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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (читать книги полные .txt) 📗

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Un rumor, apenas un murmullo, habia empezado a circular en relacion con un juez cuyo fallo podia comprarse. El soborno de por si estaba a la orden del dia; el escandalo radicaba en que trascendiera. El presidente del tribunal creyo oportuno que su yerno renunciara a la judicatura para dedicarse enteramente a sus deberes reales. Naturalmente, la resolucion del presidente era inapelable.

El muchacho aguanto la decada que siguio. Paris era un lugar triste y vacio. Estudiaba mucho -tenia el habito de la erudicion adquirido sin esfuerzo por los ninos solitarios-, y su disciplina se vio respaldada por una mente muy aguda: por lo menos en eso su padre no le habia fallado. Tan pronto le fuera posible, emprenderia el viaje en sentido contrario, dando la espalda a la capital para matricularse en la escuela de derecho de Toulouse.

El ano que Jean-Baptiste leyo a Rousseau fue el ano que murio su padre. La mujer de cabello castano, viuda durante los pasados dieciocho meses, habia aceptado la peticion de mano de un lejano y adinerado primo, desdenando asi definitivamente a su antiguo amante. Decian que Saint-Pierre habia muerto de pena, solo en su maloliente cuartucho del gelido palacio.

El hijo hizo lo que pudo, con ayuda del dinero de su madre. Las deudas absorbieron su herencia y se hincharon, cada dia nuevos acreedores presentaban sus pagares con las iniciales de su padre garabateadas. El se alegraba de pagar, se alegraba de poder redimir la bancarrota moral de su infancia. Se veia a si mismo como un honnete homme, un hombre honrado. A una edad temprana habia decidido ser la antitesis del cortesano adulador, el marido infiel, el juez que acepta sobornos y roba a los muertos. Cedio haciendas hipotecadas con la mayor despreocupacion; Montsignac, que todavia pertenecia a su abuelo, estaba a salvo y era la unica parcela de su patrimonio que le importaba.

Opto por vestir ropas sencillas y ligeramente gastadas que jamas habrian sido toleradas en Versalles. Se sentia bastante orgulloso de ser un negado para el baile.

De manera casi natural aparecio un cargo en el parlement de Toulouse para el brillante estudiante de derecho. Saint-Pierre se dijo que lo habia obtenido con su propio esfuerzo, aunque sabia muy bien que su linaje habia pesado otro tanto en su contratacion para el tribunal supremo, donde su abuelo habia renunciado a su puesto en favor de su nieto. Lo esencial, razono Jean-Baptiste, era que el se tomara en serio su trabajo y juzgara los casos que le llegaban con imparcialidad, asegurandose cuidadosamente de utilizar su cargo en favor de la gente corriente y mostrandose escrupuloso en su rechazo de los privilegios.

Porque de ese modo se esta condicionado por las influencias a las que mas se opondria.

Pero tal vez el lector se haya forjado una impresion equivocada de Saint-Pierre. No era ningun mojigato. Tenia la risa facil, encontraba el lado absurdo de la mayoria de las cosas y tenia una manera de expresarse ligeramente maliciosa. Como los buenos gascones, conocia los placeres de la mesa. Sereno como un juez, dice el refran, y Saint-Pierre se preocupaba de estarlo, pese a su debilidad por el armagnac y los vinos de Burdeos. Pero la comida era una fuente de inofensivo placer. Chupeteaba los pequenos huesos de los hortelanos asados, se relamia sobre cacerolas de sabrosas salchichas de Toulouse, devoraba pates, souffles, tortillas, tartas de limon, ostras de Marennes, mirlos corsos, manitas de cerdo rellenas de pistachos, filet mignon con trufas, esos quesos pequenos y redondos de cabra envueltos en ceniza de lena. Tenia especial debilidad por el foie gras de higado de perdiz de patas rojas. Se permitia pequenas sutilezas gastronomicas, como insistir en que nunca se debia destripar la becada, sino colgarla por las patas hasta que las plumas caian y las entranas se licuaban y goteaban del pico.

Si siempre habia sido alto, ahora habia engordado. Eso tambien era motivo de orgullo; en Versalles se cuidaba la figura.

La joven con quien se caso era de una familia, aunque perfectamente respetable, ni rica ni bien relacionada; no podia decirse que su matrimonio hubiera sido inspirado por la codicia, el esnobismo o el anhelo de ascender. Claro que a nadie se le ocurrio mirar mas alla del motivo evidente de su eleccion: Marguerite, la novia de dieciocho anos, hacia que las cabezas se volvieran a su paso. Junto con la habitual cuberteria, manteleria y mobiliario, trajo consigo un sequito de desilusionados solteros que merodeaban afligidos alrededor de la casa, importunandola a ella con sus miradas y asegurandole a Saint-Pierre que era un «tipo con suerte».

Sin embargo la joven, que podia haber escogido entre todo Toulouse, estaba enamorada de su marido, que la hacia reir; y el joven que a menudo despertaba con la cara humeda despues de sonar con su madre llorando, estaba profundamente enamorado de su mujer. Los matrimonios por amor, unidos por el afecto antes que por el deber o la ganancia material, estaban a la mode, y los Saint-Pierre, con sus dos encantadoras hijitas, eran el mismisimo modelo de felicidad domestica.

