Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
El viaje duro poco. Al parecer, las hordas de simios aun no habian llegado alli: las calles estaban tranquilas y desiertas, como siempre a esa hora temprana. En algunas casas se abrian las ventanas, personas que acababan de despertar se estiraban y miraban indiferentes al camion. Mujeres con gorritos de dormir colgaban colchonetas en los alfeizares de las ventanas. En uno de los balcones, un anciano nudoso de larga barba, con calzones a rayas, hacia sus ejercicios matutinos. El panico aun no habia llegado hasta alli, pero cerca de la manzana dieciseis comenzaron a aparecer los primeros fugitivos desalinados, mas enojados que asustados, algunos con bultos a la espalda. Esas personas, al ver el camion, se detenian, hacian senas con las manos y gritaban algo. El vehiculo doblo hacia la Cuarta Izquierda con un bramido, atropellando casi a una pareja de ancianos que empujaba un carro de dos ruedas lleno de maletas, y se detuvo. Al momento todos vieron a los babuinos.
Los simios se sentian en la Cuarta Izquierda como en su casa, en la selva o dondequiera que vivieran. Con las colas levantadas en forma de gancho, caminaban despacio, en grupo, yendo de una acera a la otra, saltaban alegremente por las cornisas, se balanceaban colgando de las farolas, se paraban sobre las columnas con anuncios para buscarse unos a otros con atencion, intercambiaban grunidos, hacian muecas, se peleaban y hacian el amor con toda naturalidad. Una banda de bestias plateadas destrozaba un tenderete de comida, dos gamberros colilargos acosaban a una mujer transida de terror, paralizada en un portal, y una belleza lanuda, que descansaba sobre la caseta del regulador de transito, le mostraba la lengua a Andrei con coqueteria. El viento calido arrastraba a lo largo de la calle nubes de polvo, plumas de almohadones, hojas de papel, mechones de lana y olores rancios de guarida de animales.
Andrei, confuso, miro a Fritz. Este, con los ojos entrecerrados y aspecto de experimentado jefe militar, examinaba el campo del inminente combate. El chofer apago el motor y se hizo un silencio que estallo segundos despues en sonidos salvajes, totalmente ajenos a la vida urbana: rugidos y maullidos, ronroneos profundos, eructos, chasquidos de lenguas, ronquidos... En ese momento, la mujer acorralada grito con todas sus fuerzas y Fritz paso a la accion.
—?Bajad! —ordeno—. Desplegaos, formando una cadena. ?He dicho una cadena, no un bulto! ?Adelante! ?Pegadles, echadlos! ?Que no quede aqui ni una de esas bestias! ?Atizadles en la cabeza, en el lomo! ?No los pincheis, pegadles! ?Adelante, rapido! ?No os detengais, eh, vosotros, los de alli atras!
Andrei fue uno de los primeros en saltar. No busco un lugar en la cadena, sino que agarro su pica de hierro con mas comodidad y corrio en ayuda de la mujer. Los gamberros colilargos, al verlo, comenzaron a soltar una risa diabolica y huyeron a saltos por la calle, moviendo con descaro sus traseros asquerosos. La mujer seguia chillando con todas sus fuerzas, con los ojos y los punos cerrados, pero ya nada la amenazaba y Andrei se desentendio de ella. Echo a correr hacia los gamberros que destrozaban el tenderete.
Se trataba de animales grandes, con experiencia, sobre todo uno de ellos, de cola negra como el carbon, que estaba sentado sobre un barril y metia su brazo peludo hasta el hombro, sacaba pepinillos en salmuera y los devoraba con placer, escupiendo de cuando en cuando sobre sus colegas, que se divertian arrancando la pared de aglomerado del tenderete. Al ver a Andrei que se aproximaba, el de la cola negra dejo de masticar y se rio con lascivia. A Andrei no le gusto nada aquella mueca burlona, pero no podia retroceder.
—?Largo! —grito, agitando la vara metalica, y se lanzo hacia delante.
