Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
—?Me acuerdo muy bien de ti, hijo de perra, me acuerdo! —gritaba Kensi, sin ceder—. Robabas el dinero de las escuelas, miserable, y ahora te presentas como coadjutor...
—?Os hundire en la mierda, eso es lo que vais a comer! ?Enemigos de la humanidad!
—?Callate, culo de puta! ?Callate antes de que te ponga la mano encima!
—?Movimientos bruscos! ?Os lo imploro...!
Andrei, como hipnotizado, incapaz de moverse, no apartaba los ojos del atizador humeante. Se daba cuenta, sabia, que ocurriria algo horrible, irreparable, y que ya no podria impedirlo.
—?Vosotros, a la horca! —gritaba salvajemente el subadjutor, con los ojos inyectados de sangre, moviendo de un lado a otro su enorme pistola automatica. De alguna manera, mientras todos gritaban y chillaban, habia logrado extraer el arma de la funda, y la agitaba sin sentido, sin dejar de dar gritos penetrantes, pero en ese momento Kensi salto hacia el y lo agarro por las solapas del abrigo. Zwirik trato de liberarse, empujando con ambas manos, y a continuacion sono un disparo, otro y otro mas. El atizador describio una curva silenciosa en el aire, y todos quedaron paralizados.
Zwirik estaba solo en el centro del despacho y su rostro se volvia gris por momentos. Se frotaba con una mano el hombro lastimado por el atizador, mientras la otra continuaba extendida hacia delante. La pistola yacia en el suelo. Los tipos de la puerta, con la boca abierta del susto, habian bajado sus carabinas.
—Yo no queria... —pronuncio Zwirik con voz temblorosa.
El taburete cayo de la mano de Dennis con estruendo, y solo entonces Andrei comprendio a quien miraban todos. A Kensi, que retrocedia muy lentamente, con un movimiento extrano, mientras se cubria con ambas manos la parte inferior del pecho.
—Yo no queria... —repetia Zwirik con voz llorosa—. ?Dios es testigo de que yo no queria!
A Kensi se le doblaron las piernas y se derrumbo suavemente, casi sin ruido, junto al hogar, sobre un monton de ceniza y restos de papel, y despues de emitir un sonido torturado y confuso, se llevo lentamente las rodillas al vientre.
En ese momento, con un terrible grito, Selma clavo las unas en el rostro de Zwirik, grueso, brillante, grisaceo, mientras todos los demas corrieron hacia el caido como para protegerlo, se agacharon sobre el y un minuto despues Izya se irguio, volvio hacia Andrei el rostro, torcido por una extrana mueca, alzando mucho las cejas.
—Muerto... —balbuceo—. Asesinado.
Sono el timbre del telefono. Sin darse cuenta de que hacia, Andrei, como en suenos, extendio la mano y tomo el auricular.
—?Andrei? ?Andrei? —Era la voz de Otto Frijat—. ?Estas bien? ?Sano y salvo? ?Gracias a Dios, estaba preocupado por ti! Ahora todo marchara perfectamente. Ahora Fritz nos protegera, en caso de cualquier cosa...
Dijo algo mas, hablo de embutidos, de mantequilla, pero Andrei no lo escuchaba.
Selma lloraba, inconsolable, agachada en un rincon y agarrandose la cabeza entre las manos, mientras el subadjutor Raymond Zwirik frotaba sus mejillas grises, embadurnandolas con la sangre que salia de profundos aranazos y, como si de un mecanismo roto se tratara, repetia constantemente una misma frase.
—Yo no queria. Juro por Dios que no queria...
CUARTA PARTE
Senor consejero
UNO
El agua que caia estaba tibia y tenia un sabor asqueroso. La alcachofa de la ducha estaba demasiado alta, no lograba alcanzarla con la mano, y los chorritos anemicos empapaban cualquier cosa menos lo que debian. Como era habitual, el desague estaba atascado y habia un charco sobre la rejilla. En general, era asqueroso tener que esperar. Andrei escucho con atencion: en el vestidor seguian riendose y conversando. Al parecer, alguien habia mencionado su nombre. Andrei se retorcio y se volvio de espaldas, intentando que el chorrito le llegara a la columna vertebral, pero resbalo y tuvo que agarrarse de la rugosa pared de cemento, maldiciendo a media voz. Que el diablo se los lleve a todos, bien que hubieran podido pensar en construir una ducha aparte para los funcionarios del gobierno. Tenia que esperar alli, como si se dispusiera a echar raices...
En la puerta, delante de su nariz, alguien habia aranado unas palabras: mira a la derecha. Maquinalmente, Andrei miro a la derecha. Ahi habian aranado: mira hacia atras. Andrei sonrio y cayo en la cuenta de que conocia todo aquello desde que estaba en primaria; en su momento el mismo habia escrito aquellos letreros. Cerro el grifo. Habia silencio en el vestidor. Entonces, abrio con cuidado la puerta y echo un vistazo. Gracias a Dios, se habian largado...
Salio, haciendo eses sobre los mosaicos ennegrecidos, encogiendo los dedos de asco. Fue hacia donde colgaba su ropa. De reojo percibio un movimiento en el rincon, se volvio y vio unas nalgas escualidas, cubiertas de vello negro. Siempre era lo mismo: alguien, desnudo y de rodillas, miraba por una grieta hacia el vestidor femenino. El tipo estaba tan atento que parecia de piedra.
Andrei cogio su toalla y comenzo a secarse. Era una toalla barata, cuartelaria, que apestaba a fenol, y no absorbia el agua sino mas bien la extendia por la piel.
El tipo desnudo seguia fisgoneando. Su pose antinatural recordaba la de un ahorcado: por lo visto, el agujero de la pared lo habia hecho un adolescente, era incomodo y quedaba muy abajo. Despues, al parecer, perdio el objeto de su atencion. Suspiro ruidosamente, se sento, bajo los pies y fue entonces cuando vio a Andrei.
—Ya se ha vestido —dijo—. Que mujer mas bella.
Andrei se quedo callado. Se puso los pantalones y comenzo a calzarse.
—De nuevo me he vuelto a arrancar la ampolla —dijo el tipo desnudo, que se examinaba la palma de la mano—. Ya ni se cuantas veces. —Extendio la toalla y la miro por ambos lados con gesto dubitativo—. Lo unico que no entiendo —prosiguio, mientras se frotaba la cabeza—, es que no traigan las excavadoras. Una excavadora nos sustituiria a todos. Andamos paleando tierra como esos...
Andrei se encogio de hombros y gruno algo que ni siquiera el mismo entendio.
—?Eh? —pregunto el hombre desnudo, asomando la oreja por detras de la toalla.
—Digo que en toda la ciudad solo hay dos excavadoras —explico Andrei, con irritacion. Se le habia roto el cordon del zapato derecho y ya no le quedaria mas remedio que seguir la conversacion.
—Pues yo creo que si las trajeran para aca... —replico el tipo desnudo, mientras se frotaba con energia el pecho lleno de vellos, parecido al de un pollo—. Pero a pala... Hay que saber trabajar con la pala, y yo pregunto: ?como vamos a saber eso, si somos de planificacion urbana?