Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
—?Pero si es Izya! —grito Selma de repente, aparto a Andrei a un lado y echo a correr.
Izya levanto enseguida la cabeza, su sonrisa se hizo mas amplia y abrio los brazos.
—?Vaya! —grito, alegre—. ?Habeis aparecido!
Mientras abrazaba a Selma, mientras le daba un beso sonoro y apetitoso en las mejillas y en los labios, mientras Selma gritaba algo indescifrable y exaltado y despeinaba sus cabellos erizados. Andrei se acerco a ellos, tratando de controlar la tremenda verguenza que se habia apoderado de el. La cortante sensacion de culpa, de haber traicionado a un amigo, que habia estado a punto de hacerle perder el sentido aquella manana en el sotano, se habia embotado a lo largo del ultimo ano, casi habia desaparecido: pero ahora lo estremecia de nuevo, y al llegar junto a Izya estuvo varios segundos dudando antes de atreverse a tenderle la mano. Hubiera considerado natural que Izya no quisiera prestar atencion a su mano tendida, o que hubiera dicho algo despectivo e injuriante: en su lugar, habria actuado exactamente asi. Pero Izya se libero del abrazo de Selma y le apreto la mano con calor.
—?Donde te han maquillado con tanta imaginacion? —pregunto, muy interesado.
—Me han dado una paliza —fue la corta respuesta de Andrei, Izya lo habia sorprendido. Queria preguntarle muchas cosas, pero se limito a una—: ?Como es que estas aqui?
En lugar de responder, Izya paso varias paginas de la coleccion de periodicos.
—«Ningun razonamiento —leyo con enfasis, gesticulando de forma exagerada— puede explicar la furia con la que la prensa gubernamental arremete contra el Partido del Renacimiento Radical. Pero si recordamos que son precisamente los militantes del PRR, esa diminuta y joven organizacion, los que denuncian mas abiertamente cada caso de corrupcion...»
—Deja eso —dijo Andrei, torciendo el gesto.
—«De arbitrariedad —siguio Izya, limitandose a levantar la voz—, de estupidez burocratica e indefension administrativa; si recordamos que los militantes del PRR fueron los primeros en prevenir al gobierno sobre la inutilidad de los impuestos a las cienagas...» ?Bielinski! ?Pisarev! ?Plejanov! ?Esto lo escribiste tu mismo o fueron tus idiotas de alquiler?
—Esta bien, esta bien —dijo Andrei, irritado, mientras intentaba quitarle los periodicos.
—?No, aguarda! —grito Izya, amenazando con el dedo y tirando de la coleccion de diarios hacia si—. ?Aqui hay otra perla! ?Donde esta? Ah, aqui. «En nuestra ciudad abundan las personas honestas, como en cualquier ciudad habitada por trabajadores. Pero si hablamos de las agrupaciones politicas, es posible que solo Friedrich Geiger pueda aspirar a ese alto titulo...»
—?Basta! —grito Andrei, pero Izya le arranco los periodicos de la mano, como en pos de Selma, que reia triunfante, y siguio leyendo, entre resoplidos y salpicaduras de saliva.
—«?No hablemos de discursos, hablemos de hechos! Friedrich Geiger rechazo el puesto de ministro de informacion: Friedrich Geiger voto contra la ley que otorgaba importantes privilegios a los funcionarios emeritos de la fiscalia; Friedrich Geiger fue el unico politico que se manifesto en contra de la creacion de un ejercito regular, en el que pretendian asignarle un alto cargo...» —Izya tiro los periodicos bajo la mesa y se froto las manos—. ?En politica, siempre has sido un idiota de primera! Pero en estos ultimos meses, tu estupidez ha aumentado de manera catastrofica. ?Te mereces la paliza que te han dado! Pero, al menos, ?el ojo esta bien?
—Lo esta —dijo Andrei lentamente. Acababa de darse cuenta de que Izya movia el brazo izquierdo con torpeza, y que no podia doblar tres dedos de esa mano.
—?Desconectalo y mandalo a hacer punetas! —se oyo el grito de Kensi, que aparecio en la puerta—. Ah, Andrei, ya estas aqui... Que bueno. ?Hola, Selma! —Atraveso deprisa el salon y retiro del enchufe el cable del reproductor.
—?Por que? —grito Izya—. Quiero oir los discursos de mis lideres. ?Que retumben las marchas militares!
Kensi se limito a mirarlo con rabia.
—Andrei —dijo—, vamos a tu despacho y te contare que hemos hecho. Y hay que pensar que vamos a hacer de aqui en adelante.
Su cara y sus manos estaban cubiertas de hollin. Echo a andar hacia lo profundo de la redaccion y Andrei lo siguio. Solo en ese momento noto el penetrante olor a papel quemado que salia de los cubiculos. Izya y Selma lo seguian.
—?Amnistia general! —enumeraba Izya, que seguia resoplando y agitandose—. ?El gran lider ha abierto las puertas de las mazmorras! Necesita espacio para los nuevos detenidos... —Suspiro y gimio—. Han soltado a todos los criminales, hasta el ultimo, y como es notorio, yo soy un criminal. Han soltado hasta a los condenados a cadena perpetua...
—Has adelgazado —dijo Selma, con lastima—. La ropa te cuelga, estas todo harapiento...
—Los ultimos tres dias no nos dieron nada de comer, ni nos dejaron lavarnos...
—Seguro que tienes hambre.
—Pues no, aqui he comido suficiente.
Entraron en el despacho de Andrei. El calor que hacia alli era insoportable. El sol entraba por la ventana, y en la chimenea ardia el fuego. Alli estaba la secretaria pizpireta, cubierta de hollin como Kensi, revolviendo minuciosamente con el atizador un monton de papel que ardia. En el despacho todo estaba cubierto de hollin y de copos negros de documentos calcinados.
Al ver a Andrei, la secretaria se levanto de un salto y sonrio, asustada y obsequiosa.
«Nunca se me hubiera ocurrido que ella se quedaria aqui», penso Andrei. Se sento tras el escritorio y, sintiendose culpable, hizo un esfuerzo, la saludo y le devolvio la sonrisa.
—La lista de todos los corresponsales especiales, asi como de los miembros del consejo de redaccion, con sus direcciones —enumeraba Kensi, diligente—. Los originales de todos los articulos politicos, los originales de los resumenes semanales...
—Hay que quemar los articulos de Dupin —dijo Andrei—. Era el mayor adversario de los del PRR, en mi opinion...
—Ya los he quemado —dijo Kensi, impaciente—. Los de Dupin, y por si acaso, los de Filimonov...
—?Por que tanto trajin? —dijo Izya, alegre—. ?A vosotros os adoraran!
—No estoy muy seguro —mascullo Andrei, sombrio.
—?Como que no estas muy seguro? ?Quieres apostar? ?Cien billetes!
—?Aguarda, Izya! —dijo Kensi—. Cierra la boca durante diez minutos, por Dios. He eliminado toda la correspondencia con la alcaldia, pero he conservado la correspondencia con Geiger...
—?Las actas del consejo de redaccion! —cayo en cuenta Andrei—. Las del mes pasado...
Presuroso, registro el cajon inferior del escritorio, saco la carpeta y se la tendio a Kensi que, encorvado, reviso varias hojas.