Viernes o Los limbos del Pac?fico - Tournier Michel (книги бесплатно TXT) 📗
Log-book .- Es propio del alma inglesa sentir mas piedad ante los animales que ante los hombres. Puede discutirse esta inclinacion de los sentimientos. El hecho es que no hay nada que mas me haya apartado de Viernes que esa horrible tortura que le he visto infligir a una tortuga (me doy cuenta de la similitud de esas dos palabras: tortuga y tortura). ?Sera que esos desdichados animales estan avocados a ser chivos expiatorios? Sin embargo, su caso no es sencillo y plantea muchas cuestiones.
Yo habia pensado, al principio, que el amaba a mis animales. Pero el contacto inmediato y casi instintivo que se establece entre ellos y el -tanto si se trata de Tenn como de las cabras, o incluso de los buitres o de las ratas- no tiene nada que ver con la atraccion sentimental que me vincula a mi con los animales inferiores. En realidad, sus relaciones con los animales son mas animales que humanas. Esta con ellos de igual a igual. No intenta hacerles bien y mucho menos hacerse amar por ellos. Les trata con una desenvoltura, una indiferencia y una crueldad que me sublevan, pero que no parecen afectar en modo alguno a su prestigio ante ellos. Se diria que el tipo de connivencia que les aproxima es mucho mas profunda y esta por encima de todos los malos tratos que pueda infligirles. Cuando me di cuenta de que en caso de necesidad no dudaria en estrangular a Tenn para comerselo y que Tenn oscuramente tenia conciencia de ello y que, sin embargo, este hecho no disminuia la preferencia que el manifiesta en todo momento por su amo de color, me embargo una profunda irritacion mezclada con celos hacia ese animal estupido y limitado, que se ciega obstinadamente en lo que concierne a su propio interes. Y despues comprendi que no hay que comparar mas que lo que es comparable y que la afinidad de Viernes con los animales es sustancialmente distinta de las relaciones que yo he establecido con mis animales. El es recibido y aceptado por los animales como uno de los suyos. No les debe nada y puede ejercer sobre ellos sin maldad todos los derechos que le confieren su fuerza fisica y su ingenio, que son claramente superiores. Trato de convencerme de que de este modo revela la bestialidad de su naturaleza.
Los siguientes dias Viernes se mostro muy preocupado por un buitre al que habia recogido despues de que su madre le expulsara del nido por oscuras razones. Su fealdad era tan provocativa que habria sido suficiente para provocar aquella expulsion, si no fuera un rasgo comun a toda la especie. El gnomo desnudo, deforme renqueante estiraba por todas partes, en el extremo de un cuello pelado, un pico hambriento sobre el que se veian dos ojos enormes con los parpados cerrados y violaceos, semejantes a dos tumores hinchados por el pus.
En aquel pico vergonzante, Viernes arrojo primero pedacitos de carne fresca que desaparecieron con hipidos de deglucion, pero parecia que tambien los guijarros habrian sido tragados con la misma avidez. Pero el pequeno carronero dio al dia siguiente signos de agonia. No mostraba la misma vivacidad, dormitaba jornadas enteras y Viernes, al palparle la molleja, la encontro dura, obstruida, muy cargada, aunque la ultima comida la hubiera hecho hacia ya varias horas; en una palabra, tenia los sintomas de una digestion muy dificil, por no decir imposible.
A partir de ese momento el araucano dejo durante mucho rato que maduraran al sol, envueltas en una nube de moscas blancas, las visceras de una cabra, cuyo olor nauseabundo exaspero a Robinson. Al final de aquella carne medio licuada emergieron millares de larvas blancas y Viernes pudo dedicarse a una operacion que dejo un recuerdo imperecedero en la memoria de su amo.
Con ayuda de una concha, aplasto las visceras descompuestas. Luego llevo a su boca un punado de aquellas larvas y mastico pacientemente, con un aire ausente, el inmundo alimento. Y al fin, volcandose sobre su protegido, dejo resbalar en su pico tenso como en la escudilla de un ciego, una especie de leche espesa y tibia que el buitre deglutio con estremecimientos sonoros.
Recogiendo su cosecha de larvas, Viernes explico:
– Los gusanos vivos demasiado frescos. El pajaro enfermo. Entonces hay que masticar, masticar…, masticar todo el rato para los pajaritos…
Robinson se escapo con el corazon contraido. Pero la devocion y la logica impavidas de su companero le habian impresionado. Por primera vez se pregunto si sus exigencias de delicadeza y sus disgustos, sus nauseas, todo aquel nerviosismo de hombre blanco, eran en realidad un ultimo y valioso legado de civilizacion o mas bien un lastre muerto que habria que decidirse a rechazar cualquier dia para poder entrar en una vida nueva.
Pero con frecuencia tambien el Gobernador, el general y el pontifice se superponian a Robinson. Entonces media de un golpe la extension de los trastornos provocados por Viernes en la hermosa ordenanza de la isla: las cosechas perdidas, las provisiones dilapidadas, los rebanos dispersados, las bestias carroneras prosperas y prolificas, las herramientas rotas o perdidas. Y esto no habria sido nada todavia si no hubiera existido ademas un cierto espiritu de ideas diabolicas y vagabundas, con ocurrencias infernales e imprevisibles que propagaba en torno suyo y que llegaban a infestar hasta al mismo Robinson. Y para colmar toda esa cadena de desaciertos, Robinson no tenia mas que recordar al fin a la mandragora acebrada que le obsesionaba y le robaba el sueno.
