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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗

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Izya dejo de reirse y, nervioso, comenzo a pasear por la habitacion.

—Quiza no sea mas que un rumor —dijo—. Es posible. Pero tu, Andrei, como siempre, no entiendes nada de la psicologia de los jefes. En tu opinion, ?a que debe dedicarse la direccion?

—?A dirigir! —respondio Andrei, aceptando el reto—. A dirigir y no a parlotear, ni a difundir rumores. A coordinar las acciones de los ciudadanos y las organizaciones...

—?Detente! A coordinar las acciones, ?con que objetivo? ?Cual es el objetivo final de esa coordinacion?

—Es elemental —respondio Andrei, encogiendose de hombros—. El bienestar general, el orden, la creacion de condiciones optimas para el avance del progreso...

—?Oh! —Izya volvio a levantar el dedo. Entreabrio la boca y abrio mucho los ojos—. ?Oh! —repitio y volvio a callar. Selma lo miraba con asombro—. ?El orden! —proclamo Izya—. ?El orden! —Sus ojos se abrieron todavia mas—. Y ahora, imagina que en la ciudad que diriges aparecen incontables manadas de babuinos. No puedes echarlos, pues no cuentas con fuerzas suficientes para ello. Tampoco puedes alimentarlos de manera centralizada: no tienes suficiente comida, no te alcanzan las reservas. Los monos mendigan por las calles, creando un desorden insoportable: ?aqui no hay ni puede haber mendigos! Los monos ensucian, no recogen sus desperdicios, y nadie tiene la intencion de hacerlo por ellos. ?Que conclusion se saca de todo esto?

—Pues, en todo caso, nada de ponerles un collar —respondio Andrei.

—?Correcto! —dijo Izya, en tono aprobatorio—. Por supuesto, nada de ponerles un collar. La primera conclusion practica: ocultar la existencia de los babuinos. Hacer como si no existieran. Pero, por desgracia, eso tampoco es posible. Son demasiados, y por el momento nuestro gobierno es asquerosamente democratico. Y de repente, surge una idea de una sencillez aplastante: ?controlar la presencia de los babuinos! Legalizar el caos y el desorden, y convertirlos de esa manera en elementos de un orden riguroso, como corresponde al estilo de gobierno de nuestro bondadoso alcalde. En lugar de manadas de mendigos y gamberros, tendremos dulces mascotas domesticas. ?Todos amamos a los animales! La reina Victoria amaba a los animales. Darwin amaba a los animales. Dicen que hasta Beria amaba a algunos animales, y que decir de Hitler...

—Nuestro rey Gustavo tambien ama a los animales —intervino Selma—. Tiene gatos.

—?Excelente! —exclamo Izya, dandose punetazos en la palma de la mano—. El rey Gustavo tiene gatos, y Andrei Voronin tiene un babuino personal. Y si ama lo suficiente a los animales, hasta dos babuinos...

Andrei se desentendio con un gesto y fue a la cocina, a revisar sus reservas. Mientras registraba los estantes, olisqueando con precaucion y dando la vuelta a unos paquetes polvorientos con restos rancios y ennegrecidos, la voz de Izya seguia retumbando en la sala y de vez en cuando se oia la risa sonora de Selma y los gemidos y grunidos del propio Izya.

No quedaba nada de comer: una patata ya germinada, una sospechosa lata de sardinas y una flauta de pan petrificada. Entonces, Andrei metio la mano en el cajon de la mesa de la cocina y decidio contar el dinero que le quedaba. Le llegaria exactamente hasta el dia del cobro, siempre que ahorrara y no invitara a nadie sino, por el contrario, se dejara invitar.

«Me llevaran a la tumba —penso Andrei, preocupado—. Al diablo, basta ya. Les sacare las tripas a todos. ?Que se creen que es esto, un comedor publico o que? ?Babuinos!»

