La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (читать книги полные .txt) 📗
– De modo que es su favor, Sophie, el que debo ganar. ?Que me pediria?
– Oh -respondio ella alegremente-, lo habitual. Una aguja de oro de un pajar, una hoja del arbol que crece en la cima de una montana de cristal, un puente que vaya hasta la luna. Solo lo imposible.
– En tal caso, tengo alguna posibilidad. ?Acaso no es ese el cometido de los artistas y los revolucionarios, la busqueda de lo imposible? -Y, con un elegante ademan, Stephen le ofrecio la rosa.
Ella giro la flor entre los dedos y acabo poniendosela en su escote de encaje. Mantuvo la cabeza baja. Saltaba a la vista su satisfaccion. Si pudiera estrangularlo, penso Joseph. Cuanto me gustaria verle adquirir ese tono rosa oscuro tenido de burdeos. Y morado.
?Por que hasta las mujeres mas excelentes…?
– La verdad, Sophie -dijo Claire-, ese tono de rosa desentona con tu vestido.
8
Iba a salir para Burdeos a primera hora del dia siguiente. Hasta entonces habian hablado mucho de arte -es decir, el habia hablado y ella escuchado- y se habian mirado a los ojos. Habian leido en alto Pablo y Virginia, una novela que los dos adoraban. En una ocasion, sus manos se habian rozado. Era precisa una aclaracion, penso Stephen. El creia en el escrutinio y expresion de los sentimientos, ?como si no podia alcanzarse la sinceridad? Por eso habia invitado a Claire a pasear por el jardin antes de cenar. Como de costumbre, ella habia accedido; como de costumbre, a el le habia faltado el coraje. Hablo de arte. Le aseguro que tan pronto regresara a Paris se dedicaria exclusivamente a su retrato.
– Pero despues de Burdeos le espera su excursion por Suiza. Pasaran meses antes de que lo tenga listo.
– No me llevara tanto, con todos los bocetos. Aunque a duras penas hacen justicia. -Por encima del patio colgaban grupos de rosas blancas y alborotadas, fantasmales a la media luz. Al alargar a la vez la mano, se rozaron. Ella aparto la suya enseguida.
– Lo echare de menos.
Stephen tuvo que inclinar la cabeza para oirla. En el lado del cuello tenia un lunar de nacimiento que el anhelaba besar.
– Pensare en usted cada dia -prometio.
Ella soplo las rosas. Los petalos flotaron alrededor de ellos.
– Eso dice. Pero le distraeran las lecheras de ojos azules y rizos dorados. -Habia muchas referencias de ese estilo (bromeando, poniendo a prueba) a las otras mujeres que se cruzaran en su camino.
– Eso espero. -Su pronta aquiescencia a las aventuras que ella inventaba era imprescindible para la carga electrica que habia entre ambos-. Tengo entendido que los establos de las vacas son perfectos para los escarceos.
Ella se echo a reir, pero se aparto cuando el trato de verle la cara.
– Entretanto yo estare en Blois -dijo-, donde habra varios ninos, muchos perros, oraciones antes del desayuno y mucho tiempo dedicado a exclamar adonde vamos a ir a parar. -Entonces fue capaz de mirarlo.
Este es el momento en que deberia terminar todo, penso el. Ahora, mientras todo sigue siendo posible. En lugar de ello, dijo:
– Se que no tengo derecho a preguntar…
Pero, por supuesto, ella queria que lo hiciera.
La caligrafia de Stephen, muy espaciada e innovadoramente puntuada, serpenteaba sobre dos hojas de papel.
– Solo ha escrito por una cara. -Mathilde nunca habia visto semejante despilfarro-. Supongo que eso denota un artistico desprecio hacia las preocupaciones mundanas.
– Denota que es rico -dijo Sophie.
El les informaba de que las posadas de Suiza eran extremadamente limpias y la comida extremadamente mala. Tenia dificultades para entender lo que le decia la gente. Las montanas eran todo cuanto habia osado esperar: «Cada dia me despierto sintiendome muy pequeno ante la Naturaleza en su mas sublime manifestacion: una magnifica y severa doncella». Habia nadado en sus lagos, encajados cual joyas azules en estrechos valles, con sus aguas «heladas pero intensamente estimulantes. Siento mi alma purificada, como un nino puesto en un mundo recien creado».
– Leere este ultimo trozo a Jacques -dijo Mathilde-. Sigue protestando por la cantidad de agua caliente que Stephen le hacia traer. Dice que es antinatural que alguien se bane tres veces a la semana, por mucho que venga de un lugar donde los salvajes caminan haciendo el pino.
– Creo que se ha confundido de salvajes.
– ?Crees que viajaremos algun dia? Rinaldi dice que en la palma de mi mano esta escrito un largo viaje por mar. Espero que tenga razon; me muero por ver el oceano. Y hacerme tatuar el brazo como el, para demostrar que he estado en el Pacifico. No puedo decir que me tiente Suiza… toda esa gente sintiendose sublime en sus lagos.
– Tal vez vayamos un dia a Paris. Si no se tardara siete dias en un coche de cuatro caballos, piensa en el gasto. Y padre pondria mala cara en cuanto se lo insinuaramos, y no pronosticaria mas que mal tiempo y bajeza moral.
– ?Que me dices de la victoria de las virtudes republicanas? -A Mathilde le encantaba leer los periodicos. El farrago de noticias locales y extranjeras, ensayos, canciones (letra y musica), adivinanzas, enigmas, resenas, escandalos, insinuaciones y debates casaba muy bien con sus gustos eclecticos.
