Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel (книги бесплатно TXT) 📗
Su aspecto exterior habia sido el primero en resentirse del cambio. Habia renunciado a afeitarse el craneo y sus cabellos se rizaban formando unos bucles rojizos que, de dia en dia, se iban haciendo mas exuberantes. En cambio habia cortado su barba -ya deteriorada por la explosion- y cada manana pasaba por sus mejillas la hoja de su cuchillo, que habia afilado durante largo rato sobre una piedra volcanica, ligera y porosa, muy corriente en la isla. Habia perdido asi de golpe su aspecto solemne y patriarcal, aquel lado «Dios-Padre» que servia para apoyar tan perfectamente a su antigua autoridad. Con la medida habia rejuvenecido casi una generacion y una mirada en el espejo basto para convencerle de que ademas -por un fenomeno de mimetismo bastante explicable- existia a partir de ese momento una clara semejanza entre su rostro y el de su companero. En pocos dias se habia convertido en su hermano, y ni siquiera estaba seguro de que no se tratara de su hermano mayor. Su cuerpo tambien se habia transformado. Siempre habia temido a las quemaduras del sol, como uno de los peores peligros que podian amenazar a un ingles -pelirrojo, para colmo- en zona tropical y se cubria cuidadosamente todas las partes del cuerpo antes que exponerlas a sus rayos, sin olvidar, como precaucion suplementaria, su gran sombrilla de pieles de cabra. Sus estancias prolongadas en lo mas hondo de la gruta y luego su intimidad con la tierra habian terminado por dar a su carne la blancura lechosa y fragil de los rabanos y tuberculos. Pero animado por Viernes, a partir de entonces se exponia desnudo al sol. Al principio avergonzado, encogido y feo, no habia tardado mucho, sin embargo, en estirarse y embellecerse poco a poco. Su piel habia adquirido un tono cobrizo. Una fiereza nueva henchia sus musculos y su pecho. Su cuerpo desprendia un calor del que le parecia que su alma extraia una seguridad que jamas antes habia conocido. De este modo descubria que un cuerpo aceptado, querido, incluso vagamente deseado -por una especie de narcisismo naciente-, puede ser no solo un instrumento mejor para insertarse en la trama de las cosas exteriores, sino ademas un companero fiel y fuerte.
Compartia con Viernes juegos y ejercicios que en otra epoca hubiera considerado incompatibles con su dignidad. Por eso no ceso hasta caminar sobre sus manos con tanta habilidad como lo hacia el araucano. Al principio no encontro ninguna dificultad para hacer el pino apoyandose contra una roca saliente. Pero era mas delicado desprenderse de aquel punto de apoyo y avanzar sin balancearse hacia adelante y hacia atras para acabar desplomandose. Sus brazos temblaban bajo el peso aplastante de todo su cuerpo, pero no se debia a falta de fuerza, sino que tenia que adiestrarse para adquirir el equilibrio y la postura adecuada para sostener aquella carga insolita. Se empenaba en lograrlo, porque consideraba como un progreso decisivo, en el nuevo camino en el que se adentraba, la conquista de una especie de polivalencia de sus miembros. Sonaba con que su cuerpo se metamorfoseaba en una mano gigante cuyos cinco dedos serian cabeza, brazos y piernas. La pierna tenia que poder levantarse como un indice, los brazos debian caminar como piernas, el cuerpo descansar indiferente sobre tal miembro o tal otro, como una mano que se apoyara en cada uno de sus dedos.
Entre sus escasas ocupaciones, Viernes confeccionaba arcos y flechas con un minucioso cuidado, tanto mas sorprendente desde el momento en que, en realidad, las utilizaba muy poco para la caza. Despues de tallar sencillos arcos en las maderas mas ligeras y regulares -sandalo, arcediana y copaiba-, paso rapidamente a unir sobre un armazon flexible laminas de cuerno de macho cabrio que multiplicaban su resistencia.
