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El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗

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3

Dos dias despues de su llegada al palmeral, Hadji Ali fue a sentarse junto a Jean-Baptiste, y como prueba de amistad se ofrecio a preparar el te. Despues de una hora larga de hablar para no decir nada, el camellero pidio al medico que entrara un minuto con el en la choza de paja.

– Mira esto -dijo el mercader en cuanto estuvieron dentro.

El hombre se alzo una de las mangas de su amplia tunica y le mostro un brazo, un hombro y la parte superior de la espalda ulcerados a consecuencia de unas pustulas de un aspecto repugnante.

– ?Cuanto tiempo hace que estas enfermo? -pregunto Poncet.

– Tres anos mas o menos. El mal aparece y desaparece de repente.

– ?Te rascas?

– Constantemente, de dia y de noche. Que el Profeta me guarde, porque en cuanto retira los ojos de mi, me desollo vivo.

Poncet le indico que se vistiera. Salieron de nuevo, y Hadji Ali volvio a plantarse junto a la tetera. El medico fue hacia los bultos que habian apilado a la entrada de la choza y trajo consigo un frasco con un tapon de corcho.

– Untate esto en las zonas afectadas por la manana y por la noche, y dentro de tres dias ya hablaremos.

Hadji Ali le beso las manos, tomo el frasco con precaucion y salio de alli con la idea de combinar lo util con lo agradable y dejar que su almea le aplicara el unguento.

Brevedent, que habia presenciado de lejos la escena, se sento junto a Jean-Baptiste. Al parecer, el jesuita se habia repuesto de las penurias de los dias anteriores, pero aun asi seguia siendo tan desconfiado y temeroso como siempre.-?Por que habra esperado tanto tiempo? Podria haberle mostrado su enfermedad antes de partir -dijo mirando de reojo al camellero, que se alejaba.

– Mejor que no. Imaginese por un instante que mi ciencia se hubiera revelado inoperante antes de abandonar El Cairo. El viaje se habria anulado, simple y llanamente, porque habrian deducido que tampoco podria curar al Negus. Ahora le hemos pagado a Hadji Ali, asi que estamos en sus manos. Y si tiene que deshacerse de nosotros, se las ingeniara para sacar el mayor provecho posible.

Se quedaron en silencio y Jean-Baptiste adivino que el pobre jesuita estaba mas sumido que nunca en sombrios pensamientos.

La verdad es que el padre De Brevedent tenia poca confianza en las facultades medicas de Jean-Baptiste, sobre todo porque habia tenido ocasion de comprobar sus fragiles conocimientos de farmacopea en el transcurso de sus salidas cientificas. En varias ocasiones incluso habia demostrado que sabia mas que Jean-Baptiste, pero este habia aceptado sus comentarios sin inmutarse. «La botanica no es la medicina -habia dicho-. Lo esencial es esa especie de entusiasmo e intuicion que ayuda al buen entendimiento entre los seres y que permite encontrar la absoluta concordancia entre un hombre que sufre y la planta que le puede aliviar.»

Para Brevedent, aquel galimatias no era nada mas que magia. Y tenia grandes dudas a proposito del efecto que producirian tales quimeras en el cuerpo de Hadji Ah hoy, y en el del Negus manana. Pero era demasiado tarde para volver atras; para bien o para mal, la suerte del jesuita estaba ligada a tan curioso herborista.

Para cambiar de tema y distender los animos, Jean-Baptiste llamo la atencion sobre el nombre del oasis, El Vah.

– Creo que es una deformacion de El Haweh, «aire». Habran escogido ese nombre por el ambiente fresco que reina aqui y por ese vientecillo que agita las palmeras constantemente.

Brcvedent, por su parte se decantaba mas bien por Halaoue, «dulzura». Como no se ponian de acuerdo, resolvieron que un nativo zanjara la discusion filologica. El primero que se cruzo con ellos fue un anciano que arreaba dos borricos cargados de datiles, azuzandolos con una vara.

Los arabes aman su lengua, de manera que nadie se negaba a platicar sobre una palabra. El anciano, que tenia el rostro mas arrugado que una momia, escucho los razonamientos de los dos viajeros entre risas, y cuando hubieron expuesto sumariamente sus hipotesis, le pincho en el pecho a Brevedent con su vara de madera, como si se tratara de un florete y sentencio: -?No!

Y con Poncet hizo lo propio.

– El Vah -dijo, pronunciando la palabra correctamente mientras los animaba a seguirle.

Atravesaron un claro, bordearon un campo de coloquintidas, con el anciano delante, Jean-Baptiste detras, luego Brevedent, y finalmente los dos asnos. Por fin llegaron a un sotobosque poblado de zarzas de un verde oscuro. El viejo las senalo con la vara, y repitio tres veces:

– ?El Vah!

La planta era una especie de acebo, con hojas brillantes, poco espinosas y de un color verde oscuro.

– La zarza de Moises -dijo el viejo-. ?El Vah!

Y senalo la planta.

– El baston de Kahled lbn El Waalid es El Vah.

– ?Quien es Kahled lbn El Waalid? -pregunto Brevedent con humildad.

El viejo fruncio el ceno ante una pregunta que evidenciaba tamana ignorancia.

– ?El gran general -dijo-, el exterminador de los cristianos!

– ?Es verdad eso? -pregunto el jesuita aturdido.

– Antes el agua de aqui era amarga. Khaled lbn El Waalid golpeo los manantiales con su baston, y desde entonces el agua se volvio pura. ?El Vah!

Los dos hombres agradecieron al viejo sus explicaciones y regresaron en silencio.

