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Los Jardines De Luz - Maalouf Amin (читать лучшие читаемые книги TXT) 📗

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Sittai triunfa. Ha recuperado su autoridad y manda callar a los que protestan. Mira a Mani de hito en hito, de arriba abajo, antes de concluir, afectando generosidad:

– Hermanos, algunos de vosotros deseariais que se expulsara en este instante de nuestra comunidad a los dos jovenes ignorantes que han violado nuestra ley, que desprecian nuestra tradicion y que han dado pruebas de tanto orgullo y presuncion. Pero no puedo tratar de la misma manera a estos dos pecadores. Maleo jamas ha pertenecido de pleno derecho a nuestra religion. Los que han venido a este lugar ya adultos han hecho una eleccion piadosa por la que seran recompensados. Los que vinieron de ninos, han crecido en el seno de nuestra ley. Maleo no se cuenta entre los unos ni entre los otros. Le permitimos quedarse por fidelidad a su difunto padre, pero sepamos admitir que jamas formara parte de nuestra comunidad; pertenece a la impureza del mundo y ahora debe volver a ella. Tenerle aqui es arriesgarse a que corrompa a los mas debiles de nuestros adeptos; esta noche hemos tenido la prueba. Sin la influencia nefasta de Maleo, sin las tentaciones permanentes a las que le somete, Mani se convertira pronto en el cordero mas docil de este rebano.

Cinco

Aquella noche, cuando Mani se tendio en la estera que desde siempre le servia de cama, el dormitorio estaba oscuro y desierto, ya que los «hermanos» estaban aun reunidos en la Santa Casa para las oraciones vespertinas. Sus voces entremezcladas le llegaban por oleadas. Luego, habia periodos de un silencio opresivo. Mani se incorporo y doblo la pierna izquierda, la pierna sana, sobre la que se sento con el rostro vuelto hacia la ventana, hacia la luna llena, hasta que su halo le impregno los ojos; luego los cerro, como para digerir la luz asi captada.

Entonces, se dibujo en su mente la misma imagen que habia visto antano en el agua del canal, su propia imagen, la de su «Gemelo», para que, solo con ella, el adolescente pudiera llorar.

– ?Por que me he humillado asi delante de toda la Comunidad? ?Por que no pude responder a Sittai y confundirlo?

«No ha llegado la hora», respondio el Otro.

– ?Por que no se puede decir a esos hombres la verdad?

«?No has leido jamas las palabras de Jesus? ?No se tiran las perlas a los puercos! Solo se desvela la verdad a aquellos que la merecen. Tu tienes por mision subyugar a reyes, trastornar las creencias, conmocionar al mundo, ?y solo piensas en asombrar a algunos Tunicas Blancas!»

– Con todo, es aqui donde he vivido desde la infancia y esos hombres son los unicos que frecuento.

«Tu jamas has pertenecido a los Tunicas Blancas, tu destino es otro, no envejeceras en medio de esa gente.»

Mani dejo de llorar cuando esas palabras se formaron en sus labios y, por espacio de un momento, acaricio un sueno: ?Y si partiera con Maleo ahora? Pero frente a su impaciencia, el Otro se revistio con la mascara serena del tiempo abolido.

«No Mani, no puedes descubrirte, es demasiado pronto aun para afrontar el mundo, nadie escucharia a un nino.»

Aunque Maleo habia sido desterrado sin apelacion, le autorizaron a permanecer algunas semanas mas en el palmeral. Una tolerancia que no dejaba de tener relacion con las heridas demasiado visibles que le habian infligido. Sittai, su verdugo, no queria ofrecer a la gente del pueblo vecino un espectaculo que pudiera avivar su desconfianza.

Mani estaba persuadido de que su amigo iba a rechazar esa clemencia tardia y sospechosa y que, en cuanto llegara la noche, aprovecharia para escapar. Pero el tirio no desdeno la prorroga que le proponian. «?No me gustaria llegar a casa de los griegos en semejante estado!», explico a Mani. No deseaba presentarse ante la mujer de su vida y ante su futuro suegro como un adolescente flagelado y humillado. ?Y puesto que podia esperar oculto a que las senales hubieran desaparecido…!

En realidad, Maleo no parecia tener mucha prisa en partir y cuando, veinte dias despues del incidente, un «hermano» fue a avisarle de parte de Sittai que tenia que partir, parecio desamparado.

– Ya es hora de que te confiese que te he mentido, Mani. Te he mentido mucho.

– No es el momento de confesiones, tus mentiras estan olvidadas. Y no adoptes esa voz de despedida, nos volveremos a ver.

– No hablaba de las mentiras pasadas. Estoy hablando de ahora. Te he dejado creer que los griegos me esperaban, que estaban ansiosos por recibirme cuando abandonara el palmeral. ?Pues bien, he mentido!

– ?Carias no te quiere por yerno?

– ?Crees que me he atrevido siquiera a proponerselo?

– ?Vamos! Os he visto juntos cientos de veces, hablando y riendo, te quiere como a un hijo.

– ?Mientras le interrogue sobre las hazanas de su antepasado en la batalla de Arbelas! Pero si hubiera podido sospechar un solo instante que yo sonaba con arrebatarle a su unica hija para llevarmela a Ctesifonte, no me habria vuelto a abrir su puerta jamas.

– ?Tu que sabes? Estoy seguro de que si le hubieras pedido realmente la mano de Cloe, habria aceptado sin la menor vacilacion.

– ?Quien negaria la mano de su hija a un Tunica Blanca!

Los dos amigos se echaron a reir, no muy alto, ya que podrian oirlos.