Pero concedia mucha mayor dedicacion a las flechas porque, si aumentaba sin cesar la potencia de los arcos, era para poder aumentar la longitud de las flechas, que pronto llego a ser de mas de seis pies. El delicado equilibrio de la punta y sus adornos de plumas nunca resultaba suficientemente exacto para su gusto y podia versele durante horas haciendo girar el palo sobre la arista de una piedra para llegar a localizar su centro de gravedad. La verdad es que empenachaba sus flechas mas alla de cualquier limite razonable, aprovechaba para ese fin tanto plumas de papagayo como hojas de palmera y, ya que recortaba las puntas en forma de alas, utilizando los omoplatos de las cabras, resultaba evidente que lo que pretendia con esas caracteristicas no era tanto que alcanzasen a una presa cualquiera con fuerza y precision como que volaran, que planearan lejos, durante el mayor tiempo posible.
Cuando tendia su arco, su rostro se contraia por un esfuerzo de concentracion casi doloroso. Buscaba durante mucho rato la inclinacion de la flecha que le asegurara la trayectoria mas gloriosa. Al fin silbaba la cuerda y rozaba el brazalete de cuero con que se protegia el antebrazo izquierdo. Con todo el cuerpo proyectado hacia adelante, los dos brazos tensos en un gesto que era a la vez impulso y ruego, acompanaba la trayectoria de su flecha. Su rostro brillaba de placer mientras su impulso vencia al roce del aire y a la gravedad. Pero algo parecia romperse dentro de el, cuando la punta se inclinaba hacia el suelo, frenada apenas en su caida por su penacho de plumas.
Robinson se pregunto durante mucho tiempo sobre el significado de aquellos ejercicios con el arco sin caza y sin blanco, en los que Viernes se afanaba hasta el agotamiento. Por fin creyo entenderlo cierto dia en que un fuerte viento marino cabrilleaba las olas que rompian en la playa. Viernes ensayaba flechas nuevas, de una longitud desmesurada, empenachadas con una fina barba formada por plumas remeras de albatros, que media casi tres pies. Empulgo, inclinando la flecha cuarenta y cinco grados, en direccion al bosque. La flecha subio hasta una altura de unos ciento cincuenta pies por lo menos. Luego parecio dudar un instante, pero en lugar de caer hacia la playa, se inclino, colocandose horizontalmente, y enfilo hacia el bosque con una nueva energia. Cuando desaparecio tras la cortina que formaban los primeros arboles, Viernes, radiante, se volvio hacia Robinson.
– Caera entre las ramas; no volveras a verla -le dijo Robinson.
– No volvere a encontrarla -dijo Viernes-, pero es porque no caera jamas.
Tras regresar al estado salvaje, las cabras no vivian ya en la anarquia a la que la domesticacion del hombre somete a los animales. Se habian agrupado en rebanos jerarquizados, mandados por los machos mas fuertes y mas sabios. Cuando algun peligro amenazaba, el rebano se reagrupaba -generalmente en un monticulo- y todos los animales del rango superior oponian al agresor un frente de cuernos infranqueable. Viernes jugaba a desafiar a los machos cabrios que sorprendia aislados. Les obligaba a tumbarse, agarrandoles por los cuernos, o les atrapaba en plena carrera y, para marcarles con su victoria, les ataba un collar de lianas en torno al cuello.
Un dia, sin embargo, cayo sobre una especie de rebeco, grande como un oso, que le hizo rodar por las rocas con un simple reves de sus cuernos enormes y nudosos, que se alzaban como largas llamas negras sobre su cabeza. Viernes tuvo que permanecer tres dias inmovil en su hamaca, pero hablaba sin cesar de que tenia que volver a encontrar a aquel animal al que habia bautizado con el nombre de Andoar y que parecia inspirarle una especie de admiracion, mezclada con ternura: Andoar era reconocible a dos tiros de flecha de distancia nada mas que por su espantoso olor. Andoar no huia jamas cuando se le acercaba. Andoar se mantenia siempre apartado del rebano. Andoar no se habria encarnizado con el, despues de haberle medio matado, como lo habria hecho cualquier otro macho cabrio… Mientras salmodiaba a media voz el elogio de su adversario, Viernes trenzaba cuerdecitas de vivos colores para hacer con ellas un collar mas solido y mas vistoso que los demas: el collar de Andoar. Cuando reemprendio el camino del penasco donde moraba el animal, Robinson protesto debilmente sin ninguna esperanza de detenerle. El olor que desprendia su piel despues de aquellos rodeos tan especiales bastaba para justificar la oposicion de Robinson. Pero ademas el peligro era real, como lo probaba su reciente accidente, del que apenas se habia recuperado. Viernes no se preocupaba. Se hallaba tan prodigo de fuerzas y de coraje ante un juego que le exaltaba como exagerado era en su pereza y en su indiferencia en los dias normales. Habia encontrado en Andoar un companero de juegos y parecia encantarle su obtusa brutalidad y aceptaba por ello de antemano con buen humor la perspectiva de nuevas heridas, incluso mortales.
