Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис (читаемые книги читать txt) 📗
Llegue exactamente en el momento en que abrian, me quite con prisa el abrigo y me sente en una mesa junto a la ventana. El dependiente, cuya espontaneidad combinaba de manera extrana con cierto aire de sombria somnolencia, me trajo una jarra de cerveza y tomo mi pedido de carne en cazuela de barro. Habia gente que conversaba y fumaba. En ayunas.
Nadie se sentaba a mi mesa, aunque ante mi el asiento permanecia libre. Por una parte, aquello era excelente, por supuesto. No soporto conversar con desconocidos. Por otra parte, se me ocurrio de repente que eso me habia ocurrido antes: en los trolebuses, o en el metro, en establecimientos de ese tipo, donde nadie me conoce, el lugar que queda libre al lado mio es ocupado en ultima instancia, cuando no quedan mas sitios libres. En alguna parte habia leido que hay personas cuyo aspecto es suficiente para inducir en los extranos timidez, repulsion o un deseo instintivo de mantenerse lejos. Y despues de pensar en eso, mis ideas volaron enseguida hacia la carta recibida el dia anterior. Vaya, otro pequeno hecho para ratificar, aunque sea oblicuamente, que aquella carta no era una broma estupida, que alguien habia percibido en mi algo ajeno, algo que le hacia tener ideas fantasticas. Pero, de todos modos, lo fundamental no estaba de ninguna manera en esas tonterias, sino en mis Cuentos infantiles modernos.
Dios mio, aquel libro era como un autentico bebe: causaba mas molestias y amarguras que alegrias y satisfacciones. Los redactores lo picaron en juliana, lo hicieron fideos, y a no ser por Miron Mijailovich, lo habrian convertido en algo monstruoso. Y cuando, a pesar de todo, se publico, los criticos se lanzaron contra el.
En aquella epoca, la ciencia ficcion apenas comenzaba a formarse, aun era torpe, indefensa, sufria las enfermedades geneticas de los anos cuarenta, y los criticos la consideraban algo asi como el muneco de arcilla que se utiliza para practicar las cargas de caballeria. Leia las resenas de Cuentos infantiles modernos,me hervia la sangre en las venas, y ante mis ojos, como en una pantalla, se levantaba un apuesto jinete palido enfundado en una cenida chaqueta circasiana, con la mirada muerta de un verdugo inclemente, terminaba de fumar su cigarrillo de tabaco negro, retiraba la colilla ensalivada de la boca con cuidado, utilizando dos dedos, miraba mi libro indefenso con ojos entrecerrados, sacaba lentamente el sable de la vaina, tomaba impulso con facilidad, se ponia de puntillas y alzaba sobre su cabeza la hoja de acero...
Escribian, diciendo que yo imitaba los peores modelos norteamericanos. (Ahora, esos modelos son considerados los mejores.) Escribian que yo ponia a la gente en un segundo plano y a las maquinas en primero. (En mi libro no habia maquinas, quiza solo autocares.) «?Donde ha visto el autor a semejantes heroes?», le preguntaban a alguien. «?Que puede ensenarle ese tipo de literatura a nuestro lector?», se preguntaban. «La publicacion del escualido libro de Sorokin ha sonado como una nota falsa en el trabajo de la editorial...»
Y despues, como un trueno, aparecio la critica de Gagashkin y el articulo humoristico de Brizheikin en El Informador Voluntario;yo aterrice en el hospital, y solo entonces mis benefactores de alto nivel se dieron cuenta de que estaban haciendo trizas a una buena persona delante de sus ojos, a una persona que quiza se habia colocado en una posicion absurda, pero buena de todos modos, y tomaron medidas. No me gusta recordar ese episodio.
En aquella epoca aun no habia leido las Cronicas marcianas,ni siquiera sabia de la existencia de ese libro. Escribi mis Cuentos infantiles modernossin tener la menor idea de que estaba creando unas Cronicas marcianasal reves: un ciclo de historias comicas y tristes sobre como colonizaban nuestra Tierra los extraterrestres. Para mi, lo fundamental del libro era intentar echar una mirada a nosotros, a nuestra vida cotidiana, a nuestras pasiones y esperanzas, con ojos de extranos, y no de unos extranos malevolos, sino unicamente indiferentes, con pensamientos y percepciones diferentes. Creo que salio algo divertido, por Dios, pero hasta ahora hay criticos que me consideran un renegado de la gran literatura, y resulta que hay lectores que me toman por uno de los protagonistas de aquel libro...
El camarero me trajo la carne en cazuela de barro, pedi otra jarra de cerveza y me puse a comer.
—?Me permite? —se oyo una voz queda, algo ronca.
Levante los ojos y vi a mi lado, de pie, con la mano sobre el respaldo de la silla libre, a un jorobado corpulento que llevaba un jersey y unas bambas gastadas, de rostro palido y estrecho, enmarcado en rizados cabellos dorados que le llegaban a los hombros. Asenti con un hurano movimiento de cabeza y el hombre se sento de lado. Al parecer, la joroba le molestaba. Se acomodo, coloco ante si una delgada carpeta negra, y se dedico a tamborilear sobre ella con las unas. El camarero trajo mi cerveza y miro interrogativamente al jorobado.
—Si es posible, me trae lo mismo —dijo.
Termine de comer la carne, agarre la jarra de cerveza y entonces me di cuenta de que el jorobado me miraba atentamente, en sus grandes labios jugueteaba una sonrisa que yo hubiera clasificado como cortes, de no ser tan poco decidida. Me di cuenta de que se pondria a conversar conmigo, cosa que hizo.
—Se trata de que me han aconsejado hablar con usted.
—?Conmigo?
—Pues, si. Precisamente con usted.
—Bien. ?Y quien se lo ha aconsejado?
—Pues... —Se puso a examinar el entorno estirando mucho el cuello, como si quisiera ver por encima de las cabezas—. Que raro, ahora mismo estaba sentado alli... ?Donde esta?
Lo mire. Iba algo guarro. De las mangas de su jersey, algo sucio, asomaban los punos ennegrecidos de su camisa, cuyo cuello tambien estaba sucio y grasiento; sus manos de dedos largos no se habian lavado en mucho tiempo, al igual que sus cabellos dorados o el rostro palido, con una barba blanquecina de varios dias en las mejillas y el menton. Y olia a nido de pajaros, un olor acido, levemente desagradable. Era un tipo raro: un aspecto demasiado respetable para ser un alcoholico, pero demasiado abandonado para ser lo que se llama una persona decente.
—Se ha ido —dijo, con voz culpable—. Al diablo con el... Mire, me dijo que usted podria entender, si no creer.
—Lo escucho —dije, suspirando abiertamente.
—?Entonces... aqui esta! —Empujo su carpeta hacia mi por encima de la mesa e hizo un gesto con la mano, invitandome a abrirla.
—Perdone —le dije con firmeza—, pero nunca leo manuscritos ajenos. Dirijase...
—No es un manuscrito —repuso con presteza—. Quiero decir, no es lo que usted piensa.
—Me da igual.
—No, por favor... ?Esto le interesara! —Y al ver que yo no tenia intenciones de tocar la carpeta, el mismo la abrio delante de mi.
Se trataba de partituras.
—Oiga...
Pero no queria oir. Bajando la voz e, inclinandose hacia mi por encima de la mesa, se puso a contarme en que consistia todo, realizando movimientos propios de un orador con la mano derecha y haciendome llegar los complejos aromas de un nido de pajaros y un barril de cerveza.