Llamaron de nuevo a la puerta y Andrei fue a abrirla con una mueca siniestra en el rostro. Por el camino, se dio cuenta de que Selma estaba sentada sobre la mesa con las manos debajo de los muslos y la boca pintada hasta las orejas, ay, que putita, mientras Izya seguia derrochando elocuencia delante de ella, haciendo amplios ademanes con sus brazos de babuino, perdida toda elegancia: el nudo de la corbata bajo la oreja derecha, los pelos de punta y las mangas de la camisa grises.

El recien llegado era el ex suboficial de la Wehrmacht Fritz Geiger, en compania de su mejor amigo, el soldado de ese mismo ejercito Otto Frijat.

—Se presentan dos efectivos —los saludo Andrei con su sonrisa siniestra.

Fritz entendio aquel saludo como una burla contra la dignidad de un suboficial aleman y su rostro se hizo impenetrable, mientras que Otto, un hombre blando y de rasgos espirituales imprecisos, se limito a entrechocar los tacones y a sonreir con gesto obsequioso.

—?A que viene ese tono? —pregunto Fritz con voz gelida—. ?No sera mejor que nos vayamos?

—?Habeis traido algo de comer? —pregunto Andrei.

—?De comer? —repitio Fritz la pregunta con un movimiento enigmatico de la mandibula inferior—. Pues... como decirte... —Y miro a Otto con expresion interrogante: este, a su vez, sonrio avergonzado y se saco del bolsillo de los pantalones una botella plana que le tendio a Andrei como si fuera un pase, con la etiqueta hacia arriba.

—Esta bien... —dijo Andrei, ablandandose, y cogio la botella—. Pero, muchachos, tened en cuenta que no hay nada de comer. ?No tendreis al menos un poco de dinero?

—?Y al menos nos dejaras que acabemos de entrar? —inquirio Fritz, que habia vuelto la cabeza de lado levemente, con la oreja hacia la puerta, y escuchaba con atencion las carcajadas femeninas que salian del comedor.

—?Dinero! —dijo Andrei, dejandolos entraren el vestibulo—. ?El dinero sobre la mesa!

—Ni siquiera aqui podemos evitar el pago de indemnizaciones de guerra, Otto —dijo Fritz, abriendo su monedero—. ?Ahi tienes! —Metio varios billetes en la mano de Andrei—. Dale un cesto a Otto, dile que hay que comprar y que vaya.

—Esperad un momento —dijo Andrei, y los condujo al comedor.

Mientras los tacones entrechocaban, se inclinaban cabelleras bien peinadas y se escuchaban piropos mas bien bastos, Andrei llevo a Izya a un lado y, sin explicarle nada, le registro los bolsillos, cosa de la que su amigo ni siquiera parecio darse cuenta. Se limito a tratar de quitarlo del camino para poder terminar la historia que estaba contando. Despues de reunir todo lo que pudo hallar, Andrei se aparto y se puso a contar el monto de la indemnizacion recaudada. No era ni tanto ni tan poco. Miro a su alrededor. Selma seguia sentada sobre la mesa, moviendo las piernas. Su melancolia se habia esfumado y parecia alegre. Fritz le encendia un cigarrillo. Izya se disponia a contar una nueva historia, entre risitas y exclamaciones. Otto, ruborizado, se sentia inseguro de sus modales en presencia de la chica, movia constantemente sus grandes orejas y permanecia de pie en medio de la habitacion, en posicion de firmes.

Andrei lo agarro por la manga y tiro de el hacia la cocina.

—Ven, no te echaran de menos.

Otto no se resistio, al parecer hasta sintio satisfaccion. Al llegar a la cocina, se puso a trabajar de inmediato. Le quito a Andrei la cesta para las verduras, la sacudio sobre el cubo de la basura (cosa que nunca se le hubiera ocurrido a Andrei), con rapidez y precision cubrio el fondo con periodicos viejos, y encontro enseguida una bolsa de malla que Andrei habia perdido el mes anterior.

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