Mani no volvio a tener noticias suyas. El mismo estaba bajo una constante vigilancia y cada vez que cruzaba la tapia que rodeaba el recinto le acompanaban dos «hermanos». Solo encontraba la paz en su guarida secreta. ?Por que prodigio los Tunicas Blancas nunca le molestaban cuando iba o venia de alli? Se diria que aquel lugar le dotaba de una especie de invisibilidad y que el tiempo que alli pasaba no transcurria para el.

Sin embargo, un dia, al saltar por encima de la palmera que servia de barrera, diviso una presencia extrana.

– ?Cloe! ?Como has llegado hasta aqui?

El tono era brusco. Ningun otro ser humano habia pisado aun el suelo de su peninsula.

– Te segui una vez, hace mucho tiempo, pero parecias tan ensimismado que no me atrevi a acercarme.

Mani recobro enseguida el acento afectuoso que siempre adoptaba con la hija del griego. Su intrusion estaba perdonada.

– ?Que noticias tienes de Maleo?

– Ha encontrado donde alojarse al otro lado del canal, en casa de un granjero que necesitaba brazos para la recoleccion. Trabaja de la manana a la noche hasta caer agotado. Solo ha venido una vez a casa. Echamos de menos vuestras visitas. Mi padre me pregunto ayer si no querrias restaurar otras pinturas de nuestras paredes.

Sus cabellos de nina estaban sujetos con un panuelo de mujer y haria unos gestos de pudor que Mani no conocia en dia.

– Conservo un maravilloso recuerdo de aquellas escapadas. Veo aun a tu padre con Maleo, se volvian tan locuaces…

– Mani, cuando veniais a vernos, yo te miraba a ti sobre todo…

Como si no hubiera oido, el muchacho intento conservar la misma entonacion festiva.

– …su batalla de Arbelas que no terminaba nunca, el antepasado que llegaba siempre en el momento preciso para salvar a Alejandro, y esa risa feliz de Maleo…

Pero Cloe adopto un aire grave.

– Mani, era a ti a quien yo miraba siempre. Mi padre tambien te quiere.

Una sonrisa habia comenzado a relajar los rasgos de Mani, pero la reprimio y retrocedio un paso.

– ?Y Maleo?

– Entre el y yo jamas hubo una promesa.

– El suena desde hace anos…

– ?Tengo que cargar con los suenos de los demas?

– Pero yo he prometido… -balbuceo Mani.

Con el brazo izquierdo, abrazo un arbol familiar, como para pedir su apoyo antes de pronunciar las palabras que alejarian de el a la «dama» de Maleo.

– En este palmeral, hice el juramento de no tomar nunca mujer. Mira, me he atado esta cuerda a la cintura…

Como si quisiera consolar a Cloe, anadio:

– En aquella epoca, no te conocia.

– No, no me conocias. ?Has conocido jamas otra cosa que este palmeral? ?Conoceras alguna vez otra cosa? ?Amaras alguna vez a alguien?

– ?He pronunciado unos votos! -insistio Mani, esforzandose en adoptar el mas seco de los tonos.

Entonces, Cloe huyo. Su panuelo mal atado se engancho a una rama, pero ella no se detuvo para cogerlo.

Mani espero a que estuviera lejos para llorar, para pedirle perdon en silencio. Y para perdonar a Maleo.

Un mes mas tarde, Mani se entero, por un rumor que corria por el palmeral, que Maleo se acababa de casar con la hija del griego y habian partido juntos a Ctesifonte.

Seis

Mani tuvo que esperar mas, mucho tiempo mas, hasta pasados ya sus anos de adolescencia. Segun la tradicion consignada en los escritos de los discipulos, hasta la edad de veinticuatro anos no recibio, «de labios de su Gemelo», las palabras tan esperadas: «Te ha llegado la hora de manifestarte a los ojos del mundo y de abandonar este palmeral».

Si permanecio durante tanto tiempo junto a los Tunicas Blancas a pesar de rechazar sus practicas y sus creencias, a pesar de que vivir con ellos era para el un sufrimiento diario, fue quiza porque su deseo de partir se acompanaba de una inconfesable aprension. El, que habia vivido toda su juventud en el universo cerrado de la secta, universo represivo y protector en el que se envejece y se amarga uno sin madurar realmente, universo pusilanime, desconfiado, inmerso en sus obsesiones y, finalmente, ignorante de todo lo que puede suceder mas alla de la tapia que lo cercaba, ?como podria pensar con ligereza en el enfrentamiento con el mundo?

Habia dejado, pues, que transcurrieran los dias, las semanas, todas iguales, lentas, sombrias. Hasta aquella manana de abril, aquella manana de la liberacion, cuando, al despertarse, fue a lavarse la cara con el agua del canal del Tigris. Permanecio alli durante largo rato, inclinado, inmovil, hasta mucho despues de que todos los «hermanos» se hubieran ido. Luego, incorporandose lentamente, miro a la lejania con deseo. El sol estaba ligeramente velado, el aire era tibio y languido, las palmas de las datileras se movian con el triste balanceo de las alas cautivas. Subitamente, el tiempo de su vida le parecio de gran valor.

Habia tomado una decision: ?antes de que llegara la noche, partiria!

«Partir -se repetia Mani-, partir es una fiesta, la unica quiza, de mil formas diversas, con mil vestidos de gasa o de roble. ?Han celebrado alguna vez otra cosa los hombres, eternos rehenes del horizonte?»

Para su partida del palmeral no eligio el engano ni la huida, sino la ufania y la frente alta, y tambien la ceremonia: primero, despojarse, separar lentamente de su piel esa otra piel blanca que, desde hacia veinte anos, le envolvia y le ahogaba, respirar en la desnudez, mirar con desprecio su ropa vieja desparramada por el suelo, desplomada, vacia de todo espesor de vida.

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