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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (читать книги полные .txt) 📗

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El carnicero se levanto.

– Trabaja demasiado -dijo a Mercier-. No va a ganar nada arruinando su salud. Deberia cuidarse… ?Que hariamos sin Le Citoyen para expresar nuestras opiniones?

Mercier se encogio de hombros. Pero levanto la mirada, satisfecho.

– Siempre hay tanto que hacer. La edicion de la proxima semana ni siquiera esta medio lista.

– Lo que me recuerda… -Ricard se acerco a la ventana y se detuvo con la mano en el pestillo-. ?No me dijo que nuestro amigo aqui presente se habia ofrecido para escribir algo para usted? Sobre la higiene y la enfermedad, ?no es asi, doctor?

Joseph habia estado contando monedas para sumarlas al monton de la mesa. Se puso colorado y murmuro una frase ininteligible, se le cayo una moneda y se agacho agradecido debajo de la mesa para recogerla. En un momento del invierno habia sugerido el articulo a Mercier, quien habia fruncido el entrecejo y dicho: «Ya le avisare». Y en eso habia quedado todo, o eso habia creido el. Pero era evidente que el impresor se lo habia mencionado a Ricard; burlandose, sin duda, de la osadia de Joseph al pretender…

– Un tema que viene al caso, ?no le parece? La clase de material que Le Citoyen necesita para demostrar que esta bien versado en las preocupaciones cotidianas. Consejos practicos junto con el debate sobre la relacion entre la enfermedad y las condiciones de vida antihigienicas. Deberia acompanarlo de un editorial denunciando a los terratenientes que rehuyen sus responsabilidades.

Joseph se guardo la moneda en el bolsillo y, cogiendo su maletin, permanecio con la cabeza gacha. Por fortuna, Chalabre y Luzac ya estaban en mitad de las escaleras. Se acerco con sigilo a la puerta.

Ricard abrio la ventana de par en par, estiro los brazos hacia la calida noche y se volvio de nuevo hacia el impresor.

– Supongo que no tendra inconveniente.

Toda la atencion de Mercier parecia concentrada en la hoja de papel que rompia en trozos cada vez mas pequenos. Sin levantar la mirada, replico:

– Sera preciso revisarlo, por supuesto, eso debe quedar claro.

– Me referia a la ventana -dijo Ricard, y salio de la habitacion.

6

Su habitacion, en una esquina, tiene dos ventanas: una mira al patio y al parque, la otra esta orientada al este, al pueblo, a campos de rastrojos donde han soltado los gansos para que coman, a colinas, proximas y lejanas. Alli, debajo de la vista mas amplia, esta sentada Sophie. Lleva sentada… ?es posible que media hora?

Se obliga a poner boca abajo el retrato a lapiz y lo desliza debajo del catalogo de Poitiers, que esta abierto en su escritorio. Por fin es posible valorar, ordenar, clasificar las rosas.

El cultivador hace propaganda de treinta y ocho variedades. La mas barata, una Rosa Mundi entre rosa y roja, por ejemplo, cuesta veinticuatro sous. La mas cara, a doce livres, es un nuevo rosal descrito como Moss Provins: «Egalite. Hermoso, de flores de color rojo rosado, muy dobles, dispuesto en arbusto. Follaje ordenado orientado hacia arriba. Intenso aroma. Crecimiento abierto. Hasta una vara y media de altura». Un rosal que combina las espectaculares flores tipicas de los rosales Moss con el follaje vertical de su antepasado Provins… Pero a ese precio, Egalite esta mas que fuera del alcance de Sophie. De todos modos, seguro que coge moho, como todos los Moss, y «crecimiento abierto» es otra manera de decir que hace falta sujetarlo.

?Doce libres! Se pregunta cuanto esta cobrando Tassin por sus rosas de China, demasiado escasas para aparecer en su catalogo. Ella le habia cobrado treinta livres la docena y se habia felicitado por su sagacidad. Debi pedir consejo a Rinaldi, piensa sombria. Tal como estan las cosas, ya no me queda nada. Y enseguida, porque esta preocupada por el dinero, considera gastar mas a modo de consolacion: una Blanche de Belgique tiene un precio muy razonable de dos livres…

– ?Que estas haciendo? -Claire, con la espalda arqueada, entra sin llamar. Se echa con exagerado cuidado en la cama, suspira y, al cabo de un ratito, vuelve a suspirar.

Sophie se dice que no va a levantarse de un brinco, ir a buscar cojines, colocar bien las almohadas.

– Sophie -dice Claire debilmente-, mi espalda… ?Te importaria…?

Sophie se levanta de un brinco, va a buscar cojines, coloca bien las almohadas. Reconocer un habito no es lo mismo que modificarlo; la aquiescencia llega unicamente a un precio mas alto.

A modo de gracias, Claire repite su pregunta.

– ?Que estas haciendo?

– Hojear un catalogo de rosas. ?Como estas hoy?

– Como siempre… hinchada, cansada, fea. -Y con sinceridad-: Aburrida.

– ?Quieres que te lea algo? O podemos coger una prenda que remendar y charlar.

– Oh, ?lo harias? Pero un libro no… todas esas historias de virtud alegremente premiada o tragicamente castigada.

– No tiene que ser una novela. A veces la Encyclopedie puede…

– Deberia hacer un esfuerzo para acabar de bordar ese chaleco. No es que crea realmente que vaya a haber un final… No logro recordar como era la vida antes de este nino. Mi costura esta en la habitacion. O en el piso de abajo. ?Podrias…?

Cuando Sophie vuelve, su hermana tiene el entrecejo fruncido.

– ?Es Olivier llorando? ?Lo has visto hoy?

