El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗
Apenas regresaron al consulado, un guardia fue a comunicar a la senorita De Maillet que Su Excelencia el consul deseaba verla inmediatamente, asi que entro en el gran salon de recepcion de la planta baja. Su padre la esperaba vestido con una levita escarlata, con el reverso negro. Tambien llevaba su peluca mas pomposa en la cabeza y cintas en las medias. La muchacha penso que parecia una gran muneca perfumada, mientras se dirigia hacia ella con andares de pato a causa de los zapatos de tacon cuadrado. «A buen seguro que me cogera de las manos -penso-. Bueno, ya estamos.»
– Hija mia… -empezo a decir el consul con la voz temblorosa.
Y sin fuerza para acabar su frase, la abrazo. Saco un panuelo del bolsillo, se seco los ojos y prosiguio:
– Tengo que anunciarte una gran noticia. La mas importante que pueda recibir nunca una mujer en toda su vida, creo yo.
– Le escucho, padre -dijo Alix.
– Pues bien, es esta: el noble caballero que esta ahi, acaba de pedir tu mano.
Du Roule se hallaba en la estancia, pero estaba algo retirado y precisamente delante de una colgadura del mismo color que su casaca, camuflado como un camaleon. Al principio Alix no lo vio y tuvo que volver la cabeza hacia el. Parecia el desgraciado san Dionisio, caminando despues de su decapitacion. Tenia la cabeza livida del martir y los ojos cerrados de quien prefiere oir los clamores del desastre antes de que este caiga sobre el. La joven sintio una gran compasion por el.
– Padre -dijo sin inmutarse-, deseo hablar con usted a solas.
Pocas ordenes se habran ejecutado con tanta rapidez como aquella, y Du Roule, que solo esperaba una senal, se esfumo. Cuando estuvo con su hija, sin testigos, el senor De Maillet, que temia una ultima y caprichosa exigencia, le dijo:
– Estas emocionada. Yo tambien. Intentemos que todo sea lo mas sencillo posible y que estos misterios nunca pierdan su belleza. Asi pues, ?que querias decirme que no pueda oir tu futuro esposo?
– Padre, me pide que sea explicita. Pues bien, este hombre nunca sera mi marido.
– ?Diablos! -exclamo el senor De Maillet, agitandose sobresaltado-. ?Y por que?
– Porque no me casare.
– ?Vaya! -dijo el consul con un tono socarron-. ?Ya que viene ese capricho?
– No es un capricho sino una imposibilidad.
– Y me diras la razon…
– Si insiste, padre.
– ?Como que si insisto! Me parece que tengo todo el derecho del mundo a conocer cual es el impedimento.
Alix tomo aliento, como un atleta a punto de echar a correr.-No me casare nunca porque estoy deshonrada.
– ?Deshonrada? -exclamo el consul-. ?Que quieres decir?
– Lo que digo. No estoy en el estado en que me creo la naturaleza y como conviene presentarse ante un marido.
Si al senor De Maillet le hubiera caido en la cabeza una de las vigas del techo, no habria perdido el equilibrio tan visiblemente. Dio un paso atras y apoyo la mano en una mesa.
– Estas bromeando, hija mia…
Pero Alix, implacable, contesto sin bajar la mirada:
– Estoy a su disposicion para que un sacerdote, una partera, o quien usted quiera, se cerciore de ello y le de cuenta oficialmente.
El senor De Maillet la hubiera abofeteado de buena gana, de no ser porque ella le sostenia la mirada sin flaquear. Asi pues se contuvo y empezo a deambular por la estancia, golpeando pesadamente el suelo a cada paso. Cuando paso ante el retrato del Rey, bajo los ojos. Luego, cogiendo una idea al vuelo, se volvio hacia ella.
– No iras a decirme… -aventuro mirandola con maldad- que esc boticario, ese charlatan… ?Poncet!
– No padre, no fue el.
– Entonces, ?quien? -pregunto, golpeando con la mano sobre la mesa de roble.
– Nadie que usted conozca -dijo con naturalidad.
– ?Como es posible? No sales de aqui. Tengo constancia de todas las visitas del consulado. No, no, le proteges, solo puede ser Poncet.
– Le doy mi palabra.
– O lo que queda de ella -gruno el consul-. Entonces, ?quien es?
– Un turco.
– ?Dios santo! -exclamo el diplomatico, aturdido por ese ultimo golpe.
– ?Que puede cambiar eso? -argumento Alix-. Solo cuenta el hecho, el responsable importa poco, ?no es asi?
– Bueno, pero es que un turco…
El consul se arranco nerviosamente la peluca y empezo a deambular con ella, como el cazador que lleva colgando una liebre muerta y desconyuntada.
– ?Y donde conociste a ese maldito?
– En Gizeh.
– ?Estaba seguro! Pdr eso no queria que fueras alli. Y esa sirvienta era tu complice, tal vez incluso la alcahueta…-Francoise no sabe nada de esto. Ella habia ido al pueblo a buscar huevos con Michel, el palafrenero. Aquel hombre llego por el rio. Era un pescador. Me tomo en la terraza.
– ?Sin tu consentimiento? ?Por la fuerza? En tal caso pedire al pacha que repare este agravio, se haran batidas, lo encontraremos.
