Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
—?A-al-to! —grito Fritz, y Andrei lo vio correr hacia el carro a grandes saltos.
—Bestias inmundas, bichos... —mascullaba el barbudo, mientras realizaba movimientos complicados y agiles con las manos, que iban acompanados por chasquidos metalicos y tintineos.
Andrei se encogio, esperando fuego y estruendo, y los monos en las azoteas tambien percibieron algo. Dejaron de moverse, se sentaron sobre sus colas y comenzaron a intercambiar opiniones, moviendo sus cabezas perrunas.
Pero Fritz ya estaba junto al carro. Agarro al barbudo por el hombro.
—?Suelte eso! —ordeno con autoridad.
—?Espera! —replico el barbudo con desencanto, mientras movia el hombro—. Espera, ahora acabo con ellos, canallas colilargos...
—?Le he ordenado que suelte eso! —grito Fritz.
Entonces, el barbudo lo miro y comenzo a levantarse lentamente.
—?Que ocurre? —pregunto, alargando las palabras con un desprecio indescriptible. Tenia la misma estatura que Fritz, pero era mucho mas ancho de hombros y tenia un torax mas potente.
—?De donde ha sacado el arma? —pregunto Fritz con brusquedad—. ?Sus documentos!
—?Vaya, mocoso! —replico el barbudo, con amenazadora sorpresa—. ?Asi que quieres ver mis documentos? ?Y no querras esto, piojo albino?
Fritz no presto atencion al gesto grosero y continuo mirando a los ojos del barbudo.
—?Rumer! —grito Fritz con todas sus fuerzas—. ?Voronin! ?Frijat! ?A mi!
Al oir su apellido, Andrei se sorprendio, pero al momento se despego de la pared y echo a andar sin prisa hacia el carreton. Del otro lado, a trote corto, se aproximaba el robusto Rumer, que en el pasado habia sido boxeador profesional, y llegaba corriendo con todas sus fuerzas el amigo de Fritz, el pequeno y flaco Otto Frijat, un chico muy rubio de orejas enormes.
—Vamos, vamos —decia el granjero con expresion burlona, mientras observaba todos aquellos preparativos belicos.
—De nuevo le ruego que muestre sus documentos —repitio Fritz con gelida cortesia.
—Puedes irte a hacer punetas —respondio el barbudo con negligencia. Miraba sobre todo a Rumer, y como quien no quiere la cosa, coloco su mano sobre el mango de un latigo impresionante, hecho de piel cruda.
—?Chicos, chicos! —advirtio Andrei—. Oye, soldado, mejor no discutas, somos de la alcaldia...
—Me cisco en vuestra alcaldia —respondio el granjero, midiendo a Rumer con la mirada de la cabeza a los pies.
—?Que pasa? —pregunto Rumer, con voz queda y ronca.
—Usted lo sabe perfectamente —le dijo Fritz al barbudo—. Las armas estan prohibidas dentro de los limites de la ciudad. Sobre todo las ametralladoras. Si tiene autorizacion, le ruego que la muestre.
—?Y quienes sois para pedirme la autorizacion? ?Que, sois la policia? ?O algo asi como la Gestapo?
—Somos un destacamento voluntario de autodefensa.
—Si sois de la autodefensa —replico el barbudo soltando una risita burlona—, defendeos, quien os lo impide.
Iba madurando una conversacion normal y sensata. El destacamento comenzo a agruparse en torno al carreton. Hasta los habitantes locales del genero masculino salieron de los portales, llevando en las manos cosas tan dispares como atizadores, patas de silla o herramientas. Contemplaban con curiosidad al barbudo, asi como la siniestra ametralladora que yacia sobre una lona, y algo redondo y de vidrio que asomaba su superficie brillante por debajo de la misma. Olfateaban el aire: el granjero estaba rodeado por una atmosfera muy particular, donde olia a sudor, embutidos preparados con ajo y bebidas alcoholicas.
Pero Andrei, con una ternura que lo asombraba a el mismo, contemplaba la guerrera destenida con las axilas sudadas y un unico boton de bronce (y, ademas, desabrochado) en el cuello, la gorra, con la huella de una estrella de cinco puntas, desplazada hacia la ceja derecha como era de rigor, las pesadas botas-aplastamierda de piel artificial; quiza lo unico que rompia la imagen, lo que estaba fuera de lugar, era la barbita. Y en ese momento le vino a la cabeza la idea de que todo aquello debia concitar en Fritz pensamientos y sensaciones muy diferentes. Miro a Fritz, que permanecia tenso con los labios apretados en una linea fina, con arrugas despectivas en torno a la nariz, mientras intentaba congelar al barbudo con la mirada de sus ojos de un gris acerado, unos autenticos ojos arios.
—Nosotros no estamos obligados a pedir autorizacion —decia mientras tanto, displicente, el barbudo, que jugueteaba con el latigo—. En general, nosotros no estamos obligados a nada, unicamente tenemos la obligacion de alimentaros a vosotros, gorrones.
—Esta bien —resono la voz de bajo en las filas traseras—. ?Y de donde ha salido la ametralladora?
—?La ametralladora? Gran cosa. Es la conexion entre la ciudad y la aldea. Yo te doy un cuarto trasero de un cerdo, tu me das una ametralladora, todo de manera limpia y honrada...
—No, no, no —volvio a retumbar la voz de bajo—. Como quiera que sea, una ametralladora no es un juguete, no es como una trituradora de grano...
—Pero yo creo —intervino el que intentaba razonar— que a los granjeros se les permite tener armas.
—?A nadie se le permite tener armas! —chillo Frijat, muy congestionado.
—?Vaya tonteria! —repuso el que intentaba razonar.
—Claro que es una tonteria —exclamo el barbudo—. Quisiera veros en nuestra cienaga, por la noche, en epocas de celo...
—?Quien esta en celo? —pregunto, interesadisimo, el intelectual que, gafas en mano, habia logrado llegar hasta la primera fila.
—Uno que necesita estarlo —le respondio el granjero con desprecio.
—No, perdone... —balbuceo el intelectual—. Soy biologo, y hasta este momento no he podido...
—Callese —le ordeno Fritz—. Y a usted, le sugiero que me siga —continuo, dirigiendose al barbudo—. Se lo sugiero para evitar un inutil derramamiento de sangre.
Sus miradas se cruzaron. Aquel barbudo maravilloso habia entendido, siguiendo indicios que solo el comprendia, con quien estaba tratando. Su pelambre facial se abrio en una sonrisita ironica.
—? Mleko-yaichki?-pronuncio con una vocecilla repelente e injuriosa—. Hitler kaput [1]!
Le importaba un comino el derramamiento de sangre, inutil o no.
Fue como si a Fritz le pegaran un punetazo en la barbilla. Echo la cabeza hacia atras, su rostro palido se volvio purpura y sus pomulos se tensaron. Por un momento, Andrei creyo que se lanzaria contra el barbudo, y se dispuso a intervenir para evitar la pelea, pero Fritz se contuvo. La sangre huyo de su rostro.