Habia desgracias, por supuesto -su hijo vivio tres dias, a la hermana de Marguerite se la llevo la viruela-, y la preocupacion por el dinero nunca se alejaba demasiado. La judicatura, pese a todo su prestigio, no era una carrera lucrativa. Se esperaba que los magistrados completaran sus modestos ingresos, en teoria con sus fortunas personales, en realidad a traves de una variedad de practicas corruptas. Saint-Pierre hizo una virtud de medios tan limitados; habia, sin embargo, ciertas apariencias que guardar. Como Rousseau, podria haber dicho que, aunque vivia de modo austero, sus fondos se agotaban de manera imperceptible: sus hijas necesitaban… su mujer tenia que… su cargo obligaba a…

Pasaban los veranos en Montsignac, donde la gran casa permanecia vacia desde la muerte de su abuelo. Marguerite se sentaba a coser en la terraza, trabajaba en su jardin, y se habia familiarizado con el pueblo y sus habitantes. La delicada Claire, la predilecta de su padre, se aferraba a las faldas de su madre, de modo que era Sophie la que acompanaba a Saint-Pierre en sus caminatas por el campo, correteando para seguir sus zancadas, memorizando los nombres de los pajaros y las plantas recitados al azar, llenandose los bolsillos de hojas, frutos silvestres, el nido de un gorrion, un guijarro de forma rara. Al volver de esas excursiones salia a su encuentro Claire, que siempre corria a dar la bienvenida a su padre. El la cogia por las munecas y la hacia girar por el aire mientras ella gritaba de alegria; la besaba y se la subia a los hombros. Sophie, un poco apartada, sostenia el polvoriento bajo de su vestido.

Un invierno, cuando llevaban casados menos de doce anos, Marguerite empezo a toser. Saint-Pierre reconocio ese sonido al instante. Como su madre, ahora su mujer volvia la cara cuando trataba de besarla.

De modo que, al final, tambien habia tenido eso en comun con su padre.

Hipoteco Montsignac sin vacilar y llamo a medicos de Montpellier, Padua, Edimburgo, Viena, hasta de Paris. Segun los remedios que estos recetaban con confianza, el vigilaba que Marguerite se tragase la cucharada de sangre de buey o se sometiese temblorosa a la aplicacion de sanguijuelas. El cubria su menudo y blanco cuerpo con mas y mas edredones para que eliminara la enfermedad con la transpiracion, acallando sus protestas. Insistio en que pasara el invierno en Italia con su madre, aunque ella lloro y tosio y no queria ir.

Marguerite estaba fuera cuando la abuela materna de Saint-Pierre murio en Paris. En secreto, el habia deseado que ocurriera, esperando con remordimientos el dinero que sin duda iba a heredar; aunque se habian visto pocas veces, ya que el nunca iba a Paris y ella rara vez abandonaba la ciudad, el era su unico nieto. Se habia presentado con una extraordinariamente fea pero innegablemente valiosa vajilla de Sevres con ocasion de su boda, y nunca se olvidaba de su santo.

Tal como resultaron las cosas, la anciana no le dejo mas que los libros de leyes de su marido. El yerno parisino envio a Saint-Pierre una breve carta informandole del hecho y preguntandole que medidas se proponia adoptar para tomar posesion de los volumenes. Saint-Pierre le contesto pidiendo que se vendieran; podia imaginar la expresion de desden con que seria recibida la implicita confesion de penuria. Bueno, le traia sin cuidado su buena opinion. Que Montsignac pasara a manos de sus acreedores era impensable. Se sento en su biblioteca detras de un escritorio donde las deudas caian como hojas de otono y supo lo que tenia que hacer.

Antes de que Marguerite regresara de Italia habia tomado una decision y la habia puesto en marcha. El alquiler de la costosa casa de la ciudad habia sido suspendido en primavera y su contenido, vendido en subasta; los Saint-Pierre se trasladaban a Montsignac, donde el aire puro del campo seria mucho mas beneficioso para los pulmones de Marguerite que el tufo y la suciedad de la ciudad.

Agotada por el largo viaje de regreso, su esposa se tendio en un sofa y trato de darle sentido.

– Pero ?de que vamos a vivir? ?Que haras? Tu trabajo…

– Todo esta resuelto -dijo el, no sin una pizca de orgullo por su inventiva-. Quedara una vacante en el tribunal de apelacion de Castelnau al final de las sesiones y yo la ocupare.

?Del parlement de Toulouse al tribunal de apelacion de Castelnau!

– ?Podrias haber sido presidente! -murmuro ella, horrorizada.

El se sento a su lado y le cogio las manos.

– Querida -dijo con ternura-, no tenemos eleccion. Y siempre hemos sido dichosos en Montsignac, lo sabes.

Todo eso esta muy bien para el verano, penso ella.

3

El primo de Stephen habia visto el primer globo de los Montgolfier elevarse por encima de Versalles en 1783. Estaba pintado de azul brillante y decorado con flores de lis doradas. En la cesta iban una oveja, un gallo y un pato. Permanecieron en el aire ochenta minutos.

Charles decidio en el acto dedicarse a la aerostacion.

– ?Que fue de la oveja y las aves? -pregunto Mathilde.

– Creo que salieron ilesas. Sorprendidas, sin duda. No pudo ser una experiencia agradable. El fuego que producia el aire caliente para el globo era alimentado con paja, lana, zapatos viejos y carne podrida. Charles dice que el tufo era increible. Imaginate como debio de ser para los pasajeros.

– Espero que no se los comieran despues de pasar todo eso.

– Los archivos corren un discreto velo sobre su destino final.

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