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El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗

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«?Por que he entrado? -se dijo-. Ese joven no me da miedo. No,no. No tengo miedo. Ademas, parece muy educado y honesto, de lo contrario mi padre no lo recibiria. ?Que hay de malo en asomarme a la ventana? ?Y por que debo avergonzarme de ver salir a un visitante del consulado?»

Estuvo pensando sobre la cuestion un buen rato hasta que al final de esta breve lucha consigo misma, uno de los platillos de la balanza hizo ceder laboriosamente al otro. Entonces corrio de nuevo hacia la ventana, pero el desconocido habia desaparecido.

La muchacha espero, pero al ver que no volvia, entro en su habitacion. El calor se habia condensado en el interior de la casa y se echaba en falta el alivio que deparaba desde fuera el estremecimiento de los arboles en el viento tibio. Miro su cama con la colcha de moare verde, la almohada con sus iniciales bordadas, la mesita, el tapete, la silla, el cabriolet, los libros y varias munecas de porcelana. Pero apenas habia bastado una mirada para desenmascarar estos objetos de compania que habian mitigado tantas jornadas y que, en el fondo, solo eran los carceleros de su soledad. Aun asi, le habria gustado tanto abandonarse a ellos para que la consolaran que empezo a sollozar, con el rostro entre las manos.

– ?Verde! -dijo el consul con tono categorico-. Me ha oido bien. Y al cabo de dos dias de dolores terribles, cayo al suelo como una fruta podrida…

– Deme tiempo para traducir, Excelencia -dijo el senor Mace, agitando la mano.

Hadji Ali, echado hacia atras, hizo una mueca horrible.

– Pregunta si murio el paciente -tradujo el secretario, mirando al consul.

– No -respondio doctamente el senor De Maillet-. Al menos, anada, no inmediatamente. Primero padecio y suplico que alguien tuviera la bondad de rematarlo. Pero nosotros, los cristianos, no somos quienes para separar el alma del cuerpo.

– Yo lo habria hecho -exclamo Hadji Ali blandiendo un diminuto punal que habia sacado de su extrana tunica.

– Digale que se calme -dijo el consul retrocediendo-, y sobre todo que guarde ese chisme.

Hajdi Ali se enjugo la frente con la manga y prosiguio mas sosegado, con los ojos clavados en el diplomatico.

– ?Esta usted seguro de lo que dice? -pregunto.-?Como que si estoy seguro? Claro que si, como que es mi apreciado colega de Jerusalen quien le ha contado esto por escrito a nuestro embajador de Constantinopla, el senor De Ferriol, el cual a su vez acaba de hacermelo saber a traves de un correo expreso. Ha llegado esta manana; puede ver el caballo aun sudoroso en mis cuadras.

Mace tradujo.

– Un capuchino -prosiguio el senor De Maillet, balbuceando como si repitiera machaconamente una leccion- se hizo pasar por medico y abandono Jerusalen en un barco con destino a Alejandria y El Cairo. ?No es practicamente lo mismo?

– Sin duda -dijo Hadji Ali.

– Pues bien, despues de su partida, trajeron al consulado a tres pacientes a los que supuestamente habia tratado de una especie de lepra. Mi colega vio a uno de ellos vivo y a los otros muertos. Todos tenian los miembros verdes y uno de ellos casi los habia perdido.

– ?Ya es suficiente! -gnto Hadji AL, con una mano en la boca y sacudido por la nausea-. No siga.

– Sigo porque se empena en no escucharme y porque sigue dudando.

– Puede ser que otros capuchinos hayan podido…

– No hablemos mas -dijo el senor De Maillet, incorporandose-. Ya le he avisado. Si quiere correr el riesgo de llevar un charlatan a la corte del Negus, alla se las apane con las consecuencias. Despues de todo, no es mi cabeza la que rodara…

– Pero si no me llevo a ese capuchino, ?que otra cosa puedo hacer?

El consul volvio a sentarse. El asunto progresaba lentamente.

– En la colonia tenemos un medico franco muy competente.

– Lo ignoraba -dijo Hadji Ali con mucho interes-. ?Quien es?

– Un droguista. Atiende al pacha en persona.

– Ah, si, algo de eso he oido -dijo el mercader-. Pero de todas maneras no deja de ser curioso que un franco tenga referencias de los turcos, ?no le parece?

– ?Como que referencias de los turcos! ?Y mas, que se cree usted! Yo le recomiendo formalmente a este hombre. Hasta mi mujer se ha curado gracias a sus cuidados.

Hajdi Ali se mostraba dubitativo.

– Los capuchinos me han disuadido de ello -dijo.

– ?Y se puede saber por que motivo se han permitido semejante calumnia?-Porque es un impio.

– ?Conque un impio, eh? -exclamo el senor De Maillet a punto de perder la paciencia-. Para empezar, eso es inexacto. Va a la iglesia. Y ademas, digame que tiene que ver la piedad con todo esto. Si es un buen medico, ?que importa lo demas?

– No hay nada que pueda hacerse sin la ayuda de Dios, y menos aun en esta materia -dijo el comerciante, sacudiendo la cabeza.

– ?Que ideas tan extranas! Usted es mahometano, el medico es catolico y el Negus vive en la herejia. ?Como pretende usted encontrar a un Dios que eche cuentas de todo eso?

– Dios es Dios -dijo Hadji Ali mientras se besaba los dedos y miraba hacia arriba.

– Bueno, pues llevese al patriarca copto de Alejandria y pidale que haga un milagro -gruno el consul.