Asi, rabioso, se confecciono una fusta, trenzando guedejas de cuero de macho cabrio. Secretamente sentia verguenza y se inquietaba por los progresos que el odio hacia dentro de su corazon. ?De este modo, no contento con saquear Speranza, el araucano habia envenenado el alma de su amo! Desde hacia poco tiempo, en efecto Robinson tenia pensamientos que no se atrevia a confesarse a si mismo y que eran siempre variaciones sobre un mismo tema: la muerte natural, accidental o provocada de Viernes.
Estaba en esto, cuando una manana un funesto presentimiento dirigio sus pasos hacia el bosque de gomeros y de sandalos. Una flor volo desde un matorral de tuya y se elevo vacilando en un rayo de sol. Era una suntuosa y gigantesca mariposa de terciopelo negro tachonada de oro. La punta de la fusta silbo y restallo. La flor viva estallo en jirones que revolotearon a su alrededor. Eso tampoco lo habria hecho unos meses antes… Es cierto que el fuego que sentia madurar dentro de el parecia de una esencia mas pura y de un origen mas elevado que una simple pasion humana. Como todo lo que tenia que ver con sus relaciones con Speranza, su furor tenia algo de cosmico. No se veia a si mismo como un tipo irritado, sino como una fuerza original, que provenia de las entranas de la tierra y que podia barrerlo todo como un soplo ardiente. Un volcan. Robinson era un volcan que reventaba en la superficie de Speranza, como la colera fundamental de la roca y la lava. Ademas, desde hacia algun tiempo, cada vez que abria la Biblia oia retumbar el trueno de Yahve:
Cuando leia estos versiculos Robinson no podia contener rugidos que le liberaban y le inflamaban a la vez.
Y creia verse a si mismo de pie en el punto mas alto de la isla, terrible y grandioso:
Yahve hara estallar la majestad de su voz y dejara ver su brazo que desciende, en el ardor de su colera y la llama de un fuego devorador, en medio de la tempestad, el aguacero y el granizo (Isaias, XXX).
La fusta hendio el aire hacia la silueta lejana de un buarillo que planeaba en el cielo. Desde luego, el ave rapaz perseguia su caza perezosa a una altura infinita, pero Robinson, en una ofuscacion alucinada, la habia visto caer a sus pies, palpitante y desgarrada y habia reido salvajemente.
En medio de toda aquella arida desolacion corria, sin embargo, un rio de dulzura. La loma rosa con sus pliegues acogedores y sus lascivas ondulaciones se mantenia alli fresca, lenitiva en la suavidad de su vellon balsamico. Robinson acelero el paso. En un instante iba a tenderse contra aquella tierra femenina, de espaldas, con los brazos en cruz, y le pareceria caer en un abismo de azur, llevando sobre sus hombros a Speranza, lo mismo que Atlas al globo terraqueo. Entonces sentiria que, al contacto con esa fuente primera, le penetraba una fuerza nueva y entonces se daria la vuelta, pegaria su vientre al costado de aquella gigantesca y ardiente hembra para labrarla con un arado de carne.
Se detuvo en la linde del bosque. La loma exponia ante el sus ancas y sus protuberancias. Con todas sus hojas, le hacia senales de bienvenida. Ya una dulzura le embargaba en las entranas, una saliva azucarada llenaba su boca. Despues de hacer una senal a Tenn para que se quedara bajo los arboles, avanzo, transportado por alas invisibles hacia su lecho nupcial. Una charca margosa en la que dormia un mantel de agua inmovil terminaba en un canal de arena dorada cubierta por un terciopelo de gramineas. Era alli donde Robinson amaria hoy. Conocia ya aquel nido de verdor y ademas el oro violaceo de las flores de mandragora brillaba alli sordamente.
Entonces fue cuando percibio dos pequenas nalgas negras bajo las hojas. Se hallaban en pleno trabajo, recorridas por ondas que las hinchaban y luego las contraian duramente, las hinchaban de nuevo y las volvian a apretar. Robinson era un sonambulo al que acababan de arrancar de un sueno de amor. Contemplaba aterrado la pura abyeccion que se consumaba ante sus ojos. ?Speranza enlodada, ensuciada, ultrajada por un negro! ?Las mandragoras acebradas florecerian aqui mismo en escasas semanas! ?Y el habia dejado su fusta cerca de Tenn, en la linde del bosque! De una patada levanto a Viernes; de un punetazo le lanzo de nuevo contra la hierba. Despues cayo sobre el con todo su peso de hombre blanco. ?Ah! ?No es por un acto de amor por lo que esta acostado entre las flores! Con los punos desnudos golpea como un sordo; sordo, en efecto a los quejidos que se escapan de los labios reventados de Viernes. El furor que le posee es sagrado. Es el diluvio extinguiendo en toda la tierra la iniquidad humana, es el fuego del cielo calcinando Sodoma y Gomorra, son las Siete Plagas de Egipto castigando la dureza del Faraon. Sin embargo, cuatro palabras pronunciadas en un ultimo aliento por el mestizo penetraron de pronto en su sordera divina. El puno desollado de Robinson golpea una vez mas, pero sin conviccion, detenido por un esfuerzo de reflexion: «Amo, no me mates», ha gemido Viernes, cegado por la sangre. Robinson esta a punto de interpretar una escena que ha visto ya antes en un libro o en alguna otra parte: un hermano aporreando a muerte a su hermano al borde de una zanja. Abel y Cain, el primer crimen de la historia humana, el crimen por excelencia. ?Quien es el entonces? ?El brazo de Yahve o el hermano maldito?