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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗

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—Quiza encuentre salsa de tomate... —dijo metiendo en la bolsa un tarro vacio que aclaro previamente, ademas de algunos periodicos viejos, por si acaso—. Vas y no tienen con que envolver...

Todos los actos de Andrei se redujeron a pasar el dinero de un bolsillo a otro, a dar cortos paseitos impacientes, y a proferir exclamaciones tales como: «Vaya, ya esta bien... Si, vamos... ?Vamos ya?».

—?Tu tambien vienes? —dijo Otto encantado, listo para salir.

—Si, ?por que?

—Yo solo me basto.

—?Por que solo? Entre los dos terminaremos antes. Tu te vas al mostrador, yo voy haciendo la cola para pagar...

—Tienes razon —dijo Otto—. Claro. Por supuesto.

Salieron por la puerta de servicio y bajaron por la escalera trasera. Por el camino espantaron a un babuino, que salio disparado por la ventana con tal celeridad que temieron por su vida, pero nada, estaba alli colgando de la escalera de incendios y ensenando los colmillos.

—Podriamos darle las mondas —dijo Andrei, pensativo—. En casa tengo mondas para una manada entera.

—?Voy a buscarlas? —propuso Otto con presteza.

—Mas tarde —dijo, despues de mirarlo, y siguio adelante. La escalera comenzaba a oler mal. En general, nunca habia olido bien, pero habia aparecido un nuevo hedor, y al bajar otro piso, descubrio la causa.

—Van tendra que trabajar un poco mas —dijo Andrei—. En este momento, lo peor es trabajar de conserje. ?De que trabajas ahora?

—De viceministro —respondio Otto, sin entusiasmo—. Llevo tres dias en el cargo.

—?De que ministerio? —se intereso Andrei.

—Del de formacion profesional.

—?Es duro?

—No entiendo nada —dijo Otto, con tristeza—. Muchisimos papeles, informes, resoluciones, plantillas, presupuestos... Y alli nadie se entera. Todos andan corriendo de un lado para otro, todos preguntan... Espera, ?adonde vas?

—A la tienda.

—No. Vamos a la de Hofstatter. Es mas barata, y como es aleman...

Fueron a la de Hofstatter, que en la esquina de la calle Mayor y la calle de la Antigua Persia tenia un establecimiento, mezcla de tienda de verduras y de ultramarinos. Andrei habia estado alli un par de veces y se habia marchado con las manos vacias. Habia poco donde escoger y al parecer el propio Hofstatter elegia a sus clientes.

La tienda estaba vacia, y en los estantes se veian filas interminables de latas identicas, que contenian rabano picante rosado. Andrei fue el primero en entrar.

—Voy a cerrar —dijo Hofstatter levantando su rostro abotagado y palido de la caja.

Pero en ese mismo momento entro Otto, enganchando la cesta en el picaporte, y el rostro hinchado y palido del tendero se ilumino con una sonrisa. El cierre de la tienda quedo pospuesto, claro. Otto y Hofstatter se perdieron en las entranas del establecimiento, y al instante se oyo el sonido de cajas que se desplazaban, patatas que eran echadas en la cesta, tarros de vidrio que se iban llenando y voces que hablaban en murmullos.

Andrei echo una mirada a su alrededor. Si, el comercio privado del senor Hofstatter ofrecia un espectaculo deplorable. La balanza, como era de esperar, no habia pasado el control preceptivo, y la higiene era menos que satisfactoria.

«Por cierto, eso no es asunto mio —penso Andrei—. Cuando todo funcione correctamente, los tios como Hofstatter desapareceran. Se puede decir que en el momento actual estan ya a punto de desaparecer. En todo caso, no pueden dar servicio a todos. Que buen camuflaje, ha puesto latas de rabano picante por todos lados. Habria que mandarle a Kensi. Nacionalista de mierda, vaya mercado negro que ha armado aqui. Solo para alemanes.»

—?El dinero! —dijo Otto, en un susurro, saliendo de la trastienda.

Presuroso, Andrei le entrego un bulto de billetes arrugados. Otto, con no menos prisa, saco varios billetes del monton, le devolvio el resto a Andrei y se perdio de nuevo en la trastienda. Un minuto despues aparecio tras el mostrador con la bolsa de malla y la cesta en las manos, ambas llenas a rebosar. A sus espaldas aparecio el rostro de Hofstatter, semejante a una luna llena. Otto sudaba y no dejaba de sonreir.

—Vengan por aqui, jovenes —repetia Hofstatter, bonachon—, vengan, me encanta ver alemanes autenticos... Me saludan en especial al senor Geiger... Para la semana que viene, me han prometido traer un poco de carne de cerdo. Diganle al senor Geiger que le reservare tres kilos...

