Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис (читать книги онлайн бесплатно серию книг .txt) 📗
Rumata suspiro profundamente. Cuando salvo a Arata con el helicoptero, este le pidio explicaciones. Rumata intento entonces contarle algo de su vida, y una noche incluso le mostro una pequenisima estrella que apenas podia divisarse en el firmamento, y le dijo que aquella estrella era el Sol. Pero el rebelde tan solo saco en claro una cosa: que los malditos curas llevaban razon, que mas alla del solido mundo real viven dioses, felices y omnipotentes. Y desde entonces, cada vez que Arata hablaba con Rumata le planteaba el mismo argumento: tu eres un dios, y puesto que existes, lo mejor que puedes hacer es darme algo de tu fuerza.
Y cada vez Rumata tenia que callar o desviar la conversacion.
— Don Rumata — dijo el rebelde -, ?por que no quereis ayudarnos?
— Espera un poco. Antes querria saber como has entrado aqui.
— Eso no tiene importancia. Soy el unico que conoce ese camino. No eludais mi pregunta. ?Por que no quereis darnos algo de vuestra fuerza?
— No hablemos de eso.
— Creo que precisamente debemos hablar de eso. Yo no os llame. Nunca he rezado a nadie. Fuisteis vos quien vino a mi. ?O lo hicisteis tan solo por distraeros?
Que dificil es ser dios, penso Rumata. Impacientemente, respondio:
— No me comprendes. He intentado veinte veces explicarte que no soy ningun dios. Pero tu no me crees. Ademas, nunca podras comprender por que no te puedo ayudar con armas…
— ?Acaso no teneis rayos?
— No puedo darte rayos.
— Eso ya me lo habeis dicho veinte veces. Quiero saber por que no me los podeis dar. — No lo entenderias.
— Eso depende de como me lo explicarais.
— ?Que piensas hacer con los rayos?
— Quemar a toda esa dorada canalla, lo mismo que se queman los chinches, hasta que no quede ni uno de esa maldita estirpe. Barrer de la faz del planeta sus castillos. Destruir sus ejercitos y a todos los que los defienden y apoyan. Podeis estar seguro de que vuestros rayos tan solo serviran para el bien. Y cuando no queden mas que esclavos liberados y reine la paz, os devolvere vuestros rayos y no volvere a pediroslos.
Tras esto, Rumata guardo silencio. Su respiracion era pesada, su rostro se habia vuelto mas oscuro por la afluencia de sangre. Seguramente estaba viendo ya con la imaginacion ducados y reinos devorados por las llamas, montones de cuerpos carbonizados entre las ruinas, y enormes ejercitos victoriosos gritando entusiasticamente: «?Libertad! ?Libertad!»
— No — dijo Rumata -. No te dare rayos. Si lo hiciera, cometeria un error. Intenta creerme. Veo mas lejos que tu — Arata lo escuchaba con la cabeza hundida en el pecho -. Te dire solamente un motivo, que aunque no es el mas importante creo que podras comprender. Tienes una gran vitalidad, Arata, pero a pesar de eso eres mortal. Si perecieras y los rayos pasaran a otras manos menos limpias que las tuyas… hasta a mi me horroriza pensar en lo que ocurriria.
Siguio un largo silencio. Rumata trajo una jarra de estoria y comida, e invito a su huesped. Arata, sin levantar los ojos, empezo a comer pan y a beber vino. Rumata tenia la sensacion de sufrir un doloroso desdoblamiento. Por una parte sabia que llevaba razon, pero por la otra comprendia que aquella misma razon lo humillaba de una extrana manera ante Arata. Aquel hombre superaba tanto a el como a todos los demas que habian llegado al planeta sin que nadie los llamara, y observaban llenos de impotente piedad el horrible bullir de su vida desde las enrarecidas alturas de unas hipotesis impasibles y de una moral extrana. Y Rumata penso por primera vez: sin perdidas no se puede conseguir nada. Nosotros somos infinitamente mas fuertes que Arata en nuestro reino de bondad, pero somos infinitamente mas debiles que el en su reino de maldad.
— No debiais haber bajado del cielo — dijo de pronto Arala -. Volved a el. Aqui no haceis mas que perjudicarnos.
— No es cierto — rechazo Rumata -. Nosotros, al menos, no danamos a nadie.
— Si, lo haceis. Las esperanzas que nos dais son infundadas.
— ?A quien le hacemos dano?
— A mi, por ejemplo. Antes, Don Rumata, yo tenia confianza en mi mismo. Vos habeis debilitado mi voluntad y habeis hecho que sienta vuestra fuerza a mis espaldas. Antes, en cada batalla que libraba, me comportaba como si fuera mi ultima batalla. Ahora me he dado cuenta de que procuro reservarme para las futuras batallas, que seran las decisivas porque vos tomareis parte en ellas. Iros, Don Rumata; volved a vuestro cielo y no regreseis mas. O dadnos vuestros rayos o al menos vuestro pajaro de hierro, o desenvainad vuestra espada y poneos a la cabeza de todos nosotros.
Arata callo y volvio a tomar el pan. Rumata observo sus dedos sin unas. Hacia dos anos que el propio Don Reba le habia arrancado las unas con un aparato especial. Todavia no lo sabes todo, penso. Crees que el unico que esta condenado al fracaso eres tu. Todavia no sabes que tu causa esta perdida, porque el enemigo no esta unicamente frente a tus soldados, sino tambien dentro de ellos. Es posible que puedas echar a la Orden, y que el empuje de la insurreccion campesina te remonte al trono de Arkanar, y quizas puedas arrasar los castillos senoriales y arrojar a los barones al estrecho, y tal vez el pueblo en armas te rinda los honores de un gran libertador. Y tu seras bueno y sabio, posiblemente el unico hombre bueno y sabio de tu reino, y como tal empezaras a repartir tierras entre tus companeros de lucha. ?Pero que van a hacer ellos con esas tierras si no disponen de siervos? Y desde ese momento la rueda comenzara a girar hacia atras. Y lo mejor que podra ocurrir es que tu muerte sea natural y no veas como aparecen nuevos condes y barones entre tus antiguos y fieles soldados. Eso ya ha ocurrido antes, mi buen Arata; en la Tierra y aqui mismo, en tu planeta.
— ?No me decis nada? — dijo Arata, al tiempo que retiraba su plato y limpiaba con la manga de su sotana las migajas que habian caido sobre la mesa -. Hace tiempo, yo tenia un amigo. Tal vez hayais oido hablar de el: se llamaba Vaga Koleso. Empezamos a luchar juntos, pero luego se paso al bandidaje y se convirtio en el rey de la noche. Nunca le perdone esta traicion. Y el lo sabia. Me ha ayudado mucho, por miedo y por interes, pero nunca ha querido regresar a su puesto: su objetivo era otro. Sus hombres fueron quienes, hace dos anos, me entregaron a Don Reba — Arata se miro los dedos y apreto los punos -. Esta manana me encontre con Vaga en el puerto de Arkanar… En nuestras cosas no se puede ser amigo a medias, porque eso es lo mismo que ser enemigo a medias. — Se levanto, y se echo el capuchon sobre los ojos -. ?El oro esta en el mismo sitio?
— Si — dijo Rumata, muy despacio -. En el mismo sitio.
— Entonces me voy. Muchas gracias, Don Rumata.
Arata cruzo el gabinete, y desaparecio tras la puerta. Al cabo de un rato se oyo como abajo sonaban debilmente los cerrojos.
Una nueva preocupacion, penso Rumata. ?Como habra podido entrar Arata en la casa?