El colinegro enseno mas los dientes, amenazador. Sus colmillos eran como los de un cachalote. Sin prisa bajo del barril, retrocedio unos pasos y se puso a mordisquearse el sobaco.
—?Fuera, bicho! —volvio a gritar Andrei y, tomando impulso, golpeo el barril con el hierro. Entonces el colinegro se echo a un lado y de un salto llego a la cornisa del segundo piso. Alentado por la cobardia del adversario, Andrei corrio hacia el tenderete y golpeo la pared con la barra. La madera se agrieto y los compinches del colinegro salieron huyendo en diferentes direcciones. El campo de batalla habia quedado limpio y Andrei miro a su alrededor.
Las huestes combativas de Fritz se habian dispersado. Confusos, los combatientes caminaban por la calle desierta, revisaban las entradas a los patios, se detenian, levantaban la cabeza y miraban a los babuinos que se amontonaban en las cornisas de los edificios. A lo lejos, haciendo girar un palo sobre su cabeza, corria el intelectual, persiguiendo a un mono cojo que huia sin prisa dos pasos por delante de el. No habia contra quien combatir, hasta Fritz estaba confuso. De pie junto al camion, se mordisqueaba un dedo con el ceno fruncido.
Los babuinos, que se habian callado, al sentirse seguros comenzaron de nuevo a intercambiar replicas, rascarse y hacer el amor. Los mas descarados bajaban un poco y hacian muecas para provocar. Andrei volvio a ver al colinegro: estaba al otro lado de la calle, encaramado sobre una farola y retorciendose de risa. Un hombre que parecia griego, pequenito y muy moreno, con aspecto amenazador, camino hacia la farola. Tomo impulso y, con todas sus fuerzas, lanzo la barra de hierro contra el colinegro. Hubo un estruendo, trozos de cristal volaron por los aires, el colinegro asustado se elevo casi un metro y estuvo a punto de caer, pero logro agarrarse con la cola, volvio a su pose anterior y, curvando la espalda, le solto un chorro de excrementos liquidos al griego. Andrei estuvo a punto de vomitar y se volvio: el chorro le habia dado de lleno al hombre, era imposible pensar en otra cosa. Camino hacia Fritz.
—?Que vamos a hacer? —pregunto.
—El diablo sabra... —respondio Fritz con rabia—. Si tuviera un lanzallamas...
—Podriamos traer ladrillos —propuso un jovenzuelo, con el rostro lleno de granos—. Soy de la fabrica de ladrillos. Podemos ir en el camion; en media hora estaremos de vuelta.
—No —dijo Fritz, autoritario—. Los ladrillos no sirven. Destrozaremos todos los cristales, y despues, con esos mismos ladrillos, ellos nos... No, haria falta un poco de pirotecnia. Cohetes, petardos... ?Si tuvieramos diez balones de fosgeno!
—?De donde vamos a sacar petardos en la ciudad? —pronuncio una voz de bajo en tono despectivo—. Y con respecto al fosgeno, prefiero a los monos...
Los hombres comenzaron a congregarse en torno al jefe. El unico que permanecia lejos era el griego moreno, que se lavaba en una boca de riego mientras soltaba tacos a granel.
De reojo, Andrei miraba como el colinegro y sus compinches se acercaban sigilosamente al tenderete. Aqui y alla, en las ventanas de los edificios, comenzaron a aparecer rostros de habitantes locales, mayoritariamente de mujeres, palidos por el terror vivido y rojos de excitacion.
—?Que haceis ahi parados? —gritaban, irritadas, por las ventanas—. Echadlos de aqui, hombres... Mirad como desvalijan el tenderete... Hombres, ?que esperais? ?Tu, el rubio! ?Ordena hacer algo, eh! ?Por que estais ahi tiesos como postes? ?Mis ninos lloran! ?Haced algo para que podamos salir! ?Y se dicen hombres! ?Se han asustado ante unos monos!