Sophie escucha.

– Es alguien llevando cerdos por el sendero. Angelique ha sacado a Olivier de paseo. Hasta el rio, creo.

– ?Llevaba su camisa abrigada? Hice bien en no dejarle ir a ese horrible pais, ?verdad? La pobre Anne.

La ultima carta de Anne traia la noticia de que su bebe recien nacido, el tan anhelado hijo, habia muerto de fiebres. Estan apenados, por supuesto, por esa pequena y lejana tragedia, pero no sorprendidos. Inglaterra es humedad, miasmas, niebla, la enfermedad que te invade el cuerpo con cada bocanada de aire que inhalas; lo raro es que alguien logre sobrevivir. ?Y la comida…!

De Hubert o Sebastien, combatiendo con las fuerzas contrarrevolucionarias, no se ha sabido nada. Pero la carta de Anne decia que, segun un conocido frances «que vive como un indigente en una propiedad vecina, donde esta empleado como mozo de huerto», habian destinado a su regimiento a Verdun.

Pero eso fue hacia meses, a principios de verano. A partir de entonces la guerra se habia recrudecido. La traicion hizo caer Verdun en manos de los incontenibles prusianos. La artilleria francesa bombardeaba la ciudad cada dia, desesperada por recuperarla. El panico se extendia hacia el oeste por la carretera que lleva a Paris. Pollos, abuelas y aparadores fueron subidos a carros, todo el mundo sabia que ocurriria si el pueblo caia en manos del enemigo; las arterias que conducian a la ciudad estaban coaguladas de miedo.

Claire nunca menciona la guerra salvo para quejarse, como todos los demas, de la escasez, los inconvenientes, los precios. Si se pregunta que ha sido de Hubert -bajo sitio en la guarnicion de Verdun, avanzando con dificultad por un campo donde el aire es del color de la herrumbre, yaciendo en alguna colina boscosa con hojas chamuscadas sobre su cabeza-, si Claire piensa en todas esas cosas, no lo dice. Inclina su cabeza morena sobre una pequena prenda blanca donde unas diminutas y exquisitas puntadas describen un arabesco verde salvia.

Sin motivo aparente, el hilo de Sophie se enreda.

Claire se pone a hablar de su modista de Toulouse, que afirma saber interpretar los suenos.

– Dijo a Marianne que sonar con serpientes significaba una muerte en la familia, y dos dias despues murio el jilguero de su madre. ?O era una anguila? No me acuerdo.

Ultimamente, conforme la tierra se inclina alejandose del sol, el ansia ha sido sonadora, plagada de introspeccion. Sophie se sorprende volviendo una y otra vez al retrato que le dibujo Stephen, como si examinandose como el la veia, pudiera por fin aprender… ?que? ?La sintaxis de la dignidad? ?La gramatica del consuelo?

Ha absorbido una gran cantidad de literatura amorosa y reconoce que no presenta ninguno de los sintomas convencionales. No es en Stephen en lo primero que piensa al despertarse o en lo ultimo que piensa al cerrar los ojos. Si el se marchara para siempre, sabe que ella no moriria ni enloqueceria de pena. Durante largos periodos de tiempo no piensa en el en absoluto. Lo encuentra encantador, afectuoso, deseoso de complacer; a pesar de todo ello, reconoce que es demasiado volatil e indulgente consigo mismo.

Es bien parecido, por supuesto.

La gente que no lo es puede reaccionar ante la belleza fisica con envidia, asombro o desden, pero nunca con indiferencia.

Un anhelo inarticulado de perfeccion, que viene de muy antiguo.

Ella sabe, sin necesidad de volver la cabeza, cuando ha entrado en una habitacion o salido de ella. Es consciente del subir y bajar de su pecho al respirar, percibe el movimiento de sus pestanas. De su cuerpo al de el se extienden diez mil filamentos invisibles.

El alarga una mano para coger un vaso, un libro, una manzana.

Ella se inclina hacia el vacio.

– Sophie, me gustaria que dejaras de pensar en esas rosas. -Claire esta sosteniendo dos madejas de seda-: ?Cual?

– La violeta.

– ?De veras? Oh, no, yo prefiero la azul.

7

Una nueva ley habia suprimido la necesidad de sacerdotes, iglesias, sacramentos. En lo sucesivo el matrimonio era un contrato civil. Bastaba con colgar fuera del ayuntamiento un aviso: «Se anuncia el enlace matrimonial de Monsieur Louis Peronne (viudo) y Mademoiselle Isabelle Ducroix (soltera) que desean vivir juntos en matrimonio legal y que hoy se presentaran en las oficinas municipales para reiterar su promesa y hacer que sus intenciones sean legalizadas por las leyes del Estado».

La sala, como todas las salas municipales, olia a cera para muebles, tinta y sudor. Estaba dominada por una estatua enorme de Himeneo blandiendo una corona de flores y una antorcha. Cogidos de la mano, los novios se subieron a una tarima donde un funcionario inferior con un fajin tricolor les informo que el matrimonio se asemejaba a una conversacion entre dos personas, y que confiaba en que la suya fuera larga y dichosa, sin ninguna pausa.

Que agotador parece, penso Sophie. Se fijo en el hijo menor del novio, pero este fruncio el entrecejo y desvio la mirada.

El oficial, un joven serio que se habia quedado levantado hasta tarde discurriendo esas cosas, decia a la pareja que el amor de un hombre por su esposa era analogo al amor del Estado por sus ciudadanos. Tras una pausa para que se asimilara la solemnidad del simil, formulo la tradicional pregunta a la pareja de novios, quienes afirmaron al unisono sus intenciones. Eran marido y mujer.

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