos de gitana», decia Rinaldi, acariciandolos con un dedo lleno de admiracion.
– ?Ya has tomado una decision, Claire? -pregunto Mathilde-. ?Vas a ponerle mi nombre? Seria lo apropiado, dado que voy a ser la madrina.
Claire bajo la mirada.
En la repisa de la chimenea, el reloj de Marguerite empezo a dar la hora: una, dos, tres… todos contaron en silencio hasta diecisiete, cuando callo.
Volvieron a respirar.
– ?Claire?-persistio Mathilde.
Stephen estaba concentrado en difuminar una linea con el pulgar.
– Tal vez… Caroline. -Y anadio-: Caroline Marguerite.
– ?Por que Caroline? -Mathilde se acerco al fuego, donde Brutus se habia enroscado con la cola sobre el morro. El perro entreabrio un ojo amarillo y rojo y levanto a medias una pata flacucha y negra. Acuclillandose junto a el, ella le rasco la barriga-. ?Es del lado de Hubert?
– Hay mucha gente llamada Caroline -dijo Claire con brusquedad-. No tiene nada de extraordinario. Deja de hacer preguntas, Matty, es agotador.
– Brutus y yo nos vamos a dar una vuelta.
Y se marcharon con considerable dignidad.
Olivier estaba sentado en el suelo de su cuarto, que habia ido llenando de objetos desconocidos y olores extranos, una mujer gruesa cuyas manazas moteadas lo asustaban.
– ?Que estas dibujando? -pregunto Angelique. En cualquier momento el bebe se despertaria y lloraria, y ella bajaria a buscarlo, lo traeria de nuevo al cuarto y se lo pasaria a la nodriza, una criatura ordinaria como todas esas mujeres del pueblo, pero bastante docil.
– El pequeno tiene mucho talento -comento esta, creyendo su obligacion senalar los logros de la familia y, por extension, su propia preeminencia-, como mi madre. Hay que ver como borda. -Sorbio por la nariz y se disponia a limpiarsela con el dorso de la mano cuando se acordo y lo hizo con una esquina del delantal.
Angelique se estremecio.
Olivier no paraba de trazar rayas gruesas y negras con un trozo de carbon que habia birlado a Stephen. En el centro de la hoja de papel aparecio un pequeno agujero que empezo a extenderse hacia fuera, ennegreciendo sistematicamente todo el papel.
– ?Que estas dibujando, tontin mio?
– A mi hermana -respondio Olivier con satisfaccion.
10
En la oficina del alcalde hacia frio, y todos conservaron el sobretodo puesto. El arquitecto de mediados de siglo responsable del edificio habia evitado para su construccion la obvia eleccion de arenisca, insistiendo en utilizar en su lugar un marmol moteado de gris que tuvo que importarse de canteras italianas, agotando durante decadas las arcas municipales pero aumentando considerablemente, o eso habia sostenido el arquitecto, el prestigio de la ciudad. Estaba ansioso por hacerse un nombre como innovador y partio para Paris tan pronto hubo terminado su obra maestra, evitando habilmente de este modo un juicio sumario a manos de los furiosos habitantes de Castelnau, o eso se decia.