El senor De Maillet se daba cuenta perfectamente de que el camellero pretendia llevar la conversacion hacia un terreno absurdo, y que si seguia asi, al final se veria forzado a defender el ateismo mas repugnante con el unico proposito de hacer valer a su candidato. De modo que guardo silencio, y el comerciante se sumio en sus reflexiones un buen rato.

Hajdi Ali no sabia si dar credito a la historia del correo de Jerusalen. Era un hombre del desierto, y segun su cultura, las cosas extraordinarias no son menos verdad, de manera que se cuidaba mucho de provocar todo aquello que de cerca o de lejos pudiera parecerse a cualquier suceso sobrenatural.

En cambio, si sabia a ciencia cierta que, por una misteriosa razon, el consul se empenaba en convencerle de que dejara a los capuchinos y se llevara al medico franco. Sopeso sus intereses y vio claramente que no estaba del lado de los religiosos pues estos no le habian prometido nada, es mas, hasta parecia que le estuvieran haciendo un favor a el. Por otra parte, su presencia era comprometedora y podia suscitar la desconfianza de los turcos y de los indigenas poderosos que encontraran en su camino. En cambio, con ese medico franco habia menos riesgo de que los persiguieran, y si tanto interes tenia su gobierno en que fuera, pondria un precio.

Hadji Ali empezo a gimotear y a lamentarse.

– ?Se puede saber a que viene todo eso? -pregunto irritado el consul al senor Mace.

– Dice que esta pensando en todo el dispendio que le va a suponer cambiar de planes y llevar a otro medico.-Pues si que estamos bien -suspiro el consul.

La discusion duro aun media hora mas y el senor De Maillet fue tres veces hacia el cajon del escritorio. Tuvo que pagar por los camellos que habria que cambiar, por los mensajeros que habria que enviar y por los rezos que habria que encomendar. Pero el asunto acabo por resolverse con honestidad y todo el mundo quedo satisfecho.

En cuanto el padre Versau estuvo al corriente del feliz desenlace, anuncio que se iria al dia siguiente pues debia proseguir su viaje hacia Damas, donde le esperaban otros asuntos. La cena fue rapida y silenciosa. El padre De Brevedent volvio por la noche para recibir las ultimas instrucciones de su superior, y los dos jesuitas se reunieron en conciliabulo en el primer piso.

El senor De Maillet se retiro temprano, completamente molido.

No lejos de alli, en uno de los callejones mas apartados de la colonia, Jean-Baptiste y el maestro Juremi habian cenado alegremente y vaciado una botella de su mejor vino. A las diez salieron a la terraza. El viento arenoso eclipsaba las estrellas y mantenia un ambiente tibio. En la ciudad arabe resonaban por doquier los tamboriles y los «yuyus», dado que era el final de la estacion de las bodas, y los perros contestaban con aullidos.

– No, no -prosiguio el maestro Juremi-, ni hablar de mezclarme en semejante asunto…

– Pero el consul no tiene por que saber nada de esto. No le digo nada, mi criado y yo abandonamos la ciudad y te unes a nosotros mas tarde.

El protestante, que sostenia con una mano su vaso de estano, levanto la otra con autoridad.

– ?No insistas! ?Te digo que no!

– ?Eso quiere decir que vamos a separarnos?

Se habian conocido en Venecia, cinco anos atras. Jean-Baptiste buscaba un maestro de esgrima cuando se topo con aquel granuja grunon de pelo negro que vivia con identidad falsa desde que habia emigrado a Francia. Sus alumnos lo llamaban maestro Juremi.

– Probablemente -dijo el protestante con aire taciturno y volviendo la cabeza hacia otro lado, pues aunque se emocionaba con facilidad, no le gustaba demostrarlo.

Antes de convertirse en maestro de esgrima habia desempenadotodos los oficios y recordaba con nostalgia el poco tiempo en que habia trabajado como ayudante de un boticario. No obstante, cuando Jean-Baptiste le enseno a usar el pesillo y el alambique, opto por renunciar a ganarse el pan con los embates del florete. Se hicieron socios, y juntos huyeron a Levante.

– ?Es una barbaridad! -exclamo de pronto el protestante, levantandose de su asiento-. ?Como si todo esto fuera culpa mia!

Dio dos zancadas por la terraza y luego se volvio hacia su socio.

– No nos separamos porque me niegue a ir contigo -continuo- sino porque has tomado la decision tu solo, y creo que un poco precipitadamente.

– ?No eras tu quien ayer proponia marcharse de El Cairo y partir hacia el Nuevo Mundo? -se defendio Jean-Baptiste.

– Hacia el Nuevo Mundo tal vez, pero no a las ordenes del consul. Creeme, si un dia fuera hacia las tierras virgenes, no seria para llevar alli a unos jesuitas.

– Oh, los jesuitas… -exclamo Jean-Baptiste-, un pretexto como otro cualquiera. ?Crees que me interesa esta mision? Me rio de su embajada y de los servicios al Rey. Pero si son tan necios como para proporcionar monturas, pertrechos y armas, ?deberia ser yo mas necio aun y rechazar todo lo que me ofrecen?

– No importa, ya te han atrapado.

– ?Atrapado? Bromeas. No tengo por que hacer lo que esperan que haga. Si me gusta un sitio, me quedo y basta; pero si me place ir a otro lugar, no me lo pensare dos veces. Pueden irse al diablo con su embajada. Tengo curiosidad por ver Abisinia, y ese es mi unico objetivo. Por lo demas, si me siento bien alli, hasta podria quedarme.

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