No tuvo que buscar largo rato para descubrirle. La silueta del gran macho se erguia como una roca en medio de una manada de cabras y cabritos, que se dispersaron en desorden cuando se aproximo. Se encontraron solos en medio de una especie de circo, cuyo fondo estaba limitado por una pared abrupta y que se abria sobre una cascada de detritus salpicados de cactus. Al oeste, el terreno se cortaba formando un precipicio de unos cien pies de profundidad. Viernes desato el cordel que habia anudado en torno a su muneca y lo agito a modo de desafio en direccion a Andoar. La fiera dejo de repente de mascar, conservando una larga graminea entre sus dientes. Luego se rio para si y se irguio sobre sus patas traseras. Dio en esta actitud algunos pasos hacia Viernes, agitando en el vacio sus pezunas delanteras, sacudiendo sus inmensos cuernos, como si saludara a una multitud al pasar. Aquella mimica grotesca dejo helado a Viernes por la sorpresa. El animal se hallaba solo a unos cuantos pasos suyos cuando se doblo hacia adelante y como una catapulta embistio hacia donde el se encontraba. Su cabeza se hundio entre sus patas delanteras, sus cuernos apuntaron formando una aguda horquilla y solo entonces volo hacia el pecho de Viernes como una gran flecha empenachada con pieles. Viernes se aparto hacia la izquierda una fraccion de segundo mas tarde de lo necesario. Un hedor almizclado le envolvio en el mismo momento en que un choque violento contra su hombro derecho le hacia girar sobre si mismo. Cayo brutalmente y permanecio pegado al suelo. Si se hubiera levantado en seguida, no habria estado en condiciones de esquivar una nueva carga. Se mantuvo, por tanto, echado de espaldas, mientras observaba a traves de sus parpados semicerrados un pedazo de cielo azul, enmarcado por hierbas secas. Fue entonces cuando vio inclinarse sobre el una mascara de patriarca semita, unos ojos verdes escondidos en cavernas peludas, una barba rizada que remataba un hocico negro que se torcia con una risa de fauno. Hizo un debil movimiento, pero le respondio una punzada de dolor en su hombro. Perdio el conocimiento. Cuando volvio a abrir los ojos el sol ocupaba el centro de su campo visual y le banaba con un calor intolerable. Se apoyo sobre su mano izquierda y recogio sus pies bajo su cuerpo. Apenas levantado, observaba con vertigo la pared rocosa que reverberaba la luz en todo el circo. Andoar no huia jamas cuando se le acercaba. Andoar se mantenia siempre apartado del rebano. Andoar no era visible. Se levanto titubeando e iba a darse la vuelta cuando oyo a sus espaldas el chasquido de unas pezunas sobre las piedras. El ruido era tan proximo que no tuvo tiempo para hacer frente. Se doblo hacia la izquierda, del lado de su brazo sano. Cogido de traves a la altura de la cadera izquierda, viernes se tambaleo con los brazos en cruz. Andoar se habia detenido, plantado sobre sus cuatro patas secas y nerviosas, interrumpiendo el impulso del muchacho con un golpe en los rinones. Viernes, perdiendo el equilibrio, cayo como un maniqui desarticulado sobre el lomo del macho cabrio, que se doblo bajo su peso y se lanzo de nuevo a la carrera. Torturado por el dolor de su hombro, se aferro al animal. Sus manos habian agarrado los cuernos anillados muy cerca del craneo, sus piernas apretaban el pelo de sus costados, mientras que los dedos de sus pies se enredaban en los genitales. El macho cabrio daba fantasticos bandazos para desembarazarse de aquel fardo de carne desnuda que se enrollaba a su cuerpo. Dio varias veces la vuelta al circo sin tropezar jamas en las rocas, a pesar del peso que le aplastaba. Si hubiera caldo o hubiera rodado voluntariamente por el suelo, no habria podido volver a levantarse. Viernes sentia que el dolor le desgarraba el estomago y temia perder de nuevo el conocimiento.