– Es cierto. Y para recordarnoslo, Stephen te ha enviado un regalo.
– La muerte de la tirania -leyo Mathilde. Estudio el dibujo: Brutus a tiza, coronado con laurel y levantando una pata trasera sobre un cadaver cuyas facciones tenian un asombroso parecido con su cunado.
– No se parece mucho a Brutus, ?verdad?
– Tal vez no es lo bastante magnifico y severo.
– ?Crees que Stephen ha cogido antipatia a Hubert por ser Hubert o porque esta casado con Claire?
Sophie, que se habia preguntado lo mismo, no respondio. Pero tras una breve lucha consigo misma, deslizo otra hoja de papel sobre la mesa.
– Tambien ha enviado esto.
– Sophie, de memoria. Oh, Sophie, eres exactamente tu.
– Me ha hecho la nariz mas pequena y los ojos mas grandes. -Pero Sophie se mordia el labio para no sonreir.
– Podria haberse esforzado un poco mas con Brutus. Las orejas son completamente distintas. Pero el tuyo es lo bastante bueno para enmarcarlo.
– Por supuesto. -Sophie recogio el dibujo y lo enrollo-. Las mujeres poco agraciadas se ven obligadas a tener en un lugar destacado un retrato en el que salen mejor de lo que son en realidad.
– ?No iras a tirarlo?
Ella nego con la cabeza.
– Pero, Matty… no hay necesidad de que… padre lo vea.
– No te preocupes -dijo su hermana con amabilidad-. No dire nada a Claire.
10
La mujer lo detuvo en una calle de Lacapelle, poniendole una mano en la manga.
– Joseph. -La cara angular enmarcada en cabello castano y ensortijado no carecia de atractivo. Pero no tenia la menor idea de quien era.
La verguenza hizo reir a la mujer.
– No me reconoces. -Solto una risita, llevandose a los labios unos dedos huesudos, de unas cortas. Con ese gesto, los anos se desvanecieron.
– Lisette Mounier.
Se quedaron sonriendo mientras la gente se desviaba bruscamente, suspirando o maldiciendo. El retrocedio hasta un portal cercano y tiro de ella.
– Lisette Ricard. -Cuando el se quedo mirandola, anadio-: Paul no te ha dicho nada, veo. Le dije que te conoci hace mucho tiempo, antes de que te fueras a estudiar para medico.
– Sabia que estaba casado, por supuesto. -Joseph jugueteo con sus anteojos. Ella tenia un hueco en el lado izquierdo de la boca, donde le faltaba un diente. Ella siguio su mirada y se llevo una mano rapidamente a los labios. El se apresuro a decir-: Tienes buen aspecto.
Y era cierto; estaba muy delgada, con la piel tirante, pero iba limpia y respetablemente vestida. En las orejas llevaba unos pequenos pendientes de oro y un bonito broche le sujetaba el chal. Ricard debia de haber sido un excelente partido para una joven como ella, cuyo padre era un techador alcoholico y mugriento, rapido con los punos si una mujer o un nino andaba cerca. Joseph le tenia miedo y cruzaba la calle o se metia en un callejon si lo veia acercarse.
Le pregunto por la familia.
– Mi madre vive con mi hermana, ?te acuerdas de Marie?, en las afueras de la ciudad. El marido de Marie tiene un campo, les va bien. Los chicos… -Se encogio de hombros-. Hemos perdido el contacto. Guillaume esta en la marina, creo.
– ?Y tu padre?
– Murio poco despues de que te fueras. Se cayo de un tejado. Debia de estar mas borracho que de costumbre.
– Lo siento.
– Yo le odiaba -dijo ella con inesperada vehemencia. Tambien habia conservado esa forma de acalorarse sin previo aviso.
– ?Cuanto tiempo llevas casada?
– Cinco anos. Tengo dos hijas. Nuestro hijo murio.
Debia de tener dieciseis anos escasos cuando se caso, practicamente una nina. Sin embargo, tenia un aspecto ligeramente reseco que le hacia aparentar mas anos. Lo veia por todas partes en esas calles: el inconfundible sello del hambre, generaciones enteras.
– Supongo que tu has estado demasiado ocupado con tus libros para buscar una mujer.
– Algo parecido. -El recordaba vividamente el beso que le habia dado en la fria y humeda habitacion donde vivian los Mounier, mientras unos ninos se revolcaban alrededor y ella trataba de revolver la sopa. ?Tenia siete anos? ?Ocho?
– ?Y ahora?
– No es que ahora abunde el interes femenino por un medico sin dinero y con poco porvenir.
– Oh, no lo se -dijo ella muy seria-, las mujeres pueden ser muy tontas. -Luego se agito y se toqueteo el chal-. Debo irme. Tengo una chica que nos echa una mano en la tienda y la casa, y se supone que tiene que vigilar a los ninos, pero… -con un movimiento de la cabeza- ya sabes como son estas chicas. Tengo que hacer casi toda la compra personalmente, por miedo de lo que pueda traerme. El otro dia le vendieron bonigas de caballo molidas como cafe… ?te lo imaginas?
Su orgullo era patente: ?tener a una chica de la que quejarse!
– Te ha ido bien, Lisette -dijo el-. Paul es un hombre excepcional.
Los ojos castano claro de ella eran exactamente del mismo color que su cabello. Escudrinaron la cara de Joseph como tratando de descifrar un secreto grabado en ella. Puso su ligera mano en la de el como un pequeno y frio animal.