– No, padre. Me preste con sumision. Tal vez fuera el sol, la paz de aquel lugar que irradia voluptuosidad. Cuando aparecio aquel muchacho, subitamente tuve ganas de…
– ?Ya basta! -la interrumpio el senor De Maillet-. Ya he oido suficiente. ?Que horror! Mi unica hija, mi unica esperanza, mi heredera…
El consul estaba sinceramente conmovido, no tanto por pensar en su hijita perdida como por recordar el sinfin de proyectos colmados de felicidad y prosperidad que durante anos habia forjado para ella.
– Pontchartrain… Un noble partido… Casi embajador…
El consul, sentado de lado en una silla, con la mejilla apoyada contra el alto respaldo, hablaba para si mismo.
– ?Y por que no me lo has dicho antes, para evitar todas estas diligencias? -exclamo el consul.
– Las diligencias ya estaban hechas -dijo Alix-. Y ademas, padre, es verdad que he postergado el momento de la confesion. Deseaba pasar el mayor tiempo posible cerca de usted y de mi madre. Porque en cuanto supiera de mi estado…
– ?Tu estado! Supongo que no estaras encinta…
– Afortunadamente, tengo la prueba formal de que no.
– Una preocupacion menos.
– Me decia que cuando usted conociera mi situacion, todo cambiaria y no podria por menos que someterme a sus ordenes y enterrarme de por vida en algun lugubre convento de una provincia francesa.
– ?Exactamente! Por desgracia, no hay otra alternativa.
– Lo se bien, padre -dijo Alix, dejando caer unas lagrimas y embadurnandose el rostro con ellas-. Espero que sea lo mas rapido posible. No soportare mucho tiempo la verguenza de presentarme ante usted. Me morire.
– Y yo me morire solo con verte -dijo el consul impaciente.
A esas alturas ya estaba pensando en otra cosa, y debia avisar al caballero Du Roule.
– Componte. Voy a llamarle.
Alix recobro la compostura con rapidez. Du Roule entro con la cabeza encogida entre los hombros y mirando a todos lados como un corzo acorralado.
– Desgraciadamente, senor mio -dijo el consul con enfasis-, he consultado con mi hija. En este mundo, usted es sin duda el partido que ella habria aceptado con mas alegria. Solo hay un rival contra quien no puede luchar y ella ha hecho voto, que yo ignoraba hasta ahora mismo, de dedicarle su vida. Se trata del mismo Dios. Mi hija Alix da fe de una vocacion religiosa a la que no puedo oponerme.
– ?Ah! -exclamo Du Roule turbado y temeroso.
Lanzo a la joven una mirada enloquecida donde se entremezclaban los recuerdos carnales de aquella belleza fogosa y la imagen improbable de la devota que le acababan de presentar.
– ?Pues si! -dijo con melancolia el consul-. Dios dispone, y a veces llama a los mejores. Asi es. Mientras termina con los preparativos de su embajada, mi hija tomara la ruta de Alejandria con destino a Francia y al convento, en el primer navio real.
2
Hay tierras que solo llaman a la miseria, por hallarse cubiertas de brezos y maleza, y donde sin embargo, a fuerza de perseverancia, la actividad humana ha conseguido el milagro de hacer surgir la armonia e incluso la prosperidad. No obstante, aquellos campos eran exactamente el ejemplo contrario, puesto que la naturaleza le habia dado un suelo aireado, muy negro, donde todo crecia por si solo. Le habia otorgado por techo un cielo clemente que el sol y la lluvia compartian con apacible cordialidad; y la habia cubierto de montes por donde discurrian arroyos cristalinos con desniveles escarpados que sin embargo no perjudicaban los cultivos, e incluso los favorecian. Ahora bien, todo alli daba muestras de que los hombres no habian cesado de arruinar aquellos dones, matandose entre si y desencadenado con su mala conducta la guerra fraticida y el hambre que diezma a los debiles. Las malas hierbas que invadian los caminos se habian aduenado de la tierra, y el caballero que se internaba por aquellos lares debia andar con ojo para no desorientarse pues incluso las grandes vias de transito, caidas en el abandono, acababan reducidas a senderos casi invisibles entre las brenas. Se avistaban dos casas, de las que al menos una estaba en ruinas. En el bosque habia que tener cuidado con los perros montaraces, que atacaban a los hombres no tanto por instinto como por rencor.
El caballero ascendio hasta un pueblo que se recortaba en el cielo, en la cresta de una colina. De lejos daba la impresion de que era relativamente grande, y cabia esperar que fuese prospero.
Sin embargo bastaba acercarse para descubrir unicamente graneros hundidos, techumbres de cana quemadas y casas convertidas en esqueletos. Unas ancianas vestidas de gris, mortalmente demacradas, conducian a unas cabras espectrales entre las ruinas.
– Hola -dijo para llamar a un joven pastor-, estoy de paso por aqui.
El muchacho levanto su cara de carbonero hacia el hombre y echo a correr sobre las piedras, que resbalaban bajo sus pies desnudos. En ese momento el viajero vio a un anciano que estaba sentado a cierta distancia junto a un pozo, cuyo brocal habia perdido el resalte labrado. Tras poner los pies en el suelo, el caballero ato las riendas al tronco de un avellano que crecia en una ruina. El polvo del camino cubria su tabardo; tenia los ojos hundidos, una barba de ocho dias y los andares vacilantes del marino que ha perdido la nocion de la tierra firme. Se acerco al anciano, que alzo los ojos hacia el forastero.
– Amigo, ?este es el pueblo de Soubeyran? -pregunto extenuado el caballero, que no podia ser nadie mas que Jean-Baptiste.
– Ya no queda mucha gente aqui para dar un nombre a este lugar -contesto el anciano.