—Sin falta, senor Hofstatter —respondio Otto—. Y no olvide, por favor, hacerle llegar nuestros respetos a Elsa, en nombre de todos, y en especial del senor Geiger...

Hablaban a duo, y aquel zumbido prosiguio hasta la misma puerta, donde Andrei le quito de las manos a Otto la bolsa de malla, llena de zanahorias hermosas y limpias, remolachas firmes y cebollas blancas: entre ellas asomaba el cuello de una botella cerrada con un tapon, y encima, saliendo a traves de la malla, habia apio, acelgas, cilantro y perejil.

Cuando doblaron la esquina, Otto dejo la cesta sobre la acera, saco un gran panuelo a cuadros y, jadeando, se puso a enjugarse la cara.

—Espera... Descansemos un momento —dijo, en voz baja.

Andrei encendio un cigarrillo y convido a Otto.

—?Donde han comprado esas zanahorias? —pregunto al cruzarse con ellos una mujer vestida con un abrigo masculino de cuero.

—Se terminaron —respondio Otto con apresuramiento—. Estas eran las ultimas. Ya cerraron... Ese diablo calvo acabo con mi paciencia... —le conto a Andrei—. Ya no se ni que le he dicho. Cuando Fritz se entere, me va a arrancar la cabeza... Ni siquiera me acuerdo de que le he prometido.

Andrei no entendia nada, y Otto se lo explico en pocas palabras.

—El senor Hofstatter, verdulero de Erfurt, tuvo una vida llena de esperanzas, pero carente de suerte. Cuando en 1932 un judio abrio una gran tienda moderna de verduras frente a la suya, obligandolo a cerrar, Hofstatter descubrio que era un aleman autentico e ingreso en un destacamento de asalto. Alli estuvo a punto de hacer carrera, y en 1934 pudo darle personalmente un punetazo en la jeta al judio antes mencionado, y estaba ya a punto de apropiarse de su negocio cuando en ese momento desenmascararon a Rohm, y Hofstatter fue depurado. En esa epoca ya estaba casado, y la bella Elsa de rubia melena ya habia nacido. Durante varios anos fue sobreviviendo como pudo, despues lo llamaron a filas y comenzo apenas a participar en la conquista de Europa cuando fue alcanzado por una bomba de su propia aviacion cerca de Dunkerque y recibio un enorme fragmento de metralla en los pulmones, de manera que, en lugar de ir a Paris, lo mandaron a un hospital militar en Dresde, donde estuvo ingresado hasta 1944, y estaba a punto de recibir el alta cuando tuvo lugar el famoso bombardeo de la aviacion aliada que destruyo totalmente la ciudad en una noche. A causa del horror vivido entonces perdio todo el cabello, y segun el mismo contaba, quedo algo trastornado. Por esa razon, al regresar a su Erfurt natal, estuvo escondido en el sotano de su casa en los momentos cruciales, en los que aun hubiera podido huir hacia el oeste. Cuando finalmente se decidio a salir a la luz, ya todo habia terminado. Es verdad que le concedieron el permiso para poner una tienda de verduras, pero ni hablar de ampliarla. En 1946 fallecio su mujer y el, ya totalmente trastornado, cedio a las propuestas de un Preceptor y, sin entender exactamente que era aquello por lo que habia optado, se mudo a la Ciudad con su hija. Alli se habia recuperado un poco, aunque al parece hasta el presente sospechaba que estaba recluido en un gran campo especial de concentracion del Asia Central, a donde habian enviado a todos los ciudadanos de Alemania Oriental. Pero nunca se habia restablecido del todo. Adoraba a los alemanes autenticos (estaba seguro de poseer un olfato especial para detectarlos), tenia un miedo mortal a los chinos, los arabes y los negros, cuya presencia aqui no entendia y no podia explicar, pero al que mas respetaba y consideraba era al senor Geiger. Ocurrio que, durante una de sus primeras visitas al establecimiento del senor Hofstatter, mientras Otto llenaba las bolsas de malla, el avispado Fritz comenzo a cortejar con rapidez, a lo militar, a la rubia Elsa, muy cabreada por haber perdido toda esperanza de un matrimonio decente. Y desde ese momento, en el alma del loco y calvo Hofstatter habia brotado la rutilante esperanza de que aquel ario magnifico, apoyo del Fuhrery terror de los judios, sacaria finalmente a la desgraciada familia de los Hofstatter de aquellas aguas turbulentas y la conduciria a un sereno remanso.

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