– Y digame -pregunto el padre De Bredevent, que veia a su companero ensimismado en sus pensamientos-, ?que prodigiosas analogias le sugiere esta planta?

Jean-Baptiste hizo un gesto vago, y al llegar al campamento continuo paseando solo por el oasis.

Habia reparado en que aquella zarza era igual a la que crecia alejada y solitaria en el jardin del consulado, y se acordo de que se disponia a cortar un vastago cuando aparecio Alix. Y este recuerdo le sumio en una dulce ensonacion,

Hacia ya dos semanas que Alix iba cada dia a casa de los boticarios, y aquello se habia convertido en una agradable costumbre. El padre Gaboriau se dormia en el divan despues de tomar su brebaje, mientras la muchacha subia a hablar con los pajaros y las plantas. Como habia presentido Jean-Baptiste, Alix habia descubierto por instinto que necesitaba cada una, alentaba a las mas pequenas, y de vez en cuando frenaba a golpe de tijera de podar el impetu de conquista de las mas grandes. Tambien tenia tiempo para hojear los libros, y tocar temerosamente las empunaduras de los floretes que colgaban de la pared. Incluso tuvo la audacia de estirarse en la hamaca. Todo aquel decorado rezumaba ausencia. Segun fuera su estado de animo, veia a Jean-Baptiste en todos los lugares donde habia dejado su impronta, o faltaba en todas partes, como una cabeza separada del cuerpo que lo ha dejado sin vida.

Tuvieron que pasar dos semanas para que, una vez familiarizada con la casa, osara avcnturarse a la terraza que daba al patio interior. Aunque todas las persianas estaban cerradas, siempre podia haber alguien que observara detras de una de las ventanas y temia que las habladurias llegasen hasta su padre.

Las primeras veces solo salio unos minutos. Detras de las ventanas por donde podria ser vista no habia rastro de vida, asi que se armo de valor, llevo una silla y termino pasando al aire libre la mitad de las mananas.

Quince dias despues de la partida de la caravana, Alix oyo un ruidito detras de un postigo. La muchacha se estremecio y se quedo paralizada. No obstante considero que lo mas conveniente era aparentar que no estaba asustada y no salir huyendo, como si estuviera haciendo algo malo. Al final volvieron a oirse unos aranazos procedentes de la ventana mas proxima, situada a menos de un metro de la terraza. De repente se abrieron los dos postigos de golpe y aparecio la silueta de una mujer en la ventana. Se llevo un dedo a los labios para que Alix no gritara, pues era evidente que la muchacha se habia llevado un buen susto y que en cualquier momento se podia poner a pedir auxilio. Alix se tranquilizo, y las dos mujeres se miraron en silencio. La persona que acababa de abrir la ventana tenia la apariencia de una mujer madura; al verla, la joven se imagino que habria acariciado ciertos ribazos de la vida que a su edad parecian imposibles de alcanzar. Todo esto para decir, simplemente, que tenia mas de cuarenta anos. Sus bellos rasgos de campesina resaltaban en un rostro redondo, iluminado por unos ojos sonrientes y complices que miraban siempre de frente para expresar a los amigos la sinceridad, y a los otros el coraje y el orgullo de los pobres. Llevaba un vestido sencillo de sirvienta, de tela marron, del que rebosaban, como frutos de un cesto demasiado lleno, sus brazos redondeados, sus hombros fuertes y una garganta firme que terminaba escindiendose en un surco profundo.

– ?Amiga! ?Amiga! -musitaba agitando una mano, y con la otra todavia en los labios.

Cuando vio que Alix se habia tranquilizado, le dijo en voz baja:

– Mire a ver si el cura sigue durmiendo.

La joven asintio.

«?Como sabe que hay un cura?», penso mientras bajaba con cuidado la escalera.

El padre Gaboriau roncaba placidamente, asi que volvio a la terraza y le hizo una senal afirmativa.

– Voy a bajar -dijo la mujer con segundad.

La joven no se atrevio a contradecirla. Entonces vio que aquella robusta mujer pasaba agilmente una pierna por el alfeizar antes de saltar por la ventana con una gracia felina. Pese a sus sandalias planas era mas alta que Alix. Se aliso el vestido dando dos golpes secos con la palma de la mano y se acerco a la joven. Le sujeto las manos con amistosa firmeza y alzo ligeramente los brazos.

– Realmente es usted muy bella -dijo la mujer.

Alix se puso colorada.

– Mas bella aun de lo que el habia dicho -agrego la mujer.

Su rostro desprendia una ternura inexplicable y reconfortante, que probablemente emanaba de su buen humor, de su sonrisa, y de las arrugas que se advertian alrededor de los ojos y de la boca; las huellas de lagrimas y de sufrimientos anadian, a la simple alegria, la seriedad de quien es capaz de asumir grandes empresas.

– ?Quien es ese? -pregunto Alix.

– Juremi, por supuesto -dijo la mujer riendo.

La senorita De Maillet no pudo reprimir un ademan de pesar.

– Porque me lo ha dicho el -anadio la desconocida con una mirada enigmatica.

La mujer tomo a Alix de la mano y la condujo hasta la silla para que se sentara, mientras ella se apoyaba en la baranda.

– Hace quince dias que la observo. Se todo de usted, su nombre, y tambien quien es el hombre de sus suenos. Esto es demasiado injusto. Yo tambien debo decirle algo. Me llamo Francoise y vivo en esa casa de donde acabo de salir. Cuando los droguistas estaban aun aqui, venia cada dia a prepararles la comida. Eso es todo. ?Esta mas tranquila ahora?

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